Corría el año 1999 cuando la casa SEAT lanzaba una campaña publicitaria de su modelo Ibiza basada en un anuncio cuyo protagonista era un joven toreando de capote en el campo y a la luz de la luna. Acto seguido ese joven aparecía vestido de corto caminando por los pasillos de la plaza de toros de Las Ventas junto a su cuadrilla y su mozo de espadas, llamándole la atención el flamante SEAT Ibiza rojo aparcado en el umbral de la Puerta Grande al que mira con deleite, envidia y resignación puesto que no contaba con edad para conducirlo. El anuncio finaliza con una frase del mozo de espadas que le dice: "todo llega, maestro", invitándole a tener paciencia. Aquel joven y entonces precoz protagonista es hoy en día una grandísima figura del toreo, Julián López "El Juli", madrileño, nacido en octubre de 1982, que por cuestión de edad tuvo que dar sus primeros pasos en el toreo fuera de España. Debutó como becerrista en Mont-de-Marsan (julio de 1995) a la edad de 13 años, se presentó con caballos en Aguascalientes (marzo de 1997) a la edad de 15 años y tomó la alternativa en Nimes (septiembre de 1998) contando 17 años. Tenía razón su mozo de espadas en aquel anuncio, todo llega. Le llegó su confirmación de alternativa en Las Ventas en mayo de 2000, a partir de ahí la consagración como máxima figura del toreo y esta tarde de 2 de mayo madrileño el honor de torear ante su afición en un día de especial significado e importancia por cuanto supone la reapertura de Las ventas tras 18 largos meses cerrada a cal y canto por esta maldita pandemia.
Todo llega, profético, para todos. También para los aficionados. Parecía que nunca íbamos a verlo, que este día no llegaría nunca. Pero no, ha llegado y lo hemos vivido y disfrutado como nunca. Tantas veces he pasado por delante de mi querida plaza durante este año infernal haciéndome la misma pregunta, ¿cuándo?, que al llegar a la explanada de Las Ventas y ver de nuevo el bullicio , el ir y venir de aficionados camino de las puertas por fin abiertas la emoción ha sido inenarrable, ¡que maravilla!, volver a vivir. De verdad, no encuentro palabras para describirles lo que he sentido, ganas de reír y llorar a la vez, un escalofrío recorriéndome el cuerpo, ese cosquilleo en el estómago propio de las grandes tardes, quizás ésta la que más en toda mi vida. La sonrisa alegre de todos se adivinaba bajo la obligatoria mascarilla, la misma sonrisa que dibujaban las hojas abiertas de todas las puertas de una plaza hasta ayer lánguida y en soledad durante meses, esperando este momento, sentimientos que llevaré siempre conmigo. Por momentos tenía la misma sensación de aquellos primeros días de colegio, los nervios por volver a encontrarme a los antiguos compañeros, ver si habían cambiado o no, la nueva clase, el nuevo pupitre, los libros, los profesores... Volvía a mi plaza, la conozco tan bien como conocía mi colegio, pero esta tarde era distinto, todo un tanto extraño, las puertas numeradas y de acceso obligatorio según el tendido, los asientos asignados de manera diferente al abono habitual, no se vendían almohadillas, faltaban esos amigos que en la puerta del tendido nos las proporcionan con amabilidad, tampoco funcionaban los bares, ni se vendían bebidas dentro del tendido. Y también, por qué no reconocerlo, cierto grado de incertidumbre e inquietud por ver caras conocidas de siempre, amistades forjadas durante tardes y tardes de afición compartida, o por enterarme de quienes, por desgracia, ya nunca volveremos a ver en los toros.
