Un toro, Orgullito, de Garcigrande, nacido en diciembre de 2013, herrado con el nº 35, negro listón, 528 Kg -¿para qué más?-, un ganadero, Justo Hernández, actual propietario del hierro Garcigrande-Domingo Hernández tras la muerte de su padre Domingo el pasado 2 de febrero, un torero, Julián López "El Juli", un maestro, un figurón del toreo, un torero de leyenda, un torero de época, reconocido por todo el mundo, en todas las plazas y por todas las aficiones excepto por un minúsculo sector, un tendido en concreto, el 7, de una plaza concreta, Las Ventas, cuyo único objetivo y fin es masacrarle, insultarle, cada tarde que torea, igual que intentan hacer con todas las figuras, y una afición, la sevillana, que ha visto una auténtica obra de arte, que ha vibrado, que ha sentido una emoción inmensa en esta tarde de abril, en su Feria, y que ha pedido por unanimidad que este grandísimo toro vuelva al campo para criar. Ganadero, toro, torero y una buena afición, las cuatro patas de la mesa del toreo, esa mesa a la que todos los aficionados nos queremos sentar cada día para degustar este Arte, esta afición, esta bendita locura que son los toros. Ganadero, toro, torero y una buena afición, la verdad del toreo, una lucha entre una fiera brava criada por el hombre para enfrentarse a otro hombre que armado de un trozo de tela es capaz de crear arte y belleza para generar emoción en los aficionados. Una lucha de igual a igual, una lucha en la que uno tiene que morir -que nadie olvide a Víctor Barrio, a Fandiño, a El Pana, a Paquirri, a Yiyo, a Manolete, a Sánchez Mejías, a tantos y tantos en la historia-, pero también una lucha en la que, cuando el toro es bravo, noble, encastado, con raza, tiene fuerza y clase recibe la recompensa de volver al campo para procrear y dar una descendencia que en cuatro o cinco años salte a una plaza de toros con la capacidad de volver con vida al campo como lo hizo su padre. Hoy se ha vuelto a vivir, a sentir, a vibrar con la pureza y la verdad de la Fiesta, la auténtica verdad del toreo por mucho que algunos se empeñen en tacharnos de bárbaros y sangrientos. Nada más lejos de la realidad. La mayor grandeza del toreo se ha vivido de nuevo esta tarde en La Maestranza con Orgullito regresando con vida al campo salmantino, el sueño de todos los que amamos a este animal único y maravilloso que es el toro bravo, el sueño de todos los que amamos esta Fiesta inmortal, por mucho que quieran acabar con ella. Pero mientras haya un ganadero, un toro, un toreo y un aficionado que quiera soñar con este Arte jamás morirá.
El marco no ha podido ser mejor. La Real Maestranza llena, una tarde de cielo azul, de una luz y un color sevillano que es único e inigualable, la feria en plena ebullición y un cartel de lujo. Toros de Garcigrande-Domingo Hernández que han lucido divisa negra en lógica señal de luto como harán toda la temporada, ganadería de máximo prestigio, procedencia Juan Pedro Domecq Solís, y un terna de lujo: Enrique Ponce, Julián López "El Juli" y Alejandro Talavante. Corrida agradable de cara, bastante pareja de hechuras, bajos, alguno de los toros quizás un poco justito de presentación y trapío, manejable en general, flojos y de pobre juego primero y tercero, noble y con cierta clase el cuarto, complicado el sexto, bueno y con clase el segundo y un grandísimo toro, bravo, enrazado, encastado y enclasado que ha sido el quinto.
