viernes, 14 de septiembre de 2018

El toreo es grande, el toreo es eterno, ¡el toreo es inmortal!


Tardes como la de este jueves en Albacete son las que nos hacen soñar el toreo, las que nos enseñan la grandeza de este arte eterno e inmortal que nos vuelve locos, las que nos llevan a gritar a los cuatro vientos por qué somos taurinos y por qué sabemos que la Fiesta jamás morirá. Tardes como la de este jueves llenan a reventar las plazas, y lo harán siempre, tardes como la de este jueves harán que los niños vean la verdad de la inmensidad de este arte que es la tauromaquia y así aprendan a amarla como nosotros aprendimos de nuestros mayores. Tardes como la de este jueves para dejarnos llevar por la emoción, la pasión y los sentimientos que desencadena un hombre armado con un trozo de tela frente a un animal fiero como es el toro bravo, tardes como la de este jueves para admirar más y más a quien es capaz de crear arte y belleza a partir de esa lucha a muerte. Todo eso y mucho más ha sucedido en Albacete esta tarde de jueves en la que dos maestros de leyenda, dos figuras de época como son Enrique Ponce y El Juli, han comparecido y rivalizado con quien creo que ya nadie duda que está llamado a recoger el testigo en el mando del toreo, Andrés Roca Rey. Ha sido una gran tarde de toros porque sobre el ruedo de La Chata ha habido tres toreros de los pies a la cabeza que han sacado de los toros lo que había y lo que no había, digamos la verdad, que los toros de Daniel Ruiz, además de desiguales de presentación, han sido desiguales de juego, por no decir pobres en general. Buenos, lo que se dice buenos, tan solo tercero y quinto, con clase, duración y emoción, el primero y segundo horribles por hechuras, por descastados y por deslucidos, el cuarto no existía y Ponce se ha inventado una faena de la nada y el sexto noble y manejable, sí,  pero sin clase ni transmisión. Y con esos mimbres han sido capases de tejer un lienzo y dibujar sobre él maravillosas obras de arte que han enloquecido a los tendidos albeceteños y a los que hemos visto la corrida por televisión. A hombros Ponce y Roca Rey tras cortar dos orejas al cuarto y tercero respectivamente, y en la foto falta Juli que tenía que haber salido a hombros si una vez más ese personajillo accesorio y de segunda, okupa del asiento del palco y que sobraba en la tarde de este jueves, no se hubiera negado a concederle la segunda oreja tras matar al quinto después de una faena antológica del madrileño, oreja pedida de manera abrumadora por la totalidad de la plaza y que le ha supuesto al personajillo en cuestión una bronca monumental y más que merecida. Imagen que dice mucho, imagen del más grande de todos los tiempos, quien une en su figura pasado, presente y aún mucho futuro a hombros junto a su digno sucesor, presente y futuro seguro de la Fiesta, imagen en la que falta quien de igual manera es pasado, presente y futuro y que al menos en mi imaginación también ha sido llevado en volandas por los aficionados en esta tarde de jueves.
