Todos perseguimos sueños desde niños, todos anhelamos ser algo, todos deseamos y luchamos por una meta por muy difícil que parezca. Por el camino que lleva a ese sueño aparecen obstáculos que parecen insalvables, cientos de contratiempos que invitan a abandonar, pero es la fuerza de cada uno, las convicciones, la capacidad de sufrimiento, el tesón y el valor los que hacen que uno a uno se vayan escalando los peldaños de esa escalera mágica que conduce a ese sueño. Emilio de Justo, como cualquiera que se viste de luces, ha tenido desde niño un sueño, el que ayer vio cumplido, abrir la Puerta Grande de Madrid, salir a hombros de la primera plaza del mundo camino de la calle Alcalá, como los grandes de todos los tiempos han hecho. Para llegar a ese sueño ha salvado infinidad de trampas y obstáculos gracias a todas esas cualidades que antes enumeraba y a alguna más, seguro, pero sobre todo gracias al inmenso amor y el profundo respeto que tiene a la profesión a la que honra cada tarde. Ayer cumplió su sueño, ayer alcanzó la gloria del toreo, ayer tocó el cielo más grande del toreo, el de Madrid, ese cielo en el que ya está su padre, con el que mantuvo un emotivo diálogo al brindarle el cuarto y al ofrecerle, con lágrimas desbordando por sus mejillas, la oreja cortada a es toro, la de la Puerta Grande, en el que seguro le agradeció los valores inculcados y enseñarle desde niño a ser como es, un torero, formado a base de voluntad y perseverancia, de trabajo y esfuerzo, de sacrificio y valor, forjando una carrera en Francia, sin desfallecer, aunque pasara el tiempo y nadie se fijara en él, da igual, él seguí, sin desaliento, corridas duras, exigentes, una tras otra, un triunfo, luego otro, poco a poco con mayor repercusión, pero España seguía volviéndole la cara, y de Justo a lo suyo, a torera, cada vez mejor, sabedor que llegaría el momento. Han sido años duros pero el momento se anunciaba ya el pasado 10 de junio con la corrida de Victoriano que cerraba San Isidro, tarde en la que Emilio cuajó una importante actuación. Aquello era el anuncio previsible de lo que tenía que llegar, estaba claro que tenía que pasar y fue ayer. Torero desde el paseíllo hasta que salió a hombros, desde que recibió de capote al primero hasta que mató al cuarto, desde el gesto de humildad y compañerismo real pidiendo a sus compañeros de terna que le acompañaran a recoger la tremenda ovación que Las Ventas le dedicó al romperse el paseíllo y que sabía que era para él hasta que tuvo que salir a matar el sexto toro, el que cogió a Ginés Marín, y que con otro gesto de responsabilidad, profesionalidad y respeto a su compañero herido tomó la espada y mató al toro sin más dilación, ni un pase quiso darle, torero. Gestos que definen a un hombre, gestos que definen lo que es ser torero, porque no olvidemos que hace tan solo ocho días, el sábado 22 de septiembre, falleció su padre tras una larga enfermedad, que ese mismo día estaba anunciado en Mont de Marsan con una corrida de Victorino Martín, y ni se le pasó por la cabeza renunciar a torear y fallar a la afición francesa a la que tanto debe, otro gesto de hombría y entereza, que resultó corneado en el muslo cuando toreaba con verdad al sexto, una cornada en el muslo de dos trayectorias de 13 cm y 8 cm, que pasó a la enfermería y volvió al ruedo a matar al victorino y cortarle una oreja, gesto monumental con el que quiso honrar a su padre porque su dolor era esa muerte, no el físico, que tras ser operado en el hospital de la localidad francesa pidió ser trasladado en ambulancia casa Cáceres para rendir su último homenaje a quien seguramente mucho le debe. Por eso tenía que ser ayer cuando recogiera la recompensa merecida por tanto como ha dado al toreo. Este se lo debía.
