Por motivos profesionales estoy pasando unos magníficos días
en Salamanca, ciudad universitaria por excelencia. Junto a Santiago de
Compostela y Alcalá de Henares, la cuna de nuestras humanidades, guardianes del
saber y de la cultura. Pasear por sus calles es un placer, cada esquina rezuma
arte, cada edificio es un monumento, se respira la tradición forjada por tanto
siglos, de cuyas aulas tantas y tan insignes figuras han salido. Pero esta
tierra salamantina no es solo campo del conocimiento, es también campo bravo,
es sinónimo de tierra de toros y de grandes toreros. Decir Salamanca es hablar
del campo charro en el que tantas ganaderías y de tanto prestigio pastan. Y
decir Salamanca es traer a la memoria nombres de grandes toreros. Toro y toreo,
el binomio perfecto para la Fiesta, se fusionan en esta tierra castellano-leonesa,
cuna de la tauromaquia. A pocos kilómetros de esta tierra, en la vecina
localidad zamorana de Toro, asoman los primeros vestigios de nuestra Fiesta. En
los capiteles del convento de San Ildefonso, tallados entre 1285 y 1290, se nos
muestran ya escenas taurinas. Tan solo un siglo más tarde, en el año 1384, hay
datadas pinturas en el burgalés monasterio de Santo Domingo de Silos en las que
se representan escenas de caza y de una primitiva tauromaquia, a caballo y a
pie, con una lanza y una capa desplegada respectivamente, para enfrentarse a su
enemigo, el toro. Recordemos que el origen de nuestra Fiesta está en el toreo a
caballo, a cargo de la nobleza de entonces, mientras el pueblo llano corría y
“toreaba” a pie. De hecho, la Iglesia tan solo permitía el toreo a caballo,
considerando los juegos de toros del pueblo llano un acto impuro. Tampoco
podemos pasar por alto que en otra localidad muy próxima a Salamanca, la
también zamorana Benavente, se nos aporta el primer testimonio de una corrida
de toros, en el año 1506 con motivo del encuentro de Felipe “El Hermoso” y
Fernando “El Católico” tras el fallecimiento de la reina Isabel. Esta tradición
continúa con la afición de los Habsburgo a los “juegos de toros”, siendo el
propio Carlos I el que impulsó la construcción en 1561 de la Plaza Mayor de
Valladolid para estos juegos, siendo el mismo monarca quien lanceó varios toros.
Su hijo, Felipe II, si bien no participó en lancear toros, si que fue un gran
aficionado a estos juegos, embrión de las corridas de toros. No es extraño, por
tanto, que esta tierra salmantina, vecina de Zamora, Valladolid y de la algo
más lejana Burgos, tenga tan arraigada su tradición taurina en su doble
vertiente, ganadera y torera.
Basta alejarse unos pocas kilómetros de la ciudad
universitaria para darnos cuenta de la magnitud del campo charro. ¿Cuántos
nombres de ganaderías se nos viene a la cabeza al hablar de Salamanca?. Infinidad,
la lista es enorme. Actualmente hay 64 adscritas a la Unión de Criadores de
Toros de Lidia, con nombres y encastes de renombre. A nadie se le escapa que el
campo charro es la cuna y el reservorio del encaste Atanasio y
Atanasio-Lisardo. Nombres tales como Puerto de San Lorenzo, Ventana del Puerto,
Valdefresno, Los Bayones, Moisés Fraile, Hnos Fraile Mazas, Charro de Llen… Ganaderías
que luchan por el mantenimiento de esta mítica sangre, de este encaste que
tantas tardes de gloria nos ha dado. Pero no es esta la única sangre que campa
por esta tierras charras. ¡Qué decir de Santa Coloma!. Sánchez Cobaleda con
Vega-Vilar y Alipio Pérez-Tabernero trabajan duro, día a día, para preservar la
supervivencia de este encaste mítico, el del Conde de Santa Coloma. Labor
encomiable y que debemos agradecer cuantos amamos a esta noble especie que es
el toro bravo. Si no es por el enorme esfuerzo de Sánchez Cobaleda, de Alipio y
otros tantísimos nombres, este y otros encastes ya habrían desaparecido, lo que
parece no importar a los llamados antitaurinos. Pero no solo de Atanasio y Santa
Coloma vive esta tierra. No es, en absoluto, despreciable la presencia del
encaste Domecq, en su doble vertiente, Domecq Díez y Domecq Solís. Nombres como
Aldeanueva, El Pilar, Garcigrande, La Glorieta (antigua propiedad del gran
Julio Robles, tristemente fallecido), Montalvo, Pedraza de Yeltes… por resaltar
algunas de las más conocidas. Tantos nombres ganaderos y tal variedad de
encastes nos dan idea de la grandeza del campo charro.
