El toreo es sentimiento y pasión, es una emoción que
no se puede explicar con la palabra ni la razón, es una sensación que te recorre
de pies a cabeza, que te llena el alma y te lleva a un estado de gozo y
embriaguez emocional único. Para alcanzarlo tan solo se necesita un toro y un
torero, algo tan simple y tan complicado a la vez, algo mágico e hipnótico que
hace que el mundo se pare durante diez
minutos y nada exista más allá. Ayer pamplona vivió la embriaguez del toreo y
el éxtasis de la emoción. Fue con una corrida sensacional de Nuñez del Cuvillo
y con tres matadores que sembraron de arte el coso de la Casa de Misericordia.
La corrida de Nuñez del Cuvillo fue, simplemente,
perfecta. Matrícula de honor para D. Joaquín y todos los que en esas tierras
gaditanas de Vejer de la Frontera y Medina Sidonia eligieron las reses de ayer
para Pamplona. Seis toros de extraordinaria presentación, de magníficas
hechuras, muy serios, tremendos, pero todos con armonía y proporción, toros de
imponente y bellísima lámina, con el peso adecuado, entipados y con trapío.
Siendo así, ¿cómo no iban a embestir como lo hicieron?. Una corrida con clase,
nobleza, raza y bravura que cumplió con nota muy alta, que hubiera sido aún más
apoteósica de lo que fue si la espada no se hubiera cruzado en el camino del
triunfo histórico, una corrida en la que nombres como Turulato, Aguaclara, Arrojadizo, Pregonero y Rosito perdurarán en la memoria de los aficionados por ser
grandísimos toros. Una corrida que debe ser sin duda la acaparadora de todos
los premios de San Fermín a la mejor
corrida y de la que debe salir también el mejor toro de la feria a no ser que
alguno de La Palmosilla hoy sábado o de Miura mañana domingo diga lo contrario,
pero sinceramente lo dudo.
A ese superlativo encierro hay que sumar la presencia
de tres matadores auténticas figuras del toreo, Antonio Ferrera, Miguel Ángel
Perera y Cayetano, cada uno en su registro, que por una tarde lograron que la
embriaguez alcohólica habitual de Pamplona se vinera abajo y se transformara en
la embriaguez del arte y la emoción. Antonio Ferrera solo pudo lucir su toreo
en el quite por chicuelinas puesto que el que abrió plaza fue el único que
desentonó del encierro de Cuvillo al llegar a la muleta defendiéndose, soltando
la cara, sin calidad alguna, pero el velar-extremeño mostró firmeza y seguridad
en un faena sin brillo pero con enorme mérito por las dificultades del Cuvillo.
Otra cosa fue el cuarto, ante el que desplegó ese toreo relajado, demayado,
cadencioso, repleto de clase y gusto, andando delante de la cara con una
torería infinita, enroscándose al toro en redondos de una calidad superior,
esta vez con la ayuda montada, para alcanzar el culmen con unas tandas de
naturales divinas, hondas, ligadas con un temple y una suavidad de lino y seda,
naturales vaporosos al aire de Pamplona que remató con una entera arriba
volcándose sobre el morrillo sin tener
miedo de no llegar a mañana. Una oreja de ley en el toro de la merienda que
ayer se quedó a medio consumir ante los ojos atónitos de unos aficionados que
rápido se dieron cuenta que era mucho más sabroso el toreo que cualquiera de
los manjares que habitualmente degustan a esas horas. Tampoco en el quinto, Pregonero, pudieron seguir con la
merienda, el toreo les iba a saciar de sobra. No hacía falta comida ni bebida
para colmar las satisfacciones que cada cual quisiera disfrutar. Miguel Ángel
Perera ya lo comenzó a apuntar en el segundo, un toro bravo y con raza al que,
por ponerle un pero, le faltó algo más de duración, ante el que sacó a relucir
su poderío y su mando, la mano baja, la figura vertical, rotundo, especialmente
en tres tandas gloriosas por el pitón derecho, ligadas muy abajo, enroscándose
al toro, él estático, dominando la embestida con un golpe suave de muñeca,
emoción y transmisión, la llave que abre la caja de los sueños toreros. Lástima
