Era un 22 de mayo de 1972 cuando Palomo Linares cortaba el rabo de un toro de Atanasio Fernández de nombre Cigarrón. Desde aquella histórica tarde han tenido que pasar 46 años para que de nuevo veamos cortar un rabo en Las Ventas. Ayer lo hizo un rejoneador por vez primera en la historia, un torero a caballo, un maestro de los más grandes, Diego Ventura, en el cuarto de la tarde, un toro de Los Espartales de nombre Biemplantao. Podría decir que ambos entraron ayer en la gloriosa leyenda de la plaza de Las Ventas, pero sería una verdad a medias. En el caso del toro así es, pero en el de Ventura omitiría algo importantísimo, un capítulo que ya había escrito con letras de oro en el libro de la historia del ruedo madrileño al desorejar al segundo de la tarde, Marqués I. Con esas dos orejas ya tenía la Puerta más Grande del mundo abierta, camino del paraíso, a hombros, hasta la cima más alta del Olimpo de la tauromaquia. Su decimosexta Puerta Grande madrileña, rebasando el récord que hasta ayer compartía con otro de los más grandes de la historia, Su Majestad El Viti. Por tanto, una tarde que quedará grabada por siempre, aunque como aquella de 1972 se vea también envuelta en la polémica y la discusión. Voy a dar mi opinión y es muy clara. Personalmente creo que la concesión del rabo fue exagerada, fue una faena enorme de dos orejas indiscutibles a mi modo de ver, pero voy a volver a lo que tantas y tantas veces he comentado, que todo hay que analizarlo y juzgarlo con algo más que matemáticas, geometría, estadísticas o medidas. No se puede aplicar la frialdad, cuando uno está envuelto en la atmósfera que se creó en el ruedo soy de loes que piensa que hay que dar rienda suelta a la pasión, que así se vivió la extraordinaria faena del maestro Ventura. Ayer ganaba el sentimiento, el de un público festivo, alegre, creo que disfrutón es el mejor calificativo que se le puede aplicar, un público que acudió, mejor dicho, que acudimos a Las Ventas con ganas de disfrutar, con el ánimo y la esperanza de ver algo grande, con auténtica ilusión, con la ilusión de un niño, la ilusión de los cientos, miles de niños que ayer llenaron los tendidos venteños vivieron algo excepcional y que con casi total seguridad volverán en el futuro atraídos por la magia del toreo, por el Arte sin igual, por la belleza de lo que vieron y que seguro que habrán contado y contarán a todos sus amigos. La semilla de la afición es esa, crecerá y dará fruto en los aficionados del futuro, y eso para mi justifica todo.
Lambrusco, Lío, Fino, Importante, Bronce, Remate, caballos de una cuadra excepcional, bailarines de un ballet sin igual, auténticos ángeles con alas de seda que llevaron a su jinete al paraíso, de Madrid al cielo, el más grande y bello, el del toreo. La manera de parar al toro, como lo encelan en sus grupas, la elegancia en la manera de citar al toro, embroques celestiales, quiebros en un palmo de terreno, cabriolas y piruetas en la cara, al entra, al salir, en todos los terrenos y con todas las suertes, la tan campera garrocha, una delicia, rejones de castigo, banderillas largas y cortas, rosas, el rejón de muerte, una danza sin fin alrededor de un toro, caballero y cabalgadura en comunión permanente, magia pura, sueños que no acaban, delirio, pasión, ¡TOREO!, hipnotizados por tanta belleza, sumidos en un éxtasis al que nos dejamos arrastrar sin oposición, abandonados al corazón, ¡TOREO!. Nazarí y Dólar, la cumbre, la punta de lanza de la cuadra, los primeros bailarines de la mejor compañía, hacedores de milagros, sobre ellos levita Ventura. Nazarí torea como una muleta planchada, exhibe su lomo y lleva cosido al estribo al toro, temple y suavidad, elegancia suprema, una vuelta completa, se para, quiebra y deja una banderilla, toda la plaza en pie, Madrid ruge. Dólar, sin bocado, dos banderillas en las manos de Diego, quiebro en la misma cara, recorte sin igual, los dos palos arriba, ¡gracias Dios mío por permitirnos ver algo así!, Ventura se lleva las manos a la cabeza, llora, ríe, no sé, nosotros igual, imposible describir. Dos rejones de muerte colocados arriba fulminantes llena la plaza de pañuelos, cae la primera oreja en cada toro, sigue rugiendo la plaza, la espuma blanca no cesa en su batir, cae la segunda, en el cuarto aún más, la gente lo quiere, la gente lo desea, es la Fiesta, es sentimiento, es emoción, es pasión, más y más, y el palco concede su deseo, el rabo, una auténtica riada de felicidad nos inunda. ¿Es justo?, ¡y a quién le importa en ese momento!. Ver la cara de los niños, ver su alegría desenfrenada, ¡vernos a todos!, a mi mismo, junto a mi hija, que ha visto cortar un rabo en Madrid, no cabe en sí, y yo tampoco. Solo por eso mereció la pena, y si además hoy los telediarios han resaltado la noticia, TVE incluso ha ofrecido una entrevista al maestro, si en los periódicos sale destacada, aún más, porque la Fiesta necesita romper las paredes de las plazas, dejarnos ver y hacernos sentir, y que mejor imagen al mundo que la del triunfo y la alegría. Aunque si lo analizo y juzgo con frialdad puedo pensar que haya sido excesivo, pero el calor del alma es más fuerte y derrite el hielo más rocoso de la razón. Y lo tengo claro, si tengo que elegir entre la crispación del purismo integrista de tantas tardes y el posible "triunfalismo" de ayer - muy, pero que muy, entrecomillado, porque lo de ayer fue algo muy grande e inolvidable por encima de un trofeo más o menos - me quedo con lo segundo, de diez veces, once. Igual que tengo claro que no comparto la opinión que este triunfo, aunque quizás excesivo, sea perjudicial para la Fiesta, para nada, al revés. Si la Fiesta muere desde dentro no va a ser por éxitos como el de ayer, en absoluto. Si la Fiesta muere desde dentro será más por culpa de criterios fundamentalistas, integrísimo radical taurino que espanta al público, endogamia y reclusión en un reducto minoritario en el que reina la crispación y la intransigencia disfrazada de exigencia.
