En la vida hay normas, reglas, reglamentos, protocolos, rutinas, técnicas, estereotipos, academicismos, cánones, ortodoxia, hermetismos,... Lo hay en todo, cada día, dictados establecidos que se siguen casi al pie de la letra. Pero en la vida también aparecen genios, seres maravillosos que rompen esa línea recta con escasos márgenes en la que la que la gran mayoría se mueve. Seres que se guían por otras normas, por la inspiración, por la imaginación, por la pasión, conceptos intangibles, valores atemporales que nacen de una única raíz, una fuente de la que fluye todo, el sentimiento, inexplicable, la que engendra el arte.
Tantas veces lo he repetido y tantas más lo seguiré haciendo, el toreo es vida, y también es muerte, el toreo tiene normas, terrenos, suertes, técnica, valor, pero por encima de todo entiendo el toreo como el Arte supremo que nace del sentimiento. Son los genios quienes guardan en su alma esos conceptos, y los derraman sobre la arena para regalarnos lo que ellos tienen, sentimiento, emoción y pasión. Morante de la Puebla es, sin duda, el genio de los genios, el duende, al que esta tarde voy a ver en Las Ventas, sobran palabras para decir lo que ya me recorre el cuerpo, un hormigueo de arriba a bajo, un cosquilleo que me pide ir ya a la plaza porque sueño con su toreo, el pellizco, aunque solo sea encarnado en una verónica. Similares sensaciones tenía ayer, ansiedad y ganas de sentarme en el tendido, ilusión por lo que mi imaginación quería encontrar en otra preciosa y radiante tarde del bello otoño madrileño.
Por fin la plaza casi llena, diría que entre el 85 y el 90% de entrada, terminología poco taurina y ciertamente desafortunada en este foro, pero bastante descriptiva. Y por fin los abonados habituales, las caras de siempre, la afición de vuelta. Había motivos para ir y soñar, tres motivos con nombre y apellido, Diego Urdiales, Juan Ortega y Pablo Aguado. Tres genios, tres hombres que torean con el alma, tres sentimientos revelados en capotes y muletas. Toros de El Pilar, variados de hechuras pero todos serios y bien presentados, armónicos, proporcionados, bien hechos, con trapío pero sin estridencias de kilos, ofensivos pero sin exageraciones por delante. Juego pobre, la verdad, faltos de raza y empuje en general, aunque dos de ellos tuvieron clase y bravura en su embestida, por abajo, repitiendo, pero un punto por debajo de poder, una pena.
Diego Urdilaes, riojano de Arnedo, 47años, 22 de alternativa, torero veterano y curtido, torero alejado de los estereotipos, su figura y su toreo rememora estampas bañadas en sepia, toreo añejo, postales en blanco y negro de épocas doradas de la tauromaquia. Tuvo que lidiar un lote imposible, dos toros sin casta ni fuerza, deslucidos, que no pasaban ni a tiros. Pero solo verle ponerse en la cara, la suavidad en el trato, desgraciadamente a media altura porque no aguantaban que bajara la mano ni lo mínimo, cómo robó algunos derechazos y naturales sueltos de trazo sublime, naturalidad y elegancia, empaque y compostura, destellos de torería, solo eso merece la pena ver y sentir. Mató certero con habilidad, dos enteras que pasaportaron a los marmolillos con celeridad. Urdiales me dejó el regusto de una copa de buen vino de su tierra, aunque parezca poco es mucho.
Completando el cartel dos sevillanos, Ortega y Aguado, Aguado y Ortega, me da igual el orden, por antigüedad Ortega va primero, por Arte es indistinto. Ambos encarnan el toreo del alma, el de las musas que hacen que fluya del corazón a las muñecas para jugar con las telas y hacer volar mariposas cargadas de belleza que llegan hasta cada aficionado despertando la pasión. Un toro tuvieron cada uno para lanzar al cielo bocanadas de aire cargado de azahar, aromas de primavera sevillana en el otoño madrileño. Tercero y quinto, quinto y tercero, Potrico y Jacobero, dos castaños de preciosas hechuras, aunque le quinto protestado por la cara algo lavado y quizás algo justo por detrás, puede ser, para gustos no ha disputas.
Sentimiento en los capotes, verónicas de saludo de Aguado al tercero templadísimas, acompasadas, parando el tiempo, acompasadas, jugando los brazos con gracia, armonía, acompañadas con la cadera, ganando pasos, sueños toreros en una media a pies juntos de cartel, y la emoción desbordada en unos delantales sublimes, cimbreando, a la salida del primer puyazo, meciendo la embestida, suavidad y naturalidad coronada de gloria con otra media divina. Como celestial fue el ramillete de verónicas con las que Ortega recibió al segundo, cinco de órdago, lanceando sutil, acunando al toro, muñecas de cristal manejando seda, exquisita suavidad, y una media de las que hacen crujir de pies a cabeza. Sabores dignos del mejor paladar en unas chicuelinas al paso conduciendo al de El Pilar al peto, preciosas, lástima que deslucidas al final por el escaso recorrido del animal. Aunque parezca poco fue mucho.
