Lleno a reventar, un día más de "no hay billetes", máxima expectación, no era para menos, cartel de lujo con el hierro triunfador del pasado San Isidro, Santiago Domecq, y una terna compuesta por Uceda Leal, Alejandro Talavante y Borja Jiménez, argumentos más que suficientes para que nadie quisiera perderse la tarde. Más aún viniendo de lo de ayer, infame, y con un un sol y una temperatura que invitaba a ir a los toros. Buenos mimbres sobre los que depositar las ilusiones de los aficionados que hoy sí se han visto colmadas. Extraordinaria la corrida de Santiago Domecq, remendada por uno de Luis Algarra, tanto por presentación y presencia como por juego, emoción y transmisión. Y todo por algo que es clave, la piedra angular del toreo sobre la que se edifica todo, la bravura, que encarna la verdad del toreo y la razón de ser y la esencia de la Fiesta. Bravos han sido los toros y bravos han sido los toreros, entrega por ambas partes, un ciclón de sensaciones y una aluvión de sentimientos de principio a fina, desde el primero hasta el sexto. Belleza y nobleza, clase y calidad, raza y casta, exigencia y emoción, todo lo ha tenido esta tarde para dimensionar la grandeza de este Arte.
Uceda Leal, madrileño, torero de pies a cabeza, ha encarnado en esta tarde el toreo eterno con la serenidad que da el poso de los años. Todo lo ha hecho con naturalidad y elegancia, desprendiendo torería en cada paso, en la manera de estar en la cara, componiendo la figura, todo suave, despacio, relajado, armonía en cada muletazo. Desde el saludo capotero al que abría plaza, verónicas mecidas con dulzura y una media de cartel se percibían los aromas del su toreo, empaque, gusto y clase. Toro con buen embroque pero no tan buen final, humilla de entrada pero protesta al salir cuando lo lleva en redondo buscando la línea curva al que Uceda sabe dar la altura y la distancia para meterlo poco a poco y aprovechar el buen pitón izquierdo del animal, series de naturales con mucho temple y una clase suprema, muy despacio, con mucha hondura, ligados en un palmo de terreno, por momentos con cierto abandono, toreando para él, disfrutando, administrando los tiempos y las pausas, dando aire a este toro noble y enclasado que humillaba y repetía pero al que le ha faltado poder para transmitir más. Con la espada como toda la vida ha sido Uceda, un cañón. Bien hechurado el cuarto de Luis Alagarra, cuajado y muy serio, mete bien la cara pero va justo de recorrido en el capote, dormido en el peto para salir suelto apuntando querencia. Los primeros compases del trasteo son un tratado de torería, por bajo, andándole con elegancia, cada paso, cada trincherilla, cada detalle rezuma clase, para seguir por el pitón derecho, relajado, con desmayo, ligando con la mano baja, suavidad, despacio, torea sin prisas, temple, y otro toro noble que mete bien la cara, humilla, quiere pero también le falta poder y duración, se apaga muy pronto, apenas dos o tres tandas, porque podía haber sido de lío. Ha sido un placer disfrutar del porte y la elegancia de Jose Ignacio Uceda Leal, torero.
Si quedaban dudas acerca del regreso del mejor Talavante y de su excelente momento hoy han quedado disipadas. No hay duda que ha recuperado el sitio, el mando, el temple y el trazo que durante unos años creíamos perdido. Con lo de hoy no son sospechas, es una realidad, bendita realidad. Decidido y dispuesto desde el principio, el quite por chicuelinas en el primero es una declaración de intenciones. Con el segundo, precioso toro, bajo, con una presencia imponente, dibuja unas verónicas casi delantales de mucha calidad en el saludo capotero aprovechando la nobleza y la clase del de Santiago Domecq, que apunta ir poco sobrado de fuerzas. En la muleta esa falta de empuje es bastante manifiesta desde los muletazos de tanteo por bajo, en cuanto le obliga claudica. Muy inteligente Talavante administrando la altura y la cadencia, con mucha suavidad, magnífico trato, ligando a media altura, sin obligarle, derroche de técnica y temple que llega poco a los tendidos por la sosería del toro, otro que quería y no podía, que tenía nobleza y clase pero le faltaba poder y empuje. Estoconazo certrero fulminante ejecutado a la perfección, recto y arriba. El quinto, alto y grande, un tanto equino, de 600 Kg, que los soportaba muy bien, de mucha seriedad por delante, tiene buen tranco en el capote y mete la cara con calidad en el saludo, tiene movilidad, fijeza y repetición. Empuja y se emplea en el caballo, siempre abajo, pelea de bravo, manteniendo buen son