domingo, 18 de marzo de 2018

Ponce, Ponce, Ponce y siempre Ponce, eterno


Pasan los años, llegarán nombres nuevos que suenen para ocupar el trono del toreo, generarán ilusiones, algunos incluso se convertirán en realidades, llegarán modas, durarán más o menos, otras pasarán, pero solo hay uno que queda, por el que no pasa el tiempo, un número uno atemporal, temporada tras temporada, que llegue quien llegue da igual, el trono del toreo es de uno solo, un valenciano, un torero de pies a cabeza, un hombre íntegro dentro y fuera de los ruedos, un figurón del toreo, para mí el más grande de la historia, lo digo y lo repetiré, el maestro de maestros, Enrique Ponce. Nunca nadie ha estado en lo más alto año tras año, nadie ha competido con su generación y las que han venido por detrás sin dejar de ser el mejor, nadie, como dijo ayer el maestro Emilio Muñoz, tras 28 años de alternativa sigue abriendo la puerta grande de todas las plazas de primera, de segunda y de lo que sea, da igual, su toreo está por encima de cualquier clasificación. Pasan los años y Enrique sigue ahí, en lo más alto, fresco como el primer día, en su mejor momento.   Sevilla, Bilbao, México, Pamplona,  Málaga, Zaragoza, Madrid... y hoy otra vez Valencia, tarde tras tarde superando registros, tarde tras tarde mejorando la que parecía su obra maestra, tardes y tardes que aún quedan por ver y que harán historia  Dos orejas que ha cortado al cuarto y al menos otra más debía haber sido al primero si no se la hubiera robado un personaje cuyo nombre no conozco ni me importa que en esta tarde de sábado ocupaba el palco. Una vez más tenemos que soportar  que alguien que no es nada, que circunstancialmente está ahí sentado y que por un día tiene la potestad de sacar o no un pañuelo blanco, niegue una oreja pedida por una mayoría absoluta de los aficionados  en una clara violación de lo que dicta el reglamento. No sé si lo habrá hecho por capricho, por afán de protagonismo o por ignorancia . Da igual, en cualquier caso es una falta grave y ya se repite demasiado como para no tomar en serio la necesidad de hacer algo para frenar los desmanes que tantas tardes vemos en los palcos de nuestras plazas de toros y que tanto daño hacen a la Fiesta.
Por segundo día consecutivo lleno a reventar en los tendidos de Valencia para ver a Enrique Ponce, Alejandro Talavante y Paco Ureña frente a toros de Garcigrande- Domingo Hernández que han lucido divisa negra en señal de luto por la muerte hace unas semanas del ganadero Domingo Hernández. Vuelvo a lo mismo, ¿que entrada hubiera registrado la plaza si en el cartel hubieran estado anunciados Ureña, Garrido y Juan del Álamo ante los mismos toros?. Un cartelazo, sin duda, al menos a mí me lo parece, y a muchísimos aficionados también, pero me temo que solo con el interés de  los "aficionados" no hubiéramos llenado mucho más de media plaza. Que claro, por enésima vez, cual es el verdadero reclamo para atraer al gran público a los toros. Un público que ha roto en una gran ovación a Enrique Ponce tras romper el paseíllo y que el maestro ha querido compartir con Talavante y Ureña. Precioso y emotivo homenaje de la plaza de Valencia hacia su paisano y detalle de señorío y respeto del maestro hacia sus compañeros, un gesto que le honra una vez más.
Reservón y frenándose en el capote de Ponce el primero sin permitir el lucimiento del maestro de Chiva. Se va suelto al caballo que guarda puerta y a la salida del puyazo cambia su comportamiento y embiste con  clase en el capote de Ponce que deja un ramillete de verónicas extraordinarias rematadas con una media excelente. Talavante replica en su turno de quites con uno por chicuelinas y un remate a una mano de mucho gusto que es respondido por Ponce  por el mismo palo, chicuelinas a manos bajas templadas y cadenciosas que también remata a una mano con una elegancia superlativa. ¡Qué delicia volver a ver el pique en quites! Una costumbre que se va perdiendo y que tantas tardes de gloria ha dado a lo largo de la historia. Toro con movilidad, que tras tomar los puyazos ha roto a embestir humillando, con movilidad, emoción  y transmisión. Lo ve claro el valenciano en el tercio de banderillas, como se desplaza el toro, con qué alegría le galope y clase en la embestida se arranca a los cites. Decidido Ponce a brindar al público, camino de los medios, se le arranca el de Domingo Hernández e improvisa una serie de ayudados por bajo de una estética y profundidad enorme rematada con garbo y elegancia con un natural supremo y uno de pecho aún mayor, todo ello en el centro del ruedo y con la montera aún en su mano derecha. Todo lo hace con naturalidad, elegancia y suavidad, una auténtica maravilla, como la imagen del maestro brindando al público con el toro como testigo a escasos metros de él en los mismos medios. A partir de ahí una antología de la tauromaquia de Enrique, el poncismo en su