Fueron dos las orejas que cortó ayer en Madrid a un toro de Puerto de San Lorenzo y otro de La Ventana del Puerto, magníficos de presentación y de buenas hechuras, más Lisardo el primero y muy Atanasio el cuarto, dos toros muy serios, magníficos de presentación, el primero abrochadito y vuelto de pitones, agradable de cara, precioso, y el cuarto, ancho de sienes, abierto de cara, con mucho volumen, un tío. Dos orejas premio al temple, a la colocación, al mando, la pureza, la verdad y una torería fuera de serie. Su saludo al primero es una declaración de intenciones. Sabemos que este encante no es fácil en el capote, que sale frío y desentendido, y es frecuente ver como algunos matadores esperan que vaya hacia el burladero de cuadrillas cuando posiblemente haya que hacer lo que a mi. todo de ver hizo Emilio de Justo a la perfección, ir a buscar al toro a sus terrenos que eran los del 3, próximo a chiqueros.Allí lo paró y lo fijó con una ramillete de verónicas templadas, acompasadas, coreadas con olés profundos, para rematar con dos medias de cartel que pusieron en pie a más de uno. Y como también pasa en este encante no es raro que empiezan a romper en el caballo. Lo deja en largo el cacereño y el toro se arranca de lejos con extraordinario galope en dos vibrantes puyazos en los que mete los riñones y empuja con bravura. Nuevo recital capotero en le quite por chicuelinas, ajustadísimas, a manos bajas, en las que se pasa constantemente del ¡uy! al ¡ole!, para rematar con una garbosa media cargada de sabor entre olés desatados. No se queda atrás Román que aprovecha su turno de quites con otro también por chicuelinas, también ceñidas, muy vertical, clavado al suelo y una larga cordobesa de enorme suavidad y belleza. El toro rompe en la muleta.Si bien es cierto que le faltó algo de celo tuvo a mi. todo de ver movilidad, repetición, duración y sobre todo, emoción, cualidades que brillaron más por el exquisito trato que le dio Emilio de Justo. Primeros muletazos de tanteo, cuidando la altura, con suavidad, embarcando al toro en los vuelos de la muleta con maestría. A partir de ahí una borrachera de toreo por el pitón derecho, series en redondo acoplado, encajado, templadísimas, con recorrido, siempre por bajo, en las que la colocación y la quietud fueron dominantes, cada tanda mejor, cada tanda más lenta y más ligada, cada tanda más baja, el toro obedece y se rinde al mando del extremeño, inmenso, emoción y transmisión en cada muletazo. Por el pitón izquierdo protesta, menos recorrido, se revuelve y echa la cara arriba. Un par d enaturels surgen como por arte de magia, templados y con hondura, pero queda claro que su pitón es el otro. Y a él regresa de Justo en las postrimerías de la faena, nueva serie en redondo con temple, largura y ligazón, los olés son irrefrenables para cerrar la obra con unos remates por bajo cargados de aromas que destilan torería por todas partes. Estoconazo de premio que hace rodar al del Puerto sin puntilla. Oreja sin discusión, rotunda ovación al toro en el arrastre y clamorosa vuelta al ruedo de un pedazo torero. Media puerta abierta, a lo lejos vislumbra de Justo las luces de la calle Alcalá, quiere verlas a hombros. De salida aprieta hacia las tablas el Atanasio, lo para el extremeño y lo saca al tercio, con poderío aunque sin permitirle el lucimiento. Pero los buenos aficionados lo han visto y aplauden la brega de Emilio. De nuevo lo deje en largo, se arranca con brío, empuja con fijeza y asistimos a un vibrante y magníficamente ejecutado tercio de varas a cargo de Mario Benítez quien agarra los puyazos a la primera, arriba y delanteros, enorme ovación al varilarguero al retirarse el callejón. Como la que recibió Ángel Gómez y a la que tiene que saludar desmontado tras parear con pureza y máxima verdad a este cuarto, dejándoselo llegar, reuniendo y clavando en la cara, de poder a poder, sensacional. El toro se muestra desentendido y falto de fijeza en el inicio del trasteo, no humilla, y ahí surge el Emilio de Justo mandón y poderoso. Le pone la muleta en la cara, planchada, echa la pierna alante, un toque y el toro va, no quita el engaño, le tapa y lo embarca en una serie en redondo de enorme mérito a la que el público responde con ovación. A base de paciencia, de tesón y voluntad, además de un temple descomunal, le va encelando, no le retira la muleta, le conduce con suavidad alargando el viaje, le baja la mano y consigue tapar el molesto defecto que tiene de echar la cara arriba. Impresionante lección de mando, perfecto de colocación, cruzándose , exponiendo, con firmeza y valor aguantando arreones especialmente por el pitón izquierdo, tragando mucho, hecho un jabato ¡y además toreando!. Ante tanto poderío el toro se raja, se va a terrenos el 5 y allí, entre las rayas del tercio le planta cara y surge el toreo monumental, temple a raudales, con emoción a flor de piel, la mano baja, quieto, encajado, magistral tanda de derechazos que levantan a la plaza. Toreo puro, toreo de verdad, toreo de muchos quilates ante un toro rendido al maestro, todo entre oñés roncos, también de verdad, de esos que te erizan el vello, ¡cómo suena Madrid cuando se entrega!. Las manoletinas finales piden tranxilium o cafinitrina, espeluznantes, más que ajustadísimas, aún no me explico por donde pudo pasar el del Puerto, pero pasó, vaya si lo hizo, para abrochar con uno de pecho realmente magistral. El estoconazo entrando por derecho, recto, hundiendo el acero en lo más alto es aún más de premio si cabe que el del primero. Toro rodado sin puntilla y oreja que ofrece entre lágrimas a su padre que le vio triunfar desde la barrera del cielo, ese cielo de Madrid que tantas veces soñó de Justo y que ayer tocó con todo merecimiento. ¡Grande, torero!.
Junto al cacereño completaban la terna el triunfador del San Isidro 2017, Ginés Marín, y un torero que va a más, siempre valiente y comprometido, Román, quien ayer tuvo una suerte pésima con su lote.
