viernes, 13 de octubre de 2023

Una cero cero para celebrar el Día de la Fiesta Nacional


No hay nada mejor para celebrar el 12 de octubre, nuestra Fiesta Nacional, que ir a la Fiesta Nacional, los toros. Sin lugar a dudas ese tuvo que ser el pensamiento de cuantos decidieron ayer ir a Las Ventas y prácticamente llenar los tendidos para disfrutar de una gran tarde de toros. Otra tarde más espléndida, de sol radiante y temperatura más que primaveral, para que La Monumental hiciera gala de su denominación y luciera como tal. Todo muy bonito...aparentemente. El marco espectacular, vuelvo a repetirlo, pero el contenido... vaya, vaya.
Echemos la vista atrás, cuando este verano se anunciaron los carteles de la Feria de Otoño y de esta extraordinaria del 12 de octubre. La terna era la compuesta por Morante de la Puebla, Alejandro Talavante e Isaac Fonseca y los toros los de Nuñez del Cuvillo. A que molaba, ¿eh?. Primer contratiempo, Morante anuncia el 30 de septiembre que corta su temporada por la lesión de muñeca que sufre. Gustará o no, se le espera para soñar con su toreo o para intentar putearle - perdonen la expresión pero es que en Madrid cierto sector goza con eso - pero en lo que todos estamos de acuerdo es que el de La Puebla del Río llena las plazas. Comienzan las dudas y las cábalas sobre su sustituto, rumores y más rumores, algunos incluso nos planteamos devolver las entradas ya que la alteración del cartel programado da derecho a eso. Durante este ciclo otoñal lo hemos hablado cada día a la espera del anuncio oficial por parte de la empresa. Y por fin el día 8 de octubre desojaron la margarita y apareció el nombre de Manuel Jesús "El Cid" como el elegido para sacar adelante la tarde. Reconozco que barajamos varios nombres, Castella o Ureña tras su magnífica y comprometida actuación el pasado viernes 6 , Manzanares, que ayer por la mañana descubría un azulejo en Las Ventas en reconocimiento a la extraordinaria trayectoria de su padre, al añorado maestro José María Dols Abellán, y hubiera sido emotivo verle torear en esta fecha tan señalada, o Borja Jiménez, por qué no, se lo había ganado a pulso tras cortar tres orejas a los victorinos. Además otros nombres con los que, por gusto o cariño, elucubramos durante estos días. Pero si había uno que no sospechábamos ni por casualidad era el de El Cid. Es más, casi todos pensábamos que se había retirado, y así fue en 2019. De hecho, tirando de hemeroteca,  se despidió de Madrid el 4 de octubre de 2019 con una corrida de Fuente Ymbro, días después hizo lo propio en Zaragoza el 12 de octubre y se vistió de luces por última vez en enero de 2020 en Manizales. Lo que pocos sabíamos, entre ellos me incluyo, es que en diciembre del  pasado año anunció su vuelta a los ruedos. Y no es de extrañar que no lo supiéramos porque, tirando otra vez de hemeroteca, el sevillano  ha hecho el paseíllo cuatro tardes, una en el abril sevillano con la corrida de Victorino, otra en septiembre en Alabacete con toros de la Quinta, una más también este septiembre en Zalamea la Real (Huelva) sustituyendo a Manuel Díaz El Cordobés con toros de Osborne y, por último, la de ayer en Madrid también por la vía de la sustitución ante, supuestamente, toros de Nuñez del Cuvillo. Así que a nadie extraña que el de Salteras no entrara en las quinielas pero su anuncio está claro que sirvió para mantener el interés por la tarde y atraer al abonado y a más público porque, al fin y al cabo, es un matador con amplia e importante trayectoria y muy reconocido en Las Ventas, plaza que le ha adoptado como uno de los suyos, torero de Madrid le dicen, y al que, hay que decirlo porque es así, ese sector del 7 que se auto otorga la potestad de juzgar y decidir lo que vale y no le ha perdonado y consentido lo que a muchos otros protestan, censuran, ningunean e incluso insultan con una falta de respeto indecorosa y de mal aficionado. Y esto no quita para reconocer que la cerrada ovación que recibió El Cid tras romperse el paseíllo es de justicia y premia su figura.
Decía bien lo de supuestamente al referirme a los toros de ayer, porque de los de Cuvillo nada supimos. Sorpresa al recoger el programa de mano y ver que en la separata lo que aparecía en le orden de lidia era un batiburrillo de hierros con dos toros de Garcigrande, tres de Victoriano del Río y uno de Toros de Cortés. Por cierto, otro motivo más para la devolución de la entrada y recuperar el importe, que en estos tiempos no viene nada mal. Pero una vez en la plaza y no era como para volverse a casa. No tengo ni idea de lo que mandó Nuñez del Cuvillo para esta corrida, pero que ni uno solo pasara el reconocimiento ni fuera apto para lidiarse en Madrid es llamativo. No atraviesa sus mejores momentos este hierro, lo sabemos, pero lo de ayer tiene difícil explicación. Como tampoco sabemos donde estaban o de donde vinieron los que finalmente se lidiaron, en el campo o en los corrales, lo que está claro es que se tuvo que hacer a toda prisa y, claro, con tanto baile de corrales salieron como salieron. No me atrevería a decir que fueran saldo de final de temporada ni tampoco desecho de tienta, pero el caso es que ni de presencia ni de juego me gustaron. Grandes, muchos kilos, algo habitual, pero de hechuras para enamorar poco, destartalados y alejados de la estampa del toro bravo que tengo entre mis gustos. Y de pobre juego, quizás primero y cuarto con cierta nobleza y manejables, el tercero con movilidad y más emoción, pero los tres restantes con mínimas opciones para la terna, escasos de raza y fuerzas, con la gasolina justa para llegar a Madrid con la luz de reserva encendida. En definitiva, muchos cambios que no presagiaban buenos augurios. 
