Decía el gran Rafael Guerra "Guerrita" que lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible. Así fue el regreso de los toros de Nuñez del Cuvillo tras cuatro años sin comparecer en Bilbao. Una pena, demasiada decepción para la inmensa expectación que la afición de Vista Alegre tenía depositada en la tarde de ayer. Aún más tras la interesante corrida de Victorino Martín lidiada el domingo en la que Manuel Escribano estuvo muy por encima de su complicado lote, desbordante de entrega y compromiso, a porta gayola con ambos, jugándosela de verdad, tragando los arreones típicos de este encaste, en la que Fortes anduvo igualmente firme, valiente y jugándosela, tanto que resultó herido por su segundo, un toro que reponía con enorme peligro, que buscaba las zapatillas, una alimaña ante el que el malagueño derrochó verdad a mares, y en la que Álvaro Lorenzo cortó una oreja de mucho peso a su primero en una faena en la que entendió a las mil maravillas la buena condición del victorino, lo llevó muy toreado, sin un solo tirón, alargando la buena embestida del toro, series con profundidad y largura, bajando la mano, excelente carta de presentación en el Bocho. Expectación e ilusión la que también había generado la magnifica corrida de Torrestrella del lunes que arrancó la ovación de la afición bilbaína en el arrastre de los seis toros, algo poco habitual de ver, por no decir imposible, si bien creo que en algunos de los casos fue un poco excesiva y que los tendidos creo que estuvieron más de parte del toro que de los toreros. Seis toros preciosos de hechuras, con una seriedad imponente, con trapío, auténticos torazos, con movilidad y agresividad más que clase, la verdad, pero que generaron emoción y creo que eso, unido a su bellísima lámina pesó mucho a la hora de emitir juicio tan favorable. Tremendamente serio y firme Román ante su lote, complicado, dos toros que no acabaron de entregarse, un tanto a la defensiva, con riesgo, a los que el valenciano le presentó batalla y se la ganó a base de firmeza y un par bien puesto, tremendamente profesional y comprometido Gonzalo Caballero que pudo a un rebrincado segundo a base de mando y de tragar lo indecible y que en el quinto, un toro con movilidad y fuerza, fue volteado provocándole una luxación de hombro pese a lo cual lo mató en un alarde de pundonor y profesionalidad, y tremendamente torero anduvo Luis David Adame ante el tercero, un animal precioso en el que se lució con el capote, verónicas, chiquilinas y zapopinas que hicieron vibrar a los tendidos de Vista Alegre, para posteriormente confeccionar una faena que tuvo momentos de gran calidad por el pitón derecho en tres tandas templadas y ligadas por bajo, perfectamente acoplado para matar de una certera estocada en la suerte de recibir que se premió con una oreja de mucho valor.
En definitiva, que el ambiente en Bilbao estaba calentito, no solo por las altas temperaturas que el norte de España está disfrutando este verano, sino en lo estrictamente taurino, sobre todo porque para matar la corrida de Cuvillo se anunciaban nada más y nada menos que Enrique Ponce, Jose Mari Manzanares y Andrés Roca Rey, tres de las máximas figuras del panorama actual. De Enrique y Bilbao poco se puede añadir que no haya comentado tantas veces, su comunión en perfecta, su idilio eterno. A Manzanares se le quiere y respeta mucho en Bilbao y tras dos años de ausencia se le espera con máxima expectación. Y a Roca Rey nadie quiere perdérselo, es el fenómeno del momento sin ninguna duda. Cuatro años llevaba Nuñez del Cuvillo sin ir a Bilbao, otro dato más a añadir y así entender el ambiente previo a la corrida y en las tertulias taurinas tan frecuentes en Bilbao durante su Semana Grande entre las que la del Hotel Ercilla posiblemente se lleve la palma, es todo un acontecimiento y uno de los actos sociales de cada día que un aficionado que esté por allí no debe perderse. Durante unos cuantos años tuve el placer de frecuentarla y debo decirles que es una auténtica delicia.
