jueves, 15 de agosto de 2019

Ponce y Morante, maestría, vergüenza torera y duende en La Malagueta


Después de la apoteosis poncista el pasado 10 de agosto en El Puerto de Santa María donde el maestro de chiva indultó al toro Fantasía, de Juan Pedro Domecq, no podía dejar pasar la oportunidad de abandonar por unas horas mi descanso vacacional en Sotogrande, coger el coche y recorrer los poco más de 100 Km que me separan de la capital de la costa del Sol. La ocasión lo merecía, por varios motivos. Por un  lado ver cómo había quedado la coqueta plaza malagueña tras la reforma que la ha mantenido cerrada prácticamente un año y que por lo que he comprobado ha afectado tan solo a los pasillos y corredizos de la plaza, más amplios y cómodos, con los accesos a los tendidos mejorados, pero  sin tocar nada de la estructura de la plaza, manteniendo la belleza y el encanto que tiene. Por otro lado el cartel, por sí solo suficiente reclamo, Enrique Ponce, Javier Conde y Morante de La Puebla con los toros de Juan Pedro Domecq. Me quedé sin ver a Ponce en Madrid por culpa de la grave lesión de rodilla que le ha mantenido apartado de los ruedos todos estos meses pero de la que se ha recuperado en tiempo récord gracias a su sacrificio, su pundonor y sus ganas por volver a vestirse de luces, al igual que me ocurrió con Morante, en este caso por otros motivos, porque dijo no al famoso bombo de Simón Casas, para mi con acierto y en una decisión que aplaudo y apoyo, aunque me fastidiara no poder disfrutar de su arte y torería en Las Ventas. 
Y ha merecido la pena, aunque está claro que iba soñando con un resultado final muy distinto al que ha sido, pero tanto Ponce como Morante me han llenado el alma taurina cada uno en una faceta distinta. Me hubiera encantado estar estas horas contándoles faenas de antología, puertas grandes y salidas a hombros, pero no ha sido así. La tarde  quedó en dos vueltas al ruedo, Ponce y Morante, y una ovación con saludos desde el tercio para Conde en lo que a números y estadísticas se refiere, pero eso es un balance muy frío, en las antípodas de lo que para mi es una tarde de toros. Para mi el toreo, todos ustedes lo saben,  es mucho más que eso, es emoción  sentimiento y belleza, y eso me la han dado Ponce y Morante. Lo que me va a quedar en el recuerdo la tarde de ayer en La Malagueta es la constatación de que tenemos la inmensa suerte, el inmenso privilegio, de poder disfrutar de Enrique Ponce, el torero más grande de la historia que de nuevo dio una lección de entrega, verdad, pundonor, profesionalidad y vergüenza torera ante el cuarto de la tarde, y de disfrutar con Morante, el duende, el dueño del pellizco, quien con una verónica, un trincherazo o uno de los naturales que le pegó al sexto es capaz de llevarte al paraíso del toreo. Ese sería, para mi, el resumen perfecto de lo que fue la corrida de ayer en La Malagueta.
Y si se ha quedado en eso fue debido a la floja corrida que Juan Pedro Domecq mandó ayer. Un encierro de escaso juego, justo de fuerzas, con clase, nobleza y colaboración en varios ejemplares - veáse primero, segundo, quinto y sexto - pero a la que le faltó, a mi modo de ver, empuje y casta. Tampoco me maravilló por su presentación, muy desigual,  algunos un poco justitos de presencia para una plaza de primera como es La Malagueta, agradables de cara en general, destacando para mi gusto el precioso jabonero que hizo primero, bajo, proporcionado, serio, el de mejores hechuras sin duda, y posiblemente el quinto, más alto y con más caja, vuelto de pitones, muy serio. Eso sí, a nadie se le ocurrió sacar pañuelos ni sábanas verdes si la tablilla marcaba tal o cual peso, nadie montó la tercera guerra mundial si un toro estaba algo escurrido por detrás - que los hubo - o si tenía 3 centímetros más o menos de pitón. No, esperamos a ver su comportamiento, su embestida y su juego, y ahí es cuando se juzgó al toro. De verdad, da gusto vivir los toros sin crispación, sin tanta exigencia ni intransigencia, sabiendo que un toro de "solo" 514 Kg y astifino puede herir o matar a un hombre y que sin ese toro embiste, tiene clase, emoción y te llega a los más profundo de los sentimientos a nadie le va a importar como estaba hecho de cuartos traseros. Y por eso no se pierde ni un átomo de seriedad, es más, creo