jueves, 13 de julio de 2017
San Fermín, suma y sigue
San Fermín no da tregua, suma dos puertas grandes más y sigue inmerso en el frenético ritmo que no decae ni un segundo. Si ayer fue Cayetano quien salió hombros y Roca Rey quien también lo hubiera hecho de no ser por resultar herido en el muslo y tener que salir por la puerta de la enfermería, hoy han sido Alberto López Simón y Ginés Marín los que han abierto la puerta grande al cortar dos orejas por coleta, el madrileño una a cada uno de su lote y el jerezano dos al sexto, aunque las de hoy merecen algunos matices. No se puede hablar de si han sido justas o no, porque lo han sido. A López Simón el público pamplonés le ha pedido la oreja con fuerza en cada uno de sus toros, y la señora presidente ha cumplido con el reglamento y la ha concedido, así que es justa. Otra cosa es que opinemos sobre si es merecida o excesiva, en cuyo caso me inclino por la segunda opción en el quinto toro. Particularmente yo no creo que ni la faena ni la estocada fueran de oreja. El público, inmerso en su particular atmósfera festiva, ha estado generoso y la ha pedido, pero a mi me ha parecido muy justita. Ahora bien, si al de Barajas le sirve para levantar un ánimo que se veía muy decaído en el pasado San Isidro, bienvenida sea la oreja y la puerta grande, me alegro por él, igual que me alegro por cualquier torero que triunfe. De las de Marín nada que reprochar, me parecen justísimas y muy merecidas. Hace escasas fechas saltó la noticia de que Alberto López Simón había roto su apoderamiento y comenzaba una nueva etapa. Al parecer los últimos meses habían supuesto un sufrimiento y un continuo quebradero de cabeza para el torero por problemas con su apoderado, lo que le tenía sumido en un profundo bache. No era normal lo que le ocurrió el pasado agosto en Bilbao con aquella crisis de ansiedad, un auténtico ataque de pánico que le impidió continuar la lidia, ni tampoco era normal el bajo estado anímico y de forma que se evidenció en Madrid este año. Algo tenía que pasar que lo justificara y por ese cambio de rumbo en la dirección de su carrera puede venir la explicación, porque desde la Feria de Hogueras de San Juan de Alicante el madrileño es otro y se nota en su toreo. La otra cara es la de Ginés Marín, el triunfador de San Isidro que está que se sale, en un momento dulce y con el viento de cara. El jerezano se ha convertido en la revelación de la temporada, entre lo de Madrid y lo de hoy en Pamplona se lo rifan en todas las ferias que están por venir en este verano y veremos en las del otoño. De momento va a sustituir a Roca Rey en la corrida de Nuñez del Cuvillo anunciada para mañana jueves junto a Antonio Ferrera y Alejandro Talavante con todo merecimiento.
La corrida de Victoriano del Río se puede catalogar de buena y con opciones, con dos partes bien diferenciadas a mi modo de ver: la primera con tres primeros toros buenos, enclasados, nobles y repetidores, sobre todo el tercero, un toro de dos orejas, un gran toro, y una segunda parte con un cuarto sin opciones, un quinto manejable pero soso y deslucido y un sexto también manejable que gracias al buen hacer de Marín rompió en la muleta y se entregó finalmente. Terna muy atractiva para el aficionado la compuesta por Sebastián Castella, Alberto López Simón y Ginés Marín, nombres junto a los que hoy, al igual que hice ayer, quiero colocar los de otro magnífico elenco de toreros de plata: Domingo Siro, Jesús Arruga, José Antonio Carretero, Vicente Osuna, José Chacón y ese extraordinario picador, probablemente el número uno hoy en día, que es Tito Sandoval que protagonizó un gran tercio de varas en el segundo, picando arriba, delantero, midiendo el castigo a las mil maravillas.