Han sido muchas las emociones y sentimientos, de una intensidad sobrecogedora que se ha desbordado en cuanto el sonido de clarines y timbales ha retumbado en la tarde madrileña y se ha escuchado el ruido del cierre y los goznes de la puerta del patio de cuadrillas, por fin abierta para que asomaran los matadores y sus respectivas cuadrillas en medio de una ovación atronadora con la plaza en pie ante el arranque del paseíllo más esperado y soñado por los 6.000 privilegiados que hemos tenido el honor de vivirlo allí mismo. Les juro que desde que con cuatro años mi abuelo materno me llevó por vez primera a una plaza de toros jamás había sentido algo como lo de hoy, y les aseguro que han sido muchísimas las emociones que esta bendita afición me ha proporcionado. Esta tarde significaba mucho y por fin la teníamos ahí, estábamos de nuevo viendo toros en Las Ventas, todo llega. Cuanto ocurriera desde ese instante iba a ser un regalo divino, un tarde solo para disfrutar pasara lo que pasara, poco me iba a importar, lo primordial ya estaba hecho, volver a los toros.
Y sí, Dios ha querido que esta tarde haya sido un regalo maravilloso, el que nos han brindado con su actuación desinteresada Diego Ventura, Enrique Ponce, Julián López "El Juli", José María Manzanares, Miguel Ángel Perera, Paco ureña y el novillero Guilermo García frente a reses de El Capea, Juan Pedro Domecq, Garcigrande, Victoriano del Río, Fuente Ymbro, Vegahermosa y El Parralejo respectivamente. Un elenco de lujo para un día tan especial en el que todos los fondos recaudados han sido destinados a la ayuda a todos los sectores del mundo del toro que tanto lo necesitan ante el olvido injusto y despiadado de este gobierno sectario y un Ministerio de Cultura vomitivo que reiteradamente les ha apartado de cualquier subvención o ayuda. Así que solo por el hecho de haber estado sentado en el tendido y contribuir a la causa, misión cumplida.
Prendió la mecha de la emoción Diego Ventura, un maestro de maestros a caballo, un genio de la tauromaquia que a lomos de una cuadra maravillosa nos regaló una faena de toreo pleno. Montando a Bronce, Dólar y Nazarí, joyas de este Arte del rejoneo, desató la locura en los tendidos, llevando al buen toro de El Capea - noble, con fijeza y buen tranco - con temple exquisisto, cosidos los pitones a la grupa y los costados de su cabalgadura, cual muleta planchada, en una faena de toreo vibrante a dos pistas, quiebros inverosímiles en la misma cara del toro, recortes en un palmo de terreno, adornos y cabriolas que pusieron a la plaza en pie. Un certero rejón de muerte perfecto de colocación que hizo doblar al toro de manera espectacular puso la guinda para que Ventura cortara dos orejas de ley pedidas con fuerza y por unanimidad. Mejor inicio imposible.
No tuvo suerte Enrique Ponce. Vio primero como tuvo que ser devuelto por inválido el toro de Juan Pedro Domecq que le correspondía por sorteo, un sobrero del mismo hierro tambié tuvo que ser devuelto tras descordarse en le primer puyazo y, para colmo, saltó como segundo sobrero un toro de El Capea preparado para rejones, con los pitones recortados, lo que cabreó , con razón y mucho, al público. No sé si no había previsto ningún otro animal de otro hierro en los corrales, me cuesta creerlo en una plaza como Las Ventas, pero me parece poco serio y digno de la primera plaza del mundo lidiar un toro de esas condiciones. Aunque sea un festival benéfico, por mucho que estemos pasando lo que estamos pasando y hay que ser más permisivos y menos rígidos para algunas cosas, hay otras que son inadmisibles. Esta es una de ellas y hay que cuidar mucho esos detalles. Si por lo menos hubiera salido bueno, quizás podría justificarlo, pero es que ni eso, un toro blando, justo de fuerzas, con cierta clase y nobleza, puede ser, pero pco o nada propicio para el lucimiento. Muy poco a destacar de la actuación de Ponce, tan solo algunos naturales con cierta hondura y calidad, pero todo enmarcado en un ambiente de indiferencia poco propicio, sin que tampoco haya visto especialmente entonado al valenciano, sin esa capacidad de otras veces para sacar de donde no hay a toros similares a este. Por si faltaba algo mató muy mal y la cosa acabó en un silencio respetuoso, algo que particularmente he agradecido porque esta tarde, como dije antes, era para disfrutar y no me hubiera gustado nada escuchar broncas aunque estuvieran más que justificadas en este toro.