No me resulta fácil pasar de puntillas sobre la actuación de Enrique Ponce en la tarde de hoy. De todos es sabido mi devoción por el que considero el más grande de todos los tiempos. No voy a repetir de nuevo el por qué de tal afirmación, pero debo decir que para mí hoy ha dado una nueva lección de sacar de donde no hay. El primero no le dio ninguna opción. Un toro que no se empleó en el capote ni en el caballo y que en la muleta no tuvo recorrido. Le recetó temple Ponce, trató de llevarlo pero tan solo pudo sacar algunos muletazos sueltos de buen trazo, sin continuidad, sin posibilidad de ligar los muletazos por las protestas del animal. El cuarto fue noble, pero nada más. Le faltaba raza y casta, no se empleó en los primeros tercios y llegó a la muleta sin decir nada. Ahí surgió la imperial figura de Enrique Ponce. Doblones de inicio para someter al toro, con mando para meter al de Garcigrande en su muleta a base de esa técnica y esa torería que el maestro de Chiva lleva dentro e instrumentar series en redondo templadas, poniéndole la muleta en la cara, sin quitársela, enseñándole el camino y con ese desmayo poncista que fascina, ligando los muletazos con una clase y un gusto exquisito. Por el pitón izquierdo le costaba mucho más al garcigrande, los naturales surgieron suelto, alguno con hondura, pero por ahí faltó ligazón, pero lo que no faltó fue la compostura, la clase y el gusto del de Chiva. Sobre todo al final de faena, con el toro rajado y Ponce toreando por bajo, dos manos, con la rodilla flexionada, pura plasticidad, torerísimo, con esa naturalidad y esa elegancia innata que posee. Una entera caída no fue impedimento para cortar una oreja de una maestranza rendida a la lección de técnica, inteligencia y gusto de Enrique Ponce.
Talavante no tuvo toros y, a decir verdad, tampoco tenía su tarde. No sé si ha sido impresión mía pero no me ha parecido verle muy metido en las faenas, como tampoco sé si el vestido negro y azabache elegido por el extremeño para esta tarde de primaveral luz sevillana suponía algún tipo de presagio. Al tercero tan solo le ha sacado una tanda con calidad por cada pitón, le ha faltado acoplamiento a la embestida y, al menos así me ha parecido, ha tirado pronto por la calle de en medio y ha abreviado con al espada. Igual que en en el sexto, un toro rajado y sin opciones ante el que tampoco ha querido alargar una faena que, sinceramente, tampoco parecía conducir a nada provechoso. Inédito en su segundo paseíllo en el ciclo, aún le queda un tercero para dejarnos su magnífica tauromaquia.
Pero la tarde ha sido de Juli, su nombre resuena hoy por todas las latitudes del planeta toros. Es más, su nombre resuena en el Olimpo del toreo donde, si le faltaba algo para tener un espacio reservado, ya lo tiene. Como resuena en el Paraíso de la tauromaquia el nombre de Orgullito, un toro al que en ese cielo donde pastan por toda la eternidad tantos toros buenos van a tener que esperar unos cuantos años porque se va a quedar en ese paraíso terrenal que es el campo salmantino al que mañana volverá.
El que hacía segundo tomó con fijeza y humillando el capote de Juli con verónicas lucidas bajando la mano, templadas, cadenciosas, jugando bien las muñecas, acompasadas con el cuerpo entre los olés de los aficionados. Buena pelea en el caballo de José Antonio Barroso que ha protagonizado un gran tercio de varas, muy bien agarrados los dos puyazos con el toro empujando con celo y bravura, midiendo el castigo a la perfección. Ha recibido una calurosa ovación al retirarse por el callejón, muestra una vez más de lo mucho que sabe, entiende y sabe apreciar cualquier matiz esta plaza. Como magníficas han sido las chicueilinas a pies juntos y manos bajas con las que Juli ha probado al de Domingo Hernández a la salida del primer encuentro con el caballo, preludio de un muy buen tercio de banderillas en el que el toro ha mostrado un galope y un son de categoría. Toma la muleta con la diestra tras brindar a Justo Hernández, el ganadero, en un gesto de caballerosidad y sensibilidad tras la pérdida de su padre y se dispone a iniciar la faena por el pitón derecho citando al toro con la pierna flexionada. Una de las patas del animal barre literalmente a Juli que, en un alarde de improvisación aprovecha la circunstancia para recetar una magnífica tanda de redondos de rodillas con largura poniendo al público en pie. Magistral toreo del madrileño en redondo, poderoso, alargando el viaje, tapándole la cara, templadísimo, con la mano muy baja y el compás abierto entre los olés sentidos de la Maestranza que se vuelven locos con los de pecho que remataban la series. Los naturales también han surgido templadísimos, cosidos unos a otros, crujiendo al toro por bajo, con una belleza y una despaciosidad excelsa. Más series en redondo, templadas y ligadas, con el toro embebido en las telas, humillando con gran clase, cambios de mano superlativos para enlazar con otra al natural antológica, y todo en un palmo de terreno. Enorme dimensión de Juli en este toro aunando técnica, mando, clase y gusto para acabar con adornos y remates por bajo con un sabor y un aroma a toreo artista que genera el delirio en los tendidos. Tal obra de arte tenía que tener un final como el que ha tenido, un estoconazo tirándose por derecho, volcándose sobre el morrillo, hundiendo el acero hasta la empuñadura y que ha hecho rodar a este bravo Chumbo y que ha valido dos orejas sin discusión, pedidas por unanimidad, dos orejas de enorme peso.
