No se han equivocado, no, para nada, esta no es la entrada de ayer, no es una repetición, ni mucho menos. Sigan leyendo, vean la foto, observen la diferencia, no es la misma. Ayer fue la antepenúltima obra maestra del maestro más grande de la historia, hoy ha sido la penúltima, mañana será la última en la plaza que sea y tendrá fecha de caducidad porque a esa le sucederá otra que la destrone. Así una tarde tras otra, una feria tras otra, inagotable, eterno, inmortal, superando en tan solo 24 horas lo que parecía imposible. De la foto de ayer cambia únicamente el vestido, el resultado es el mismo, nada cambia, la vida sigue y un nombre seguirá sonando en todas la plazas como el número uno indiscutible del toreo, temporada tras temporada, y ya van 28, pero quedan muchísimas más a juzgar por el extraordinario estado de forma que presenta el maestro de maestros. Nada se le resiste, nada se le pone por delante, él sigue dictando cátedra allá donde torea, rindiendo y poniendo a sus pies hasta a los sectores que más le odian, porque no puedo decir críticos, es odio puro el de algunos que ya sabemos y que han tenido que claudicar, agachar las orejas y recular en tablas como mansos que realmente son ante el poderío y la torería de Enrique Ponce. Solo un figurón de leyenda, apenas dos horas después de abrir la puerta grande de Valencia en plena feria de Fallas es capaz de asumir la responsabilidad de aceptar la sustitución de su amigo Cayetano en la corrida de hoy domingo ante toros de Juan Pedro Domecq. Lo ha hecho por compromiso real con la Fiesta, por responsabilidad torera cuando su Valencia se lo ha pedido, por su inmensa grandeza como figura de época, demostrando también su estratosférica dimensión humana que le hace dar siempre el paso adelante que haga falta cuando se le necesita. Torero y hombre íntegro que hoy ha agigantado aún más su leyenda, un escalón más de los muchos que aún le quedan por subir en esa escalera que le lleva al cielo del toreo, al Olimpo de la Tauromaquia.
Ayer lo dije y tengo que repetirlo. Pasan los años, aparecen y desaparecen quienes parecen llamados a suceder al maestro de Chiva en el trono el toreo, nombres que ilusionan y que algunos llegan a ser figuras, otros se quedan por el camino y alguno que pudiendo y con condiciones de valor y arte de sobra para ser leyenda del toreo da un paso a un lado, abandona a una Fiesta que le necesita, deja las grandes plazas y las primeras ferias para buscar acomodo en tardes anunciadas con cuentagotas, llenas de fans incondicionales y con toros elegidos con esmero y muchos condicionantes en las que lo sorprendente es que no se conviertan en una lluvia de orejas y rabos. Enrique no, Enrique no deja tirada a la Fiesta, la ama, vive por y para ella, la defiende como debe hacerse, con compromiso, con responsabilidad, con arte, con torería infinita. Lo lleva haciendo 28 años y los que quedan. Eterno, inmortal Enrique.
Ayer fueron Alejandro Talavante, con nula suerte en su lote, dos toros sin raza, descastados, sosos y deslucidos que no se emplearon ni se prestaron al mínimo lucimiento y ante los que se estrelló el extremeño, y Paco Ureña, que dio una lección de valor, compromiso y, sobre todo, verdad, jugándose la vida a pecho descubierto, tragando parones y malas miradas de sus dos toros, muy peligrosos ambos, aguantando arreones, descolgaban la cara, sabían lo que se dejaban detrás y buscaban herir con saña, pero a los que el murciano sometió a base de entrega, de ponerles la muleta adelantada y poderles por bajo, sacando redondos y naturales de muchísimo peso tanto por su valentía como por la belleza de los muletazos. Tanto se la jugó Ureña que fue feamente cogido por el sexto en unos segundos dramáticos. Hecho un Ecce Homo remató la faena con una gran estocada que sirvió para pasear una oreja. Hoy ha sido Miguel Angel Perera quien ha estado por encima de su primero, muy suficiente y firme, con su poderío habitual ante un toro soso y deslucido de muy escasa emoción y transmisión y que ha perdido una oreja por el mal manejo de la espada en el segundo de su lote tras una faena a un buen juampedro, con clase y movilidad, al que ha toreado templado, sacando muletazos de excelente trazo por ambos pitones, adelantando la muleta, alargando el viaje, bajando la mano, segurísimo, para acabar con ese toreo vertical acortando las distancias, en las cercanías de los pitones, pasándose al toro rozando la taleguilla como si nada, impasible, con emoción y transmisión, y también hoy podría haber sido la noticia el madrileño Alberto López Simón, quien desde su cambio de apoderamiento retomó la senda de una carrera triunfal que se había venido abajo durante unos meses en los que se veía al de Barajas deprimido, abatido, desconfiado, sin sitio, en un estado muy preocupante. Pero resurgió y volvimos a ver poco a poco al López Simón que despegó como un cohete hace tres San Isidro, en aquel para él mágico 2015. Hoy ha cortado dos orejas, una a cada uno de su lote, y ha salido a hombros por la puerta grande de Valencia tras dos faenas presididas por el temple y el toreo pausado, dando distancia a unos toros que lo pedían, sin encimarlos tanto como otras tardes le he visto, sacando muletazos excelentes por ambos pitones, largos, bajando la mano, toreo clásico que ha alternado con fase de toreo enlazado, como el inicio de faena al sexto de rodillas en el mismo centro del anillo, arrebatado, y las manoletinas ajustadas que cerraron la faena al último de la corrida. Un extraordinario estoconazo recibiendo al tercero y una estocada entera al sexto le han valido al madrileño los trofeos para salir a hombros.