Si en los capotes los sentimientos salieron a inundar la plaza fue en la muleta donde el alma dio rienda suelta a la pasión. Hemos comentado muchas veces que tanto Ortega como Aguado necesitan un tipo de toro y con un tipo de embestida de determinadas características, que quizás su toreo adolece de falta de registros para acoplarse a otros toros y ritmos. Es posible, y a lo mejor también otras manos con más poder o mando sacaran más de alguno de los ejemplares de ayer, nunca lo sabremos, elucubrar es fácil, ponerse delante de un toro no. Pero para mi todo se olvida cuando estos dos genios se abandonan a la imaginación y la inspiración, cuando su muleta se transforma en un pincel fino que dibuja sobre la arena estampas dignas de Leonardo, Miguel Ángel o Velázquez. ¡Como fueron los primeros compases de la faena al segundo! Torería máxima de Ortega, por bajo, doblones y trincherazos bellísimos, y un redondo largo, profundo, lento, infinito. Solo uno, ahí se acabó el toro, no hubo más, pero supo a gloria. Y en el quinto, ¡menudo arranque! Ayudados por alto repletos de aromas a toreo eterno, un par de trincherazos y un derechazo flexionando la rodilla que parecía no tener fin cosidos a dos remates por bajo llenos de gusto que pusieron a la plaza en pie, ronca de gritar olés. Lo que Ortega compuso con la franela fue una obra de arte, un monumento al toreo profundo, al toreo del sentimiento, el que no tiene guión ni viene escrito en ningún sitio. Series en redondo con temple supremo, lentas, por bajo, profundidad, ligazón, todo fluyendo con naturalidad, sin nada forzado, que prestancia. Pases de pecho y remates por bajo para levitar, pausas entre series, respiro, toreo caro, toreo eterno, toreo del alma. Fue le derecho el único pitón, por el izquierdo no tragaba ni uno y Jacobero se vino abajo. Poco más hubo, tan solo un par de derechazos sueltos al ralentí en los últimos tramos de mucho mérito. Toro con clase pero com poco empuje, si no creo que hubiera sido de faena de lío gordo. Entera arriba fulminante y petición de oreja que el palco considreó insuficiente. Yo creo que andaba mitad y mitad, no soy capaz de decir si había mayoría o no, sinceramente, nadan justo, pero sí soy capaz de opinar que no entiendo que se protestara la vuelta al ruedo por parte de un sector entre la indiferencia de muchos, algo que me entristece. Lo que me hizo sentir Ortega con el inicio de faena y las dos o tres series en redondo, más una estocada, vale más que orejas y vueltas al ruedo, la emoción y lo que guardo en mi recuerdo supera todo. Aunque parezca poco es mucho.
También Aguado destapó la caja de los sueños con su muleta. Y eso que no se lo pusieron fácil, entre continuos reproches a la colocación, cuando el que se cruzaba y colocaba era él y el que se iba de la suerte era el toro. Pero bueno, hay opiniones para todo. También por bajo, rodilla en tierra, prologó la faena, enorme, embarcando a Potrico con suavidad, en largo, ¡que torería!, todo entre olés roncos y sentidos.Sabor y profundidad por le derecho, toreo en redondo cargado de aromas, profundo, citando de frente, con ese estilo y esa compostura propia que recuerda a grandes maestros, a mi su figura me trae a la memoria a Bienvenida, desde la primera vez que le vi torear, había algo especial. Series cortas, medidas en función de las pocas fuerzas del animal, motivo por el cual faltó algo de transmisión, ritmo y continuidad, pero como rayos que nos recorrían y atravesaban el corazón para hacerlo estallar de emoción surgían muletazos por bajo largos y profundos que desataban olés de pasión irrefenable. Todo lo hizo por bajo, todo templado, todo fruto de la inspiración, solo toreaba el corazón. Poco o nada tuvo por el izquierdo, pero un natural de esos que paran las agujas del reloj fue suficiente para acabar de llenar la maleta de ilusión por este Arte inmortal. ¿Pudo ser más? Con más raza y empuje del toro seguramente, quizás buscando pegar pases como sea, tirando del toro, por alto, pases y pases mecánicos sin rumbo alguno, puede ser. Pero, ¿para qué?. Vibré con el sentimiento, con la emoción, con el pellizco, a ráfagas, toda la tarde, y, aunque parezca poco, fue mucho.
Antonio Vallejo
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