que la espada se le fuera abajo porque iba camino de una oreja. Como decía,
esos apuntes del segundo se convirtieron en un torrente de toreo ante el
quinto, haciendo que más de uno recogiera la merienda y se la guardara para
otro momento mejor. Pregonero fue un
jabonero precioso al que Javier Ambel lo cuidó y mimó en la brega, sensacional
lidiador y banderillero, otro más de la larga lista de toreros de plata que
llenan este momento de auténtico oro en este escalafón. El Cuvillo llegó a la
muleta con una fuerza y una clase descomunal, pronto, bravo, repetidor, con
humillación, embistiendo con nobleza desde el inicio del extremeño rodillas en
tierra, llevándolo largo, por abajo para incorporarse, pegar un cambiado de
auténtico lujo y comenzar a torear en redondo con una verdad y una profundidad
que llevaron la locura a los tendidos. Poderoso y con inmensa calidad, redondos
y naturales enroscándose al Cuvillo, siempre en el sitio, sin rectificar,
series ligadas enganchando al toro con la muleta adelantada, con la mano muy
baja, una maravilla de este inmenso torero que es Perera. Y cuando Pregonero comenzó a ir a menos acortó
las distancias, pisó esos terrenos que en él son habituales y en las cercanías,
metido entre los pitones, cuajó omento
de una intensidad estratosférica, todo con verdad, sin alivios, circulares
limpios, pases por ambos pitones sin inmutarse, Pamplona desbordada. Lástima
que un pinchazo precediera a la fantástica estocada y que todo quedara en una
oreja de total justicia, porque todo apuntaba a las dos. Importantísima tarde
de Perera que rozó el cielo.
Pero la tarde de ayer era para Cayetano, estaba
escrito en algún sitio, tenía que ser y fue, alcanzó el cielo. Su abuelo y su
padre ya lo hicieron en Pamplona, fueron toreros predilectos de la afición
navarra, en México les llaman consentidos, como lo es ahora Ponce en el Embudo
de Insurgentes. Tanto Antonio Ordoñez como Paquirri conquistaron San Fermín en
su momento, como Padilla durante los últimos años o como lo hará Roca Rey en el
futuro, seguro. Pero el caso de Cayetano y su idilio mutuo con Pamplona y San
Fermín creo que es especial. Comenzaba esta entrada diciendo que el toreo es
sentimiento y pasión, y Cayetano es eso. Cayetano es un imán que atrae por esas
dos cualidades, es puro sentimiento y pasión, es raza y carácter, es entrega y
dignidad, es verdad y transparencia, y a eso hay que añadirle clase y torería.
Todos los que me conocen saben que Cayetano es uno de mis toreros predilectos,
que le admiro tanto por lo que hace en las plazas como fuera de ellas, por su
compromiso diario ante todas las aficiones y también por su compromiso en
defensa de la tauromaquia, de nuestras esencias y tradiciones, en definitiva,
de nuestra España. Muchos le tratan de desmerecer porque dicen que atrae a
muchas mujeres a las plazas, argumento con le que quieren restar mérito a sus
triunfos. ¡Como si fuera malo que las mujeres fueran a los toros! Vamos, que no
soy precisamente sospechoso de gustarme las tonterías de la paridad y la
igualdad, es más, por ejemplo en Las Ventas me encanta ver el aspecto de los
tendidos las tardes que Cayetano ha toreado. Sí, como taurino que soy me gusta
la belleza, y esas tardes la belleza de arte está en el ruedo y la femenina en
los tendidos. Y uno disfruta viendo mujeres guapas, soy así, es un gusto
disfrutar del toreo y la belleza femenina a la vez, y lo considero un honor.
¿Un orgullo? Pues miren, no, eso se lo dejo a quienes tienen el gusto
desafinado.
Ayer no fue este el caso, ayer las peñas eran las de
todos los días y los abonados de sombra los habituales, desmontando el
argumentario de cierto sector purista. De igual modo Cayetano fue ayer el de
siempre, sangre Rivera y sangre Ordoñez que se fundieron en el capote y la
muleta del madrileño. Raza y pasión, arte y torería que hicieron que la afición
pamplonesa llegara al delirio colectivo en dos faenas de enorme transcendencia.
