Cualquier escenario hubiera sido bueno, cualquier
plaza de España hubiera tenido argumentos de sobra para que Juan José Padilla
dijera adiós a los ruedos españoles – aún le quedan algunas corridas firmadas
en América antes de que acabe el año - pero no tengo ninguna duda que la plaza
de Zaragoza en el cierre de la Feria de El Pilar era el mejor posible. Es más,
no podía ser de otra manera, debía ser allí, en la plaza en la que perdió su
ojo izquierdo además de otras graves secuelas, en la que casi se dejó la vida
aquella dramática tarde del 7 de octubre de 2011. Desde aquel día nació una
leyenda, “El Pirata”, mejor dicho, nació un ejemplo a seguir, un ejemplo de
lucha, de superación, de esfuerzo, de sacrificio, de ganas de vivir por y para
el toreo, un ejemplo de los valores que definen a estos hombres que cada tarde
honran con su arte, su sangre o su vida esa profesión única. Ayer se presentó
vestido de blanco y oro, el mismo vestido que lució el pasado mes de julio en
su despedida de otra plaza talismán para el ciclón de Jérez, la de Pamplona. Un
terno que tiene mucho significado, puesto que tradicionalmente es el escogido
por los matadores el día de su alternativa o de su confirmación, un terno
cargado de simbolismo en el día de su despedida en España ante una plaza a
reventar con el cartel de “no hay billetes” colgado desde hace días y en una
tarde intensa, cargada de emociones y de emotividad para el propio Padilla,
para todos los aficionados, para la cantidad de matadores que quisieron
acompañar al maestro en su adiós, para todos los que amamos y sentimos el
toreo. Aún me emociono al recordar la atronadora ovación nada más asomar El
Pirata por la puerta del patio de cuadrillas, ensordecedora, inagotable,
cientos de banderas con la calavera ondeando en unos tendidos rendidos ya a
Padilla. Pero no se quedó ahí la emoción, para nada, es más, fue in crescendo a
cada momento. Inolvidable será el momento en el que el jerezano sube al
balconcillo donde se encontraba el Dr. Val-Carreres, quien le salvó la vida hace
7 años y al que le hizo entrega del último capote de paseo, ambos fundido en un
abrazo de hermanos, difícil contener alguna lágrima, o cuando toda la plaza en
pie reclama a Padilla que salga al mismo centro del anillo para recoger otra
estremecedora ovación que pone los pelos de punta, sobre todo viendo la
expresión en la cara del maestro, conteniendo las emociones a duras penas. Todo
fue muy bonito, quedará para el recuerdo, y todo salió muy bien, tenía que ser
así, los toros de Nuñez del Cuvillo cumplieron, nobles y con buenas condiciones
y juego, muestra de ello es que cinco de ellos fueron ovacionados en el
arrastre, los aficionados estuvieron entregados toda la tarde al buen toreo que
se pudo disfrutar gracias a la terna hizo por su disposición, clase y torería
en esa tarde tan especial. Todo fue bonito,
muy bonito, y culminó con la imagen que yo creo que todos deseábamos, la
salida a hombros de Juan José Padilla, llevado por su cuadrilla, acompañado de
sus compañeros de profesión que le arroparon en su despedida triunfal, el final
soñado, pero al que se le unió escasos minutos más tarde un invitado
inesperado, una noticia que cogió a todo el
mundo con el paso cambiado, el anuncio de la retirada de los ruedos por
tiempo indefinido de Alejandro Talavante. Quizás por eso puedo explicarme un
detalle que me llamó la atención antes de la corrida, ver que el extremeño
lucía un terno también en blanco y oro, algo que no me gusta nada, ver a dos
matadores vestidos igual. Antiguamente había una costumbre y era que los mozos
de espadas hablaban unos con otros antes de la corrida y preguntaban cómo iba a
ir vestido su torero para no repetirse. Esa, como otras muchas costumbres, se
han perdido, por desgracia, y tiene narices que eso haya pasado en esta era de
las comunicaciones y las redes sociales. Aunque quizás no fuera una casualidad
que vistiera igual que Padilla en su despedida y que estaba muy meditado,
porque lo que tengo claro es que no ha sido una decisión tomada a la ligera,
que llevaba tiempo sopesándola y que escogió la última tarde de su temporada
española para hacerlo público, algo que, al menos a mi, me parece bastante
inoportuno, impropio, a destiempo y fuera de sitio. Repito que creo que es una
decisión que estaba ya tomada hace tiempo, los motivos serán los que sean,
respetables al máximo y posiblemente cargados de razón, pero hay ocasiones en
las que se debe mostrar caballerosidad y saber estar. Oportunidades para
anunciar su retirada las podía tener el extremeño a cientos, pero hacerlo
minutos después de ver salir a hombros a Juan José Padilla en “su” tarde me
parece, además de todo lo dicho, de poco compañeros. Hablando claro, Talavante
ha metido la pata hasta el fondo, no era momento ni lugar.