Ni el baile de corrales ni una terna cada uno de su padre y de su madre, de muy diferentes estilos y generaciones, integrada por una figura de 49 años prácticamente fuera del circuito, otro de 36 años  que deslumbró en sus inicios, luego frenó su ascensión, se fue y desde su vuelta nada ha sido igual, y un joven de 25 años recién llegado  que se llevó la Copa Chenel entre cierta polémica, contribuyeron al éxito de la que en su gestación era una tarde para soñar y que acabó en algo indefinido, en algo ni sí ni no, en algo que parece que va a ser pero luego no lo es, en algo que parece arrancar pero se frena, en algo que parecía querer despertar pero que volvía a la indiferencia de un público poco habitual aletargado, en un no sé si quiero ni  tengo claro si puedo. El caso es que, entre unas cosas y otras,  el ambiente general de ayer me resultó raro, como si la gente estuviera ajena a lo que pasaba, bueno, regular o malo. Y no sería porque desde los altos del 7 no se encargaron de caldear los ánimos con las pancartas previas pidiendo más afición y menos discoteca, más rigor en el palco, así como los constantes gritos pidiendo la dimisión de Plaza 1 y Miguel Abellán. Y es probable que no les falte razón y debamos pararnos a pensar un momento el estado actual de nuestra plaza. No hay duda que esta temporada, al menos en sus momentos estelares como es San Isidro y Otoño, ha sido un éxito de público y económico para la empresa. También es cierto que el invento del "after-toros" ha roto todos los esquemas, ha llevado a la plaza a miles de jóvenes no sé si atraídos por la afición o por las copas y la discoteca, pero si de ahí salen futuros aficionados, bienvenido sea. Pero todo tiene su lado bueno y su lado malo y es muy difícil encontrar el equilibrio, como todo en la vida. Se corre el riesgo de morir de éxito y vivir lo que se vivió el miércoles en la final del certamen de novilleros sin picadores. Una plaza abarrotada de adolescentes, a priori algo bueno para el futuro, pero que a la postre resultó que iban más por la juerga posterior que por ver toros. No estuve allí pero el magnífico equipo del personal de plaza que ha atendido esta temporada el 1 alto me contó ayer que fue horroroso, algo insufrible, mala educación, se levantaban sin atender a las indicaciones que les hacían advirtiéndoles que durante la lidia nadie entra o sale del tendido, pero ni caso, incluso encarándose con ellos. y ese es un precio que no se puede pagar por muchos ingresos que supongan para la empresa. Y eso sin hablar de lo que se vivió al final de la corrida donde se perdió el control y la situación se desbordó obligando a desalojar la plaza por el riesgo de seguridad que corría. Inaceptable y que debe hacer que la empresa se replantee esto de cara a la próxima temporada. Y respecto al palco, ¡que vamos a decir!, ¡si estamos de acuerdo!, si llevamos años, casi toda la vida, sin entender que no haya un criterio pero, aunque a los que ayer tanto protestaban no les guste escucharlo, ese criterio debe ser libre, no el suyo, el que  quieren imponer a base de protestas, gritos en tono y actitud amenazante. 
El Cid volvía a Madrid de manera inesperada, lo dije antes y lo reitero, por la vía de la sustitución y quizás porque, dicen las malas lenguas, las negociaciones para haber estado en el pasado San Isidro tras su regreso a los ruedos no acabaron de buen rollito, como se dice ahora. Recibido como se merece su trayectoria su actuación de ayer podría calificarla de digna y aseada, demostrando que el que tuvo, retuvo, pero sin ir más allá, dejándome un tanto a medias, ganas aparentes pero desconfianza en cuanto le apretó algo el toro, fruto de la edad y la falta de torear,  por mucho que haya entrenado y matado en el campo, que la plaza es la plaza y Madrid es Madrid. Siempre ha tenido clase y gusto y no la ha perdido, manejó bien ek capote, algunas verónicas tuvieron compás, pero en general faltó ritmo y continuidad y creo que toreó más bonito que profundo, aunque es ciero que por el pitón derecho trazó algunas tandas en redondo ligadas por bajo con hondura. Pero igual que llegaba una de esas venía otra menos acoplado y se perdía la emoción. Y es curioso que llevamos toda la vida hablando de la prodigiosa mano izquierda de El Cid y ayer fue precisamente