sábado, 13 de julio de 2019

8ª de San Fermín: Cayetano, Rivera y Ordoñez


El toreo es sentimiento y pasión, es una emoción que no se puede explicar con la palabra ni la razón, es una sensación que te recorre de pies a cabeza, que te llena el alma y te lleva a un estado de gozo y embriaguez emocional único. Para alcanzarlo tan solo se necesita un toro y un torero, algo tan simple y tan complicado a la vez, algo mágico e hipnótico que hace que el  mundo se pare durante diez minutos y nada exista más allá. Ayer pamplona vivió la embriaguez del toreo y el éxtasis de la emoción. Fue con una corrida sensacional de Nuñez del Cuvillo y con tres matadores que sembraron de arte el coso de la Casa de Misericordia.
La corrida de Nuñez del Cuvillo fue, simplemente, perfecta. Matrícula de honor para D. Joaquín y todos los que en esas tierras gaditanas de Vejer de la Frontera y Medina Sidonia eligieron las reses de ayer para Pamplona. Seis toros de extraordinaria presentación, de magníficas hechuras, muy serios, tremendos, pero todos con armonía y proporción, toros de imponente y bellísima lámina, con el peso adecuado, entipados y con trapío. Siendo así, ¿cómo no iban a embestir como lo hicieron?. Una corrida con clase, nobleza, raza y bravura que cumplió con nota muy alta, que hubiera sido aún más apoteósica de lo que fue si la espada no se hubiera cruzado en el camino del triunfo histórico, una corrida en la que nombres como Turulato, Aguaclara, Arrojadizo, Pregonero y Rosito perdurarán en la memoria de los aficionados por ser grandísimos toros. Una corrida que debe ser sin duda la acaparadora de todos los premios de San Fermín  a la mejor corrida y de la que debe salir también el mejor toro de la feria a no ser que alguno de La Palmosilla hoy sábado o de Miura mañana domingo diga lo contrario, pero sinceramente lo dudo.
A ese superlativo encierro hay que sumar la presencia de tres matadores auténticas figuras del toreo, Antonio Ferrera, Miguel Ángel Perera y Cayetano, cada uno en su registro, que por una tarde lograron que la embriaguez alcohólica habitual de Pamplona se vinera abajo y se transformara en la embriaguez del arte y la emoción. Antonio Ferrera solo pudo lucir su toreo en el quite por chicuelinas puesto que el que abrió plaza fue el único que desentonó del encierro de Cuvillo al llegar a la muleta defendiéndose, soltando la cara, sin calidad alguna, pero el velar-extremeño mostró firmeza y seguridad en un faena sin brillo pero con enorme mérito por las dificultades del Cuvillo. Otra cosa fue el cuarto, ante el que desplegó ese toreo relajado, demayado, cadencioso, repleto de clase y gusto, andando delante de la cara con una torería infinita, enroscándose al toro en redondos de una calidad superior, esta vez con la ayuda montada, para alcanzar el culmen con unas tandas de naturales divinas, hondas, ligadas con un temple y una suavidad de lino y seda, naturales vaporosos al aire de Pamplona que remató con una entera arriba volcándose sobre el  morrillo sin tener miedo de no llegar a mañana. Una oreja de ley en el toro de la merienda que ayer se quedó a medio consumir ante los ojos atónitos de unos aficionados que rápido se dieron cuenta que era mucho más sabroso el toreo que cualquiera de los manjares que habitualmente degustan a esas horas. Tampoco en el quinto, Pregonero, pudieron seguir con la merienda, el toreo les iba a saciar de sobra. No hacía falta comida ni bebida para colmar las satisfacciones que cada cual quisiera disfrutar. Miguel Ángel Perera ya lo comenzó a apuntar en el segundo, un toro bravo y con raza al que, por ponerle un pero, le faltó algo más de duración, ante el que sacó a relucir su poderío y su mando, la mano baja, la figura vertical, rotundo, especialmente