En el Apolo XIII se encendieron todas las luces de alarma y el astronauta Jack Swigert pronunció la famosa frase que desde la película de Tom Hanks se ha hecho, como se dice ahora, viral. Tras astronautas viajaban en aquella nave camino de la luna, tres matadores esperaban para algo mucho más grande, torear en Bilbao, camino del cielo. Igual que a los tripulantes del Apolo, a Enrique Ponce, Diego Urdiales y Ginés Marín se le estuvieron que activar todas las señales de alarma al comprobar la pobrísima entrada que ayer registró la plaza de Vista Alegre. Media plaza y justita, algo inaudito e impensable en la que yo considero una de la tres más grandes ferias de la temporada, junto a Madrid y Sevilla. Bilbao, tenemos un problema. Un problema muy serio y preocupante, rayando en lo dramático. ¿La culpa?. Pues parece ser por la política de altos precios que la empresa de la plaza bilbaína ha instaurado, porque si busco otra explicación el camino me parece aún más acongojante, un auténtico abismo hacia el fin. Si en la semana de fiestas en Bilbao y con el cartel de ayer no se llenó la plaza hay que hacérselo mirar. Enrique Ponce, con lo que es Ponce en Bilbao, un verdadero dios, ídolo de la afición, un idilio ancestral e inmortal entre Enrique y Bilbao, Bilbao y Enrique, labrado a lo largo de casi 30 años y con la de ayer 69 corridas de toros en Vista Alegre. Toda una vida que diría Machín, una vida repleta de triunfos sonadísimos y grandísimas faenas para la historia. Diego Urdiales, el gran triunfador de la pasada temporada, torero con aromas añejos, gusto y clase, torería en cada gesto, en la manera de andar en la cara del toro, aromas de toreo con empaque. Ginés Marín, uno de los jóvenes toreros del escalafón que están llamados a liderar el toreo de los próximos años, quien catapultó su carrera con aquella apoteósica faena del San Isidro a un toro de Alcurrucén el día de su confirmación de alternativa en la que nos dejó grabado para siempre en la retina y la memoria el cambio de mano más largo y profundo que jamás he visto ni creo que vuelva a ver. Pues no ha sido suficiente la presencia de estas tres figuras del toreo para llenar la plaza casi ni a la mitad. No puede ser, hay que hacer algo ya, la situación se hace insostenible si no se acomete una rebaja de los precios de abonos y entradas sueltas y se atrae al público a la plaza.
Está claro que el bolsillo pudo más que lo que se perdieron quienes decidieron no pagar por ver toros, algo que a casi 1000 Km de distancia pie disfrutar a través de Canal Toros. Tres toros de Zalduendo que salvaron la tarde, primero, segundo y sexto, este último el mejor de la corrida, realmente el único que embistió y tuvo las hechuras propias de Bilbao, porque los otros dos tuvieron la inmensa suerte de caer en manos de Ponce y Urdiales que los hicieron mejores de lo que eran. Dos toreros que recibieron el cariño de una plaza que sabe mucho de toros y que demostró una vez más su sensibilidad nunca reñida con la exigencia y la seriedad. Ambas figuras recibieron una gran ovación antes de la salida del primer y segundo toro, Enrique por toda su trayectoria y Diego por el pasado agosto.
El primero de Ponce engañó en la caballo, derribando en dos puyazos, pero no por empuje ni celo sino por su propia inercia. No se entregó ni empleó en ningún momento, no humilló, pasaba siempre a media altura, pero Enrique le administró la medicina necesaria para que pareciera algo potable. Le dio la distancia y la altura que pedía tapándole muchos de sus defectos a base de técnica y temple. Un par de tandas en redondo fueron lo mejor de la faena, largura y profundidad en sus muletazos, poniéndole muleta en la cara, tapándosela, llevándolo muy toreado. Surgieron los muletas como por arte de magia hasta que el toro se rajó. Una excelente estocada y una petición claramente mayoritaria no debieron ser suficiente argumento para quien ocupaba el palco y le negó a Enrique una oreja que según el reglamento debía haber cobrado. Con el cuarto, un toro falto de celo y empuje, que no se entregó ni humilló, el maestro de Chiva tan solo pudo poner las ganas propias de un novillero buscándole las cosquillas por ambos pitones llegando a robar una par de tandas al natural con hondura, pero la descompuesta embestida del de Zalduendo imposibilitó cualquier opción de triunfo.