Estos cuatro nombres habrían sido la noticia de las fallas en estos dos días, sobre todo López Simón. Pero vuelvo a lo de siempre, aparece Enrique Ponce en escena y eclipsa todo. Primero, dos puertas grandes en la misma plaza de primera y en el plazo de 24 horas, algo que no sé si se habrá visto alguna vez. Segundo, el valor de las orejas cortadas y de las robadas ayer por un presidente indigno con dos faenas antológicas, llenas de torería, de elegancia, de temple, de clase, de gusto, de técnica, de conocimiento del toro y los terrenos, una clase magistral de la tauromaquia de Enrique. La penúltima cátedra de tauromaquia impartida por la figura más grande que a mi modo de ver y entender ha dado el toreo a lo largo de toda su historia. Ayer fue la penúltima, hoy ha sido la última de momento, mañana puede verse desbancada por otra antología torera.
Ha sacado petróleo de un primer toro soso y deslucido del que había que tirar para que embistiera. Ponce lo hizo con maestría y esa facilidad, superioridad insultante me parece a mí, que tiene delante de la cara de los toros, llegando a hacernos creer que hasta los peores toros son buenos en su muleta por una técnica fuera de serie. Ha sido increíble lo que ha sacado a su primer toro, redondos y naturales que parecían imposibles, con la figura erguida, plantado en la cara del juampedro, poniéndole la muleta y conduciendo la desentendida embestida del animal con una maestría única.
De nuevo ha sido en el cuarto donde el sueño se ha hecho realidad, el sueño del toreo más caro y bello que cualquier aficionado pueda desear. A mi ya se me han acabado los calificativo hace mucho, no encuentro ninguno que describa todo lo que me hace sentir el toreo de Ponce, todos se me quedan cortos para transmitir lo que he visto hoy gracias a Canal Toros. Una vez más lo digo sin rubor, el mejor maestro de toda la historia, con la diferencia que a Enrique lo estamos disfrutando en toda su carrera, desde que empezó hace 28 años hasta hoy, sin que en el horizonte se pueda adivinar un hipotético final del toreo de Ponce, un auténtico regalo del cielo, como bien lo han reconocido todos los aficionados que han llenado los tendidos de la plaza valenciana con una atronadora ovación al romperse el paseíllo, no por el triunfo de ayer, sino por toda su trayectoria y por el gesto de gallardía y valentía al aceptar matar la corrida de hoy.