Parecía difícil mejorar lo visto en ese segundo, pero en los corrales esperaba su turno un toro de nombre Orgullito, negro listón, muy serio, de magnificas hechuras, bajo, muy se Sevilla, proporcionado y armónico acapachado de cuerna, ¡y con 528 Kg!, no hace falta más para que un toro tenga trapío y embista. Un toro que desde salida ha mostrado grandes cualidades: fijeza, movilidad, repetición, humillación, todo ello en el capote de un portentoso Juli a la verónica y en el galleo por chicuelinas con el que le ha llevado al caballo. En el caballo de Salvador Núñez ha mostrado bravura, empujando con celo y codicia, metiendo los riñones en dos buenos puyazos. Sublimes, divinas han sido las verónicas con las que Juli lo ha probado a la salida del caballo, templadísimas, cadenciosas, acompañando el viaje con la cintura, con una gracia y un garbo que pone en pie de nuevo a esta plaza que tan bien sabe disfrutar del toreo bueno. En banderillas sigue mostrando grandes cualidades, sigue con fijeza el capote con el que José María Soler le leva en largo y acude con prontitud y buen tranco al cite de Álvaro Montes y Fernando Pérez, galopa con alegría y permite cuajar un buen tercio de banderillas. Pero en la muleta es donde se ha estado la tempestad. Brinda aun público entregado que se rompe a aplaudir al madrileño, quien comienza la faena por bajo, con torería, temple, largura, rematando por bajo con una clase y una belleza superior. A partir de ahí borrachera de toreo por ambos pitones. Yo no sé cual era mejor, los redondos surgían templados, largos, cosidos unos a otros, sin pausa, Juli encajado, con una naturalidad y una suavidad exquisitas, la mano baja, relajados los brazos, rematando por bajo con trincherillas de volverse loco, los naturales aún más bellos, con hondura, el toreo abandonándose, templadísimos, con un ritmo y una cadencia fuera de serie. rematado con unos de pecho monumentales. Y Orgullito acudía con prontitud a cada toque, repetía y repetía, sin cansarse, humillando, siguiendo la muleta con una fijeza y un celo que despedía bravura y nobleza por los cuatro costados. No sé cuantas series habrán surgido de la mágica muleta, no tengo ni idea de cuantos muletazos habrá dado Juli, era un sin fin, uno tras otro, ahora pr el derecho, cambio de mano y ahora por el izquierdo, ahora no mueve las zapatillas del suelo y se lo pasa por ambos pitones, ahora por bajo, ahora y siempre templado y largo. Lo que se sentía no era emoción, no era un sueño, no era locura, no era delirio, no era éxtasis, era mucho más que todo eso junto, algo indescriptible, la gente en pie, la música imposible de escuchar entre los olés y las palmas. Algo que quienes han estado en la plaza jamás olvidarán y contarán a sus nietos, al igual que quienes lo hemos visto por televisión aunque nunca será como haberlo vivido allí. Y Juli seguía, y Orgullito seguía, y seguía, y seguía, incansable, con la misma frescura, humillando al máximo, olisqueando el albero, persiguiendo una y otra vez la muleta que Juli le ponía a ras de suelo, a cada lance más baja, a cada serie barría más el albero, todo a más, el torero, el toro, el arte y la cascada de sentimientos que era La Maestranza. El runrún empezaba a fluir por los aficionados, Juli no paraba de torear y Orgullito de embestir, con la misma fijeza, la misma prontitud y humillación que al principio. Clavando los pies el madrileño, sin moverse un milímetro, pasándoselo en largo por ambos pitones para engarzar un triple circular que acaba por poner en pie a todos los aficionados que ya agitaban sus pañuelos blancos en petición del indulto, un clamor absoluto. Y como el pañuelo naranja no surgía del palco Juli seguía toreando y Orgullito seguía