Ginés Marín saludó al segundo con unas verónicas marca de la casa, templadas, cargadas de gusto y sabor, aromas del sur, aromas maestrantes, como la media de remate, aires del sur en los vuelos de su capote. Inicio de faena cargado de torería, andándole con pausa hacia los medios, trincherillas garbosas y elegantes, molinete y uno de pecho para rematar el prólogo que arranca una gran ovación. El toro, que había pasado sin más por los primeros tercios, rompe a embestir y va a más gracias al temple y la capacidad de Ginés Marín, lección de como hay que hacer bien las cosas al inicio para no estropear a un toro o hacerlo bueno, como fue este caso. Toreo de enorme clase y calidad, series templadas por el pitón derecho, por bajo, con largura, corriendo la mano con maestría, ligando en el sitio, perfecta la colocación, sublime el tacto y el ritmo, con el toro humillando, hace el avión, con recorrido, repite con nobleza y clase. Por el pitón izquierdo surge el Ginés Marín rotundo, descomunales tandas de naturales, reunidos, con hondura y largura, la mano muy baja, repetición del toro, ligazón del maestro, transmisión, emoción, el toreo en sí, puro y auténtico, los de pecho antológicos, largos, de pitón a rabo. Cierra la faena con una serie pro el pitón derecho, templadísima, arrastrando la muleta, redondos profundos y largos, para rematar con un molinete, una trincherilla y uno de pecho cargados de chispa y gracia, de auténtico lujo, como el final, olería pura, por bajo, trincherazos suaves, de cartel, más aromas de azahar, esencias de romero. Una media arriba y un certero golpe de verduguillo preceden a una apoteósica vuelta al ruedo tras petición considerada insuficiente por el palco. No sé si era así o no, no conté los pañuelos, a mi me parece que estaba al 50%, pero lo que dejó en el aire y la memoria de Madrid el jerezano Marín vale por mucho más que un apéndice. El sexto era un toro que desde salida echaba la cara por las nubes. No cumplió en los primeros tercios y llegó a la muleta con la misma condición. Avisó a Marín en un par de ocasiones y, con tanta brusquedad y tornillazos a diestro y siniestro acabó enganchando a Ginés a las primeras de cambio en unos momentos una vez más de angustia. Cornada en la mandíbula que llevan al jerezano a la enfermería. Mata al toro sin darle un pase Emilio de Justo en señal de respeto por su compañero herido.
Como he señalado la suerte de Román con su lote fue pésima. Dos toros sin opción alguna. El segundo, alto, grandote, abierto de cara, amplio de pitones, salió sin fijeza alguna, suelto, desentendido, echando las manos por delante, soltando la cara, sin emplearse en los primeros tercios, deslucido, y llegó a la muleta sin recorrido, revolviéndose, a la defensiva, toro con peligro escondido, como mostró en un descuido del valenciano, al que prende y pega un palizón monumental. En ese instante con el toro suelto soltando derrotes, ni un capote que echar a Román surge de la nada la figura de Ángel Gómez, el buen banderillero de la cuadrilla de Emilio de Justo, quien haciendo honor a su nombre se lleva al toro a cuerpo limpio, auténtico ángel salvador, enorme lección de lo que es le toreo, ante todo compañerismo frente a la fuerza bruta de un toro bravo, despreciando el riesgo si s trata de ayudar a otro torero. Enorme la ovación para este gran torero de plata. El resto de la faena es un ejemplo del valor y el pundonor de Román. Vuelve a la cara del toro y traga miradas y arreones, le planta la muleta en la cara, aguanta y le pega una serie en redondo increíblemente templada y bajando la mano, enorme la entrega del valenciano que en ningún momento perdió la cara demostrando una entrega y un compromiso absoluto. Con el quinto, una masa de 678 Kg desproporcionada, sin cara ni pitones para tan descomunal volumen, de hecho fue pitado al saltar al ruedo, no sirvió nada más que para los matarifes y Toribio. Un auténtico marmolillo incapaz de mover tal barbaridad de kilos. Deambulaba por el ruedo exhausto, pasaba por la inercia de su peso, nada de nada, un toro que en mi opinión no debió pasar el reconocimiento de Madrid, y de ninguna plaza. Así es imposible.
Tras esta emocionante tarde vivida ayer nos esperan cuatro días de paró hasta que el viernes se reanude la Feria de Otoño, algo que personalmente no me convence. Debe ser que estoy acostumbrado a San Isidro, día tras día sin pausa, o será que tras lo de ayer me gustaría haber ido a la plaza esa tarde, comentar con los amigos y recordar la gloria alcanzada por Emilio de Justo y la sensacional faena de Marín, en caliente. Me gustaba más la antigua confección de Otoño, de jueves a domingo, con bombo o sin bombo, eso me da igual, pero este paréntesis enfría las emociones, al menos a mi. Hoy hubiera deseado ver a otro torero salir a hombros, de Madrid al cielo.
Antonio Vallejo
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