Maniquí se llamaba este cuarto de Juan Pedro. ¡Que dos verónicas templadísimas, cadenciosas, acompañando la embestida con la cadera, jugando las muñecas con suavidad y una larga cordobesa de una estética y una belleza extraordinaria!. Casi tanta belleza como el quite por delantales al tercero, sedosos por su suavidad extrema, cada lance un cartel. Igual que la torería con la que ha conducido al toro hacia el caballo, a una mano, relajando el brazo, desmayando la figura, sensacional, con una naturalidad que deslumbra y enamora. Un toro con mucha clase y movilidad pero justo de fuerzas con el que Enrique ha compuesto una sinfonía perfecta en la que todos y cada uno de los instrumentos afinaban a la perfección y los acordes eran magia pura para los sentidos. Redondos con la figura erguida y los brazos desmayados, enroscándose al toro, con un temple descomunal, una suavidad exquisita, acariciando la embestida, mimando al juampedro para que sacara todo su fondo. Cambios de mano excelsos, revestidos de la elegancia y la plasticidad del toreo de Enrique, toreo profundo, toreo hondo. Hacía mucho que no veía a un Ponce tan encajado y relajado, disfrutando del toreo, soñando el toreo, componiendo nota a nota, lance a lance, la más bella partitura de su carrera, de momento. Los naturales que surgen tras un garboso molinete son supremos, templados, largos, hondos, la mano muy baja, con el desmayo poncista que eleva la millonésima potencia la belleza del conjunto de su obra. Enloquecidos los tendidos, rotos a aplaudir, hipnotizados por la magia de Enrique, toreando de verdad, sin trucos ni ventajas, citando los naturales con el envés de la muleta para completar los lances con una profundidad abismal y rematar las series con unos de pecho de pitón a rabo monumentales. Un pase de la flores para ligar dos tandas en redondo reunida y ajustada, con desmayo, pasándose al toro por la cintura en una baldosa, de enorme emoción y belleza, dos tandas rotundas que ponen de nuevo en pie a los tendidos, roncos ya de gritar olés desaforados a cada muletazo. Vuelve al natural con otro cambio de mano superlativo, abandonado, disfrutando de la que sabe es su nueva obra maestra, poncinas, cambios de mano por la espalda, otro de pecho que dura toda una eternidad, pases y más pases entre la primera raya y las tablas, molinete, otro cambio de mano, los abaniqueos tan propios del maestro, ¡y sigue toreando!, ¡y sigue disfrutando!, ¡y sigue soñando el toreo más bello! todo enmarcado en la naturalidad, la elegancia y la despaciosidad de un toreo único e inigualable. No sabría explicar el estado de los tendidos valencianos. Enloquecidos es poco, delirio me parece escaso, quizás éxtasis se acerque a lo que se sentía en la plaza y lo que yo he sentido a través de la televisión. Toda la plaza, absolutamente toda, puesta en pie al grito de "torero, torero", frotándose los ojos para cerciorarse que era verdad lo que estaban viendo, un nuevo magisterio de tauromaquia. Y por si faltaba algo ha finalizado la faena con ambas rodillas en tierra al hilo de las tablas, toreando por el pitón derecho con una largura superlativa, como si fuera un novillero que tiene que triunfar sea como sea para abrirse camino, como si estuviera empezando, como hacía en sus primeras tardes como matador de toros. ¡Pero es que lleva 28 años de alternativa y sigue con las mismas ganas y la misma frescura que aquel día de 1991!. ¿Y por qué?. Porque respeta y dignifica al toro, respeta y dignifica al toreo, respeta y dignifica a los aficionados y es torero desde que se levanta hasta que se acuesta, un día tras otro, dentro y fuera de la plaza. Solo así pienso que puede entender ese milagro que es Enrique Ponce. Un estoconazo volcándose sobre el morrillo para hundir la espada hasta la empuñadura y hacer rodar al toro sin puntilla.
Dos orejas incontestables para hacer historia, otra puerta grande y otra salida hombros, 39 ya en Valencia, cuarta puerta grande consecutiva en cuatro corridas que lleva en la temporada española, la de Olivenza, la de Castellón y las dos de Valencia, agrandando más aún su leyenda. La apoteósica vuelta al ruedo y la despedida en el mismísimo centro del ruedo ante la totalidad de los tendidos coreando el grito de "torero, torero" resume todo. No hay palabras para expresar la emoción inmensa que he sentido una vez más, con la certeza que quedan muchas más tardes de gloria para soñar el toreo como lo hace Enrique.
Ponce, Ponce, Ponce, siempre Ponce, eterno e inmortal.
