Una tarde más a la deriva que no hacía presagiar nada bueno. Es más, iba camino de otra decepción ganadera en la que de nuevo los matadores anduvieron muy por encima de la corrida. Cuvillo decepcionó, Garcigrande naufragó, Parralejo suspenso en toda regla, tres tardes consecutivas con poco o nada que llevarse a la boca, e iba la cosa directa y sin freno hacia la cuarta frustración. Tanto que hubo que esperar al sexto toro, el último, para que sobre la bocina el peruano Andrés Roca Rey rescatara del abismo gutural al que caminaba sin remedio la mansa, desigual y justa de presentación y trapío corrida de Victoriano del Río. Tan solo creo que por presencia y hechuras destacó el tercero, quizás también pueda salvarse algo el primero, mientras que los demás estuvieron muy justitos, incluso alguno, como el quinto, impropio de una plaza de la categoría de Bilbao.
Se inventó una faena ante un toro manso y rajado al que sometió con una firmeza, un mando, un temple, una valentía y una fe ciega propia de la figura del toreo en la que ya nadie tenemos duda que se ha convertido. Es muy difícil torear tan bien como lo ha hecho Roca Rey en esta tarde de viernes. Alto, muy alto ha dejado el listón, difícil de igualar, toreo caro, toreo de muchos quilates, poderoso y artista a la vez, demostración del excelente momento que atraviesa, le vale cualquier toro y es capaz de hacer bueno a uno manso y rajado como ese sexto de Victoriano del Río. Pero ojito, que este triunfo rotundo del peruano no hace sino abrir la caja de los truenos en espera que mañana hagan su segundo paseíllo en esta Semana Grande dos monstruos de la tauromaquia, Enrique Ponce y Julián López "El Juli" que matarán junto a Diego Urdiales la corrida de Alcurrucén. Dinamita pura para la penúltima de las Corridas Generales. Viendo como están el valenciano y el madrileño presiento que vamos a ver algo muy grande en Vista Alegre puesto que ambos van a salir a comerse el mundo como si fuera la única tarde de la temporada. Así son estos dos grandísimos maestros, dos leyendas de la historia de la tauromaquia que no entienden más que de torear cada tarde con la máxima entrega y compromiso. Mañana más si cabe para dejar claro que ellos son los capos del toreo y que si les aprietan, responden.
Como ya he dicho, fue en el sexto, un toro largo, lavado de cara, cornidelantero y agradable de cara, desde luego nada exagerado de pitones. Un toro que no se entregó en el capote, que se quedaba abajo y buscaba con malas intenciones, un toro con peligro al que el limeño recibió por verónicas poniendo lo que el de Victoriano no tenía. Tremendo, emocionantísimo y variado el quite por saltilleras que levantó de los asientos a los aficionados, rubricado con gaoneras y una revolera que despertó a los hasta ese momento aletargados tendidos y les puso alerta ante lo que podía venir. Cuestión de segundos, cuestión de firmeza y valor por parte de roca Rey para girar en 180 grados el transcurrir de una tarde tediosa. El inicio de faena por estatuarios encendió la mecha, marca de la casa, sin inmutarse, pasándose al toro como si nada, en su línea habitual. El de Victoriano hizo amago de rajarse, se iba suelto, desentendido, pero Roca Rey le puso la muleta planchada en la cara y al natural cuajó tres series majestuosas por el pitón izquierdo, encajado, bajando la mano, con largura. Los olés retumbaron en el Bocho, emoción a raudales, conexión perfecta torero-afición. Todo se lo hizo por bajo, barriendo la arena, lo enceló en la muleta a pesar de su mansedumbre que le hacía huir, firme y poderoso, por ambos pitones, adelantando la muleta, alargando el viaje, y también tragando más de un parón y mirada del de Victoriano. De nuevo se ha visto a un Roca Rey tremendo, con más reposo, toreando con una clase y un gusto exquisito, sin abandonar tampoco esa tauromaquia arrebatadora y escalofriante con la que cerró la faena, en una baldosa, sin mover las zapatillas ni un centímetro, clavado a la herrumbrosa arena, pases ligados por uno y otro pitón, pasándose al toro por la barriga, circulares, la locura, el delirio. No importó nada que pinchara en el primer encuentro y que fulminara en el acto tras hundir el acero con un espinazo monumental al segundo intento, las dos orejas se concedieron sin discusión alguna, y me parece muy bien, perfecta la petición y sensacional la interpretación del presidente. El toreo es lo que vimos ayer, no aritmética ni geometría, y por eso no s pierde ni un gramo de pureza ni de categoría. Negar las dos orejas al peruano tras su enorme faena a ese sexto hubiera sido un pecado, peor aún, una auténtica horterada, una cursilada de purista de quiero y no puedo, una auténtica mezquindad. El toreo, siempre lo he dicho y lo digo una vez más, es sentimiento y emociones y ayer Roca Rey inundó Vista Alegre de ambas cosas para abrir por tercera vez en su carrera la puerta grande de Bilbao. Lo hizo de novillero en la temporada 2015 días antes de tomar la alternativa en Nimes, repitió el año pasado y ayer hizo lo mismo. Y todo lleva a pensar que esa imagen triunfal se va a repetir por muchos años.
