Quedarse a medias en lo que sea es una de las cosas más desilusionantes que a uno le puede pasar en la vida. Eso creo que es lo que ayer debieron pensar tanto el ganadero como los matadores y los aficionados en Bilbao. A medias la seria y bien presentada corrida de Garcigrande-Domingo Hernández, los tres primero toros no sirvieron para nada, cuarto, quinto y sexto tuvieron sus matices y aunque su juego no fue precisamente bueno al menos permitieron a Padilla, Juli y Manzanares lucir su tauromaquia. A medias los matadores, tan solo un toro para cada uno. Y a medias los aficionados que seguramente bostezaron con los tres primeros y que despertaron de la decepción con la segunda parte de la corrida. A todos les tuvo que saber a poco la tarde de ayer.
El único que se llevó un apéndice al esportón fue Juan José Padilla en la tarde de su despedida de Bilbao, una plaza en la que el jerezano es muy querido y en la que ha cuajado grandes actuaciones a lo largo de su carrera. Fue en el cuarto, lo recibió con dos largas cambiadas de rodillas, luego un recital capotero con un extenso ramillete de verónicas, chicuelinas y una media cargada de sabor que puso en pie a unos tendidos entregados al jerezano. Tan entregados como el Pirata lo estuvo con ellos. Toro un tanto tardo, al que le costaba arrancarse y desplazarse, ante el que Padilla anduvo firme, dispuesto y solvente, sacándole los muletazos de uno en uno, poniéndolo todo, algunos naturales surgieron con una hondura tremenda, pero a la faena le faltaba ritmo y continuidad que el jerezano compensó con creces con su ilusión desbordante. Torero y aficionados entregados el uno con los otros, los otros con el uno, faena de emociones y de corazón, faena de sentimiento y de agradecimiento mutuo. Un espadazo monumental que fulminó al de Garcigrande fue argumento más que suficiente para premiar a este ejemplar torero con una oreja que paseó entre el clamor de todos y cada uno de los tendidos, una oreja que reconoce a un hombre que siempre ha vivido el toreo en toda su intensidad, siempre con la verdad por delante, su verdad, sin reservarse nada ni esconder nada, siempre de frente, dándole la cara al triunfo y al dolor, un ejemplo dentro y fuera de los ruedos.
Jose Mari Manzanares hacía su segundo paseíllo en estas Corridas Generales tras la decepcionante tarde de Cuvillo. Solo ante el sexto pudo mostrar su enorme poder, un toro brusco, áspero y exigente ante el que el alicantino no se arrugó lo más mínimo. Enorme esfuerzo de Manzanares poniéndole siempre la muleta adelantada, templado mucho las acometidas del Garcigrande, cuajando muletazos soberbios por ambos pitones, sobre todo por el derecho, mando y sometimiento en la muleta, naturalidad y elegancia en su figura, siempre Manzanares, herencia en su sangre. Faena que llevaba camino de oreja pero que tuvo un final inesperado con la espada, ese talismán que ayer no funcionó como habitualmente lo hace. Dos pinchazos mandaron al limbo el sueño de ver pasear al alicantino otra oreja en Vista Alegre. Pero la fuerte y cerrada ovación que escuchó tras la muerte del animal le compensó con creces. Ayer se me pasó comentarlo, hoy lo hago. El señorío y el saber de la afición bilbaína está fuera de toda duda. Ayer soportaron el petardo de Cuvillo sin una palabra altisonante ni un grito de más y superior valorar la enorme dimensión de Ponce y Roca Rey de manera ejemplar. La ovación a Manzanares al abandonar la plaza fue una vez más muestra de ese señorío y saber estar, aunque también debo decir que cuando mezclan política y toros algunos meten la pata, como el año pasado con Ferrera y Cayetano. Fueron minoría, pero no lo olvido.
Juli, sobran las palabras. Gran figura que ayer demostró una vez más que es un torero de leyenda. Extraordinaria faena al quinto, un toro que embestía con mucha movilidad y cierta brusquedad, incierto, sin acabar de definir sus acometidas. Poderoso Juli una vez más, mando supremo, capitán general en la plaza, desde los primeros compases le plantó la muleta en la cara y le consintió, le dio el sitio, la distancia y la altura que necesitaba, le concedió el ritmo que precisaba, administró las pausa que le pedía, todo a favor del de Garcigrande. Y así, con temple y suavidad le pudo y acabó toreando a placer, series rotundas por abajo, como debe ser, ligando los muletazos con un gusto exquisito, máxima expresión de belleza en su figura, relajado, todo delicadeza, muleta de seda y lino que sus muñecas manejaban con exquisitez, ni un toque a los engaños, redondos y naturales que se sucedieron entre los olés y la música que en esa plaza suena a orquesta sinfónica. Faena grande de Juli, compacta, rotunda, sin una fisura, salvo la maldita espada que le jugó una mala pasada y le privó de un triunfo sonado. Obra maestra de Juli, otra más de este auténtico. monstruo del toreo que hubiera valido una oreja seguro, y en mi opinión creo que las dos.