embistiendo, humillando y repitiendo, diciendo ¿es que no ves lo que soy y lo que merezco?, hasta que unos ayudados por alto y un remate por bajo auténticamente celestial han hecho que D. José Luque Teruel, curiosamente el mismo presidente que indultó a Cobradiezmos, sacara el pañuelo naranja. Dos orejas, que para mí tenían que haber ido acompañadas del rabo, son la imagen de la verdad de la tauromaquia, el triunfo del torero y del toro tras una faena inolvidable a un toro inolvidable en una vuelta al ruedo casi tan emocionante como la faena con Juli acompañado de Justo Hernández, roto a llorar por el recuerdo de su padre, un padre que hoy será feliz en ese cielo taurino donde tantos grandes ganaderos tienen un burladero especial desde el que cada tarde ven los toros. A ese cielo, a ese paraíso nos han llevado a todos los aficionados Julián López "El Juli" y un toro de Garcigrande, de nombre Orgullito en una tarde histórica que nunca olvidaremos todos aquellos cuantos amamos esta Fiesta, esta afición única e inexplicable que nos invade e inunda de alegría y felicidad.
¡Viva el toreo!
Antonio Vallejo
El marco no ha podido ser mejor. La Real Maestranza llena, una tarde de cielo azul, de una luz y un color sevillano que es único e inigualable, la feria en plena ebullición y un cartel de lujo. Toros de Garcigrande-Domingo Hernández que han lucido divisa negra en lógica señal de luto como harán toda la temporada, ganadería de máximo prestigio, procedencia Juan Pedro Domecq Solís, y un terna de lujo: Enrique Ponce, Julián López "El Juli" y Alejandro Talavante. Corrida agradable de cara, bastante pareja de hechuras, bajos, alguno de los toros quizás un poco justito de presentación y trapío, manejable en general, flojos y de pobre juego primero y tercero, noble y con cierta clase el cuarto, complicado el sexto, bueno y con clase el segundo y un grandísimo toro, bravo, enrazado, encastado y enclasado que ha sido el quinto.
No me resulta fácil pasar de puntillas sobre la actuación de Enrique Ponce en la tarde de hoy. De todos es sabido mi devoción por el que considero el más grande de todos los tiempos. No voy a repetir de nuevo el por qué de tal afirmación, pero debo decir que para mí hoy ha dado una nueva lección de sacar de donde no hay. El primero no le dio ninguna opción. Un toro que no se empleó en el capote ni en el caballo y que en la muleta no tuvo recorrido. Le recetó temple Ponce, trató de llevarlo pero tan solo pudo sacar algunos muletazos sueltos de buen trazo, sin continuidad, sin posibilidad de ligar los muletazos por las protestas del animal. El cuarto fue noble, pero nada más. Le faltaba raza y casta, no se empleó en los primeros tercios y llegó a la muleta sin decir nada. Ahí surgió la imperial figura de Enrique Ponce. Doblones de inicio para someter al toro, con mando para meter al de Garcigrande en su muleta a base de esa técnica y esa torería que el maestro de Chiva lleva dentro e instrumentar series en redondo templadas, poniéndole la muleta en la cara, sin quitársela, enseñándole el camino y con ese desmayo poncista que fascina, ligando los muletazos con una clase y un gusto exquisito. Por el pitón izquierdo le costaba mucho más al garcigrande, los naturales surgieron suelto, alguno con hondura, pero por ahí faltó ligazón, pero lo que no faltó fue la compostura, la clase y el gusto del de Chiva. Sobre todo al final de faena, con el toro rajado y Ponce toreando por bajo, dos manos, con la rodilla flexionada, pura plasticidad, torerísimo, con esa naturalidad y esa elegancia innata que posee. Una entera caída no fue impedimento para cortar una oreja de una maestranza rendida a la lección de técnica, inteligencia y gusto de Enrique Ponce.