Pero si eso fue lo más impactante de la tarde de ayer sería injusto no recordar cómo estuvo Sebastián Castella con el primero, un toro exigente y con muchas complicaciones al que recibió a la verónica con temple y cadencia, un toro que mostró su condición de manso en el caballo, un toro que en la muleta tenía su miga y al que Castella sometió y toreó de escándalo. cargado de torería el inicio de faena, pegado a las tablas, metiendo la muleta abajo, trincherazos cargados de sabor para hacer humillar al de Victoriano, algo que no había hecho casa ese instante. Perfecto de colocación, toreo templado y encajado del francés, adelantando la muleta, cosiendo la tela a los pitones sin darle opción al mínimo enganchón, lección magistral de saber y madurez. El toro se movía, repetía y tenía emoción, además de peligro sordo y escondido, por momentos se paraba y medía, incluso en una ocasión se coló y a punto estuvo de prender al galo, tragó más de lo que parecía en una faena a más que de no haber sido por culpa de la espada creo que habría valido una oreja. De verdad, me encantó Castella, como también me gustó mucho José Garrido quien derrochó ganas y esfuerzo ante un lote infumable, con un segundo que solo aguantó el arranque por estatuarios ganado terrenos para rematar en los medios con un pase de desdén cargado de torería. A partir de ahí se rajó y se acabó la faena, algo que tampoco hubo con el quinto, toro feo y sin trapío para Bilbao, descastado, manso, parado, vacío de contenido ante el que el extremeño trató de sacar al menos un muletazo, misión imposible. Más ganas, más entrega y más compromiso no se le puede pedir a Garrido que se ganó el respeto de la afición bilbaína.
Antonio Vallejo
Como ya he dicho, fue en el sexto, un toro largo, lavado de cara, cornidelantero y agradable de cara, desde luego nada exagerado de pitones. Un toro que no se entregó en el capote, que se quedaba abajo y buscaba con malas intenciones, un toro con peligro al que el limeño recibió por verónicas poniendo lo que el de Victoriano no tenía. Tremendo, emocionantísimo y variado el quite por saltilleras que levantó de los asientos a los aficionados, rubricado con gaoneras y una revolera que despertó a los hasta ese momento aletargados tendidos y les puso alerta ante lo que podía venir. Cuestión de segundos, cuestión de firmeza y valor por parte de roca Rey para girar en 180 grados el transcurrir de una tarde tediosa. El inicio de faena por estatuarios encendió la mecha, marca de la casa, sin inmutarse, pasándose al toro como si nada, en su línea habitual. El de Victoriano hizo amago de rajarse, se iba suelto, desentendido, pero Roca Rey le puso la muleta planchada en la cara y al natural cuajó tres series majestuosas por el pitón izquierdo, encajado, bajando la mano, con largura. Los olés retumbaron en el Bocho, emoción a raudales, conexión perfecta torero-afición. Todo se lo hizo por bajo, barriendo la arena, lo enceló en la muleta a pesar de su mansedumbre que le hacía huir, firme y poderoso, por ambos pitones, adelantando la muleta, alargando el viaje, y también tragando más de un parón y mirada del de Victoriano. De nuevo se ha visto a un Roca Rey tremendo, con más reposo, toreando con una clase y un gusto exquisito, sin abandonar tampoco esa tauromaquia arrebatadora y escalofriante con la que cerró la faena, en una baldosa, sin mover las zapatillas ni un centímetro, clavado a la herrumbrosa arena, pases ligados por uno y otro pitón, pasándose al toro por la barriga, circulares, la locura, el delirio. No importó nada que pinchara en el primer encuentro y que fulminara en el acto tras hundir el acero con un espinazo monumental al segundo intento, las dos orejas se concedieron sin discusión alguna, y me parece muy bien, perfecta la petición y sensacional la interpretación del presidente. El toreo es lo que vimos ayer, no aritmética ni geometría, y por eso no s pierde ni un gramo de pureza ni de categoría. Negar las dos orejas al peruano tras su enorme faena a ese sexto hubiera sido un pecado, peor aún, una auténtica horterada, una cursilada de purista de quiero y no puedo, una auténtica mezquindad. El toreo, siempre lo he dicho y lo digo una vez más, es sentimiento y emociones y ayer Roca Rey inundó Vista Alegre de ambas cosas para abrir por tercera vez en su carrera la puerta grande de Bilbao. Lo hizo de novillero en la temporada 2015 días antes de tomar la alternativa en Nimes, repitió el año pasado y ayer hizo lo mismo. Y todo lleva a pensar que esa imagen triunfal se va a repetir por muchos años.
Pero si eso fue lo más impactante de la tarde de ayer sería injusto no recordar cómo estuvo Sebastián Castella con el primero, un toro exigente y con muchas complicaciones al que recibió a la verónica con temple y cadencia, un toro que mostró su condición de manso en el caballo, un toro que en la muleta tenía su miga y al que Castella sometió y toreó de escándalo. cargado de torería el inicio de faena, pegado a las tablas, metiendo la muleta abajo, trincherazos cargados de sabor para hacer humillar al de Victoriano, algo que no había hecho casa ese instante. Perfecto de colocación, toreo templado y encajado del francés, adelantando la muleta, cosiendo la tela a los pitones sin darle opción al mínimo enganchón, lección magistral de saber y madurez. El toro se movía, repetía y tenía emoción, además de peligro sordo y escondido, por momentos se paraba y medía, incluso en una ocasión se coló y a punto estuvo de prender al galo, tragó más de lo que parecía en una faena a más que de no haber sido por culpa de la espada creo que habría valido una oreja. De verdad, me encantó Castella, como también me gustó mucho José Garrido quien derrochó ganas y esfuerzo ante un lote infumable, con un segundo que solo aguantó el arranque por estatuarios ganado terrenos para rematar en los medios con un pase de desdén cargado de torería. A partir de ahí se rajó y se acabó la faena, algo que tampoco hubo con el quinto, toro feo y sin trapío para Bilbao, descastado, manso, parado, vacío de contenido ante el que el extremeño trató de sacar al menos un muletazo, misión imposible. Más ganas, más entrega y más compromiso no se le puede pedir a Garrido que se ganó el respeto de la afición bilbaína.
Antonio Vallejo
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