Pero volviendo a lo que nos ocupa, de nada vale que el cartel luzca radiante con tanto nombre de relumbrón si luego el toro no sale. Bueno, el toro sí que salió ayer si hablamos de presencia, porque los de Cuvillo portaban unas hechuras, un trapío y una presencia extraordinaria para mi gusto. Una corrida sensacional de presentación, por ahí nada que objetar. Pero tan bello escaparate carecía de contenido. Sin fondo, sin fuerza, nada, vacíos, los seis, aunque se pueda acudir al tópico de que dos de ellos tuvieron cierta nobleza y clase. Nada, no hay excusas, uno tras otro fueron saltando los seis cuvillos a la arena de Vista Alegre todos con el mismo patrón, blandos, no se les pudo picar, tan solo señalar los puyazos, los dos últimos además rajados desde el principio, una auténtica decepción precisamente con un hierro que suele ser sinónimo de clase, emoción y triunfo. Nada pudo hacer Manzanares con su lote, imposible, aunque también es cierto que el alicantino no está en su mejor momento, pero lo que tuvo enfrente no le dio opción alguna. Nada que reprocharle, con independencia que Jose Mari sea una de mis toreros predilectos, una de mis debilidades, ayer no había nada que hacer. Lo que sí hizo fue matar como en él es habitual a sus dos toros. Una auténtico cañón con la espada, dos estoconazos fulminantes para pasaportar a sus dos enemigos. Tampoco Ponce tuvo enemigo en su primero, devuelto a los corrales, ni en su primero bis, un toro que se caía a la mínima, sin un gramo de fuerza, algo indigno para la categoría de Bilbao, ni Roca Rey en el rajado sexto, al que pudo tanto que huía despavorido de la muleta del peruano. Y tampoco el tercero ni cuarto de la corrida eran buenos, ni tenían fuerza, ni eran encastados, eran toros sin fondo, pero se encontraron que delante estaban Roca Rey y Enrique Ponce. Ahí había dos toreros sin toros y en Bilbao para hacer posible lo se anunciaba imposible. De verdad, nunca he visto a Andrés Roca Rey torear tan despacio, dentro de una concepto tan clásico y ortodoxo del toreo como lo hizo ayer al tercero de Cuvillo. Un toro al que tan solo le pudo dar dos o tres capotazos con su estilo habitual, un toro al que en el caballo tan solo se le pudieron señalar dos simulacros de puyazo - está bien que el castigo se mida en función de las condiciones del animal pero en una plaza como Bilbao hay que pedir algo o mucho más y lo de ayer no es de recibo-, un toro al que el limeño le anestesió en la muleta, con enorme temple, acariciando su embestida, muy despacio, con una suavidad exquisita, relajado, firme y poderoso, como es él, pero alejado de ese toreo efervescente que encoje el alma por su arrojo y abrazado al toreo que embruja, lento, cadencioso, a veces a la mexicana, cargado de gusto y aromas de tierras del sur. Gran dimensión de Roca Rey que creó arte de la nada, que se inventó una faena de donde no había materia, que envolvió a los tendidos en una emoción que apareció como la magia, sin explicación, tan solo por la brutalidad de toreo que encierra el limeño. Si Roca Rey puso en pie a Vista Alegre con el tercero no puedo decirles lo que fue Ponce con el cuarto. Otro toro igual, sin fuerzas ni raza al que Enrique mimó durante los primeros tercios. Un toro malo al que el de Chiva llegó a convertir en bueno, de nuevo el hechizo, de nuevo la magia, de nuevo el embrujo, de nuevo Ponce. Unos minutos antes Roca Rey había puesto en pie a la plaza de Bilbao. Y Enrique dijo, un momento, esta es "mi" plaza. Y lo dejó bien claro. Espoleado por la faena del peruano salió a comerse el mundo, ¡28 años después!. ¡Cuántas tardes le hemos visto a Enrique I del mundo hacer bueno a un toro sin fondo alguno!. Ni idea, la lista sería infinita, daría para varias enciclopedias, y ayer fue un capítulo más de los muchos que aún quedan por ver y por contar. Ponce hipnotizó a Bilbao, lo envolvió en ese halo de misterio indescifrable que tiene su arte, de la nada sacó muletazos relajados, desmayando la figura, templadísimos, ni un toque a los engaños, redondos y naturales ligados en series cortas, medidas, dándole respiro al pobre animal, ¡hasta poncinas! un ejercicio de funambulismo sobre la cuerda floja de la ausencia de fuerzas que puede llevar a pique cualquier intento de lucimiento. Pero no en Enrique, no en el número uno. Una vez más Vista Alegre se rindió a "su" torero, una vez más se frotaron los ojos los aficionados en sus tendidos y los que veíamos la corrida a través de Canal Toros, una vez más Enrique aunando conocimiento, sabiduría, técnica y gusto para hacernos soñar el toreo. Y una vez más tirándose a matar como si no hubiera mañana, quedando prendido entre los pitones en unos segundos de angustia ¡y tras 28 años de alternativa!. Tengo clarísimo que de no haber tardado en doblar tanto el toro de Roca Rey como el de Ponce y de no haber fallado con el descabello ambos hubieran cortado una oreja de ley y de enorme peso creada de la nada. Gran mérito el del peruano, joven matador, no olvidemos que aún no llega a tres años que tomó la alternativa, que viene para romper moldes, pero mérito multiplicado por 28 el del grandísimo Enrique Ponce, que sigue diciendo aquí estoy yo, como el primer día, demostrando lo que es ser figura del toreo, toreo de época y la leyenda más grande de la tauromaquia.
Antonio Vallejo
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