sábado, 13 de octubre de 2018

12 de octubre, Día de la Patria. Madrid, Zaragoza y siempre Ponce, eterno Maestro


Día grande, 12 de octubre, día de la Patria, y que mejor forma de celebrarlo que con nuestra Fiesta Nacional, aunque realmente para mi cada día es el día de mi Patria, cada día de mi vida tengo a mi España presente, no un día al año, ¡que triste!, todos los días, todos los minutos, todos los segundos porque soy español, porque a mi Patria le debo todo, porque la quiero como me enseñaron a quererla y porque en su día le presté juramento eterno, a ella y su bandera. Así que decidí ir a Las Ventas a ver la corrida programada para este antaño Día de la Raza. Y por si me quedaba con ganas, ¡hala!, doble ración, porque había dejado grabando en Canal Toros la corrida del día grande de Zaragoza, el Día de El Pilar, y la he visto tranquilamente en casa. Españolidad (sinceramente me gusta más ese término que el de Hispanidad, demasiado amplio) y toros, binomio perfecto.
Por orden cronológico no tengo otro remedio que empezar por la corrida de Partido de Resina con el remiendo de uno de José Luis Pereda programada en Madrid. La verdad es que no me ha sorprendido, ni siquiera me ha decepcionado su pobre juego. La verdad es que lo que ha salido era lo que me esperaba. Empezaré diciendo que su leyenda de toros guapos es verdad, no en vano son los Pablo Romero de toda la historia, sinónimo de torazo, complicado y duro. Cinco animales de extraordinaria presentación, cada ejemplar de lámina, auténtica belleza, magníficas hechuras, imponentes, impresionantes, acongojantes, enseñando las puntas, astifinos como puñales, bajos, armónicos,  todos cárdenos, el primero, segundo y sexto se han llevado una ovación monumental por su presencia, tremenda. Pero igual que han hecho honor a sus hechuras también han dado el juego al que tristemente nos tienen acostumbrados en los últimos años, justos de fuerzas, faltos de humillación y entrega, peligrosos sí, pero por estar a la defensiva y soltar la cara, por revolverse ante su escaso recorrido, frenándose, parones y miradas, pero mínimas opciones al lucimiento. La única opción de la terna encargada de estoquear este encierro, Rubén Pinar, Javier Cortés y Gómez del Pilar, pasaba por hacer lo que hicieron, echarle muchas dosis de arrojo y valor, ponerse delante y tragar lo indecible. Para mi claramente por encima los tres, jugándosela y ganando la partida a toda la corrida, incluido el remiendo de José Luis Pereda, indigno de Madrid, toro sin trapío ni hechuras para esta plaza ni para otras muchas, para colmo si fuerzas, sin clase, sin raza, sin casta, un despojo de fin de temporada que jamás debió haber saltado al ruedo venteño. Un encierro que ha tenido un comportamiento homogéneo, falto de humillación y entrega, sin recorrido, reponiendo y a la defensiva, la cara alta, soltando derrotes, auténticos tornillazos. Se la jugó Rubén Pinar sin perder la cara al primero, un toro que de salida apuntó querencia, que a la mínima oportunidad que tuvo saltó limpiamente al callejón, le puso la muleta, trató de llevarlo, algunos lances en redondo sueltos tuvieron enorme mérito, pero las condiciones del toro no permitían florituras. En uno de los brutales derrotes que soltaba desarmó al albaceteño y le empitonó por el muslo derecho dejándolo colgado del pitón cabeza abajo durante unos segundos de angustia. Cornada de la que emanaba la sangre con abundancia, luego hemos conocido de su gravedad, que no le impidió volver arrebatado a la cara del toro para enjaretar la única tanda en redondo con ligazón y bajura. Titánico esfuerzo de Pinar por mantenerse en pie y matar a este peligroso primero. Vuelvo a repetir lo de tras veces, creo que en estos casos debe existir una norma para obligar al matador a retirarse a la enfermería porque ponen en serio riesgo su salud y su vida al verse tan mermado d facultades, pero son de una pasta que les impide dar un paso atrás y, si los genes del toro bravo le llevan a pelear hasta la muerte, estos superhombres también llevan esos genes. Gran ovación para Pinar mientras se