Ayer soñamos el toreo, Nazarí y Dólar bajo las órdenes de Diego Ventura lo hicieron realidad. Eso es para mi la verdad de este Arte.
Antonio Vallejo
Lambrusco, Lío, Fino, Importante, Bronce, Remate, caballos de una cuadra excepcional, bailarines de un ballet sin igual, auténticos ángeles con alas de seda que llevaron a su jinete al paraíso, de Madrid al cielo, el más grande y bello, el del toreo. La manera de parar al toro, como lo encelan en sus grupas, la elegancia en la manera de citar al toro, embroques celestiales, quiebros en un palmo de terreno, cabriolas y piruetas en la cara, al entra, al salir, en todos los terrenos y con todas las suertes, la tan campera garrocha, una delicia, rejones de castigo, banderillas largas y cortas, rosas, el rejón de muerte, una danza sin fin alrededor de un toro, caballero y cabalgadura en comunión permanente, magia pura, sueños que no acaban, delirio, pasión, ¡TOREO!, hipnotizados por tanta belleza, sumidos en un éxtasis al que nos dejamos arrastrar sin oposición, abandonados al corazón, ¡TOREO!. Nazarí y Dólar, la cumbre, la punta de lanza de la cuadra, los primeros bailarines de la mejor compañía, hacedores de milagros, sobre ellos levita Ventura. Nazarí torea como una muleta planchada, exhibe su lomo y lleva cosido al estribo al toro, temple y suavidad, elegancia suprema, una vuelta completa, se para, quiebra y deja una banderilla, toda la plaza en pie, Madrid ruge. Dólar, sin bocado, dos banderillas en las manos de Diego, quiebro en la misma cara, recorte sin igual, los dos palos arriba, ¡gracias Dios mío por permitirnos ver algo así!, Ventura se lleva las manos a la cabeza, llora, ríe, no sé, nosotros igual, imposible describir. Dos rejones de muerte colocados arriba fulminantes llena la plaza de pañuelos, cae la primera oreja en cada toro, sigue rugiendo la plaza, la espuma blanca no cesa en su batir, cae la segunda, en el cuarto aún más, la gente lo quiere, la gente lo desea, es la Fiesta, es sentimiento, es emoción, es pasión, más y más, y el palco concede su deseo, el rabo, una auténtica riada de felicidad nos inunda. ¿Es justo?, ¡y a quién le importa en ese momento!. Ver la cara de los niños, ver su alegría desenfrenada, ¡vernos a todos!, a mi mismo, junto a mi hija, que ha visto cortar un rabo en Madrid, no cabe en sí, y yo tampoco. Solo por eso mereció la pena, y si además hoy los telediarios han resaltado la noticia, TVE incluso ha ofrecido una entrevista al maestro, si en los periódicos sale destacada, aún más, porque la Fiesta necesita romper las paredes de las plazas, dejarnos ver y hacernos sentir, y que mejor imagen al mundo que la del triunfo y la alegría. Aunque si lo analizo y juzgo con frialdad puedo pensar que haya sido excesivo, pero el calor del alma es más fuerte y derrite el hielo más rocoso de la razón. Y lo tengo claro, si tengo que elegir entre la crispación del purismo integrista de tantas tardes y el posible "triunfalismo" de ayer - muy, pero que muy, entrecomillado, porque lo de ayer fue algo muy grande e inolvidable por encima de un trofeo más o menos - me quedo con lo segundo, de diez veces, once. Igual que tengo claro que no comparto la opinión que este triunfo, aunque quizás excesivo, sea perjudicial para la Fiesta, para nada, al revés. Si la Fiesta muere desde dentro no va a ser por éxitos como el de ayer, en absoluto. Si la Fiesta muere desde dentro será más por culpa de criterios fundamentalistas, integrísimo radical taurino que espanta al público, endogamia y reclusión en un reducto minoritario en el que reina la crispación y la intransigencia disfrazada de exigencia.
Ayer soñamos el toreo, Nazarí y Dólar bajo las órdenes de Diego Ventura lo hicieron realidad. Eso es para mi la verdad de este Arte.
Antonio Vallejo
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