al natural donde menos lució. Algunos sueltos si resultaron de buena factura, pero ni de lejos fue como el que muchas tardes puso Madrid patas abajo al natural. Es más, su primer toro se vino a menos precisamente tras una primera tanda al natural poco limpia. Por el contrario, burló su tradición con la espada, esa que tantas orejas y puertas grandes le ha hecho perder. Mató con facilidad y bastante bien al primero y también entró fácil al cuarto, dejando una entera aunque algo defectuosa que le obligó a utilizar el verduguillo desenterrando el maleficio del acero. Ni sé los golpes de descabello que dio, pero poco se le tuvo en cuenta. Contó durante toda la tarde con el respeto de prácticamente toda la plaza y poco se le criticó cuando citó al hilo o fuera, que ocurrió.
Alejandro Talavante también me dejó a medias, no acaba de volver, parecía que sí pero ayer tampoco me dijo mucho. También intermitente y con la sensación de no encontrar el sitio ni tener las ideas claras, como en le saludo capotero al quinto, dos faroles de salida, algo que no cabo de entender, me parece además que a contra estilo y contra los cánones del toreo, aquello de parar y templar para fijara la toro tras los ímpetus de salida. Y las faenas unos dientes de sierra ante dos toros con muy pocas condiciones, la verdad, sobre todo el quinto, y la sensación de que el toro iba por un lado y el matador por otro, cada unos el suyo, sin llegar a acoplarse. Lo mismo unos muletazos iban por bajo como seguían por alto, ahora tirando la línea recta, ahora buscando la curva buscando ceñirse, ahora un pitón, a ver cómo va, si no lo pruebo por el otro, salía una tanda de más enjundia, otra más vulgar, sin un argumento claro para intentar construir la faena, sin hilo conductor ni ritmo. Repito, los toros no ayudaron nada, pero tampoco Talavante fue lo que se espera de él. Quizás lo que menos me gustó fue la manera de encarar las críticas, más o menos justas, se puede discutir, ante la irregularidad de su faena, pase mirando al tendido y volviéndose con aparatosos gestos triunfalistas cuando lo que estábamos viendo iba poco más allá de discreto. 
El joven mexicano Isaac Fonseca venía de ganar un certamen, la Copa Chenel, diseñada para dar oportunidades a matadores con pocas opciones de entrar en las grandes ferias de la temporada. Como es lógico tiene las limitaciones que tiene, se le vieron, como casi todos los que empiezan, pe al menos se entregó al máximo y mostró ganas y disposición arrebatadoras, exponiendo al máximo, dándolo todo. Tanto que en el sexto sufrió una tremenda voltereta que le tuvo a merced del toro durante unos segundos de angustia, tirado en el suelo con el animal haciendo presa afortunadamente en la espalda de la chaquetilla, por que haberle en esa posición corneado hubiera sido mortal. Pero gracias a Dios y al ángel de la guarda de los toreros ni siquiera le hirió en el muslo cuando se lo echó a los lomos, un auténtico milagro. Lo intentó todo, no rehuyó los quites, verónicas, chicuelinas alternado con tafalleras, todo por agradar y demostrar que quiere, como demostró en le arranque de faena en cambiados por la espalda escalofriantes, sin inmutarse, clavado en la boca de riego, o el toreo arrebatado de rodillas tras recuperarse de la paliza que le propinó el sexto. Con la muleta tiene carencias, lógico, le falta acoplarse, como a tantos, y se le censuró constantemente la colocación, algo fuera, y el pico, con este no hubo misericordia ni contemplaciones por parte del 7. Vio la movilidad del tercero y trató de aprovecharla buscando la emoción, citó muy de lejos, intentó llevarlo muy en largo, y el toro se arrancó con galope alegre y mucho genio. Pero claro, cuando un toro se viene tan largo hay que saber pararlo y meterlo en la muleta, algo muy difícil que el maestro César Rincón hacía fácil, pero Rincón solo hay uno. Igual que sus compañeros, irregular y con poco ritmo, a veces un tanto acelerado, queriendo mucho pero sin poder. Al menos fue. breve en el manejo de los aceros y despachó a ambos enemigos con solvencia, aunque la del sexto cayera bastante fea.
Así cerramos la temporada en Madrid, indefinida, con la sensación de quedarnos a medias, sin pena ni gloria, ni fú ni fa, de lo que se anunciaba a lo que salió... Aunque no debe extrañar en estos tiempos de lo Bio y lo sin que empezó hace años con la moda de lo light y ha acabado en lo cero cero, que es como decir la nada. Empezaron con la cerveza sin alcohol y cero cero, una guarrería, luego alguien probó con el vino, ¡si eso se llama mosto y está inventado el siglo pasado!, ahora también atacan a la ginebra, y eso son palabras mayores, eso es un absurdo y un timo de tomo y lomo, indecente. No quiero pensar que ayer los gin tonic que circularon sin pausa por los tendidos llevaban esa porquería cero cero en lugar de ginebra de verdad, sin adornos ni aromas, a lo mejor así entiendo que la corrida del Día de la fiesta nacional me dejara a medias, una cero cero para decir adiós.