que lo que se hace es respetar al toro y, sobre todo, a quien se juega la vida delante de su cara, sin "miaus" absurdos ni gritos e insultos a destiempo. Ayer Málaga vivía el primer día de su feria, el ambiente era festivo, como no podía ser de otra manera, los aficionados íbamos a disfrutar del toreo, pero sin ánimos preconcebidos ni fobias injustificables, juzgando con rigor lo que pasó en el ruedo, ovacionando lo que se hizo bien, criticando y censurando lo que se hizo mal a su debido tiempo y sabiendo premiar en su medida la labor de cada matador, sin dejarse llevar por triunfalismos desmedidos ni pedir orejas porque sí, con rigor, al menos a mi entender. 
Como comentaba antes, Enrique Ponce dio una nueva lección de lo que significa ser torero, una lección de profesionalidad y amor profundo al toro y al toreo. Es algo increíble verle fino como cuando debutó, en perfecta forma física, admirable si además consideramos que viene de una lesión de rodilla que le ha tenido apartado meses. Cualquiera, más aún cuando vas a cumplir 30 años de alternativa, su hubiera planteado que podía ser el momento de decir adiós, además a lo grande. Enrique no. Ama y respeta tanto a esta profesión que, a base de esfuerzo y sacrificio ha vuelto para seguir mostrándonos lo que es ser el más grande de la historia. Y por lo que vi ayer quedan muchos años para seguir soñando con su Arte y su entrega. Yo creía que la eternidad y la inmortalidad eran conceptos abstractos, que no tenían forma ni figura. Me equivocaba. La eternidad y la inmortalidad se llaman Enrique Ponce, deidad del toreo. Ayer nos lo demostró con el primero, el preciso jabonero que les comentaba, bellísima lámina, bajo, armónico, cornidelantero y muy astifino, con 499 kg, ¡para qué más si tenía unas hechuras magníficas!. Un toro con fondo de clase y nobleza pero que desde muy pronto se le vio lo justo de fuerzas que iba. Ponce lo cuidó en el capote y en el caballo - lo picó de maravilla José Palomares, dos puyazos delanteros y de perfecta medida en el castigo - y en la muleta lo mimó y condujo con la suavidad que solo él sabe administrar, poco a poco, cuidando la altura, muy templado, sin obligarle en demasía para poder dibujar un par de tandas en redondo con relajo y mucho gusto, llevándolo muy toreado, la cara tapadita, consintiéndole, sacando cuanto el juampedro llevaba dentro. Todo cuanto se le podía hacer al toro lo hizo Ponce a base de técnica y maestría, saludando desde el tercio la ovación de unos tendidos que entendieron a la perfección el saber y el conocimiento de un grandísimo maestro. Por cierto, ese primer toro lo brindó al público, e hizo lo mismo con el cuarto, demostración de las ganas con las que ha vuelto. Lo que hizo ante ese cuarto fue para ponerse en pie y no dejar de aplaudirle jamás, VERGÜENZA TORERA, así, con mayúsculas. Como si fuera un novillero que inicia su carrera y tiene que ganarse los contratos, así estuvo Ponce. Se queda corto el juampedro, se revolvía, soltaba la cara, un toro con mucho peligro, toro complicado y exigente ante el que Enrique bregó y lidió a la perfección para luego torear como solo se podía hacer, retrasando la muleta, enganchándolo en la cadera para así alargar el viaje y sacar los redondos y naturales que sacó. Se la jugó de verdad, el toro le buscaba los tobillos, Enrique no se amilanó y le plantó cara, acortando las distancias, metiéndose en los terrenos del toro, ejemplo de valentía y compromiso, ejemplo de ganas y entrega. Repito, como si tras casi 30 años de alternativa tuviera que demostrar algo. falló con la espada, no hubo oreja, pero dio igual, la vuelta al ruedo fue apoteósica, la plaza en pie, un clamor, rendida al eterno e inmortal número uno. Un detalle que dice mucho, la faena fue acompañada por la  música, la banda  le dedicó el pasodoble "Manolete", que no lo hace con cualquiera, dice mucho de quien estaba en el ruedo. ¡Olé!.