El primero de Enrique Ponce, un toro de 488 Kg levemente protestado de salida por su presencia, corto de cuello, abierto de cara, serio y de aceptables hechuras, toma el capote del de Chiva con prontitud, movilidad, fijeza y se muestra repetidor. Verónicas de Ponce ganando pasos, camino de la segunda raya, suaves, cuidando al toro, seda pura, con una buena media de remate. Se emplea en un único puyazo, mete la cara y empuja con cierta codicia, saliendo del encuentro con evidentes muestras de escasez de fuerzas, lo que se acrecienta en banderillas, espera y no cumple, pese a lo cual Mariano de la Viña coloca dos buenos pares llegando a la cara y aguantando el parón del toro. Los primeros muletazos de tanteo desprenden torería por todas partes, por bajo, flexionada la rodilla, ganándole terreno, hacia las afueras, clase y elegancia. Lo lleva cosido a la muleta en una tanda en redondo muy templada, si bien el toro pasa sin chispa ni gracia alguna, le tapa mucho para corregir el defecto del de Daniel Ruiz que echa la cara arriba, intentando puntera la tela a la salida del lance. Por el pitón izquierdo carece de recorrido, suelta la cara, sale desentendido, descompuesto, deslucido, soso. Y ahí se acabó, no hay más, no hay toro, pese a los intentos del valenciano que lo pasaporta de una entera desprendida con habilidad. El cuarto es un toro serio, alto, con 526 kg, abrochadito, agradable de cara, con buenas hechuras, proporcionado que de salida se frena en el capote que le ofrece Ponce, sin emplearse y por tanto desluciendo el saludo a la verónica. Protesta y cabecea en el caballo, echa la cara arriba, los pitones a la altura del cuello del equino. Lo prueba por delantales,  muy suaves, mimando la embestida sosa y cansina del animal que para colmo de males se parte el pitón izquierdo en banderillas, siendo devuelto a corrales. En su lugar salta un sobrero del mismo hierro titular, ancho de sienes, abierto de cara, feo d epitones que no s emplea en el capote, pasa sin más, no humilla y encima se cuela por el derecho. Protesta en el caballo, cabecea de feas maneras y sale del encuentro con escasísimas fuerzas, perdiendo las manos, no cumple en banderillas, espera, a pesar de lo cual Ponce brinda este toro a un hombre que lleva ni sé los años a su lado, Mariano de la Viña, que junto a Antonio Tejero y Jean Marie Bourret conformaron una de las cuadrillas más afamadas de los años noventa. Los mimbres para componer una faena no podían ser peores y nada hacái invitar al optimismo,  más aún observando la descompuesta embestida en los primeros compases de la faena por el pitón derecho, sin humillar, soltando la cara y echando las manos por delante, sin clase. Para más inri tiene que llevarlo a media altura porque si le obliga se derrumba con estrépito. Cambia Enrique al izquierdo, con sumo mimo y suavidad, aplicando toda la técnica que atesora el valenciano va sacando naturales suaves, caricias al toro cuidando la altura, enseñándole a embestir, con maestría suprema ante un toro soso, que se queda corto, a la defensiva, descastado al que le cuesta un mundo tomar el engaño y no digo ya pasar. Pero la magia estaba por venir, el enésimo milagro del sanador, mejor dicho, resucitador de toros, del inventor de faenas aparecidas de la nada, todo fruto de hacer todo a favor del toro, de concederle todo, poco a poco, con paciencia y tesón, sin desfallecer, con la sabiduría natural que le hace ver lo que ninguno alcanzamos ni con telescopio. Con temple lo va encelando, surge de repente una serie en redondo bajando la mano, y el toro que responde. Y comienza a desmayar la figura, y el toro pasa, y se lo enrosca, y el toro va, ya demás humilla. Otro milagro en tandas por ambos pitones lentas, cosiendo los pitones a la muleta, redondos y naturales prodigiosos, ligados, lo imposible hecho realidad ante nuestros ojos. Lección magistral de temple, paciencia, sabiduría y fuerza de voluntad para inventarse una faena donde no había nada. Pero lo más grande estaba por llegar en el final del trasteo, citando al de Daniel Ruiz en corto, con el péndulo, al más puro estilo Dámaso González, pasándose al toro por la barriga con una naturalidad infinita, y luego se pone de rodillas, y torea de rodillas, más Dámaso, y un desplante de espaldas con ambas rodillas en el suelo, otro homenaje al añorado maestro albaceteño, ¡molinetes de rodillas!, el delirio, el público loco, la plaza en pie, olés y palmas atronadoras, Ponce maestro, Ponce figura, Ponce número uno de la historia y todo eso ¡tras 28 años de alternativa!. Eso es ser figura de leyenda, eso es ser de verdad el más grande, eso es responsabilidad, eso es amar el toreo por encima de todo, un hombre consagrado entregado como si fuera un novillero que tiene que comerse el mundo, tirándose a matar como si tuviera que ganarse el próximo contrato (sí, ya lo sé, lo he dicho muchas veces y lo seguiré repitiendo aunque resulte pesado, lo siento) para dejar un estoconazo arriba que hace rodar al toro sin puntilla. Dos orejas de inmenso valor, dos orejas sin discusión para otra obra maestra de Enrique Ponce, esta vez en Albacete, pero podía hacer sido en cualquier plaza porque esto lo ha hecho en todas partes, América, Francia y España, no solo en Algeciras. Por eso es el más grande de todos los tiempos.