Por lo menos lo mejor vino en la segunda mitad de la corrida. Pero en Bilbao, en su Semana Grande, la mitad sabe a poco, y quedarse a medias gusta aún menos.
Antonio Vallejo
El único que se llevó un apéndice al esportón fue Juan José Padilla en la tarde de su despedida de Bilbao, una plaza en la que el jerezano es muy querido y en la que ha cuajado grandes actuaciones a lo largo de su carrera. Fue en el cuarto, lo recibió con dos largas cambiadas de rodillas, luego un recital capotero con un extenso ramillete de verónicas, chicuelinas y una media cargada de sabor que puso en pie a unos tendidos entregados al jerezano. Tan entregados como el Pirata lo estuvo con ellos. Toro un tanto tardo, al que le costaba arrancarse y desplazarse, ante el que Padilla anduvo firme, dispuesto y solvente, sacándole los muletazos de uno en uno, poniéndolo todo, algunos naturales surgieron con una hondura tremenda, pero a la faena le faltaba ritmo y continuidad que el jerezano compensó con creces con su ilusión desbordante. Torero y aficionados entregados el uno con los otros, los otros con el uno, faena de emociones y de corazón, faena de sentimiento y de agradecimiento mutuo. Un espadazo monumental que fulminó al de Garcigrande fue argumento más que suficiente para premiar a este ejemplar torero con una oreja que paseó entre el clamor de todos y cada uno de los tendidos, una oreja que reconoce a un hombre que siempre ha vivido el toreo en toda su intensidad, siempre con la verdad por delante, su verdad, sin reservarse nada ni esconder nada, siempre de frente, dándole la cara al triunfo y al dolor, un ejemplo dentro y fuera de los ruedos.
Jose Mari Manzanares hacía su segundo paseíllo en estas Corridas Generales tras la decepcionante tarde de Cuvillo. Solo ante el sexto pudo mostrar su enorme poder, un toro brusco, áspero y exigente ante el que el alicantino no se arrugó lo más mínimo. Enorme esfuerzo de Manzanares poniéndole siempre la muleta adelantada, templado mucho las acometidas del Garcigrande, cuajando muletazos soberbios por ambos pitones, sobre todo por el derecho, mando y sometimiento en la muleta, naturalidad y elegancia en su figura, siempre Manzanares, herencia en su sangre. Faena que llevaba camino de oreja pero que tuvo un final inesperado con la espada, ese talismán que ayer no funcionó como habitualmente lo hace. Dos pinchazos mandaron al limbo el sueño de ver pasear al alicantino otra oreja en Vista Alegre. Pero la fuerte y cerrada ovación que escuchó tras la muerte del animal le compensó con creces. Ayer se me pasó comentarlo, hoy lo hago. El señorío y el saber de la afición bilbaína está fuera de toda duda. Ayer soportaron el petardo de Cuvillo sin una palabra altisonante ni un grito de más y superior valorar la enorme dimensión de Ponce y Roca Rey de manera ejemplar. La ovación a Manzanares al abandonar la plaza fue una vez más muestra de ese señorío y saber estar, aunque también debo decir que cuando mezclan política y toros algunos meten la pata, como el año pasado con Ferrera y Cayetano. Fueron minoría, pero no lo olvido.
Juli, sobran las palabras. Gran figura que ayer demostró una vez más que es un torero de leyenda. Extraordinaria faena al quinto, un toro que embestía con mucha movilidad y cierta brusquedad, incierto, sin acabar de definir sus acometidas. Poderoso Juli una vez más, mando supremo, capitán general en la plaza, desde los primeros compases le plantó la muleta en la cara y le consintió, le dio el sitio, la distancia y la altura que necesitaba, le concedió el ritmo que precisaba, administró las pausa que le pedía, todo a favor del de Garcigrande. Y así, con temple y suavidad le pudo y acabó toreando a placer, series rotundas por abajo, como debe ser, ligando los muletazos con un gusto exquisito, máxima expresión de belleza en su figura, relajado, todo delicadeza, muleta de seda y lino que sus muñecas manejaban con exquisitez, ni un toque a los engaños, redondos y naturales que se sucedieron entre los olés y la música que en esa plaza suena a orquesta sinfónica. Faena grande de Juli, compacta, rotunda, sin una fisura, salvo la maldita espada que le jugó una mala pasada y le privó de un triunfo sonado. Obra maestra de Juli, otra más de este auténtico. monstruo del toreo que hubiera valido una oreja seguro, y en mi opinión creo que las dos.
Por lo menos lo mejor vino en la segunda mitad de la corrida. Pero en Bilbao, en su Semana Grande, la mitad sabe a poco, y quedarse a medias gusta aún menos.
Antonio Vallejo
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