Diego Urdiales cortó una oreja de peso al segundo, feo de hechuras, justo de trapío y lavado de cara que fue muy protestado de salida. Más aún cuando perdió las manos en el caballo y a la salida de los puyazos y que se mantuvo en pie porque los capotes anduvieron a la altura de la cima del monte Pagasarri. Pero Urdiales vio clara las cualidades del animal y labró una faena llena de torería, de reposo, de gusto, toreo con empaque, con sabor a otras épocas, temple, suavidad y ajuste en cada muletazo, redondos y naturales lentos y largos, series ligadas embutidas de clasicismo, la mano baja, la figura desmayada, la tela barriendo la arena, un deleite para los sentidos. Adornos, molinetes, trincherazos, cambios de mano, pases de la firma, todo con suavidad y muy despacio, que volvieron locos a los tendidos y un finadle faena al desuso de los tiempos actuales, por abajo, trincherillas de ensueño que precedieron a un estoconazo volcándose que pasaportó al de Zalduendo sin puntilla. Oreja de ley para Urdiales que no pudo rematar ante el quinto, un toro sin ritmo ni empuje al que le costaba un mundo pasar. Tiró de él Urdiales pero tan solo algunos muletazos sueltos brillaron aislados en medio de un trasteo carentet de continuidad y emoción.
Ginés Marín corrió igual suerte que sus compañeros de terna, tan solo uno de sus toros sirvió. Fue el sexto, el mejor de la corrida, porque con le tercero no tuvo ninguna opción porque se paró prácticamente en la segunda tanda de derechazos. No tuvo más aunque el jerezano lo intentó en vano. Pero el sexto sí, el sexto fue un buen toro que fue a más y al que Ginés entendió a la perfección y toreó con clase y calidad. Le dio las pausa que requería, lo llevó muy templado, con ritmo, todo muy suave, bajándole la mano poco a poco, regalándonos series de redondos y naturales excelentes, con largura y profundidad, enroscándose al de Zalduendo, ligando con un gusto exquisito, perfecto de colocación, adornado las series con cambios de mano y trincherillas desbordantes de sabor. Iba camino de un triunfo gordo, la media plaza que se congregó en Vista Alegre rugía en olés a cada muletazo, pero la espada le jugó una mala pasada y fue despedido con una calurosa ovación que recibió en los medios.
Ya mismo saltarán al ruedo de la capital vizcaína por de Victoriano del Río - Toros de Cortés para Antonio Ferrera, El Juli y José Mari Manzanares. Si hoy tampoco se llena Vista Alegre....
Antonio Vallejo
Ginés Marín corrió igual suerte que sus compañeros de terna, tan solo uno de sus toros sirvió. Fue el sexto, el mejor de la corrida, porque con le tercero no tuvo ninguna opción porque se paró prácticamente en la segunda tanda de derechazos. No tuvo más aunque el jerezano lo intentó en vano. Pero el sexto sí, el sexto fue un buen toro que fue a más y al que Ginés entendió a la perfección y toreó con clase y calidad. Le dio las pausa que requería, lo llevó muy templado, con ritmo, todo muy suave, bajándole la mano poco a poco, regalándonos series de redondos y naturales excelentes, con largura y profundidad, enroscándose al de Zalduendo, ligando con un gusto exquisito, perfecto de colocación, adornado las series con cambios de mano y trincherillas desbordantes de sabor. Iba camino de un triunfo gordo, la media plaza que se congregó en Vista Alegre rugía en olés a cada muletazo, pero la espada le jugó una mala pasada y fue despedido con una calurosa ovación que recibió en los medios.
Ya mismo saltarán al ruedo de la capital vizcaína por de Victoriano del Río - Toros de Cortés para Antonio Ferrera, El Juli y José Mari Manzanares. Si hoy tampoco se llena Vista Alegre....
Antonio Vallejo
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