El otro viejo rockero que nunca muere, Juli, anduvo este jueves en Albacete por una senda paralela a la de Enrique Ponce. Su primer toro es muy protestado de salida por su escasa presencia para esta plaza que aunque oficialmente es de segunda goza ya de un reconocimiento de primera y ocupa un lugar de privilegio en el calendario taurino por su seriedad y exigencia, por los años de excelente trabajo de Manuel Caballero a la hora de elegir las ganaderías y los carteles, una plaza a la que todos quieren venir en septiembre. De salida echa las manos por delante y se queda corto en las verónicas de recibo, con las manos bajas, templadas, sobre todo la media de remate, preciosa. Toro que muestra poquísimas fuerzas en un quite de Juli por chicuelinas tras una deslucida pelea en el caballo. Vistas las escasas condiciones del de Daniel Ruiz lo lleva el madrileño con suma suavidad en los primeros compases, a media altura, sin obligarle, pese a lo cual tan solo aguanta los dos o tres primeros redondos de dos tandas, a partir de ahí se defiende, puntea la tela y se queda cortísimo, sin viaje. Da lo mismo un pitón que otro, la condición es la misma, reponedor, soltando la cara, embestida descompuesta y desclasada. Punto y final, no hay más , y abrevia Juli con una entera caída fulminante. El quinto de la tarde, segundo de su lote ha sdio sin duda el mejor de la corrida de Daniel Ruiz, un toro armónico, de buenas hechuras, bien conformado de pitones, cerradito de cara. El madrileño pone a la plaza en pie con el saludo capotero, verónicas suaves, con desmayo, chicuelinas ceñidas y una larga cordobesa de remate, olés y más olés a cada lance, y el toro se mueve, y repite, y humilla. Se le mide mucho el castigo en varas antes de un extraordinario quite por lopecinas que de nuevo pone a todos los tendidos en pie, y el toro sigue con fijeza y movilidad, y cumple en banderillas, extraordinario Álvaro Montes con los palos y aún mejor Jose Mª Soler en la brega, grandioso. El inicio de faena es apoteósico, estatuarios en la segunda raya, clavado al suelo, la mirada baja, sin mirar al toro, relajación máxima, ¡qué torería!, para ligarlos con un cambio de mano monumental y rematar con uno de pecho supremo. Primera serie por el pitón derecho cuidando la altura, templadísima, suave, ligazón perfecta culminada con soberbio pase de pecho. Le sigue otra de naturales, con hondura, temple y más temple, la mano ya baja, le toro humilla y responde, otro más de pecho que es una maravilla. Y sigue por ambos pitones, da igual redondos que naturales, la series surgen poderosas, rotundas, los pitones a milímetros de la muleta, ni un enganchón, todo por bajo, alargando le viaje, corriendo la mano con una maestría estratósférica, la muleta a ras de suelo, un cambio de mano celestial para armar un natural que acaba casi en circular y abrochar la serie con uno d epecho brutal, antológico. Faena larga que el toro aguanta, tiene clase y nobleza a raudales, cuando parece que se viene algo a menos se pega un arrimón de verdad, se lo pasa por ambos pitones como si nada, ahora con la diestra, ahora con la zurda, el toro hipnotizado en la muleta, todo el público en pie, y después otra serie antológica en redondo que es como un regalo a los aficionados, con una lentitud y una profundidad pocas veces vista, relajado, disfrutando del toreo, pura emoción y sentimiento, inspiración y naturalidad, gusto y clase, maestría y torería. Un pinchazo y un estoconazo que hace rodar sin puntilla al de Daniel Ruiz no parece ser suficiente para un presidente que desoyó lo que era un clamor, la segunda oreja tenái que haber caído sí o sí. El toreo es pasión, es emoción y sentimiento, no números ni geometría, entérese usted, señor presidente. Para nada extraña la tremenda bronca que se le montó al palco tras el arrastre de este gran toro de Daniel Ruiz.