Antonio Vallejo

lunes, 9 de octubre de 2023

Borja Jiménez: Puerta Grande al valor, la pureza y la verdad


 Tres orejas de ley sin discusión y una Puerta Grande apoteósica para el sevillano Borja Jiménez rindiendo Madrid a la verdad y la pureza de su toreo ante una seria y  para mi gusto muy bien presentada corrida  de Victorino Martín  que tuvo bravura, raza y casta, muy exigente, fiel a su encaste, toros que piden el carnet, con complicaciones y peligro sordo tras cada muletazo, que no conceden nada ni permiten el mínimo error, que vienen aprendidos y a la mínima desarrollan aún más sentido. Como suele decirse, una corrida para hombres.
De principio a fin, desde que tomó el capote para entrar en su turno de quites en el primero hasta que vio como doblaba el sexto, ha dado Borja un recital de toreo basado en un despliegue de virtudes descomunal que podrían resumirse en disposición, entrega, capacidad y valor para culminar la que ha sido, sin duda, la tarde culmen de su carrera y la que seguramente le va a catapultar a cotas muy elevadas en la próxima temporada. Pero solo con esas tres virtudes no basta para redondear una tarde tan rotunda como la de hoy, muchos matadores del escalafón las reúnen, hace falta algo más para que los sentimientos afloren, la emoción explote y la plaza vibre y ruja en olés como lo ha hecho hoy. Esa cualidad, ese factor diferencial que le ha llevado a componer tres faenas portentosas, de figura consagrada más que de matador prometedor con ocho años de alternativa y con tan solo dos actuaciones previas en Madrid, su confirmación de alternativa y una corrida en un domingo de julio, se lama sitio. Lección magistral la que ha dado el sevillano, en todo momento estaba en el sitio, citando, cuando perdía los pasos necesarios para ligar los muletazos, siempre quedaba perfectamente colocado para interpretar el siguiente. Portentoso. Sinceramente, creo que esa ha sido la clave para alcanzar la gloria del toreo.
De su disposición no ha habido duda alguna, solo hace falta ver como ha salido, sin renunciar a uno solo de sus turnos de quites; en el  primero uno no demasiado lucido a la verónica por la falta de poder del albaserrada, en el tercero de nuevo por verónicas esta vez templadas y sentidas, cadenciosas, parsimoniosas, acariciando cada embestida, rematadas con una media antológica, y en el quinto uno por chicuelinas ajustadas y a manos bajas de una belleza y un sentimiento supremo que ha puesto a la plaza en pie.
De su entrega, ¡qué vamos a decir!. Basta un detalle. Sexto toro, el tercero que le ha correspondido matar por el percance de su compañero Román, dos orejas ya en el esportón y la Puerta Grande abierta esperándole para salir a hombros de una multitud. Lo fácil hubiera sido reservarse y arriesgar lo justo para no romper su sueño hecho realidad, ese que todos los toreros tienen y pocos alcanzan. No, Borja venía a darlo todo, a entregarse en cuerpo y alma a esta afición sin pensar en lo que pudiera pasar mañana y se fue a porta gayola a recibirlo. ¿Hace falta apuntar algo más para definir lo que es entrega?.
Y también hablaba de su capacidad, que ha sido deslumbrante. Con el capote, más allá de los quites comentados, ha sido la lidia, sensacional, parando y templando la movilidad y el genio típico de salida en este encaste, esa forma de tomar los vuelos que tienen los victorinos, la cara abajo, el hocico barriendo la arena, revolviéndose en un palmo de terreno, repitiendo y apretando. ¿Cómo lo ha hecho?. Echando el capote abajo, poniéndoselo en la cara, andándoles hacia atrás para llevárselos a los medios, una maravilla. Señores, eso se lama lidiar y Jiménez lo ha interpretado a la perfección. Y si seguimos hablando de capacidad hay que destacar la de entender a la perfección a cada uno de sus tres oponentes gracias a un sentido y de las distancias, la altura, la velocidad, el ritmo y la cadencia de los muletazos fuera de serie, así como un conocimiento de los terrenos propio de una figura del toreo. Y la piedra angular de esa capacidad ha sido, como decía antes, el sitio fruto de una colocación impecable para componer tres faenas de una emoción desbordante.