Sebastián Castella es una figura contrastada del toreo que está, al menos así me lo parece, en una etapa de espléndida madurez, sereno, con la mente despejada y las ideas muy claras, disfrutando con su toreo, relajado, pero sin renunciar a su tauromaquia vibrante con la que tantos triunfos ha cosechado y con la que ha encandilado a tantos aficionados, sin perder ni una gota de la frescura que transmitió, por ejemplo, aquella lejana tarde del San Isidro de 2007 cuando le ví abrir por vez primera la Puerta Grande de Las Ventas. La sensación de serenidad que hoy ha transmitido en la corrida de Pamplona creo que refleja perfectamente ese estado de ánimo y ese momento esplendoroso que vive. Recibe al primero con verónicas templadas, suaves, ganando terreno, para rematar con una media y un recorte con gracia más allá de la segunda raya a un toro con movilidad y velocidad, que repite y muestra fijeza, que va pronto tanto al capote como al caballo y que mete la cara con clase. Un buen quite por chicuelinas del propio matador aprovechando las buenas condiciones del de Victoriano da paso a un tercio de banderillas con emoción en el que el toro muestra prontitud y fijeza, buenos augurios de cara a la muleta. Inicia la faena como tantas y tantas tardes le hemos visto al francés, por estatuarios sin inmutarse, con una tranquilidad pasmosa, pasándose al toro como si estuviera tomando una cerveza con unos amigos viendo la corrida por televisión, no delante de un toro de la seriedad de ese primero. Liga los estatuarios con un trincherazo divino y uno de pecho largo y de una calidad colosal. Por ambos pitones ha toreado templado y largo, lento, cadencioso, con ritmo y compás, bajando la mano y ligando los muletazos con gran clase, perfectamente colocado, los redondos y naturales surgen con naturalidad, espontaneidad y suavidad de sus muñecas, con una facilidad pasmosa y denotando una superioridad insultante delante de la cara del toro, andándole despacio, sin prisas, llevando cosido a la muleta a este buen toro de Victoriano que humilla y repite con fijeza. Series de mucho empaque, toreo clásico y ortodoxo del de Beziers que, sin embargo, no llega con la fuerza que tiene a los tendidos, que están a lo suyo. Se da cuenta de esa frialdad el galo y con inteligencia y maestría cambia el registro de la faena, acorta la distancias y se mete en terrenos del toro, entre los pitones, como tantas veces le hemos visto hacer, con circulares invertidos que esta vez sí despiertan a los de sol. Se pasa al toro por la cadera, combina algunas trincheras y remata con manoletinas ajustadas típicas de su repertorio. Una gran estocada al volapié vale una oreja para Castella, otra más de las cortadas en su larga trayectoria en sanfermines. Pocas opciones para Sebastián con el cuarto, un toro imponente de presencia, tremendo de pitones, veleto, las puntas señalando al cielo, muy ofensivo. Lo recibe con una larga cambiada de rodillas en terrenos de adentro a la que siguen verónicas en las que el de Victoriano del Río no mete bien la cara, aunque se desplaza. No da buenos síntomas en le caballo y en banderillas se ve que se queda corto. Inicia la faena Castella junto a las tablas, con el antebrazo apoyado cual barra de bar, como si a su lado pasara un camarero y no el morlaco que lo hacía. El toro se desplaza, va y viene, pero lo hace con brusquedad, sin clase alguna, descompuesto, sin emoción ni transmisión. Lo intenta el francés en redondo, le pone la muleta, templado, intentando alargar la corta embestida del toro, pero no hay manera. Peor aún por el pitón izquierdo, echa la cara arriba, repone, imposible a todas luces. Quizás, y es solo una opinión, se haya pasado Castella un tanto de metraje a la vista de las nulas condiciones del toro, muy voluntarioso, sí, pero en una sucesión de pases sin argumento que no conducían a nada. Personalmente prefiero que el matador, cuando ha dejado claro que el toro no vale, tome la espada y abrevie, pero repito que es solo una opinión y que quien mejor sabe lo que hay que hacer delante de un toro es el torero, aún más en el caso de Castella, figura contrastada y consagrada.