en tres tandas gloriosas por el pitón derecho, ligadas muy abajo, enroscándose al toro, él estático, dominando la embestida con un golpe suave de muñeca, emoción y transmisión, la llave que abre la caja de los sueños toreros. Lástima que la espada se le fuera abajo porque iba camino de una oreja. Como decía, esos apuntes del segundo se convirtieron en un torrente de toreo ante el quinto, haciendo que más de uno recogiera la merienda y se la guardara para otro momento mejor. Pregonero fue un jabonero precioso al que Javier Ambel lo cuidó y mimó en la brega, sensacional lidiador y banderillero, otro más de la larga lista de toreros de plata que llenan este momento de auténtico oro en este escalafón. El Cuvillo llegó a la muleta con una fuerza y una clase descomunal, pronto, bravo, repetidor, con humillación, embistiendo con nobleza desde el inicio del extremeño rodillas en tierra, llevándolo largo, por abajo para incorporarse, pegar un cambiado de auténtico lujo y comenzar a torear en redondo con una verdad y una profundidad que llevaron la locura a los tendidos. Poderoso y con inmensa calidad, redondos y naturales enroscándose al Cuvillo, siempre en el sitio, sin rectificar, series ligadas enganchando al toro con la muleta adelantada, con la mano muy baja, una maravilla de este inmenso torero que es Perera. Y cuando Pregonero comenzó a ir a menos acortó las distancias, pisó esos terrenos que en él son habituales y en las cercanías, metido entre los pitones, cuajó  omento de una intensidad estratosférica, todo con verdad, sin alivios, circulares limpios, pases por ambos pitones sin inmutarse, Pamplona desbordada. Lástima que un pinchazo precediera a la fantástica estocada y que todo quedara en una oreja de total justicia, porque todo apuntaba a las dos. Importantísima tarde de Perera que rozó el cielo.
Pero la tarde de ayer era para Cayetano, estaba escrito en algún sitio, tenía que ser y fue, alcanzó el cielo. Su abuelo y su padre ya lo hicieron en Pamplona, fueron toreros predilectos de la afición navarra, en México les llaman consentidos, como lo es ahora Ponce en el Embudo de Insurgentes. Tanto Antonio Ordoñez como Paquirri conquistaron San Fermín en su momento, como Padilla durante los últimos años o como lo hará Roca Rey en el futuro, seguro. Pero el caso de Cayetano y su idilio mutuo con Pamplona y San Fermín creo que es especial. Comenzaba esta entrada diciendo que el toreo es sentimiento y pasión, y Cayetano es eso. Cayetano es un imán que atrae por esas dos cualidades, es puro sentimiento y pasión, es raza y carácter, es entrega y dignidad, es verdad y transparencia, y a eso hay que añadirle clase y torería. Todos los que me conocen saben que Cayetano es uno de mis toreros predilectos, que le admiro tanto por lo que hace en las plazas como fuera de ellas, por su compromiso diario ante todas las aficiones y también por su compromiso en defensa de la tauromaquia, de nuestras esencias y tradiciones, en definitiva, de nuestra España. Muchos le tratan de desmerecer porque dicen que atrae a muchas mujeres a las plazas, argumento con le que quieren restar mérito a sus triunfos. ¡Como si fuera malo que las mujeres fueran a los toros! Vamos, que no soy precisamente sospechoso de gustarme las tonterías de la paridad y la igualdad, es más, por ejemplo en Las Ventas me encanta ver el aspecto de los tendidos las tardes que Cayetano ha toreado. Sí, como taurino que soy me gusta la belleza, y esas tardes la belleza de arte está en el ruedo y la femenina en los tendidos. Y uno disfruta viendo mujeres guapas, soy así, es un gusto disfrutar del toreo y la belleza femenina a la vez, y lo considero un honor. ¿Un orgullo? Pues miren, no, eso se lo dejo a quienes tienen el gusto desafinado.
