viernes, 7 de junio de 2024

Ferrera, Escribano y Garrido

Podría comenzar diciendo que la tarde llevaba camino del naufragio y que vinieron a rescatarla los tres matadores acartelados, pero mentiría ya que no han salvado nada, la corrida de Adolfo Martín ha ido ella solita y por méritos propios al naufragio, al desastre absoluto, porque al igual que toda esta serie infumable de tardes toristas que se nos han hecho mucha bola, hasta atragantarnos y hacernos vomitar de asco viendo el comportamiento de los exigentes sabios, no ha tenido ni bravura, ni casta, ni raza, ni entrega, ni poder, ni empuje. Lo de los tres primeros todos ha sido de vergüenza, parados, sin una gota de fuerza, blandeando y perdiendo las manos una y otra vez, cero entrega, deslucidos, una auténtica porquería y ¡ni un reproche de los "sabios exigentes"!. Sí, esos que se adueñan la capacidad de ser los garantes de la pureza del toreo, esos que tantas tardes y según con que ganaderías gritan lo de "toros, toros, toros", esos que vocean "miaus" y el clásico en su repertorio "¡qué emoción!" con toros de mucho más trapío y condiciones que alguno de los que han saltado en estos días, esos que si lo que hemos visto hoy en los tres primeros le ocurre a Morante con uno de Jandilla, o Garcigrande, o Alcurrucén, o Cuvillo, o tantas otras, hubieran montado tal bronca que la tercera guerra mundial sería un juego infantil a su lado, esos auténticos impostores han callado como eso en estos días demostrando que lo único que les mueve son sus fobias, una falsa afición y no sé qué tipo de intereses ocultos que persiguen. Por eso digo que Antonio Ferrera, Manuel Escribano y José Garrido no han rescatado a nada ni a nadie del naufragio, porque si algo bueno ha aflorado en la segunda parte de la corrida no ha sido por las condiciones de los toros, tan faltos de entrega y poder como los demás, sino porque han dado un paso adelante, un paso firme, con mucha decisión, tirando la moneda al aire y saliendo en medio del diluvio con una dignidad y una vergüenza torera de muchos quilates. Ellos solos lo han  hecho todo, les han puesto la muleta y han tirado de unos animales que llevaban muy poco dentro para así componer series de auténtica magia, otras de mucho valor, otras de profundidad y todas de mucha, muchísima, verdad. La bravura, la raza, la casta y la entrega la han puesto estos tres hombres. El ridículo y el absurdo, una vea más, ha venido de los que parece que se contentan con cuernos exagerados como los de hoy aunque detrás no haya más, o en tercios de varas jaleados al estilo del circo romano aunque la pelea no se precisamente para ponerse como se ponen por una simple arrancada al galope. 
Solo así entiendo lo que se ha inventado ese loco magnífico que es Antonio Ferrera en el cuarto, un toro que no se ha empleado nada en los primeros tercios, sin poder ni fuerzas, además en medio de una tormenta de viento y agua que ha dejado los tendidos prácticamente vacíos y que complicaba aún más las cosas al azotar la muleta y dejar descubierto al balear. Poco le ha importado, de su mente y su alma han ido brotando unas series perfectamente medidas, cortas, lo que aguantaba el toro. Primero toreando a su favor, concediéndole todo, altura y distancia, un temple exquisito para ir embarcando al animal en los vuelos. Luego la magia, toreo al natural surgido de la imaginación de este genio, al natural, relajado, entrega absoluta, estado de cuasi trance, abandonado, roto, toreando para él, la mano baja, muy despacio, a cámara lenta, toreando a la mexicana, enroscadas las embestidas que provocaba el balear, haciendo que el escaso recorrido del de Adolfo pareciera largo, lección de mando y torería. Solo la espada empañó la magia, pero el embrujo brilla en la memoria, eso vale más que orejas.