Talavante no tuvo toros y, a decir verdad, tampoco tenía su tarde. No sé si ha sido impresión mía pero no me ha parecido verle muy metido en las faenas, como tampoco sé si el vestido negro y azabache elegido por el extremeño para esta tarde de primaveral luz sevillana suponía algún tipo de presagio. Al tercero tan solo le ha sacado una tanda con calidad por cada pitón, le ha faltado acoplamiento a la embestida y, al menos así me ha parecido, ha tirado pronto por la calle de en medio y ha abreviado con al espada. Igual que en en el sexto, un toro rajado y sin opciones ante el que tampoco ha querido alargar una faena que, sinceramente, tampoco parecía conducir a nada provechoso. Inédito en su segundo paseíllo en el ciclo, aún le queda un tercero para dejarnos su magnífica tauromaquia.
Pero la tarde ha sido de Juli, su nombre resuena hoy por todas las latitudes del planeta toros. Es más, su nombre resuena en el Olimpo del toreo donde, si le faltaba algo para tener un espacio reservado, ya lo tiene. Como resuena en el Paraíso de la tauromaquia el nombre de Orgullito, un toro al que en ese cielo donde pastan por toda la eternidad tantos toros buenos van a tener que esperar unos cuantos años porque se va a quedar en ese paraíso terrenal que es el campo salmantino al que mañana volverá.
El que hacía segundo tomó con fijeza y humillando el capote de Juli con verónicas lucidas bajando la mano, templadas, cadenciosas, jugando bien las muñecas, acompasadas con el cuerpo entre los olés de los aficionados. Buena pelea en el caballo de José Antonio Barroso que ha protagonizado un gran tercio de varas, muy bien agarrados los dos puyazos con el toro empujando con celo y bravura, midiendo el castigo a la perfección. Ha recibido una calurosa ovación al retirarse por el callejón, muestra una vez más de lo mucho que sabe, entiende y sabe apreciar cualquier matiz esta plaza. Como magníficas han sido las chicueilinas a pies juntos y manos bajas con las que Juli ha probado al de Domingo Hernández a la salida del primer encuentro con el caballo, preludio de un muy buen tercio de banderillas en el que el toro ha mostrado un galope y un son de categoría. Toma la muleta con la diestra tras brindar a Justo Hernández, el ganadero, en un gesto de caballerosidad y sensibilidad tras la pérdida de su padre y se dispone a iniciar la faena por el pitón derecho citando al toro con la pierna flexionada. Una de las patas del animal barre literalmente a Juli que, en un alarde de improvisación aprovecha la circunstancia para recetar una magnífica tanda de redondos de rodillas con largura poniendo al público en pie. Magistral toreo del madrileño en redondo, poderoso, alargando el viaje, tapándole la cara, templadísimo, con la mano muy baja y el compás abierto entre los olés sentidos de la Maestranza que se vuelven locos con los de pecho que remataban la series. Los naturales también han surgido templadísimos, cosidos unos a otros, crujiendo al toro por bajo, con una belleza y una despaciosidad excelsa. Más series en redondo, templadas y ligadas, con el toro embebido en las telas, humillando con gran clase, cambios de mano superlativos para enlazar con otra al natural antológica, y todo en un palmo de terreno. Enorme dimensión de Juli en este toro aunando técnica, mando, clase y gusto para acabar con adornos y remates por bajo con un sabor y un aroma a toreo artista que genera el delirio en los tendidos. Tal obra de arte tenía que tener un final como el que ha tenido, un estoconazo tirándose por derecho, volcándose sobre el morrillo, hundiendo el acero hasta la empuñadura y que ha hecho rodar a este bravo Chumbo y que ha valido dos orejas sin discusión, pedidas por unanimidad, dos orejas de enorme peso.