Y a todo eso hay que sumarle el valor, inmenso, la verdad suprema con lo que ha hecho todo y la pureza infinita de su toreo, siempre echando la pata "alante", dando el pecho en cada muletazo, enroscándoselos a la cintura, siempre buscando la línea curva en cada trazo, pasándoselos por la bragueta, aguantando y tragando las miradas y la manera de rebañar en los tobillos cuando reponen y se revuelven cual lagartija, sabiendo perder los dos pasitos necesarios para quedar perfectamente colocado y volver a la carga, siempre por abajo, mando y poder para someter las embestidas y arreones. Así ha sido en sus tres toros, por ambos pitones, concediéndole altura al primero, la muleta retrasada, llevándolo templado, frenando su ímpetu, para poco a poco bajarle la mano y componer una serie en redondo de inmensa profundidad. Nada comparado con la sinfonía de toreo al natural en el segundo y cuarto con la que ha dejado sin garganta a todos los aficionados. Pocas veces he escuchado olés tan roncos y rotos como los de hoy a cada natural de Borja. Dándole siempre el pecho, adelantando la muleta, con un temple exquisito, embarcando la embestida con suavidad, arrastrando la tela, encajados los riñones, series de naturales majestuosas de una hondura pocas veces vista que en el sexto se vieron complementadas con las compuestas por el pitón derecho. Una auténtica locura, trazo largo, profundidad y temple, sublime, cargando la suerte, pasándose al toro con los pitones rebañando la taleguilla, valiente, poniendo a los tendidos en pie y los corazones a mil ante la magnitud de su toreo.
Pero es que aún queda otra virtud, cualidad o don, llámenlo como quieran, que atesora Borja Jiménez y que ha sido la guinda del pastel, la torería. Solo así se puede cuajar a toros tan exigentes como son los victorinos y rematar tres faenas excelsas como se merecía, por bajo, trincherazos, otros de la firma, luego los de desdén mirando al tendido, gusto exquisito, aromas maestrantes, Sevilla en Madrid. Han sido tres epílogos para enamorarse, soñar y no querer despertar jamás, no podía ser de otra manera. No hay nada como el torero por bajo, me cansa tanta manoletina y bernadina, con las que hoy en día parece obligatorio hay que acabar las faenas y que, dicho sea con respeto al mérito y riesgo que conllevan cuando se ejecutan bien, muchas veces me parece una vulgaridad. Ese toreo por bajo cargado de sentimiento ha sido otro de los factores diferenciales que ha contribuido a generar la atmósfera mágica que ha envuelto a la Monumental.
Todo esto hubiera sido suficiente apara hablar a estas horas de una tarde excepcional, llena de valor y arte, todo lo que quieran, pero lejos de la apoteosis del triunfo. No podía fallar y no ha fallado porque con la espada se ha entregado igual que con su capote y muleta. Realmente preciosa ha sido la manera como ha cuadrado a sus tres toros para entrar a matar, pura armonía, sin solución de continuidad tras el último remate por bajo de los bellos epílogos dejando al toro cuadrado y colocado a la perfección en el sitio, otra vez el sitio dominador, para ejecutar la suerte suprema, la que da y quita. Tres estocadas de idéntica factura, volcándose sobre el morrilo, enterrando el acero casi entero, ligeramente desprendido en el primero, quizás algo tendido en el sexto pero efectivos ambos y con un golpe de verduguillo en el tercero que le han valido tres orejas y la gloria.
La otra cara del toreo la ha sufrido Román con una grave cornada en su muslo derecho en los compase finales de faena al primero de la tarde, un toro complicado, gazapón, con poco poder, no pasaba, se quedaba siempre debajo, reponía y se defendía con peligro por su falta de fuerzas. Muy firme y valiente el valenciano, decidido, poniéndole la muleta en la cara, bajando la mano, tirando del toro para robarle los muletazos, exponiendo una barbaridad en cada uno, con mucha verdad,  aguantando parones y miradas, hasta que en una de esas se frena a medio muletazo, se revuelve y hace presa. Cornada gorda, la sangre manaba en abundancia y empapaba la taleguilla pero no fue impedimento para que con un par de atributos  tomara la espada y matara a la alimaña de una entera, teniendo que ser retirado en volandas por su cuadrilla  para ser intervenido en la enfermería de la plaza. Esperemos y confiemos en su pronta y completa recuperación.
El mexicano Leo Valadez  se las tuvo que ver con un lote muy complicado y deslucido que ofreció pocas opciones para el triunfo. Dos albaserradas gazapones y reponedores, con peligro sordo, de recorrido corto, que le obligaban a perder muchos pasos y  era francamente difícil encontrar la colocación. Voluntarioso, lo intentó sin demasiada fortuna por ambos pitones, trató de tirar de los toros con firmeza pero no había ritmo ni continuidad por lo que la conexión con los tendidos fue imposible. Lo mejor de su actuación, sin duda, el quite por delantales muy templados al cuarto, bellísimos, y otro por chicuelina y caleserinas muy ceñidas al quinto. 
Así decimos adiós a esta Feria de Otoño, entre el dolor y la gloria, la crudeza del toreo, que ha llevado a un hombre a salir por la puerta de la enfermería y a otro por la puerta de los sueños, pero ambos con algo en común, el valor, la pureza y la verdad en lo que creen y se entregan.