Y, claro, con tal materia prima no es extraño que esta
tierra haya dado tantos y tan grandes toreros. La lista también es enorme, sin
duda, pero hay tres nombres que sobresalen por encima de todos. Estos son
Santiago Martín “El Viti”, Julio Robles y Pedro Gutiérrez Moya “El Niño de la
Capea”. Terna de lujo, ¡menudo cártel!.
Santiago Martín, apodado “El Viti” por ser natural de
Vitigudino, es posiblemente la máxima figura del toreo salmantino. Torero de
estética clásica, revestido con la sobriedad característica de la escuela
castellana, salmantina en este caso, representa la seriedad, el temple y la
cadencia, con un tremendo dominio del toreo de capa y de muleta, rayando la
perfección, a lo que sumó su gran capacidad como estoqueador. Por ello, y
haciendo un juego de siglas con sus iniciales, fue conocido como S.M, Su
Majestad “El Viti”. Este maestro salmantino ostenta, además, el record de
Puertas Grandes en la plaza de Las Ventas. Nada más y nada menos que en 16
ocasiones ha cruzado a hombros la Puerta Grande de Madrid, dos como novillero y
catorce como matador de toros. Un figurón del toreo, un maestro de época, sin
duda alguna. Su estatua ante la puerta grande de la plaza de toros salmantina, La Glorieta, es reflejo de la importancia de El Viti para esta ciudad. Como de costumbre, los vándalos antiturinos, haciendo gala de su respeto y tolerancia habitual, la han destrozado con pintura. Muy graciosos los chicos (y chicas, para que no se molesten)
Pedro Gutiérrez Moya, “El Niño de
la Capea”, gran figura de los años 70, en dura pugna y sana rivalidad con El
Viti durante los años que coincidieron en los ruedos, siendo famosas las
disputas en el coso de La Glorieta entre partidarios de uno y otro maestro.
Torero de carácter, de mando, valiente y valeroso, luchador hasta extremos
máximos, con un sentido del temple único, y de ambición sin límites, demostrada
desde aquel junio de 1974, día de su confirmación en Las Ventas, con Palomo
Linares de padrino y Paquirri como testigo, ante toros de la ya tristemente
desparecida ganadería salmantina de Atanasio Fernández. ¡Cómo conocería a los
toros de su tierra el Capea para cortar tres orejas esa tarde a su lote y abrir
la Puerta Grande de Madrid tal día!. A partir de ahí una metórica carrera
repleta de triunfos, carrera que aún
continúa como ganadero, El Capea se llama su hierro, y con un hijo, El Capea,
¡cómo si no!, en el escalafón que trata de seguir los pasos
de su progenitor, harta difícil tarea.
Para el final dejo a un nombre y
un hombre que nos dejó un 14 de enero de 2001 en su querida Salamanca, en el
campo charro que tanto amaba, tras once durísimos años en silla de ruedas por
su gravísima cogida en Béziers ante un toro de Cayetano Muñoz en agosto de 1990
que le provocó una tertraplejía. Ese es D. Julio Robles. Decir Julio Robles es
decir clasicismo, es decir seriedad, es decir elegancia, es decir pureza, es
decir calidad, es decir torería. Figura esbelta, alargada, un tanto
amanoletada, su toreo nos llevaba a la plenitud, a la auténtica gloria, tal era
la manera de embarcar al toro en su muleta. En tres ocasiones abrió la Puerta
Grande de Las Ventas, y hubieran sido muchas más de no haber sufrido el fatal
percance. Su memoria es honrada por cuantos amamos esta grandísima afición que
es nuestra Fiesta, sobre todo tras la vergonzosa profanación de su tumba por un
grupo de criminales antitaurinos, no pueden llamarse de otra manera, que en
2008 cometieron tal atrocidad, robando el busto del matador y diciendo que no
lo devolverían hasta que “termine la masacre de toros”. ¡Viva la educación y el
respeto, viva la tolerancia!. Desde el cielo el maestro verá con lágrimas en
sus ojos cuán desalmados pueden ser algunos. Pero su arte y si toreo siempre
estarán con nosotros.
Como decía en el encabezamiento
de este comentario, Salamanca es arte, tradición y toros, como reza uno de sus
lemas. Esta ciudad es cuna de nuestra cultura, y cultura, arte y tradición es
nuestra Fiesta, los toros. No podía ser de otra manera que el campo charro y su
centenario coso de La Glorieta hayan visto a largo de los años tantas tardes de
gloria.
Antonio Vallejo
No hay comentarios:
Publicar un comentario