Ayer no fue este el caso, ayer las peñas eran las de todos los días y los abonados de sombra los habituales, desmontando el argumentario de cierto sector purista. De igual modo Cayetano fue ayer el de siempre, sangre Rivera y sangre Ordoñez que se fundieron en el capote y la muleta del madrileño. Raza y pasión, arte y torería que hicieron que la afición pamplonesa llegara al delirio colectivo en dos faenas de enorme transcendencia. Su sangre Ordoñez empapó su capote en las verónicas de saludo al sexto, Rosito, exquisitas, templadas, suavidad, acunando al toro  con la misma dulzura que tantas veces habrá acunado a sus hijos, acompañando la embestida con la cintura y una media divina, aromas a Ronda, homenaje al toreo monumental de su abuelo. Clase y elegancia en la muleta ante el tercero, un toro con boyantía al que prologó su faena con pases por alto templados que hilvanó con un molinete de rodillas en el que vimos a su padre. Buen toro, con clase, que humilló y repitió, con largura en su embestida y buen son al que Cayetano muleteó con gusto y temple aunque quizás faltara un punto de ritmo para acabar de romper como parecía. Series en redondo y al natural con acople y gusto pero quizás con algo de falta de profundidad que culminó con un estoconazo brutal que pasaportó al de Cuvillo sin puntilla. Solo la estocada mecía la oreja, pero la afición pidió con insistencia y mucho ruido la segunda oreja que fue concedida por el presidente. Quizás fuera excesiva, quizás una oreja hubiera sido un justo premio, pero no hay que olvidar que el toreo es, en su origen, una fiesta, y que el público juzga según lo que siente. Ayer pamplona sintió a Cayetano en este tercero y pidió las dos orejas, y me parece bien. Cada plaza y cada afición tiene su idiosincrasia, y Pamplona quizás más que ninguna, así que me parece perfecto que Cayetano cortara las dos orejas a ese toro, si hay que pecar que sea por exceso, no por injusticia. ¡Ah! Y esa segunda oreja a nadie que tenga un mínimo de sensatez le puede parecer que reste un átomo de seriedad a Pamplona y sus sanfermines.
Con lo que para mi no hay discusión es con lo que ocurrió con Rosito, el sexto de Cuvillo, al que recetó las verónicas rondeñas que relataba tras saludarlo con una larga cambiada de rodillas paquirriana, sus dos sangres fluyendo juntas por sus venas para empapar el capote en un galleo por chicuelinas celestial para llevar a Rosito al caballo. Cayetano conoce Pamplona a la perfección y supo dar a la afición lo que pedía, y con ello nos dio a todos los aficionados el toreo que soñamos. Para empezar, brindó el toro a Indurain, ¿algo más para poner la plaza a sus pies?. El arranque de faena sentado en el estribo para después hincar ambas rodillas en tierra y llevar al toro en largo y por bajo en muletazos templadísimos puso a los tendidos en estado de ebullición. Todo lo que vino después fue una borrachera de toreo. Series en redondo ligadas con temple y clase, despacio, relajado, con largura y mano baja, perfecto de colocación y ritmo, series al natural que alcanzaron un nivel estratosférico, con una hondura suprema, ligadas con una suavidad pasmosa, embarcando la embestida en unos vuelos que flotaban en el aire. Toreo de primerísima calidad con Cayetano entregado y Pamplona rendida a su ídolo. En el epilogo de faena afloró el Rivera más puro y verdadero, una serie por el pitón derecho mirando al tendido, molinetes, pases afarolados y adornos finales de rodillas que hicieron que los tendidos deliraran de emoción. Se volcó a matar con un estoconazo fulminante y las dos orejas de Rosito se fueron al esportón de Cayetano sin discusión alguna. Vuelta al ruedo para este sexto, honor que compartió con el quinto para culminar una antológica tarde de Nuñez del Cuvillo en la que Ferrera y Perera perdieron la puerta grande por la espada, una puerta grande que el madrileño cruzó a hombros de unos aficionados enloquecidos que no olvidarán la tarde del 12 de julio de 2019 que tenía escrito en algún rincón de los sueños taurinos un nombre:
Cayetano, Rivera y Ordoñez, ¿hace falta añadir algo más?.


Antonio Vallejo

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