retira por su propio pie a la enfermería. Del resto de la corrida tan solo puedo destacar el valor de Gómez del Pilar al irse a recibir a sus dos toros a porta gayola y pegarle al tercero unos delantales de saludo que fueron sin duda lo mejor de la tarde en lo que a toreo de capa se refiere, templados, en los medios, preciosos. Fue precisamente este tercero el único que permitió al madrileño lucir algo en la muleta, especialmente al inicio del trasteo, muy poderoso por bajo, sometiéndolo con doblones de mucho mando, tanto que el de Partido de Resina se vio podido y poco a poco rechazó la pelea, cada vez más corto y defendiéndose. Algunos redondos y naturales tuvieron enjundia pero a la faena le faltó algo de ritmo y continuidad para romper por las condiciones del toro. Mató de sensacional estocada y hubo petición insuficiente para Gómez del Pilar que dio una merecida vuelta al ruedo. También hay que destacar el extraordinario tercio d banderillas protagonizado por ese extraordinario torero de plata que es Ángel Otero, obligado a desmonterarse para responder la atronadora ovación de la media plaza que se dio cita en esta corrida. Y merece destacarse la entrega y disposición de Javier Cortés que tuvo que lidiar su lote y el que hacía cuarto y correspondía al herido Pinar. Tres toros parados, sin recorrido, a la defensiva, que se revolvían y buscaban, soltaban la cara, auténticas alimañas a las que no les perdió la cara, a las que trató de someter por bajo e intentó en todo momento llevarlas toreadas, misión imposible. Sigo pensando que a estos toros hay que darles una lidia a la antigua, con los pies, someterlos por bajo, machetearlos, y si luego se puede, torear, ya se verá, pero primero poderles y dejarles claro quien manda. Poco más se le pudo pedir ayer a Cortés, que en 2017 se vistió de luces tres tardes, que en esta temporada creo que tan solo ha toreado dos tardes en Madrid, la del 2 de mayo en la que resultó cogido, y la del 24 de junio, escaso bagaje para ponerse delante de toros como los de Partido de Resina (antes Pablo Romero) que exigen mucha experiencia, papeleta que resolvió con gran dignidad y compromiso. Pero ya se sabe que estos hierros no los quiere nadie salvo la cantidad de matadores que por desgracia carecen de contratos y se las tiene que ver con lo que le pongan por delante sin poder dejar pasar ni la mínima oportunidad. Desde luego, si además alguien ve la tremenda cogida de José Antonio Prestel en el segundo no es de extrañar que nadie de medio escalafón para arriba quiera matar estas corridas. Al igual que el primero sale desentendido, barbeando en tablas y apuntando querencia. Le correspondía a Prestel colocar el segundo par, cuadra en la cara y deja los palos, el toro hace hilo y el d plata alta el olivo. ¡Y que se creen!, el de Partido de Resina también, le persigue en el aire y le empuja con los pitones al tejadillo que cubre los burladeros del callejón, ¡casi  manda a Prestel a la barrera!, caen toro y banderillero al callejón , dramático, no alcanzo a ver si le cornea o no, pero da igual, lo que llevaba en el cuerpo ya era de órdago. Jamás había visto algo similar y no creo que lo vuelva a ver. En resumen, que volví a casa despidiendo a la Monumental hasta la próxima temporada tras una corrida que cumplió lo que esperaba, bellísimas estampas, peligro y poco más.
Y como decía al principio, en casa me esperaba la corrida de  la Feria de El Pilar de Zaragoza. Toros de Puerto de San Lorenzo para Diego Urdiales y Miguel Ángel Perera que completaban la terna con quien marcó la tarde del 12 de octubre en la capital maña, el maestro de maestros, el más grande, D. Enrique Ponce, quien una vez más dejó dos faenas de antología, de saber y conocimiento, de técnica y temple, de dominio absoluto de la escena, Ponce de nuevo en máxima figura de la historia, otra vez más, la enésima en la que saca de donde no hay ni nadie lo espera, que a toros vacíos, a toros que no parecían nada, les hace hasta buenos. De nuevo la magia, de nuevo el hechizo de su tauromaquia, de nuevo Enrique obrando el milagro del toreo.