El Ciclón de Jerez estuvo ayer, sencillamente,
sublime. Cualquiera que le viera torear al primero lo último que podía pensar
es que estuviera ante la última tarde de su carrera. Todo corazón, todo
pundonor, todo entrega ante un toro deslucido y rajado, al que buscó con el
capote hasta componer un quite por chicuelinas que levantó los primeros olés,
al que en la muleta supo sacarle,
robarle mejor dicho, lo poco que llevaba dentro a base de ponerle la muleta en
la cara, de no quitársela, tapándole la salida, cerrándole la puerta por la que
ansiaba escaparse, ligando así series en redondo que parecían imposibles,
algunos redondos acabaron en circulares al no retirarle la tela de los pitones,
algunos naturales surgieron sueltos con hondura y empaque, el final rodilla en
tierra, alargando el poco viaje que le quedaba al de Cuvillo, despertó los
olés, los aficionados supieron reconocer el esfuerzo y el compromiso de este
hombre que parecía que estaba empezando, con la misma actitud de siempre, como
los años y años que se pasó matando lo más duro e ingrato que había en el campo
bravo, un torero forjado en mil y un batallas, siempre con su verdad por
delante, sin esconder nada, puro y transparente, y mira por donde, los últimos
años de su carrera disfrutando del las ganaderías de lujo, matando nada más y
nada menos que una corrida de Cuvillo en su despedida. Tanto esfuerzo, tanto
tesón, tanto trabajo y tanta humildad, sin levantar jamás la voz, sin engañar a
nadie tuvieron su merecido premio en el cuarto de la tarde, su último toro en
España, Tortolito, colorado, muy ofensivo,
al que recibe de rodillas con una larga cambiada al hilo de las tablas para
hilvanar acto seguido un ramillete de verónicas templadas de ensueño,
acompasadas, cadenciosas, con ritmo, a las que el de Cuvillo responde con
clase, fijeza y humillación, mayúsculo el saludo capotero, rematado con una
media cargada de sabor. Las chicuelinas al paso para llevar al toro al primer
encuentro con el picador rebosa aromas a otra épocas, la torería con la que le
deja en suerte es puro arte, el quite por faroles a la salida del primer puyazo
desata la locura en los tendidos, la serpentina con el que lo corona,
bellísima. Gran toro, con fenomenal tranco, pronto y alegre en el galope al
caballo, pelea con fijeza. El tercio de banderillas protagonizado por El Pirata
resulta apoteósico, arrebatado el jerezano, con un poderío y una demostración
de facultades físicas espectacular, dos pares en línea clásica, de fuera a
dentro y un tercero al violín de dentro a fuera que entusiasma al público. El
brindis a su mujer e hijos demuestra lo que es Padilla, hombre recto, de
principios sólidos, claro en sus ideas y creencias, como la familia, el pilar
fundamental de su vida, en quien encontró la ayuda fundamental en los peores
momentos, la que hizo aún más grande su Fe. Difícil contener las emociones una
vea más en esta tarde. Inicia la faena de rodillas ligando una serie por el
pitón derecho con muletazos templados y largos, a los que el Cuvillo responde
con fijeza y humillando, enorme clase y nobleza, para rematar con uno de pecho
sensacional. Firme y seguro El Pirata en las tandas en redondo, perfecta
colocación, temple supremo, enganchando al toro alante, alargando el viaje,
conduciendo la embestida con tremenda suavidad, por bajo, muy bajo, preciosa la
figura. Los naturales surgen hondos, con largura, la mano baja, temple
absoluto, rotundo Padilla, toreo de muchos quilates. No se cansa el toro, hace
el avión que es un primor, en los mismos medios compone nuevas tandas en
redondo y al natural cargadas de emoción y transmisión, muletazos profundos,
arrastrando la muleta, los olés hacen temblar a la capital maña. Con el toro a
menos acorta las distancias y en una baldosa se pasa al toro por ambos pitones
a milímetros de la taleguilla, un circular eterno pone patas arriba a la plaza,
dos pases de rodillas hace saltar a los tendidos y el desplante de rodillas es
lo más, indescriptible cómo lo ha vivido
la afición zaragozana, todos en pie, agitando las bandeas piratas en un
espectáculo que tardaré en olvidar. Remata la faena acariciando los pitones del
Cuvillo, pases por bajo mirando al
tendido y uno de pecho como colofón extraordinario para cuadrar al toro y matar
de un estoconazo monumental en el mismísimo centro del ruedo que pasaporta a
este extraordinario toro bravo, noble, enclasado, pronto, con fijeza,
humillación y duración. Dos orejas pedidas por aclamación y una vuelta al ruedo
apoteósica en medio del delirio de la afición, envuelto en una bandera de
España, enarbolando en su mano la pirata, abrazos y más abrazos, todos sentidos
con verdad, estremecedores los que recibe de otros maestros como Ferrera o
Escribano, besa el suelo, se lleva en el corazón un puñado de la arena que casi
le ve morir y hoy le ve triunfar, el final soñado, ver salir a hombros al
Ciclón de Jerez, al Pirata, a un maestro que se va, al que la Fiesta le debe
mucho y al que vamos a echar mucho de menos, Juan José Padilla.