Su sangre Ordoñez empapó su capote en las verónicas de saludo al sexto, Rosito, exquisitas, templadas, suavidad,
acunando al toro con la misma dulzura
que tantas veces habrá acunado a sus hijos, acompañando la embestida con la
cintura y una media divina, aromas a Ronda, homenaje al toreo monumental de su
abuelo. Clase y elegancia en la muleta ante el tercero, un toro con boyantía al
que prologó su faena con pases por alto templados que hilvanó con un molinete
de rodillas en el que vimos a su padre. Buen toro, con clase, que humilló y
repitió, con largura en su embestida y buen son al que Cayetano muleteó con
gusto y temple aunque quizás faltara un punto de ritmo para acabar de romper
como parecía. Series en redondo y al natural con acople y gusto pero quizás con
algo de falta de profundidad que culminó con un estoconazo brutal que pasaportó
al de Cuvillo sin puntilla. Solo la estocada mecía la oreja, pero la afición
pidió con insistencia y mucho ruido la segunda oreja que fue concedida por el
presidente. Quizás fuera excesiva, quizás una oreja hubiera sido un justo
premio, pero no hay que olvidar que el toreo es, en su origen, una fiesta, y
que el público juzga según lo que siente. Ayer pamplona sintió a Cayetano en
este tercero y pidió las dos orejas, y me parece bien. Cada plaza y cada
afición tiene su idiosincrasia, y Pamplona quizás más que ninguna, así que me
parece perfecto que Cayetano cortara las dos orejas a ese toro, si hay que
pecar que sea por exceso, no por injusticia. ¡Ah! Y esa segunda oreja a nadie
que tenga un mínimo de sensatez le puede parecer que reste un átomo de seriedad
a Pamplona y sus sanfermines.
Con lo que para mi no hay discusión es con lo que
ocurrió con Rosito, el sexto de
Cuvillo, al que recetó las verónicas rondeñas que relataba tras saludarlo con
una larga cambiada de rodillas paquirriana, sus dos sangres fluyendo juntas por
sus venas para empapar el capote en un galleo por chicuelinas celestial para
llevar a Rosito al caballo. Cayetano
conoce Pamplona a la perfección y supo dar a la afición lo que pedía, y con
ello nos dio a todos los aficionados el toreo que soñamos. Para empezar, brindó
el toro a Indurain, ¿algo más para poner la plaza a sus pies?. El arranque de
faena sentado en el estribo para después hincar ambas rodillas en tierra y
llevar al toro en largo y por bajo en muletazos templadísimos puso a los
tendidos en estado de ebullición. Todo lo que vino después fue una borrachera
de toreo. Series en redondo ligadas con temple y clase, despacio, relajado, con
largura y mano baja, perfecto de colocación y ritmo, series al natural que
alcanzaron un nivel estratosférico, con una hondura suprema, ligadas con una
suavidad pasmosa, embarcando la embestida en unos vuelos que flotaban en el
aire. Toreo de primerísima calidad con Cayetano entregado y Pamplona rendida a
su ídolo. En el epilogo de faena afloró el Rivera más puro y verdadero, una
serie por el pitón derecho mirando al tendido, molinetes, pases afarolados y
adornos finales de rodillas que hicieron que los tendidos deliraran de emoción.
Se volcó a matar con un estoconazo fulminante y las dos orejas de Rosito se fueron al esportón de Cayetano
sin discusión alguna. Vuelta al ruedo para este sexto, honor que compartió con
el quinto para culminar una antológica tarde de Nuñez del Cuvillo en la que
Ferrera y Perera perdieron la puerta grande por la espada, una puerta grande
que el madrileño cruzó a hombros de unos aficionados enloquecidos que no
olvidarán la tarde del 12 de julio de 2019 que tenía escrito en algún rincón de
los sueños taurinos un nombre:
Cayetano, Rivera y Ordoñez, ¿hace falta añadir algo
más?.
Antonio Vallejo
No hay comentarios:
Publicar un comentario