Antonio Vallejo
Ayer fueron Alejandro Talavante, con nula suerte en su lote, dos toros sin raza, descastados, sosos y deslucidos que no se emplearon ni se prestaron al mínimo lucimiento y ante los que se estrelló el extremeño, y Paco Ureña, que dio una lección de valor, compromiso y, sobre todo, verdad, jugándose la vida a pecho descubierto, tragando parones y malas miradas de sus dos toros, muy peligrosos ambos, aguantando arreones, descolgaban la cara, sabían lo que se dejaban detrás y buscaban herir con saña, pero a los que el murciano sometió a base de entrega, de ponerles la muleta adelantada y poderles por bajo, sacando redondos y naturales de muchísimo peso tanto por su valentía como por la belleza de los muletazos. Tanto se la jugó Ureña que fue feamente cogido por el sexto en unos segundos dramáticos. Hecho un Ecce Homo remató la faena con una gran estocada que sirvió para pasear una oreja. Hoy ha sido Miguel Angel Perera quien ha estado por encima de su primero, muy suficiente y firme, con su poderío habitual ante un toro soso y deslucido de muy escasa emoción y transmisión y que ha perdido una oreja por el mal manejo de la espada en el segundo de su lote tras una faena a un buen juampedro, con clase y movilidad, al que ha toreado templado, sacando muletazos de excelente trazo por ambos pitones, adelantando la muleta, alargando el viaje, bajando la mano, segurísimo, para acabar con ese toreo vertical acortando las distancias, en las cercanías de los pitones, pasándose al toro rozando la taleguilla como si nada, impasible, con emoción y transmisión, y también hoy podría haber sido la noticia el madrileño Alberto López Simón, quien desde su cambio de apoderamiento retomó la senda de una carrera triunfal que se había venido abajo durante unos meses en los que se veía al de Barajas deprimido, abatido, desconfiado, sin sitio, en un estado muy preocupante. Pero resurgió y volvimos a ver poco a poco al López Simón que despegó como un cohete hace tres San Isidro, en aquel para él mágico 2015. Hoy ha cortado dos orejas, una a cada uno de su lote, y ha salido a hombros por la puerta grande de Valencia tras dos faenas presididas por el temple y el toreo pausado, dando distancia a unos toros que lo pedían, sin encimarlos tanto como otras tardes le he visto, sacando muletazos excelentes por ambos pitones, largos, bajando la mano, toreo clásico que ha alternado con fase de toreo enlazado, como el inicio de faena al sexto de rodillas en el mismo centro del anillo, arrebatado, y las manoletinas ajustadas que cerraron la faena al último de la corrida. Un extraordinario estoconazo recibiendo al tercero y una estocada entera al sexto le han valido al madrileño los trofeos para salir a hombros.
Estos cuatro nombres habrían sido la noticia de las fallas en estos dos días, sobre todo López Simón. Pero vuelvo a lo de siempre, aparece Enrique Ponce en escena y eclipsa todo. Primero, dos puertas grandes en la misma plaza de primera y en el plazo de 24 horas, algo que no sé si se habrá visto alguna vez. Segundo, el valor de las orejas cortadas y de las robadas ayer por un presidente indigno con dos faenas antológicas, llenas de torería, de elegancia, de temple, de clase, de gusto, de técnica, de conocimiento del toro y los terrenos, una clase magistral de la tauromaquia de Enrique. La penúltima cátedra de tauromaquia impartida por la figura más grande que a mi modo de ver y entender ha dado el toreo a lo largo de toda su historia. Ayer fue la penúltima, hoy ha sido la última de momento, mañana puede verse desbancada por otra antología torera.
Ha sacado petróleo de un primer toro soso y deslucido del que había que tirar para que embistiera. Ponce lo hizo con maestría y esa facilidad, superioridad insultante me parece a mí, que tiene delante de la cara de los toros, llegando a hacernos creer que hasta los peores toros son buenos en su muleta por una técnica fuera de serie. Ha sido increíble lo que ha sacado a su primer toro, redondos y naturales que parecían imposibles, con la figura erguida, plantado en la cara del juampedro, poniéndole la muleta y conduciendo la desentendida embestida del animal con una maestría única.
De nuevo ha sido en el cuarto donde el sueño se ha hecho realidad, el sueño del toreo más caro y bello que cualquier aficionado pueda desear. A mi ya se me han acabado los calificativo hace mucho, no encuentro ninguno que describa todo lo que me hace sentir el toreo de Ponce, todos se me quedan cortos para transmitir lo que he visto hoy gracias a Canal Toros. Una vez más lo digo sin rubor, el mejor maestro de toda la historia, con la diferencia que a Enrique lo estamos disfrutando en toda su carrera, desde que empezó hace 28 años hasta hoy, sin que en el horizonte se pueda adivinar un hipotético final del toreo de Ponce, un auténtico regalo del cielo, como bien lo han reconocido todos los aficionados que han llenado los tendidos de la plaza valenciana con una atronadora ovación al romperse el paseíllo, no por el triunfo de ayer, sino por toda su trayectoria y por el gesto de gallardía y valentía al aceptar matar la corrida de hoy.