Sumamente gratificante ha sido comprobar que Alberto López Simón parece volver a la senda por la que nos tenía acostumbrados desde su fulgurante irrupción hace dos años con la Puerta Grande de aquel domingo isidril aparentemente intrascendente y con poco reclamo a priori y la de una segunda por la vía de una sustitución. A partir de ahí una carrera meteórica con triunfos sonados en todas las ferias en las que se anunciaba, hasta el pasado verano donde se vio en Bilbao a un López Simón roto y extenuado. Preocupante fue verle el pasado San Isidro, no era él, se le escaparon varios toros de triunfo grande, algo tenía que ocurrirle. Parece ser que ese cambio de entorno y de dirección de su carrera que he comentado antes le han quitado un gran peso de encima y volvemos a ver al madrileño sonriente. Las verónicas cadenciosas y un tanto desmayadas ganando pasos a cada lance con las que recibió al segundo atestiguan este cambio. Sensacional Tito Sandoval en dos puyazos soberbios, agarrados arriba, sin rectificar, midiendo el castigo con maestría a este de Victoriano del Río que ha acudido pronto y con buen tranco al peto metiendo la cara abajo y empleándose, tanto que llegó a derribar a Tito en el primer encuentro. Bueno el toreo vertical del de Barajas, muy en su estilo, templado, tratando de llevar en largo y por bajo la noble y enclasada embestida del animal, rematando las series con pases de pecho vaciándose por arriba. En una de las últimas series por ese pitón hace el Victoriano por López Simón y lo lanza por los aires con la pala del pitón, afortunadamente sin consecuencias. Poco recorrido por el pitón izquierdo por el que tan solo lo ha probado en una serie de naturales sin emoción. Las manoletinas finales como epílogo clásico de faena dejan todo en manos de la espada. Tremenda, temeraria la manera en como se ha tirado a matar López Simón, sin hacer la cruz, encunado entre los pitones, lanzándose literalmente al vacío, o matar o morir, y se han vivido segundos dramáticos con el toro escupiendo por los aires al madrileño varios metros más allá, como un auténtico guiñapo, un muñeco a merced de una fiera. Tremenda paliza en la que San Fermín ha estado al quite y ha echado su capotillo, no se entiende de otra manera que solo haya recibido un varetazo en el glúteo. El toro rueda sin puntilla, oreja merecida al valor y la clase de López Simón. Al quinto lo recibe con lances a pies juntos para engarzar con un ramillete de verónicas templadas, con gusto. El toro mete bien la cara, humilla con clase y embiste con ritmo y compás, pero lleva la boca abierta ya desde el saludo. Esa falta de fuerzas que anuncia hace que se le mime en el caballo, casi no se le castiga, pero llega a la muleta desfondado. El inicio de la faena recuerda al de Castella, con el antebrazo en las tablas, por alto. Le obliga poco en las primeras series, el de Victoriano toma la muleta a media altura, con algunos enganchones a la tela, desluciendo el conjunto. Se lo lleva López Simón a los medios y en esos terrenos el toro comienza a lucir más, mete la cara con más calidad y empiezan a surgir los mejores pasajes de una faena que parecía que no iba a tomar vuelo, en series de redondos templadas y ligadas con la mano baja. Desde luego que si así ha sido se debe al tesón y la capacidad del madrileño que lo ha hecho absolutamente todo porque el toro, si bien ha tenido nobleza y ha sido manejable carecía de emoción, era soso y deslucido. Menos ritmo y continuidad tiene el pitón izquierdo, más corto de recorrido, naturales sueltos sin linea de argumento. Los ayudados por alto buenos y bellos que dan paso a una estocada entera desprendida-caída, según lo generoso que se quiera ser, valen un trofeo, y aquí caben los matices. El público ha pedido la oreja de manera mayoritaria y la señora presidente la ha concedido atendiendo al reglamento, así que nada que objetar. Otra cosa es que yo no la hubiera pedido, no me ha parecido faena ni estocada para oreja en una plaza de primera, pero al público pamplonés sí y es su fiesta, así que tampoco nada que objetar. Al fin y al cabo lo que queda es la imagen del torero saliendo a hombros, algo muy necesario cada tarde. Cada cual tendrá su opinión, todas respetables.