José María Manzanares volvió a ser el Manzanares
poderoso y artista que en los últimos meses echábamos en falta. Se llevó dos
orejas, una a cada uno de su lote por dos faenas basadas en el mando, el
temple, la colocación, la clase, el gusto y la elegancia natural que nace de su
sangre. Sensacional toreo de capa al segundo, verónicas cadenciosas,
acompañando la embestida, preciosas, como el quite por chicuelinas, a manos bajas, con el nombre del
padre grabado a cada lance. La muleta renació poderosa en las muñecas de
Manzanares, series rotundas por ambos pitones en sus dos toros, componiendo la
figura con una elegancia suprema, de nuevo llenando la plaza, su andar, su
colocación, la manera de pasarse a los toros, cómo alargó los muletazos,
redondos profundos, todos por bajo, una auténtica maravilla. Pero donde rompió
la tarde el alicantino fue con el toreo al natural, majestuoso, encajado, tandas
rotundas, con empaque, con emoción y transmisión, una auténtica delicia,
maestría a raudales, el mejor Manzanares de nuevo en acción. Y hay que decirlo,
tuvo dos toros de nota, bravos y enclasados que colaboraron para que el
conjunto rematara con la armonía que lo hizo. Un conjunto que hubiera acabado
en puerta grande de no haber pinchado en el primer encuentro al matar al
cuarto, una pena, algo poco frecuente en Jose Mari, un cañón a la hora de
matar, como demostró al pasaportar de un estoconazo bestial al segundo, que le
hizo rodar en tres segundos. Una pena porque reconozco que me hubiera encantado
ver salir a hombros a Manzanares junto al maestro Padilla, con quien tuvo un
detalle de grandeza, brindarle el cuarto toro en señal de respeto, reconocimiento
y agradecimiento por lo mucho que significa para la Fiesta.
De Talavante ya he hablado al principio y es una pena
que, al menos para mi, haya empañado una tarde tan especial con un anuncio tan
inoportuno como lo hizo. Una pena porque quien torea a un toro como el tercero,
un toro de premio, debe saber estar también fuera del ruedo, una vez terminada
la corrida. Una pena porque cuajó una faena portentosa, poderosa, con un toreo
de capa descomunal, parando al toro a una mano, una media a pies juntos mirando la tendido fue
majestuosa, como el toreo al natural, series y series con un temple, una
hondura y una clase descomunal, o los redondos, encajado, metiendo los riñones,
o la arrucina y dos de pecho cosidos uno a otro al final de la faena. Una pena
que en vez de quedarme con todo ese gran toreo que Talavante desplegó en
Zaragoza me quede con el sabor amargo de un anuncio que no debió hacer como
hizo. Sus motivos y razones tendrá, y serán poderosas, seguro, también le vamos
a echar mucho de menos durante el tiempo que esté apartado de los ruedos, pero
a las figuras creo que hay que pedirles que lo sean dentro y fuera de la plaza,
cada día y a cada momento, y este domingo, a mi modo de ver, no estuvo a la
altura de la figura que es.
En nuestra memoria solo quedará el sueño hecho realidad de un hombre íntegro, un torero de pies a cabeza que ayer dijo adiós a los ruedos, ¡gracias maestro Padilla!
En nuestra memoria solo quedará el sueño hecho realidad de un hombre íntegro, un torero de pies a cabeza que ayer dijo adiós a los ruedos, ¡gracias maestro Padilla!
Antonio Vallejo
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