Javier Conde toreaba en casa, no en sentido figurado, en sentido real, no solo por ser malagueño, sino porque su casa está a escasos metros de la plaza. Y se notaba en le ambiente, los aficionados locales tenían ganas de verle desplegar ese toreo agitanado que lleva dentro. No digo que su lote fuera bueno, pero sí creo que en conjunto fue posiblemente el de más opciones, especialmente el que hizo segundo, que creo que tenía un pitón derecho con bastantes opciones. Sinceramente creo que a ese toro se le pegó mucho en el caballo y que entre ese castigo y que Conde lo "rompió" con un muletazo obligándole mucho por bajo que hizo que el juampedro rodara por los suelos las opciones de lucimiento que pudiera llevar se esfumaron por completo. Y Javier Conde fue, pues eso, Javier Conde, lo que tantas veces se ha visto y lo que a nadie puede extrañar a estas alturas, con muchas precauciones y bastante desconfianza, sobre todo a la hora de entra a matar. Escuchó pitos. Con el quinto, otro que también tenía un muy buen pitón derecho, se estiró de capa, tres verónicas por ese pitón tuvieron mucho sabor, lentas, acompasadas, con sumo gusto, arrancando los olés de sus paisanos. La faena de muleta tuvo sus detalles, derechazos templados, alguno muy lento ejecutado con gusto, componiendo la figura, pero a media altura, sin bajar la mano. Junto a eso otros muletazos desajustados que llevar a un trasteo intermitente, falto de ritmo ni continuidad, destellos de arte aislados que no llegaron a tomar vuelo. Mató de casi media en el rinconcito de Ordoñez, tremendamente efectivo, y se le escuchó perfectamente que le dijo a su cuadrilla: "¡Dejadlo!, está reventao!. Así fue, el juampedro rodó como una pelota. Recogió desde el tercio una cariñosa ovación en premio a los detalles sueltos de gusto, aunque faltara profundidad en su toreo, dicho sea.
Morante de la Puebla no se anduvo con tonterías con el manso tercero. Un toro infumable, huidizo, que buscaba siempre las tablas, que reuhía capotes, caballo, muleta, todo lo que significara batalla. Soltando la cara, a la defensiva, no tenía un pase, y el de la Puebla hizo lo único que había que hacer, abreviar y matar lo más rápido posible evitando muletazos o mantazos sin sentido que solo llevan al tedio y a prolongar artificialmente una faena que no llevaba a nada. No comparto para nada los pitos que algunos dedicaron a Morante. Pero el duende siempre está ahí, el pellizco puede surgir en cualquier instante si José Antonio Morante está en el ruedo. Dos verónicas que paralizaron las agujas del reloj de la catedral fueron el aperitivo de una faena repleta de sabor y torería, gusto y Arte, sobre todo al natural, temple y hondura, toreo puro, añejo, de otros tiempos, el cartucho de pescado, molinetes y trincherazos que agitaron los sentimientos y colmaron la emoción del alma, olés profundos, roncos, desde el corazón de La Malagueta hasta la calle Larios, acallando la música de una feria que daba sus primeros pasos, olés que seguro algún niño escuchó y que hizo que le dijera a su padre, yo quiero ser torero. Petición de oreja claramente mayoritaria que el palco desestimó pasándose el reglamento por el forro, como hizo previamente en el quinto al cambiar el tercio con un solo puyazo, cuando en plazas de primera es obligatorio entra al menos dos veces al caballo. La vuelta al ruedo de Morante fue, igual que la de Ponce, apoteósica, lluvia de romero en la noche malagueña que con la brisa de levante cubrió de aromas toreros a toda la ciudad.
Ponce y Morante, Morante y Ponce, la maestría, el pundonor, la entrega, la clase, el gusto, el duende, el pellizco, en resumen, EL TOREO.

Antonio Vallejo

P.D: Como bien me ha apuntado a través de Twiter mi buen amigo y gran aficionado Luis Felipe Utrera- Molina, se ma ha pasado un hecho de enorme relevancia que se produjo en la corrida. Justo en le. momento en que le paseíllo finalizaba la banda de música comenzó a interpretar el Himno de España, con toda la plaza en pie, en respetuoso silencio que tan solo se rompió con una atronadora ovación cuando el último acorde de nuestro himno dejó de sonar. Yo creo que debiera hacerse obligatorio la interpretación de nuestro Himno en cada paseíllo de cada plaza. Los toros son parte fundamental de nuestra tradición y nuestra cultura, son parte vital de nuestra esencia como pueblo, y nada mejor que los símbolos que nos unen y representan a todos presentes en cada festejo taurino, la bandera  y el himno, como señas de identidad. Gracias Ipe por recordarme este importante detalle que me dejé en el tintero y que dio aún más brillo a la reapertura de La Malagueta.

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