Antonio Vallejo
 


domingo, 8 de octubre de 2023

De mal en peor


 Si ayer fue mala hoy ha sido mucho peor. Horrible, horrorosa, infame, desastrosa, penosa y no sé cuantos calificativos más podría ponerle a la corrida de El Pilar, todos por el mismo palo. Ayer al menos vimos algo que hacia mucho, pero que que mucho tiempo, no se veía en Madrid, las banderillas negras, ¡que deprimente que eso sea relevante para comparar ambas tardes!.  También hubo dos faenas de entrega  y valor superlativos que salvaron la dignidad de esta plaza. Pero es que hoy lo que ha habido han sido seis toros pitados de salida por su presencia y abroncados en su arrastre por sus pésimas, nulas, condiciones. Creo que con esto se resume toda la tarde. Por lo que a hechuras y presentación de la corrida podría haber alguna discusión, pero en lo que creo no hay discrepancia alguna es en lo que a comportamiento se refiere. Un encierro vacío, carente de bravura, de raza, de casta, de poder, de empuje, de fuerza, de clase, un auténtico desastre, sosa y deslucida, carente de la mínima emoción, imposible no ya para el triunfo, sino para sacar algo de tanto vacío.
Es muy difícil rescatar algo de esta tarde de nulas opciones para Damián Castaño, que sustituía al anunciado Daniel Luque, Juan Ortega y Pablo Aguado, el cartel de "los sevillanos", pero por intentarlo que no quede. Sinceramente, no es lo mismo Luque, que está en un momento de su carrera extraordinario, torero poderoso y artista, al que todos esperábamos con enorme ilusión, que Castaño, dicho con todo respeto. Y una variación de ese calibre creo que debiera haberse anunciado por parte de la empresa al menos en su web oficial. Supongo que la falta de tiempo les habrá cogido por sorpresa, algo llamativo en estos tiempos de información inmediata para cualquier noticia. No creo que tenga que ver con intentar reducir o anular la posibilidad de devolver la entrada según permite el reglamento al alterarse el cartel programado, me cuesta creerlo, pero conociendo a alguno y por sacar algunos cuartos más.... ya nada me extraña. 
De Castaño resaltar la dignidad con la que se ha enfrentado a su lote, dibujando unas verónicas de mucho gusto al primero, una larga cambiada de rodillas al tercero muestra de su disposición y otro ramillete de verónicas con ritmo y compás, dejándonos también algunos apuntes de gran calidad en un par de tandas en redondo al inicio de faena a ese mismo toro. Puso voluntad, empeño y dos buenas estocadas arriba, de lo mejor de la tarde, pero poco más pudo hacer. Juan Ortega derramó aromas a romero y azahar en su quite al primero - el único que tuvo una pizca de clase - en unas verónicas templadísimas, muy lentas, deteniendo el tiempo, el mentón hundido, las muñecas rotas, abrochando con una media de cartel que desataron los únicos olés de la tarde. Con la muleta algún derechazo aislado lleno de gusto  pero, al igual que ocurrió a sus compañeros, le faltó ritmo y continuidad careciendo de transmisión y emoción. Por su parte Pablo Aguado tan solo lució mínimamente con alguna de las verónicas con las que recibió al tercero y en el prólogo de faena a ese mismo, un par de trincherazos y un pase de la firma que saben a muy poco.
Una lástima que una tarde tan bella y radiante como la que lucía hoy en Madrid, que se esperaba con muchas ganas y expectación, tan solo hace falta fijarse en el magnífico aspecto que presentaban los tendidos, haya acabado en nada porque el personaje fundamental del espectáculo, el toro bravo, ha estado ausente del ruedo venteño. 