Desde que asomó por la puerta de corrales fue fácil percibir que el toro de Garcigrande tenía mucho dentro de sus armónicas hechuras. Ritmo y humillación, clase y repetición que mostró ya en las verónicas de saludo de El Juli. Verónicas a compás, templadas, las manos bajas, desmayadas, abandonado, suavidad exquisita, muy despacio, ganado pasos a cada lance para rematar en los medios con una media de ensueño y de nuevo la plaza en pie rompiéndose las manos en una ovación clamorosa. Olés que retumbaron en Madrid después de tantos meses con un quite majestuoso a la verónica que el de Velilla ejecutó a la salida del primer puyazo, lentas, cadenciosas, deteniendo el tiempo, el mentón hundido en el pecho, rematado con otra media de locura, el éxtasis en los tendidos. Perfecta, además, la lidia. Sensacional tercio de varas, midiendo el castigo y picando delantero, así como extraordinario el tercio de banderillas a cargo de Álvaro Montes y José Nuñez que ayudaron mucho para que el de Garcigrande llegara a la faena de muleta en las mejores condiciones para sacar toda su clase. Emergió entonces un Juli magistral. antológico, que nos brindó una obra maestra de tauromaquia basada en en la colocación, el temple, el mando y la profundidad, emoción y transmisión, el toreo eterno. Series compactas a cada cual mejor, por ambos pitones, con ritmo, ligadas en una baldosa, muletazos profundos, muy largos, la mano baja, arrastrando la muleta, poderosos, rematando las series con descomunales de pecho, de pitón a rabo, otras veces por bajo, repletos de gusto y torería, olés y más olés atronadores para que todo el mundo se entere que el toreo volvía a Madrid, aunque les jo... Obra de Arte puro que tuvo su epílogo con u final por bajo celestial, andándole con más torería si cabe, trincherazos sublimes que el de Garcigrande tomaba como lo hizo desde le principio, humillando, barriendo la arena con el hocico, con clase, nobleza y fijeza. Una estocada monumental hizo rodar sin puntilla a este magnífico toro que fue despedido con una emocionante ovación en el arrastre. Dos orejas sin discusión alguna para Juli que pasarán con letras de oro a la historia del toreo.
José María Manzanares se las tuvo que ver con el toro más exigente de la tarde, uno de Victoriano del Río de excelente presentación, hondo, cuajado, muy serio, imponente de pitones, magníficas hechuras, muy en el tipo de la casa. De salido mostró movilidad y complicaciones, bravura y genio, apretaba y dejaba claro que no iba a ser fácil. Ese comportamiento lo mantuvo durante los primeros tercios y llegó a la muleta, como suele decirse, pidiendo el carnet de torero. En mi opinión Manzanares estuvo sensacional, sometiendo el genio y el carácter del de Victoriano a base de poder y mando, bajándole la mano, obligándole, tapándole la cara, muy metido en la muleta, sin apartársela, ligando de manera portentosa, amén de aguantar las miradas del toro, que medía y se revolvía al mínimo descuido, con sentido desarrollado, que sabía muy bien lo que se dejaba atrás. Así fueron surgiendo las series, primero por el pitón derecho, en redondo, profundos, luego por el izquierdo, naturales hondos, todo envuelto en emoción y transmisión ante el palpable riesgo. Repito, para mi faena de torero de verdad, serio, comprometido y entregado, épica y estética de la mano, rubricada con un espadazo de su firma. Quizás la espada cayera ligeramente trasera y por ese motivo retrasara unos segundos la muerte del toro. Es la única razón que encuentro para explicar que el alicantino se llevara solo una oreja como premio. A mi entender su faena ante este toro tan exigente y complicado merecía una oreja, y la estocada otra. Si sumo me salen dos. Por cierto, gran ovación al toro en el arrastre.