Parecía difícil mejorar lo visto en ese segundo, pero en los corrales esperaba su turno un toro de nombre Orgullito, negro listón, muy serio, de magnificas hechuras, bajo, muy se Sevilla, proporcionado y armónico acapachado de cuerna, ¡y con 528 Kg!, no hace falta más para que un toro tenga trapío y embista. Un toro que desde salida ha mostrado grandes cualidades: fijeza, movilidad, repetición, humillación, todo ello en el capote de un portentoso Juli a la verónica y en el galleo por chicuelinas con el que le ha llevado al caballo. En el caballo de Salvador Núñez ha mostrado bravura, empujando con celo y codicia, metiendo los riñones en dos buenos puyazos. Sublimes, divinas han sido las verónicas con las que Juli lo ha probado a la salida del caballo, templadísimas, cadenciosas, acompañando el viaje con la cintura, con una gracia y un garbo que pone en pie de nuevo a esta plaza que tan bien sabe disfrutar del toreo bueno. En banderillas sigue mostrando grandes cualidades, sigue con fijeza el capote con el que José María Soler le leva en largo y acude con prontitud y buen tranco al cite de Álvaro Montes y Fernando Pérez, galopa con alegría y permite cuajar un buen tercio de banderillas. Pero en la muleta es donde se ha estado la tempestad. Brinda aun público entregado que se rompe a aplaudir al madrileño, quien comienza la faena por bajo, con torería, temple, largura, rematando por bajo con una clase y una belleza superior. A partir de ahí borrachera de toreo por ambos pitones. Yo no sé cual era mejor, los redondos surgían templados, largos, cosidos unos a otros, sin pausa, Juli encajado, con una naturalidad y una suavidad exquisitas, la mano baja, relajados los brazos, rematando por bajo con trincherillas de volverse loco, los naturales aún más bellos, con hondura, el toreo abandonándose, templadísimos, con un ritmo y una cadencia fuera de serie. rematado con unos de pecho monumentales. Y Orgullito acudía con prontitud a cada toque, repetía y repetía, sin cansarse, humillando, siguiendo la muleta con una fijeza y un celo que despedía bravura y nobleza por los cuatro costados. No sé cuantas series habrán surgido de la mágica muleta, no tengo ni idea de cuantos muletazos habrá dado Juli, era un sin fin, uno tras otro, ahora pr el derecho, cambio de mano y ahora por el izquierdo, ahora no mueve las zapatillas del suelo y se lo pasa por ambos pitones, ahora por bajo, ahora y siempre templado y largo. Lo que se sentía no era emoción, no era un sueño, no era locura, no era delirio, no era éxtasis, era mucho más que todo eso junto, algo indescriptible, la gente en pie, la música imposible de escuchar entre los olés y las palmas. Algo que quienes han estado en la plaza jamás olvidarán y contarán a sus nietos, al igual que quienes lo hemos visto por televisión aunque nunca será como haberlo vivido allí. Y Juli seguía, y Orgullito seguía, y seguía, y seguía, incansable, con la misma frescura, humillando al máximo, olisqueando el albero, persiguiendo una y otra vez la muleta que Juli le ponía a ras de suelo, a cada lance más baja, a cada serie barría más el albero, todo a más, el torero, el toro, el arte y la cascada de sentimientos que era La Maestranza. El runrún empezaba a fluir por los aficionados, Juli no paraba de torear y Orgullito de embestir, con la misma fijeza, la misma prontitud y humillación que al principio. Clavando los pies el madrileño, sin moverse un milímetro, pasándoselo en largo por ambos pitones para engarzar un triple circular que acaba por poner en pie a todos los aficionados que ya agitaban sus pañuelos blancos en petición del indulto, un clamor absoluto. Y como el pañuelo naranja no surgía del palco Juli seguía toreando y Orgullito seguía embistiendo, humillando y repitiendo, diciendo ¿es que no ves lo que soy y lo que merezco?, hasta que unos ayudados por alto y un remate por bajo auténticamente celestial han hecho que D. José Luque Teruel, curiosamente el mismo presidente que indultó a Cobradiezmos, sacara el pañuelo naranja. Dos orejas, que para mí tenían que haber ido acompañadas del rabo, son la imagen de la verdad de la tauromaquia, el triunfo del torero y del toro tras una faena inolvidable a un toro inolvidable en una vuelta al ruedo casi tan emocionante como la faena con Juli acompañado de Justo Hernández, roto a llorar por el recuerdo de su padre, un padre que hoy será feliz en ese cielo taurino donde tantos grandes ganaderos tienen un burladero especial desde el que cada tarde ven los toros. A ese cielo, a ese paraíso nos han llevado a todos los aficionados Julián López "El Juli" y un toro de Garcigrande, de nombre Orgullito en una tarde histórica que nunca olvidaremos todos aquellos cuantos amamos esta Fiesta, esta afición única e inexplicable que nos invade e inunda de alegría y felicidad.
¡Viva el toreo!
Antonio Vallejo
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