viernes, 23 de agosto de 2019

Otro que sobra en los toros


Otro más a sumar a la por desgracia larga lista de personajes que son perfectamente prescindibles en los toros a los que parece no entrarles en la cabeza que los protagonistas de la Fiesta son el toro, los toreros y el público. Se llama Matías González y lleva una feria en la que se está cubriendo de gloria y que ayer por fin agotó la paciencia y el buen comportamiento que tiene desde siempre la afición bilbaína. Ya se lo hizo a Manzanares hace dos días, pero lo de ayer fue de vergüenza. Negar la segunda oreja a Luis David en el sexto es repugnante, cuando todos, absolutamente toda la plaza era un clamor y una mar de pañuelos blancos pidiendo el segundo trofeo a este tipo no le dio la gana de sacar su pañuelo, impuso su capricho, su falta de conocimiento y su mala afición y además contribuyó a dar otra puñalada más a la Fiesta, robando la gloria del toreo que es la salida a hombros en una plaza de máxima categoría como es Vista Alegre. Ese pañuelo verde que sostiene en la fotografía es el que habría que sacarle a este tipo, Matías González, para hacerle desaparecer de la plaza, como a tantos otros que sufrimos demasiadas tardes. En Madrid estamos acostumbrados a estas fechorías por la presión de un sector minoritario que tiene acogotado al palco, acobardado a la hora de otorgar orejas con justicia, en Sevilla también saben de esto, que se  lo pregunten a Ferrera si no, en Málaga ni te digo, hace diez días Morante tuvo que aguantar que se violara el reglamento y no se le diera la oreja pedida por amplia mayoría, Zaragoza es otro ejemplo, y así podríamos seguir sumando plazas de primera y segunda en las que el palco quiere acaparar un protagonismo que no tiene ni debe tener.
Luis David entró ayer en el cartel por vía de la sustitución de Pablo Aguado quien no ha llegado tiempo de recuperarse para presentarse en Bilbao. Una sustitución ganada con las dos orejas que el hidrocálido cortó el lunes a dos toros de Torrestrella y que ayer demostró que no fueron fruto de la causalidad. ¡Qué toreo ayer el de Luis David!. Magistral, basado en la ortodoxia, el clasicismo, el temple y el gusto. Sensacional ante los dos toros de Domingo Hernández que lidió, entregado en el toreo de capa, encajado y acoplado a la perfección con la muleta, por ambos pitones, muy relajado, presentándosela planchada, enganchando a los toros alante, conduciendo la embestida con tremenda suavidad, corriendo la mano muy baja, vaciando siempre por debajo del palillo, con mucha naturalidad, relajado y seguro. Las series en redondo tuvieron una profundidad suprema, los naturales, hondos, fueron una delicia, acariciando la cara de los de Domingo Hernández. Todo lo hizo con torería, dos faenas exquisitas, llenas de sabor, que enloquecieron a los aficionados. Para colmo dos estocadas de órdago en la suerte de recibir, hundiendo el acero hasta la yema, quizás la del tercero levemente desprendida, la del sexto arriba. Dos estocadas fulminantes merecedoras de premio por sí solas. Una oreja en el tercero, vale, es posible que se pueda justificar por el leve defecto en la colocación, pero la del sexto no tiene excusa. La faena era, como mínimo, de oreja. Y la estocada fue de oreja, sí o sí.Lo que hizo el tal Matías González al negar el segundo trofeo es un atentado contra la Fiesta, es más, me atrevo a decir que contra la verdad y la pureza del toreo. Ayer nos robó la imagen de un torero saliendo a hombros de una de las plazas más importantes del mundo, serias y con rigor, pero que con actuaciones de tipos como el de ayer pierden esa categoría, rigor y seriedad ganados a pulso durante tantos años. ¡Que pena!.
Luis David tuvo el privilegio de hacer el paseíllo junto a dos auténticos monstruos del toreo, Enrique Ponce y El Juli, dos figuras de época, maestros de leyenda, dominadores del toreo en dos siglos, XX y XXI, sumando entre ambos 51 años de alternativa, 30 el valenciano y 21 el madrileño, eternos, atemporales, ¡y lo que nos queda por disfrutar de su toreo!, inmortales, ambos siguen igual que cuando debutaron, con la misma frescura y las ganas, la disposición, la entrega, el compromiso y la profesionalidad del primer día, en todas las plazas, sin guardarse nada, un ejemplo para todos, dos figuras que han hecho, hacen harán historia, irrebatibles seguramente. Lo de ayer fue, una vez más, una lección magistral de toreo ante la notable corrida de Garcigrande-Domingo Hernández, seria, abierta de cara, sin exageraciones, quizás algo bastita de hechuras pero todos en tipo, también notable de presentación en cualquier caso y que tuvo en general clase y nobleza, alguno como el segundo más soso y deslucido pero con fondo de casta y bravura en general. Una buena corrida sin duda.
