Empiezo donde lo dejé el pasado domingo: no me gusta el formato de esta Feria de Otoño. Hoy se anunciaba la cuarta del ciclo, de la tercera daba la sensación de haber pasado una eternidad, solo cinco días en realidad, pero mi sensación hoy no era la de continuidad, parecía otra cosa, otro ciclo, otra corrida como las de domingo programadas a lo largo de la temporada o la próxima de día de El Pilar, no sé, una sensación de frialdad, de empezar de nuevo, con lo que hubiera sido volver a la plaza al día siguiente del rotundo triunfo de Emilio de Justo, en caliente, con los sentimientos y las emociones a flor de piel, lo que hubieran sido los corrillos y los comentarios previos a la corrida, el entusiasmo por lo vivido. Pero todo eso estaba hoy diluido en el tiempo, increíblemente lejano, casi archivado en la memoria, a otra cosa, y personalmente no me gusta, prefiero lo de antes, cuatro días seguidos, de jueves a domingo, o cinco, o seis, o una semana, me da igual, pero con continuidad, con sensación real de ciclo, como San Isidro, independiente de lo que son el resto de festejos de temporada.
Pero como para hoy el famoso bombo de Simón Casas anunciaba una atractiva corrida de Adolfo Martín para los espadas Alejandro Talavante, Álvaro Lorenzo y Luis David Adame, allá que hemos ido los veinticuatro mil que hemos llenado la plaza en una tarde radiante de sol, con un cielo azul limpio y una luz preciosa de otoño madrileño en Las Ventas, luz maravillosa, como es Madrid, maravilloso, da igual la estación del año. Veinticuatro mil aficionados que nos hemos encontrado con una corrida a la que se le pueden poner cantidad de calificativos: decepcionante, desilusionante, deslucida, mala, penosa, infumable, horrible... ¡yo que sé cuantos más!. Pero entre todos los posibles el que mejor la define es el que mi gran amigo y extraordinario aficionado que es Luis Felipe Utrera-Molina ha dicho en el quinto toro: plúmbea. No hay mejor manera de resumir la tarde, así ha sido, plúmbea.
De los toros que ha traído Adolfo Martín a esta cuarta de otoño mejor hablar poco. Al menos el invento del sorteo y el bombo rebaja la posibilidad de echar en cara a las figuras la elección del ganado, argumento muy socorrido según que hierros y que nombres en los carteles. Algo es algo. Sí, astifinos y serios han sido, vamos, es lo mínimo si pasan el reconocimiento de los veterinarios de Madrid. En cuanto a presencia y presentación destacaría al cuarto, todo un tío, Albaserrada 100%, casi cornipaso, con los pitones vueltos, dos velas que asustaban, con ese hocico ratonero tan característico de este encaste, otros como primero, tercero y sexto también en tipo aunque desiguales de hechuras, más o menos abiertos de cara, veletos en general, y un quinto acapachado, largo, ensillado, escurrido de culata, terciado, que de salida ha sido protestado por su justa presencia y que para colmo ha sido devuelto por su manifiesta debilidad saltando en su lugar un sobrero de Conde de Mayalde pasado de kilos y basto de hechuras que no sé si tan siquiera habrá valido para carne, con sus cinco años y medio, a ver quien lo digiere. ¿El juego?, nulo, desastroso, una corrida falta de fondo, sin raza, sin casta, sin clase, sin humillar, que no se ha empleado en ninguno de los tercios, justa de fuerzas, a la defensiva, sin recorrido, sin empuje, sin transmisión, sin emoción... ¿sigo?. Así que no hace falta ser un lumbreras para imaginar el resultado final: plúmbeo.
Mucho tengo que rascar en mis notas para entresacar algo de interés, difícil tarea. Tan solo encuentro un muy buen tercio de banderillas en el segundo a cargo de Sergio Aguilar y Alberto Zayas, con exposición y verdad, que han saludado desmonterados una de las escasísimas ovaciones de la tarde, o los dos pares de Juan José Trujillo al cuarto, de poder a poder, o las verónicas de recibo de Álvaro Lorenzo al segundo y las templadas de Luis David al tercero, ganando pasos, y un ramillete de verónicas flexionando las rodillas y alargando el viaje ante el sexto también a cargo del hidrocálido, o algunos naturales sueltos templados y con hondura que Álvaro Lorenzo ha robado al segundo de la tarde en las dos únicas tandas que me atrevo a destacar en toda la tarde, porque el resto de las faenas de muleta han discurrido entre pases y pases sin argumento, sin sentido alguno, sin ritmo y, ea mi modo de ver, con un metraje demasiado largo en algunos casos. Lo digo como opinión personal, pero cuando lo que hay es lo que ha salido de los corrales en la tarde de hoy yo agradezco la brevedad, como la de Talavante en su lote, para nada lo censuro, es más, se lo alabo. Entiendo que Lorenzo y Luis David hayan tratado de justificarse, pero alargar trasteos sin sentido ni valor alguno perdiéndose en pases y más pases que no generan la mínima emoción no me gusta, y además creo que no les beneficia porque acaban despertando el cabreo del personal adormilado y todo se les pone a la contra, como ha sucedido al final con una sonora pitada tanto a los toros en el arrastre como a los matadores. Pitada que a lo mejor se hubiera disimulado sin el despropósito que hemos vivido, mejor dicho, padecido, con la espada y, sobre todo, con el descabello ¡en los seis toros!. Hacía mucho que no veía matar tan mal y hacía mucho que no veía tantos y tantos golpes de verduguillo como los que hemos padecido hoy, incontable la cantidad, una barbaridad. En varios toros hemos asistido hasta a diez o doce descabellos para hacer doblar al toro, un espectáculo bochornoso, no sé si por el nerviosismo al ver la deriva de la tarde o por qué, el caso es que ha sido lamentable contemplar intentos de descabellar sin que el toro descubriera la muerte, sin quitar el estoque, algo que parece elemental, daba igual, el caso era clavar la cruceta y ver si sonaba la flauta, lo que resulta sumamente desagradable y que ha sido lo que realmente ha levantado las protestas justificadas y la bronca final de los aficionados, el único final lógico para una más que plúmbea tarde. Y no puedo acabar sin referirme expresamente a esto, la bronca del final. Muchas veces he criticado a cierto sector de la afición madrileña, he censurado sus manías y sus maneras de criticar, de pitar y de abroncar, me ha molestado su inoportunidad, muchas veces lo he hecho. Hoy me parecería tremendamente injusto pasar por alto el extraordinario comportamiento de toda la plaza, especialmente ese sector tan crítico e hiriente al que me refiero. Hoy se ha aguantado, quizás si esto hubiera sido el lunes, con la resaca del tremendo triunfo de Emilio de Justo otro gallo habría cantado, puede ser, pero hoy ha habido paciencia infinita ante el bochorno hasta que ha llegado un momento que ya no había lugar para esperar más y manifestarse claramente en contra de lo que se estaba viendo. Y cuando ha habido pitos han sido justificados, y cuando ha habido bronca también, y además en proporción al despropósito, y en el momento adecuado, nada fuera de lugar, ni de tiempo ni de medida. Así que además de la excelente climatología de la tarde y de lo precioso que lucía Madrid hay que añadir el exquisito comportamiento de la afición, que cuando se equivoca se dice, pero cuando está de olé es de justicia reconocerlo.
Antonio Vallejo
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