máxima expresión. Toreo templado, con empaque, ritmo y cadencia, con un inicio por bajo, genuflexo, sometiendo al toro que responde con bravura, humillando y persiguiendo la muleta con celo. Sensacionales tandas en redondo, con temple exquisito, poniéndole la muleta en la cara, sin quitársela, ligando los pases con una cadencia extraordinaria, muletazos largos y bajos que llegan a los tendidos, naturales desmayados de gran calidad pese a que el de Domingo Hernández protesta por ahí pero se impone el mando del maestro y saca una serie extraordinaria por ese pitón izquierdo. Más y más redondos que se suceden sin solución de continuidad, toreando erguido, con el brazo desmayado, encajado, ese toreo único tan particular y especial del maestro de maestros, con una clase y una elegancia infinita, llevando al toro tapado, concatenando los pases con una naturalidad pasmosa para finalizar una nueva lección de tauromaquia genuflexo, poncinas con una largura y una profundidad fuera de serie y adornos cargados de gusto y sabor, como el farol que remata la obra y que pone en pie a toda la plaza. Estocada entera desprendida y un descabello para inundar los tendidos de pañuelos blancos ante la chulería de un presidente que violando el reglamento niega la oreja pedida por el público. Un auténtico sinvergüenza que desata la ira de los tendidos y el enfado mayúsculo de Ponce que da una antológica vuelta al ruedo entre el cariño de los aficionados que se han sentido insultados por ese impresentable que ocupaba el palco. Enrique Ponce está por encima de una oreja más o menos, su lección de toreo queda ahí y eso no se lo va quitar ningún don nadie. Ni que decir que la bronca que se gana el susodicho aún resuena en todo el Levante español.
El cuarto, de Garcigrande, ha salido con una embestida incierta, deslucido en el recibo capotero, sin humillar, echando la cara arriba, tanto en los capotes como en el peto del caballo, sin emplearse. Mucho lo cuida Ponce a la salida del caballo, con una suavidad exquisita, con mimo y dulzura para ir templando esas brusquedades, parando los arreones del garcigrande y mostrándole el camino de cómo hay que embestir. Magia pura en el capote del maestro que ha ejecutado un extraordinario quite por delantales con una calidad suprema, un gusto y un sabor que rompe todos los límites con la media de remate, un canto a la belleza. Primeros compases de la faena con suavidad, por bajo, ganándole pasos para sacarlo más allá de las rayas con elegancia. Sensacional una vez más Ponce, llevando al toro siempre con la muleta en la cara, ligando los redondos con temple exquisito, tapando el defecto que tiene el de Garcigrande de echar la cara arriba para poco a poco someterlo en su muleta y sacar tandas de redondos largos de enorme calidad y mérito. Lo mismo al natural, excelente, templando mucho, ajustando la altura y la velocidad a la exigencia del toro, magisterio pancista de técnica y mando, tirando del animal que se queda a medio muletazo pero que el poderío del maestro hace que llegue a completar y vaciar la embestida, citando al toro con el reverso de la muleta para cambiarla en el último segundo con un giro de muñeca y dejarla planchada en la cara para ejecutar los naturales de una manera bellísima. El epílogo de faena con redondos en paralelo a las tablas de extraordinaria largura, relajado, desmayado, enroscándose al toro para rematar con uno de pecho antológico pone de nuevo a toda la plaza en pie, las poncinas finales y un cambio de mano genuflexo de extraordinaria largura y unos molinetes de rodillas entre gritos de "torero, torero" de un público entregado pregonan un  triunfo grande que llega tras un pinchazo y un estoconazo que pasaporta al de Garcigrande y llena los tendidos de pañuelos. Muestra del desastre del palco es que ha sacado con enorme rapidez los dos pañuelos concediendo las dos orejas para compensar su grave error en el primer toro. No entro a discutir si dos orejas son premio justo para Ponce en este cuarto. Para mí sí, por la lección de técnica, de ciencia taurómaca y conocimiento supremo de Ponce para someter a este toro exigente y difícil a lo que ha sumado gusto y torería, aunque haya pinchado al primer intento. Me da igual, su magisterio vale mucho más y la plaza de Valencia también lo ha debido pensar así tras contemplar la apoteósica vuelta al ruedo y su despedida en el centro del anillo entre más gritos de "torero, torero". 
Primera de las muchas grandes tardes que aún nos va a dar el maestro Ponce, el más grande de todos los tiempos y del que aún no conocemos su límite. Ponce, Ponce, Ponce y más Ponce, siempre Ponce, eterno Ponce, 28 años de alternativa, madurez plena y frescura como la del primer día, un torero de pies a cabeza por el que no pasan los años y del que aún nos queda mucho por disfrutar.

Antonio Vallejo

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