Antonio Vallejo


sábado, 7 de octubre de 2023

Castella y Ureña, mando, valor y entrega, un triunfo de vuelta al ruedo

Fea, sin paliativos, así ha sido la corrida de Victoriano del Río y Toros de Cortés. Seis toros que han estado en las antípodas de lo que para mi gusto son buenas y bonitas hechuras, el toro serio, proporcionado, armónico, el verdadero concepto de trapío. Los de hoy han sido muy grandes, muchos kilos, bastos y destartalados, el maquillaje del trapío, un engaño. Y mala, sin paños calientes, muy mala. Mansa de principio a fin, sin un gramo de bravura, descastada, sin raza, sin clase, sin entrega, sin poder, sin fuerza, sin....¿quieren que siga enumerando carencias? Pongan todas las que se les ocurran y acertarán.  Parecía que el sexto podía redimir del naufragio al encierro pero nada, un espejismo por su movilidad de salida y un aparatoso derribo al caballo más por inercia en el primer puyazo y una buena pelea en el segundo, empujando con codicia, pero ahí se acabó. 
Una tarde que había levantado gran expectación e ilusión - solo había que ver el magnífico aspecto de los tendidos, casi lleno en La Monumental - caminaba sin remedio hacia el abismo de la decepción toro a toro, cada cual a peor, cada vez más escandalosamente mansos. Saltó el primero, el único con cierto fondo de clase, permitió a Castella torear a la verónica en el saludo capotero y concedió a Ureña un templado quite también por verónicas al que replicó Castella por tafalleras ceñidas de mucha enjundia que abrochó con una larga majestuosa. El arranque de faena por estatuarios, un cambiado por la espalda de infarto y uno de desdén sensacional para ligar una tanda en redondo con profundidad fue lo que aguantó el animal, venido a menos por su falta de empuje y poder. Templado el galo, lo buscó por ambos pitones, cuidó la altura, pero la falta de condiciones del toro tiró por tierra cualquier posibilidad de conectar con los tendidos. El segundo aún peor, sin fuerza ni entrega, siempre a la defensiva, la cara alta, derrotes por ambos pitones, imposible para el lucimiento. En vano lo intentó Ureña, probó por ambos pitones y, visto  el panorama, optó por abreviar. El único mérito que se puede atribuir a este toro es que hizo que su hermano anterior pareciera hasta bueno. Exactamente lo mismo podría aplicarse al tercero, un manso que solo permitió a Ginés Marín trazar un ramillete de verónicas muy templadas y una media con gusto, algo es algo. En varas comenzó el show. Derribó al caballo de su padre Guillermo y desde ese momento el animal se fue suelto, sin fijeza alguna, sin orden ni concierto, iba y venía, pasaba junto a los petos rehuyendo la pelea, si se los encontraba por el camino salía rebrincado nada más sentir el acero, mansedumbre elevada al cuadrado que, por supuesto, no cambió en la muleta. Tomaba un pase y huía a tablas al segundo por mucho que Ginés intentara plantear la faena al abrigo de las tablas, tapándole la cara y cerrándole la salida, pero era del todo imposible. Con gran acierto optó por abreviar con una sensacional estocada. Tres toros y la tarde iba de mal en peor.
Saltaba el cuarto, un mastodonte de 626 Kg, que no se movía, parado, mirando y, al primer capote que vio, se dio media vuelta y dejó clara su querencia. Si el anterior elevó la mansedumbre al cuadrado este lo hizo al cubo. Castella le presentaba el capote y se frenaba, hacía un regate que ya lo quisieran para sí muchos extremos de primera división y huía como si viera al demonio. El tercio de varas mejor olvidarlo, vueltas y vueltas al anillo pasando de los caballos, y si por casualidad se encontraba con el peto salía rebotado. Aún no sé como pero al final consiguieron darle algo parecido a dos puyazos que al menos sirvieron para que le presidente cambiara el tercio y nos ahorrara seguir soportando el lamentable espectáculo. Pero no se crean que esto fue lo peor, porque esperaba el quinto, otro toro elefantiásico cargado de kilos que superó en mansedumbre al relatado. Un verdadero esperpento, algo para no creérselo, la mansedumbre elevada ya a la enésima potencia que, ante la imposibilidad absoluta ya no de picarlo sino de tan siquiera llevarlo hasta el peto de los picadores, obligó al presidente a sacar el pañuelo rojo y ponerle banderillas negras. Por cierto, que tenía que haberlo hecho mucho antes para evitar una imagen indigna para la que aún se considera primera plaza del mundo, algo bochornoso que duró cerca de diez minutos. Ha sido la primera vez en mi vida que he visto banderillas negras en Madrid y espero morirme sin tener que volver a verlo.
Así que imagínense la deriva de la tarde, en caída libre y sin paracaídas. Pero gracias a Dios delante de un toro hay un torero, en este caso dos, que hoy han dignificado el toreo y han construido en Las Ventas un monumento al mando, el valor y la entrega. Cuando todo parecía perdido, asomados al precipicio sin posibilidad alguna de remedio, Sebastián Castella y Paco Ureña tomaron sus muletas y obraron el milagro. Primero  mostró el camino un monstruo del toreo que se viste de plata pero que es de oro, José Chacón, en la brega al cuarto, ¡que maravilla!. Impresionante, ¡cómo dejó la toro colocado con un solo capotazo!, ¡magistral!. Atronadora la ovación que recibió junto a Rafael Viotti, que ya había lididao sensacionalmente al primero,  quien cuajó un tercio de banderillas extraordinario, sobre todo el tercer par, de máxima exposición, dejándose llegar los pitones hasta la camisa, cuadrando en la cara, desafiando a todo, ¡inigualable!. No exagero si les digo que su actuación, por sí sola, redime todo lo anterior. Lo que vino a continuación en la muleta es algo que recordaremos siempre y quedará grabado entre las grandes faenas para la historia. Prologó Castella por bajo, doblones ganando terreno, torería y mando, poderoso, trincherazos de locura, magia pura. Tapándole la salida, la muleta siempre en la cara, con un temple exquisito, la mano baja, trazo largo y línea curva, compuso series de derechazos rotundas, ceñidas, enroscándose al toro, profundidad y emoción desbordada, cambios de mano superlativos, los de pecho largos, y la plaza en pie vibrando y rugiendo en olés cargados de sentimiento. Al natural bajó el diapasón, el toro tendía a irse, menos celo, peor condición, Castella lo mostró y todos lo vimos. O casi todos, porque hubo uno, solo uno, pero muy, pero que muy tonto, que buscó su segundo de gloria y soltó lo que traía preparado de casa: "Castella, eres un mentiroso". Por desgracia los bobos se cuelan en todas partes, que le vamos a hacer. El epílogo por manoletinas fue un homenaje a la verdad, para que se entere el tonto. Ajustadísimas, dando el pecho, sin guardarse nada, sabedor que lo que estaba haciendo era histórico y de premio gordo. Lástima que la espada truncara lo que iba para dos orejas, estoy convencido. Pero la apoteósica vuelta al ruedo tuvo el  valor y reconocimiento de triunfo rotundo.
Peor lo tenía Paco Ureña tras las banderillas negras al quinto, al que parecía absolutamente imposible pegarle ni un pase y que puso en muchos aprietos a los banderilleros. Pero la entrega y el valor pueden con todo, al menos es lo que el murciano nos ha demostrado en esta tarde. Pundonor, decisión y un par muy bien puestos que tiene. Lo sacó a los medios y allí le plantó batalla poniéndole la muleta en la cara, con máxima exposición, tragando los arreones con los que embestía, arrancadas bruscas, a oleadas, se paraba, medía y reponía, mucho peligro, sobre todo el pitón izquierdo que llevaba la palabra muerte escrita en su punta, malas intenciones, revolviéndose y buscando, una alimaña. Firmeza y un valor descomunal, perdiendo los pasos necesarios, toreo sobre los pies - dicen que de otros tiempos, yo creo que siempre vigente  - no permitía el mínimo error, bajándole la mano, la muleta siempre en la cara, y Madrid rendido ante la heroicidad. Lucha sin cuartel en la que no faltaron muletazos de mucha profundidad que hicieron temblar los cimientos de la plaza, increíble, como los del final de faena, por bajo, trincherazos de lujo, inenarrable la emoción que se ha sentido en este quinto que también iba para premio gordo de no haber fallado con la espada. Como dije antes, la apoteósica vuelta al ruedo tuvo el  valor y reconocimiento de triunfo rotundo, algo que, por desgracia, se está perdiendo.