Al extremeño Miguel Ángel Perera le correspondió un precioso toro de Fuente Ymbro, de buenas hechuras, proporcionado y serio, que de salida no permitió el lucimiento pero que se fue entonando tras el paso por el peto de los caballos y permitió a Perera dibujar en la tarde madrileña un quite por chicuelinas muy templadas, despaciosas y ceñidas que remató con una garbosa revolera cargada de gusto y sabor a toreo del bueno. En la muleta fue fiel a su estilo, con un inicio de faena vibrante, plantado de rodillas en el mismo centro del anillo, dos cambiados por la espalda cargados de emoción para proseguir con series poderosas por el pitón derecho, la mano muy baja, estático, ligando sin rectificar, siempre en el sitio, clavado al piso, alargando el viaje, sensacional, para poner a la plaza una vez más en pie. Algo más incierta la embestida por el pitón izquierdo pero de nuevo el poderío de Perera termina por someter al fuenteymbro en naturales hondos ligados por bajo, al más puro estilo del extremeño. El toro fue algo a menos y acortó distancias para acabar en las cercanías desarrollando ese toreo en el que se siente tan cómodo, casi metido entre los pitones, pasándose al toro por uno y otro lado como si nada, circulares por la espalda, cambios de mano y remates por bajo para entrar a matar como un cañón, una entera quizás también algo traserita que pasaportó al de Fuente Ymbro y valió una oreja de peso para Perera.
Deslucido y soso resultó el sexto de Vegahermosa, sin entrega en el capote, la cara alta, escasa fijeza, suelto, sin emplearse en los priemros tercios. No mejoró en la muleta, pasaba sin más, desentendido, a media altura, sin chispa ni emoción. Para mi gusto Ureña estuvo muy por encima, sacando los pocos muletazos que tenía, bien colocado, conduciéndolo con temple, tirando de técnica, pero la sosería del toro truncaba cualquier atisbo de emoción. Trasteo aseado y correcto, carente de ritmo, que se veía que llevaba a nada más que a dejar patente la profesionalidad del murciano tratando de robar al menos un muletazo con cierto empaque, algo que solo pudo conseguir a cuentagotas. No anduvo acertado con los aceros y fue despedido en silencio.
El novillero madrileño Guillermo García se presentaba en Las Ventas en una tarde de gran responsabilidad en la que ha dejado patente que quiere y puede ser alguien esta difícil profesión. Se le ven buenas maneras en el manejo de los engaños, busca hacer bien las cosas, colocarse y templar, pero además ha demostrado lo más importante, actitud, ganas, valor y coraje. Así fue en el par de ocasiones que el novillo nada fácil de El Parralejo se lo echó a los lomos, reponiéndose como si tal cosa, sin siquiera mirarse, volviendo a la cara del animal. Además tuvo el bonito detalle de brindar su novillo a todos los maestros que le arroapron ene l cartel, algo que le honra y dice mucho de la manera de entender la profesión, el respeto ante todo. Tiene mimbres, esperemos que siga por buen camino y pronto le veamos anunciado en esta y otras muchas plazas.
Parecía imposible pero tras 18 largos meses con nuestra plaza de Las Ventas cerrada por fin vimos las puertas del cielo toreo abiertas para volver a sentir la emoción única de este Arte. Una tarde añorada y soñada que parecía imposible alcanzar.
Todo llega. ¡Viva el toreo eterno!
Antonio Vallejo
Increíble crónica Antonio.
ResponderEliminar¡Como escribes!. Una maravilla leerte, tuve la gran suerte de estar ahí, pero al leerte lo revivo y me doy cuenta que tenía razón en todo lo que sentí. Mucha emoción y aprecio por ser español.
Muchas gracias, Fernando. Tú lo has expresado a la perfección, emoción y sentimiento, eso es el toreo, y ser español lo es todo.
EliminarUn fuerte abrazo
Pedazo de crónica
ResponderEliminarGracias Ipe. Como siempre, intento contar lo que siento, porque el toreo es eso, sentimientos que llevan a la emoción y la pasión.
EliminarUn fuerte abrazo
Pedazo de crónica
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