El jerezano Ginés Marín llegaba a estos sanfermines avalado por su título de triunfador de San Isidro, la mejor carta de presentación posible. Y ha hecho honor a tal condición tanto por ganas y entrega, no ha perdonado ni un quite, como por clase y calidad en su toreo, especialmente al natural, una maravilla. Extraordinario con el capote toda la tarde, en las magníficas verónicas de saludo al tercero, templadas, a compás, con ritmo y cadencia, plenas de sabor, rematadas con una media de rodillas espectacular, y en los quites, uno variado y lucido intercalando chicuelinas y tafalleras al segundo de la tarde y otro clásico y templadísimo a la verónica con aromas a toreo añejo. Pero ha sido con la muleta con la que ha puesto patas abajo la plaza de Pamplona. Al que hacía tercero, el mejor toro de la corrida y candidato serio al mejor de la feria, un animal bravo y noble, con movilidad, fijeza y repetición, con recorrido y clase, que humillaba y hacía el avión que era una delicia, lo ha toreado con un temple, un gusto y una calidad sublime. Inicia la faena de rodillas, redondos largos y templados para incorporase y dejar un gran cambio de mano que levanta a los aficionados. Magníficas series por el pitón derecho, templadas, corriendo bien la mano, por bajo, ligadas, con una emoción y transmisión extraordinaria, coronadas con otro cambio de mano lentísimo y larguísimo, eterno, celestial, que recordó al de Madrid. Pero es por el pitón izquierdo por donde la faena rompe de manera estratósférica. ¡Qué manera de torear al natural!. Suaves, acariciando la cara del extraordinario Victoriano, largos, de un recorrido que parecía no tener fin, muy por bajo, arrastrando la muleta, encajadísimo, de auténtica locura cómo torea el jerezano. El final de faena toreando al natural hincado de rodillas en los medios quedará para el recuerdo, una auténtica obra de arte. Toro de dos orejas y faena de dos orejas de no haber manejado mal los aceros. Una auténtica lástima los tres pinchazos previos a una entera arriba con la que pasaportó a este gran toro premiado con la vuelta al ruedo. Igual que Ginés Marín, que no obtuvo trofeos pero que dejó un toreo imborrable de la memoria, una faena para recordar por mucho tiempo recompensada con una apoteósica vuelta al ruedo, recuperando además la importancia que siempre ha tenido ese premio y que cada día cae más en el olvido. El que hacía sexto no tuvo nada que ver con su hermano, no apuntaba grandes cosas de salida y pasó por los primeros tercios sin pena ni gloria, echando la cara arriba, sin emplearse. Inicio de faena a pies juntos intercalando pases por alto con trincherazos cargados de aroma a toreo del sur. Toma Marín la muleta con la diestra en una serie en redondo sosa y deslucida por las condiciones del toro, que va y viene pero sin humillar, soltando la cara, sin emoción. Con acierto cambia de pitón y comienza a torear al natural con mucha más prestancia. Por ahí el de Victoriano es mucho mejor, tiene más recorrido y se emplea más, metiendo la cara con nobleza y clase, y surgen tres naturales extraordinarios, templados, lentos, hondos, bellísimos. Poco a poco, a base de temple domina Marín la embestida del toro y lo mete en los vuelos de la muleta, más naturales templados, largos y bajos, obligando mucho al animal, que responde y mete la cara cada vez con más clase, ya no solo por ese pitón izquierdo, sino que por el derecho le permite pegar dos tandas en redondo cuajadas, llevando al Victoriano muy toreado, una maravilla. Los naturales finales citando de frente, dando el pecho, dan muestra de la enorme dimensión de este joven jerezano que está rompiendo barreras a base de ganas y entrega, pero sobre todo por su arte y torería.La estocada entera arriba vale dos orejas y una puerta grande más que sumar en esta temporada de ensueño que está viviendo. Si de Madrid salió catapultado ya no sé cómo lo va a hacer de Pamplona. Vamos a tener mucha oportunidades de disfrutar de su toreo porque se ha convertido en el torero del momento y seguro que va estar acartelado en todas o casi todas las ferias que restan de aquí a octubre.
Dos tardes consecutivas con salida a hombros son el suma y sigue de una Feria del Toro que no va a parar ni a bajar el ritmo hasta el viernes 14. Aún queda la corrida de Cuvillo y la mítica de Miura, que como embistan esto puede ser de órdago, y ojalá así sea sea y el mundo entero vea la enorme dimensión de la Fiesta, su alegría y el triunfo.
Antonio Vallejo
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