Maniquí se llamaba este cuarto de Juan Pedro. ¡Que dos verónicas templadísimas, cadenciosas, acompañando la embestida con la cadera, jugando las muñecas con suavidad y una larga cordobesa de una estética y una belleza extraordinaria!. Casi tanta belleza como el quite por delantales al tercero, sedosos por su suavidad extrema, cada lance un cartel. Igual que la torería con la que ha conducido al toro hacia el caballo, a una mano, relajando el brazo, desmayando la figura, sensacional, con una naturalidad que deslumbra y enamora. Un toro con mucha clase y movilidad pero justo de fuerzas con el que Enrique ha compuesto una sinfonía perfecta en la que todos y cada uno de los instrumentos afinaban a la perfección y los acordes eran magia pura para los sentidos. Redondos con la figura erguida y los brazos desmayados, enroscándose al toro, con un temple descomunal, una suavidad exquisita, acariciando la embestida, mimando al juampedro para que sacara todo su fondo. Cambios de mano excelsos, revestidos de la elegancia y la plasticidad del toreo de Enrique, toreo profundo, toreo hondo. Hacía mucho que no veía a un Ponce tan encajado y relajado, disfrutando del toreo, soñando el toreo, componiendo nota a nota, lance a lance, la más bella partitura de su carrera, de momento. Los naturales que surgen tras un garboso molinete son supremos, templados, largos, hondos, la mano muy baja, con el desmayo poncista que eleva la millonésima potencia la belleza del conjunto de su obra. Enloquecidos los tendidos, rotos a aplaudir, hipnotizados por la magia de Enrique, toreando de verdad, sin trucos ni ventajas, citando los naturales con el envés de la muleta para completar los lances con una profundidad abismal y rematar las series con unos de pecho de pitón a rabo monumentales. Un pase de la flores para ligar dos tandas en redondo reunida y ajustada, con desmayo, pasándose al toro por la cintura en una baldosa, de enorme emoción y belleza, dos tandas rotundas que ponen de nuevo en pie a los tendidos, roncos ya de gritar olés desaforados a cada muletazo. Vuelve al natural con otro cambio de mano superlativo, abandonado, disfrutando de la que sabe es su nueva obra maestra, poncinas, cambios de mano por la espalda, otro de pecho que dura toda una eternidad, pases y más pases entre la primera raya y las tablas, molinete, otro cambio de mano, los abaniqueos tan propios del maestro, ¡y sigue toreando!, ¡y sigue disfrutando!, ¡y sigue soñando el toreo más bello! todo enmarcado en la naturalidad, la elegancia y la despaciosidad de un toreo único e inigualable. No sabría explicar el estado de los tendidos valencianos. Enloquecidos es poco, delirio me parece escaso, quizás éxtasis se acerque a lo que se sentía en la plaza y lo que yo he sentido a través de la televisión. Toda la plaza, absolutamente toda, puesta en pie al grito de "torero, torero", frotándose los ojos para cerciorarse que era verdad lo que estaban viendo, un nuevo magisterio de tauromaquia. Y por si faltaba algo ha finalizado la faena con ambas rodillas en tierra al hilo de las tablas, toreando por el pitón derecho con una largura superlativa, como si fuera un novillero que tiene que triunfar sea como sea para abrirse camino, como si estuviera empezando, como hacía en sus primeras tardes como matador de toros. ¡Pero es que lleva 28 años de alternativa y sigue con las mismas ganas y la misma frescura que aquel día de 1991!. ¿Y por qué?. Porque respeta y dignifica al toro, respeta y dignifica al toreo, respeta y dignifica a los aficionados y es torero desde que se levanta hasta que se acuesta, un día tras otro, dentro y fuera de la plaza. Solo así pienso que puede entender ese milagro que es Enrique Ponce. Un estoconazo volcándose sobre el morrillo para hundir la espada hasta la empuñadura y hacer rodar al toro sin puntilla.
Dos orejas incontestables para hacer historia, otra puerta grande y otra salida hombros, 39 ya en Valencia, cuarta puerta grande consecutiva en cuatro corridas que lleva en la temporada española, la de Olivenza, la de Castellón y las dos de Valencia, agrandando más aún su leyenda. La apoteósica vuelta al ruedo y la despedida en el mismísimo centro del ruedo ante la totalidad de los tendidos coreando el grito de "torero, torero" resume todo. No hay palabras para expresar la emoción inmensa que he sentido una vez más, con la certeza que quedan muchas más tardes de gloria para soñar el toreo como lo hace Enrique.
Ponce, Ponce, Ponce, siempre Ponce, eterno e inmortal.
Antonio Vallejo
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