en banderillas permitiendo a Javier Ambel completar un tercio de banderillas sensacional, pureza, verdad y torería. Variado y vistoso el arranque de faena, primero por alto, mucho temple, bajando la mano poco a poco, suave, para rematar esos primeros compase con trincherazos rotundos de categoría. Le da distancia por el pitón derecho, toro con movilidad y bravo, pronto, le enagancha delante y lo lleva metido en los vuelos con mucho temple, muletazos largos, ligazón y recorrido, mucha emoción, el toro repite con codicia, mete la cara de dulce, celo en su embestida, y nobleza, humilla, transmisión y emoción reflejada en los olés roncos que hacen crujir. Por el izquierdo le costaba más, protestaba algo pero el temple hace milagros y compone un par de naturales con hondura que valen oro. No se cansa de embestir el de Santiago Domecq, el pitón derecho es una mina, y no se cansa de torear el extremeño, ¡que sinfonía!, redondos ceñidos arrastrando la muleta, muy encajado, con recorrido, y uno de pecho mirando al tendido que desata la locura. Torería suprema en el epílogo por bajo, como me gusta, trincherazos de cartel, derechazos genuflexo de enorme largura para la fase en la que estaba, la muleta barriendo la arena, para entrar a matar atracándose de toro en una entera que precisó de varios golpes de verduguillo y que esfumó la oreja que se veía venir. Pero me quedo con el Talavante renacido a pesar de las protestas de algunos a no sé qué.
El tercero, de nombre Experto, va para toro de la feria. Si hay que definir el trapío creo que este es un magnífico ejemplo, impresionante. Movilidad y fijeza en el capote, humilla y repite, bravo y encastado, cualidades que más tarde sobresaldrían en la muleta de Borja Jiménez. Ya con los primeros muletazos pone a Las Ventas patas arriba, rota en olés y en aplausos, genuflexo, llevándolo muy toreado y en largo, pura belleza, luego hinca una rodilla y ejecuta otro derechazo igual de largo y profundo, luego las dos en tierra, y sigue toreando en redondo, emoción a raudales en este vibrante arranque. A partir de ahí el toreo en su máxima expresión, la bravura frente al temple, una lucha titánica entre la fiera y el hombre. Toro muy bravo y encastado, con enorme fijeza, perseguía con celo la muleta, sin parar ni cansarse de seguirla, humillando con enorme clase, pero también con una exigencia tremenda, que obligaba al sevillano a estar con todas las alertas encendidas, como perdiera un segundo la muleta sabía lo que había detrás y apretaba. Portentoso Jiménez por ambos pitones, adelantando la muleta, embarcándolo con un temple supremo, frenado las embestidas producto de la incansable movilidad del animal, llevándolo metido en redondos y naturales ligados con una clase descomunal, perfectamente colocado y acoplado, muy ceñidos, encajado, series rotundas y poderosas, todo por bajo, y la plaza en pie. Además detalles de gusto en los cambios de mano y los remates por bajo, toreo caro, poder y belleza, como los últimos detalles para cerrar una faena de máxima entrega de ambos, toro y torero, trincherillas de ensueño y un pase de desdén para morirse. Hunde el acero hasta la yema al segundo intento, el pinchazo previo se lleva una oreja, pero pasea otra entre el delirio colectivo que sabe a Puerta Grande. Una pena que ese anhelo que se respiraba en Las Ventas no se cumpliera en el que cerraba plaza, un toro con muy poca entrega que pasó sin pena ni gloria por los primeros tercios, parado y deslucido, sin emplearse en le caballo a pesar de los dos extraordinarios puyazos delanteros de Alberto Sandoval que abandonó el ruedo envuelto en una gran ovación. Esa falta de entrega lastró la faena de muleta que inició Borja por estatuarios, un par de doblones y un remate por bajo muy torero. Nunca humilló el de Santiago Domecq, la cara alta, pero el sevillano plantó las zapatillas, muy firme, poniéndole la muleta, obligándole a embestir, templando con mucho mérito la tendencia a soltar la cara, siempre buscándole las cosquillas por bajo para poder ligar los muletazos, además de tragar lo suyo cuando se quedaba debajo y buscaba los muslos. Gran firmeza y valor de Borja Jiménez que con otra estocada sensacional ha completado una tarde de mucho peso e importancia que nos deja con el cosquilleo de querer que lleguen ya sus dos próximas comparecencias la próxima semana.
Pero eso ya llegará, de momento quedémonos con lo de hoy, con la emoción de la bravura, la verdad de nuestra Fiesta.
Antonio Vallejo
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