viernes, 14 de julio de 2017
La grandeza de Antonio Ferrera
Primero fue Sevilla, después Madrid, ahora Pamplona. Antonio Ferrera está cumbre, en su cenit como torero, en plena madurez, todo temple, todo naturalidad, todo serenidad, todo armonía, todo clase, torería suprema. Se le ve seguro, firme, rotundo, poderoso, artista, entregado, solvente, todo cuanto podamos decir del balear-extremeño es poco. Un torerazo que se ha forjado en mil y un batallas lidiando todo lo que nadie quería, los encastes llamados toristas, las ganaderías duras, en una palabra, todo cuanto era inlidiable él lo recogía y lo sometía. Ahora saborea el premio a tanto esfuerzo y a tanto sacrificio, a tanto riesgo y tanta exposición mal reconocida y a veces peor pagada. Un hombre entero que por fin recibe el reconocimiento que se merece.
Hoy, y de manera incomprensible, no ha cortado orejas en Pamplona, pero la torería con la que ha regado la plaza queda ahí. No sé si en vez de haber toreado ese toro en cuarto lugar lo hubiera toreado en cualquier otro que no coincidiera con la merienda habitual de cada tarde comiendo a dos carrillos y bebiendo más, atentos a las cazuelas y pasando de lo que ocurre en el ruedo, el resultado hubiera sido otro, porque Ferrera ha desarrollado sobre la arena pamplonesa una faena cargada se sabor y torería, una auténtica obra de arte que ha pasado desapercibida para una ¿afición? que hoy no ha estado a la altura. Con el primero, un toro alto y feo de hechuras que siempre echó la cara arriba, anduvo Ferrera muy firme, centrado y solvente con el capote , firme y seguro en banderillas, clavando en la cara con facilidad y verdad, tratando someter en la muleta a este de Cuvillo que no humillaba ni se entregaba en ningún momento. Lo intentó por ambos pitones con superioridad y seguridad, muy por encima de las nulascondiciones del animal y se lo quitó de en medio de una estocada hábil fruto de sus años de experiencia en corridas imposibles.
Fue en el cuarto, el toro de la maldita merienda, cuando Ferrera sacó a relucir su clase, su calidad, su categoría como torero. La revolera de saludo casi de espaldas, el quite por delantales con una media a pies juntos y manos bajas repleta de gusto y sabor y un tercio de banderillas vibrante y exponiendo, sobre todo en un tercer par al quiebro arriesgadísimo y perfecto de ejecución, eran tan solo el anuncio de lo que estaba por llegar en la muleta. El inicio de faena con la muleta plegada sobre su hombro, aromas de México, dejando llegar la arrancada del de Cuvillo hasta muy cerca para desplegar entonces el engaño ligando una serie superior al natural con la figura relajada, templada, de excelente trazo, preciosos naturales acompasados, cargados de emoción y sentimiento. Un gran pitón izquierdo que permitió a Ferrera sentirse a gusto toreando, relajado, dejándose, con una torería y una emotividad mayúscula, toreo profundo, toreo eterno, toreo de verdad. Quizás fuera el pinchazo hondo arriba, en el sitio perfecto, y la tardanza del toro en doblar lo que hizo que la petición fuera insuficiente, aunque parece que la verdadera razón fue que la gente, no les puedo llamar aficionados, especialmente los tendidos de sol, aún no había digerido lo comido o había bebido en demasía y no se enteraron de lo que un maestro había hecho ante un toro bravo, encastado y enclasado, que tuvo movilidad, entrega y humillación. Si se lo han perdido que lo vean de nuevo en Canal Toros, como también podrán ver la tremenda voltereta que le ha propinado al descabellar de la que s esa repuesto como si nada tras un tremendo golpe contra el suelo y que les ha debido aparecer lo más normal del mundo. Así se darán cuenta de su innoble comportamiento, eso si no están a estas horas con una indigestión o en estado de coma etílico. Cuando han estado a la altura, al menos en mi opinión, lo reconozco, pero hoy se han comportado de una manera indigna y vergonzosa con una escasa, ridícula, petición de oreja. Y aún lo entiendo menso cuando se han vuelto medio locos pidiendo una oreja a Talavante en el segundo, un toro que no se entregó, que embistió a media altura, derrotando sin clase al final del muletazo, una faena voluntariosa de Talavante, de acuerdo, técnicamente bien, vale, pero que en ningún momento tomó vuelo, irregular, falta de ritmo y sin profundidad. Mató de una certera estocada pero, igual que dije ayer con la segunda de López Simón, no me parece suficiente para conceder una oreja en plaza de primera. Pero Pamplona es así y no les vamos a cambiar, pero hoy deben hacérselo mirar.
Ginés Marín, por su parte, venía a ocupar la vacante de Roca Rey tras su cogida de hace dos días. Una tarde más se le vio seguro, firme y decidido ante su primero, un toro imposible ante el que estuvo muy por encima, profesional y solvente. Igual que ante el sexto, un tor sin clase, de embestida descompuesta, sin recorrido, vulgar hasta decir basta. De nuevo dejó naturales de un trazo excelente, profundos, con sabor y torería. Es descomunal el manejo de la mano izquierda que tiene el jerezano. Con la espada, ¡un cañón! ¡Ay si ayer hubiera entrado la tizona en el tercero como hoy! Lo que ha quedado claro es que lo de Madrid y lo de ayer en Pamplona no es fruto de la casualidad y que Ginés Marín tiene por delante un futuro más que prometedor en el toreo, muy ilusionante de cara a lo que viene.
No he dicho mucho de los toros de Nuñez del Cuvillo, desiguales de hechuras, feos el primero y sexto, desproporcionados, con cierta movilidad y nobleza, pero sin clase, alguno bronco y con genio, como el primero, sosos y deslucidos en general. Siempre se dice lo mismo, las hechuras no aseguran que el toro embista, pero cuando un toro embiste casualmente tiene buenas hechuras, así que habrá que empezar por ahí.
Pero hoy solo me quedo con la grandeza de un maestro, Antonio Ferrera, y me apena la actitud y la repuesta de la plaza de Pamplona, hoy no ha estad. ala altura, hoy no se le puede llamar aficionados, quizás el estómago rebosante les nublara la vista o el cerebro.
Antonio Vallejo
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