De igual manera solo puedo explicar que Manuel Escribano se haya ido por dos veces a porta gayola a recibir a sus toros, aguantando una salida indecisa, parados, mirando y midiendo, para arriesgar mucho en dos largas que solo puede ejecutar alguien que desprende valor y entrega por todos sus poros. Igual que solo la decisión y el compromiso del sevillano explican los dos extraordinarios tercios de banderillas que ha cuajado, de poder a poder, cuadrando en la cara, haciéndolo todo ante dos Adolfos que esperaban y no se entregaban ni lo mínimo, máxima exposición, dejando pares de enorme riesgo como el segundo y tercero al quinto de la tarde, por dentro, junto a las tablas, ¡con la que estaba cayendo!, la dificultad añadida del estado del ruedo por el tremendo aguacero, el último un quiebro al violín que parecía imposible, valor infinito y verdad absoluta, sin guardarse nada. Muestra de esa entrega sin límite es el arranque de faena, en los medios, un cambiado por la espalda electrizante, una sacudida de angustia al ver pasar los pitones rozando la chaquetilla para ponerse a torear con raza, tirando de la embestida, buen embroque pero ahí se quedaba, había que obligarle a seguir porque le costaba un mundo, muy poco poder tenía. Tres series ligadas por el pitón derecho con la muleta puesta, llevándole cosido a las telas, temple y mando, bajando la mano, ligazón y clase, con emoción, haciendo que incluso pareciera bueno. Pero como se veía venir, al toro le faltaba de todo, raza y fuerzas, en un natural se quedó debajo y se llevó por los aires a Escribano, afortunadamente acunado por la pala y no herido por el pitón, sin que por eso se amilanara ni siguiera tirando del toro en cada embestida para robar con un esfuerzo y una entereza ejemplar muletazos de uno en uno, derechazos y naturales de gran mérito. Se tiró a matar sin esconder nada, todo verdad, para fulminar al Adolfo con una entera levemente desprendida. Imposible valorar si la petición era mayoritaria o no, a esas alturas los tendidos estaban casi despoblados y solo en gradas y andanadas afloraban los pañuelos. Si atendemos al ruido la petición era mayoritaria, pero lo que cuenta son los pañuelos. Merecidísima vuelta al ruedo para Escribano y bronca al palco. 
Y con José Garrido me pasa lo mismo, que solo su compromiso absoluto me permite explicar lo que sacó al que cerraba plaza, que es cierto que tuvo algo más de recorrido que sus hermanos pero que iba igual de vacío de poder, empuje y entrega que ellos, además de mostrar querencia desde salida, abanto, sin querer saber nada de los capotes, por lo que gana mucho peso lo que ha sido capaz de sacar de este toro. Muy bueno, enclasado, templado y con ritmo el saludo capotero con una ramillete de verónicas ganando pasos, acompasadas, para rematar con una garbosa media en medio del último chaparrón de la tarde y a un toro que parecía imposible, eso es querer y poder. No tenía mala embestida en la muleta, pero no le acompañaba el final, siempre tendiendo a llevar la cara alta y derrotar con cierta brusquedad. Sin porfiar Garrido, lo apostó todo a adelantar la muleta y tirar del toro para hacerle pasar, perfecta colocación, perdiendo pasos cuando había que hacerlo, ganándolos para atacarle y sacar lo mejor que tenía el Adolfo por el pitón derecho. Cabeza y corazón, inteligencia y arrojo, con todo eso jugó el extremeño, firme, con mando, de nuevo haciéndolo prácticamente todo. Series perfectamente medidas y cuidadas por el pitón derecho, ligadas con profundidad, qué capacidad para sacar algo de la casi nada y que sinceridad en los últimos naturales a pies juntos, robados de uno en uno, dándole el pecho, muy por bajo, hondura y emoción en la muleta de Garrido. Se tiró con todo a matar y la entera se fue baja, liquidando al último en segundos. 
Una ovación en reconocimiento a la generosa entrega del extremeño y sus dos compañeros de terna puso punto final a esta deslucida tarde que comenzó con bochorno, primero ambiental, 36º marcaba el mercurio, luego por la bochornosa, valga la redundancia, actitud de los "sabios", y que acabó en tormenta desde el cielo y un diluvio desde el toreo desatado por la decisión, la entrega y la verdad de tres hombres que merecen todos los honores: Ferrera, Escribano y Garrido.

Antonio Vallejo
 

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