Enrique Ponce sacó a relucir toda si tauromaquia, desde el cadencioso recibo a la verónica al primero, temple y compás en el capote, hasta la muerte del cuarto. Con el primero toreó relajado, desmayado y llegando a abandonarse en la primera mitad de faena, lo que duró el toro, series en redondo con perfecto acoplamiento, elegancia y mucho gusto en cada pase, sabor a toreo preciosista en el saludo genuflexo, llevándolo largo, por bajo, suave, temple y maestría, simplemente delicioso, tandas sedosas por el pitón derecho, repletas de sabor, con ritmo, adornadas con molinetes y cambios de mano celestiales  Por el izquierdo tan solo pudo componer una serie de naturales con enorme hondura y prestancia, el toro comenzó a protestar y a venirse por dentro, fue a menos y viró en sus condiciones, menor recorrido, soltando la cara. Portentoso Ponce para variarle la altura y la distancia y reconducirlo en la muleta de manera prodigiosa. Lástima que tras la entera que dejó al primer encuentro tardara en doblar, dos descabellos esfumaron la posibilidad de oreja, pero escuchó una gran ovación en reconocimiento a su magnífica faena. Ante el cuarto, un toro que al contralor que el anterior fue de menos a más volví a soñar el toreo con el Ponce más arrebatado tras un inicio de faena basado en su técnica infinita que fue embarcando al toro para acabar toreando a placer, abandonado, encajado, toreo nacido del alma e interpretado con el corazón que desbordó las emociones y los sentimientos. Seis reunidas, erguida la figura, sueltos los brazos, desmayando el gesto, ciñéndose la embestida, la mano muy baja, natural y elegante, cada redondo un cartel, cada natural un sueño, hechizo en la muleta, la magia del toreo. De nuevo la espada diluyó la posibilidad de oreja, pero el arte y lo que me hizo sentir está por encima de los números, solo así entiendo y vivo el toreo y quiero seguir haciéndolo.
Casi lo mismo que sentí ayer con Ponce lo podría repetir y aplicar a Juli. Dos toros de muy distinta condición, el segundo soso y deslucido, decía poco o más bien nada, pero Juli tiró de él con portentosa técnica, haciéndolo todo, obligándole a pasar por donde no quería, poniéndole la muleta en la cara, mandando, llevándolo por bajo, robando muletazos y tandas de mucho mérito pero sin poder llegar a los tendidos por la falta de emoción del Garcigrande. Una faena para aficionado, para apreciar la gran capacidad lidiadora de este maestro del toreo, uno de los pocos de sacar algo de donde no hay nada y tapar muchos defectos de los toros. Ante el quinto surgió con majestuosidad el mando y el poder de Juli. Un toro que tendía a irse al que el madrileño sometió con una maestría difícilmente igualable. Le consintió en los primeros compases, le concedió todas las ventajas, le dejó creerse el rey, poco a poco, sujetándolo con una suavidad y una facilidad increíble, hasta  que llegó el momento de enseñarle quien era realmente el rey. Series maravillosas en redondo, con una largura tremenda, series rotundas, como le escuché una vez al maestro Antoñete, de arriba a abajo y de fuera a dentro. Poder de mano baja, sometimiento, toreo reunido y encajado, naturales que parecían imposibles por la falta de ritmo y entrega del toro pro el pitón izquierdo pero que en la muleta de Juli se hicieron realidad. Una faena que, una vez más, me dejó boquiabierto, una faena de técnica, conocimiento, mando y también gusto y arte, faena de mucha importancia a un toro noble pero que tenía sus cosas y que tuvo la gran suerte de hacer en las manos del maestro quien lo hizo mejor de lo que era. Se tiró a matar con todo y dejó un estoconazo en todo lo alto que pasaportó al de Domingo Hernández y sirvió para cobrar una oreja de ley.
Fue, de nuevo, una gran tarde de toros en la que la plaza respondió, más de tres cuartos en una tarde soleada y de agradable temperatura. Buenos toros, extraordinarios toreros, todo bien....hasta que el del palco quiso dar la nota y lo fastidió (con j). Otro que sobra.

Antonio Vallejo

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