Como decía, dos viejos rockeros, dos figuras máximas de la historia que este jueves han dejado claro por qué lo son, y junto a ellos acartelado el futuro de la Fiesta, el elegido para la gloria, un peruano que es un huracán taurino que arrasa por donde pasa. Montó un lío, un monumental lío en Albacete con el tercero de la tarde, un toro bonito y con hechuras agradables, serio, que desde salida humilló en el capote de Roca Rey, aunque se quedara algo corto en las verónicas templadas y echara las manitas por delante. La media de remate es lo mejor de este saludo capotero. Como suele ser habitual en el limeño ordena que se le pegue muy poco en el caballo, lo deja crudito, y lo prueba con un quite por chicuelinas ceñidísimas, marca de la casa, poniendo el corazón en un puño a los aficionados para rematar con otra media baja de muchísimo gusto. El de Daniel Ruiz mantiene su buen tranco en banderillas, galopa con brío y fijeza y permite a Francisco Durán “Viruta” y Paquito Algaba cuajar un sensacional tercio de banderillas, con limpieza , pureza y exposición, sobre todo en le último par con los pitones a la altura del pecho de Viruta. El inicio de faena es eléctrico, de auténtico infarto, muy de Roca Rey, calavado, hierático, vertical, citando en largo, cambiando el viaje en la última milésima de segundo para  pasarse al toro por la espalda e hilvanar una serie de derechazos sin enmendarse lo más mínimo y así prender mecha a la caldera albaceteña que despertaba tras el letargo de los dos primeros toros. Aprovecha a la perfección la movilidad del toro para cuajar una primer serie en redondo superlativa, temple infinito, corriendo la mano, muletazos profundos y todo por bajo. Le sigue otra por el mismo pitón profunda, enroscándose al toro, ligando en el sitio, con un cambio de mano  más que excelente hilvanado a un natural y uno de pecho de antología. Por el izquierdo va igual, los naturales se suceden con un temple y una hondura de muchos quilates, bajando la mano, el toro humilla y va de lujo, siempre bien colocado, ligando con una clase y un gusto extraordinario, un farol como recurso y uno de pecho monumental ponen a La Chata en pie. Más y más, otra vez en redondo, cosido a la muleta, templadísimo, con largura y profundidad, la mano baja, a ras de suelo, y el público en pie, en el cielo. Toreo de mucho empaque que remata como a él le gusta, con bernardinas de quitar el hipo, ceñidísmas, cambiando la trayectoria en el último instante para hacer pasar al toro por un sitio inverosímil para rematar con dos de pecho de ensueño mirando al tendido y uno de desprecio que es una lámina. Estoconazo al volapié, tremendo, fulminante y dos orejas que agigantan su leyenda. Con el sexto poco más pudo hacer el limeño que lo que hizo, que lo fue todo. Un toro al que recibió con una larga cambiada de rodillas al hilo de las tablas, al que le recetó ¡chicuelinas de saludo! en clara apuesta por ir a por todas, sin importarle tener ya asegurada la puerta grande, lo que dice mucho y bueno de Roca Rey. Como el quite por caleserinas, ajustado y vistoso, arrebatado, como él. Toro quizás con más genio que clase, que se movió pero al que le faltó un punto de calidad para romper y transmitir más y al que Roca Rey le concedió todas las ventajas en una faena  poderosa que abrió con ayudados por alto y en la que solo pudo lucirse por el pitón derecho en un par de tandas templadas y ligadas con suavidad, bajando la mano hasta donde se podía, tapándole la cara, grandioso toreo, sensacional, ritundo, con una firmeza y una seguridad tremenda. Por el izquierdo no pasaba, protestón, soltando la cara, pese a lo que Roca Rey le plantó cara y trató de robarle los naturales, pero le faltó continuidad y fondo, para acabar con unas manoletinas ajustadas y un pase de desdén como colofón y paso previo a un pinchazo y una entera que pasaportan al último de Daniel Ruiz y que dejan claro que este peruano está para quedarse y liderar el torero de la próxima generación. Pero de momento tendrá que esperar a que estos dos auténticos monstruos del toreo que son Enrique Ponce y Julián López “El Juli” decidan darle paso, porque visto lo visto les queda cuerda y arte para mucho tiempo. En sus capotes y sus muletas el toreo se hace eterno y se  vuelve inmortal.


Antonio Vallejo

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