Al primero de la Ventana del Puerto, noble y con clase pero justísimo de fuerzas, lo saluda a la verónica con exquisitez, suave, jugando las muñecas con dulzura, la cadera acompañando la embestida, gana pasos, el encanto de su capote hechiza al coso de Pigantelli. Con la luz de reserva más que encendida llega el atanasio a la muleta, dudas todas las del mundo y alguna más por los eu pudiera aguantar en pie. Su muleta de seda, su temple infinito, su saber medir la altura, su paciencia para administrar las pausas y darle aire, su acompañar el viaje sin obligarle al principio, ni un tirón, ni una brusquedad, todo suavidad, dosis perfectas de la medicina adecuada para cada toro, todo mimo, todo acariciar la embestida, ni un toque a la tela, magia pura, hasta se nos llega a olvidar que le toro no tenía fuerzas. Por ambos pitones, relajada la figura, desmayado, enroscándose al toro, le baja la mano, liga las series con el toro cosido a la muleta. Redondos de ensueño, naturales hondos, molinetes garbosos para quedar perfectamente colocado y dibujar las tandas con ritmo, largas, increíbles, de ensueño, darnos, remates por bajo con Enrique abandonado, una tanda final por el pitón derecho flexionándola la rodilla, alargando el viaje, pone en pie a los tendidos, una vez más faena nacida de la infinita torería de Enrique Ponce. Un estoconazo en todo lo alto, algo tendido quizás, hace doblar al de La Ventana de El Puerto. Un mar de pañuelos puebla la plaza, pero n parece suficiente para que un ta Antonio Placer, otro presidente como ese tal Sánchez, otro okupa, esta vez del palco de Zaragoza, le niega la oreja a Ponce, como hizo el otro día con Fandi, o con Ferrera. Otro de esos tipos que se ven ahí sin haber hecho mérito alguno para ello, que se cree algo, personajillos accesorios incapaces de oír y ver lo que toda la plaza pedía. Se le entendió todo a Ponce, se le leía en los labios a la perfección gracias a las extraordinarias imágenes de Canal Toros desde el callejón, y con toda la razón, es más, se quedó corto merced a su exquisita educación y profesionalidad. Pero maestro, su Arte es tan grande que las orejas son poco premio. Ahí queda su obra, otra más, para que apreciemos, degustemos y recordemos por siempre. Y si un personajillo de tres al cuarto no lo entiende, allá él con su incapacidad.
Pero claro, todo lo dicho cuando a Enrique se refiere puede quedar desfasado en minutos. Así fue con el cuarto de Puerto de San Lorenzo, que todo se queda corto, si es que eso es aún posible. Sí, sí lo es, porque con este maestro de leyenda siempre hablaremos de su penúltimo magisterio, de su penúltima obra de arte, de su penúltima lección de antología, de su penúltimo milagro. Total, solo lleva 28 años haciéndolo, ¡y los que le quedan!. Un toro soso, de andar cansino, descompuesto en su embestida, deslucido en los primeros tercios, desentendido, que pasó por los primeros tercios sin pena ni gloria, sin fuerzas por si le faltaba algo y, para colmo, absolutamente rajado en la muleta. El inicio de faena no apuntaba nada bueno. El de  Puerto de San Lorenzo huía despavorido, no quería saber nada de la muleta de Ponce. Algunos se impacientan y desde algunos tendidos se escuchan silbidos y protestas. Ponce se para, mira y pide calma, tranquilos, que estoy yo aquí, ¿no lo veis?. Dicho y hecho, le planta la muleta en la cara y, ¡olé, toma ya!, el toro mete la cara, persigue el engaño ¡y repite! en una tanda por el pitón derecho mágica, surgida de la mente y la maestría prodigiosa de Enrique. Redondos ligados por bajo, temple celestial, toreo divino, solo al alcance del más grande, de un Dios del toreo. Relaja la figura una vez más, con desmayo, embraguetado, se pasa al toro por la cintura por ambos pitones, le concede los terrenos, sin quitarle la muleta, tapándole la salida, siempre muy toreado, los remates de pecho saben a gloria bendita, la ocupar en los tendidos, se frotan los ojos, yo también en casa, aunque ya realmente nada me extraña ni sorprende cuando Ponce está toreando. Dos redondos apoteósicos detienen las agujas de los relojes, congelan el tiempo, lentos, largos, eternos, circulares y cambios de mano supremos, sabiduría, mando, poder y torería en la muleta de Ponce. Un toro rajado y malo que acaba teniendo transmisión y emoción porque el maestro le cuajó una faena plena en los únicos terrenos posibles, por dentro, con la plaza en pie rompiéndose las manos a aplaudir, delirio, locura y pasión. Las poncinas finales suponen el éxtasis, la estocada casi entera con la que pasaporta al toro desata el desenfreno, los tendido se inundan de pañuelos, se tiñen de blanco, una oreja que el ocupa concede a regañadientes, esperando a no sé qué, ni un pañuelo cede, ni uno vuelve al bolsillo, se pide la segunda con la misma insistencia, pero el personajillo que dice que no. Broca monumental y más que merecida para el tal Antonio Placer, ser de tercera que busca su segundo de protagonismo cuando realmente no es nada ni nadie. Un día va a pasar algo gordo en una plaza por la actitud chulesca de estos presidentes con afán de notoriedad y la responsabilidad y culpa va a ser solo suya. Ayer Enrique debió haber salido a hombros tras cortar tres orejas que merecía y que un palco absurdo e indigno le negó. También pude contemplar en las imágenes su cara de indignación y también se leyó perfectamente en los labios lo que pensaba, con más razón aún si cabe.
Maestro Ponce, a usted no le llegan ni a la altura de la suela de sus majestuosas zapatillas, su leyenda y su arte no se va a ver resentido ni un átomo por la actitud de unos que no tienen ni idea de que es el toreo y lo que supone nuestra Fiesta. 
Gracias por siempre, maestro.

Antonio Vallejo

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