Antonio Vallejo

domingo, 1 de octubre de 2023

Una vida de Puerta Grande


 Emotiva, una tarde llena de sentimiento, cariño y reconocimiento a un figurón del toreo y a una trayectoria impresionante e intachable dentro y fuera de la plaza, un TORERO. Con estas palabras respondía ayer por la noche en un chat de amigos y me parece que son las mejores para prologar y resumir lo que ayer sentí en Las Ventas.
Sentimiento a raudales porque eles eso toreo y no se puede entender de otra manera, menos aún en una tarde como la de ayer. Ya en el metro que me llevó a la plaza - esa torera línea 2 cuyos vagones guardan los ecos  de las conversaciones y comentarios de los aficionados que cada tarde  de toros los abarrotan -  se palpaba y olía algo muy especial, las caras eran el reflejo del alma taurina y las miradas lo decían todo. Un avispero era la explanada de la Monumental que ayer lucía esplendorosa bajo la mágica luz de un sol otoñal que se resistía a dejar atrás el verano, como toda la vida de Dios ha sido por San Miguel, dicho sea de paso. Ir y venir de aficionados ansiosos de poblar los tendidos para no perderse ni un segundo, con el cosquilleo que te recorre cuando el sentimiento te arrastra y te dejas llevar sin resistencia en brazos de la emoción. Pocas veces he visto a Las Ventas como ayer, pocas veces he sentido lo de ayer, se lo juro, y muchas veces tendré que dar gracias al cielo por haberme regalado esta afición única.
Todo ese raudal de sentimientos, emociones y convicciones se dieron  la mano e impregnaron los tendidos, todos, de sol a sombra, vestidos del cariño que tantas y tantas tardes se le  ha negado a Juli. Sí, así ha sido y hay que decirlo, Madrid ha sido siempre plaza hostil para el madrileño, no se le ha regalado nada y sí se le ha negado mucho, se le ha medido con extrema dureza y se le ha tratado con una injusticia fuera de lugar y razón muchas tardes. Ayer no, ayer Madrid se engalanó de cariño y olvidó fobias. La atronadora ovación que la plaza en pie tributó a Juli tras romperse el paseíllo ponía los pelos de punta y no fue fácil contener alguna que otra lágrima. Madrid entregado a su torero y cuando Madrid se entrega nada ni nadie puede superarlo.
Sentimiento y cariño, dos caras de una moneda, la del reconocimiento a 25 años de alternativa de un hombre que, como decía al principio, es TORERO. Era un niño, su nombre empezaba a correr de boca en boca, se hablaba de un crío de Velilla de San Antonio que deslumbraba por su capacidad torera, un prodigio que manejaba el capote como pocos, que entendía a los becerros y mandaba de una manera impropia de su edad. Por su edad y la normativa vigente no podía torear en España, marchó a México y allí se hizo novillero, allí deslumbró a propios y extraños convirtiéndose en un ídolo y arrancó una meteórica carrera repleta de triunfos que le llevó a doctorarse en Nimes en octubre de 1998 sin haber cumplido tan siquiera los 16 años. Pocos meses después se presentó en Sevilla y cortó tres orejas, órdago a la grande y una temporada triunfal que le aupó al número uno del escalafón para confirmar la alternativa en el San Isidro de 2000 y cortar su primera oreja en Las Ventas en la Beneficencia de ese año. Desde entonces y hasta hoy siempre en la cumbre, en España, América y Francia, abriendo la Puerta Grande de todas las plazas en las que ha toreado, que deben ser todas las del planeta. Tres veces, contando la de ayer, ha salido en hombros camino de la calle Alcalá, y unas cuantas más podían haber sido sin la traición de la espada o la injusticia. Todo eso se reconoció ayer, la dimensión histórica de una figura de época, la integridad de un hombre entregado al toreo, dignidad y verdad cada tarde que se ha vestido de luces, un hombre que ha mantenido con integridad los valores del toreo  dentro y fuera de los ruedos, ni un escándalo, ni una salida de tono, entregado  a su familia y los toros, que jamás ha dudado un segundo ni ha titubeado a la hora de enarbolar la bandera en defensa de la Fiesta cuando más se ha necesitado. Siempre, desde que se vistió corto siendo un niño hasta ayer (y hoy en La Maestranza), TORERO. 
Dos orejas abrieron de par en par la Puerta Grande de su plaza, pero estoy seguro que, aún sin trofeos, el final soñado por todos habría sido el mismo, a hombros camino de la calle Alcalá saboreando la gloria, hubiera dado igual, tal era la magia que nos envolvía. Ni hay pie a la discusión, no era día para darle vueltas si una oreja en cada toro era más justo, si la segunda en el quinto fue benévola y en otra tarde no se hubiera dado, ¡no, no y mil veces no!, me niego a rebajar el toreo a un mero oficio, prostituirlo a la categoría de números, tirar por los suelos sus valores, para mi sería un insulto a lo que representa y significa este Arte y este Maestro. Pero si pudiera quedar alguna rendija a la duda, Juli la cerró siendo Juli en toda su esencia y dimensión. Con el segundo, uno de La Ventana del Puerto con fondo de clase pero justo de bravura y motor, el torero poderoso y a la vez artista. Nos brindó una vez más ese toreo de capote para el que está dotado de un don sobrenatural. Verónicas pausadas y templadas ganando terreno, a compás, las manos bajas, maravillosas, entre olés clamorosos, la media, de ensueño, tanto como el galleo por chicuelinas para llevarlo al caballo o el quite maravilloso por chicuelinas y tijerillas de una belleza superlativa rematando con una media y revolera llena de aromas. Muleta de seda, tacto y trazo delicado, ajustándose a las condiciones del toro, faena cargada de cabeza y torería, muy despacio, bajando la mano, compás abierto, llevando siempre por bajo la embestida, sabiendo hasta que punto podía llegar, culminando con un par de tandas con la izquierda soberbias, sobre todo tres naturales de romperse, de una hondura suprema. Entera algo desprendida suficiente para pasaportar al animal. Con el quinto el torero dominador y poderoso capaz de entender y sacar partido de cualquier toro. El de Puerto de San Lorenzo decía muy poco o nada en los primeros tercios,  desentendido, sin celo, más manso que otra cosa, un toro que en otras muchas manos se hubiera ido al desolladero con tres mantazos mal dados. Surgió ese Juli de técnica y conocimiento descomunal tanto de los toros como de los terrenos. Se podrí decir que se inventó la faena, y estoy de acuerdo, pero para mi lo que hizo fue darnos una lección magistral de lo que es torear: entender al toro, acoplarse y sacar lo que lleva dentro. Midió la altura y la distancia, la muleta retrasada, en la cadera, sin obligarle, trazo fino, concediéndole todo, embroque a media altura, tirando con suavidad para alargar el muletazo. Poco a poco, enseñándole a embestir, con, como reza el verso de Calderón, la constancia y la paciencia, fue capaz de ir bajando la mano y componer un toreo en redondo que tuvo su cénit en un cambio de mano  que literalmente detuvo el tiempo, congeló las agujas de los relojes y convirtió los segundos en gozo eterno. Solo es cambio de mano valía por toda la tarde, y no exagero, fue grandioso y puso a la toda la plaza en pie. Luego vinieron un par de naturales majestuosos y una estocada entrando recto, volcándose sobre el morrillo por derecho, para dejar el acero enterrado hasta la empuñadura en todo lo alto. Y luego la locura, el delirio, un mar de pañuelos que pedían dos orejas de justicia por su tarde, sus 25 años de alternativa y, sobre todo, porque un TORERO como él solo puede despedirse así de su Madrid.
La salida a hombros fue apoteósica, el ruedo se llenó de jóvenes aficionados y seguro que más de un novillero, becerrista o alumno de las escuelas taurinas que querían acompañar al maestro. Algo increíble, un clamor , ¡torero, torero!, pasión desbordada, alegría desenfrenada, el final soñado y hecho realidad, el broche de oro para toda una vida de Puerta Grande.
En esta inolvidable e imborrable de la memoria no estuvo solo el madrileño, como bien saben. Sus dos compañeros de cartel creo que honraron a la figura de Juli y dieron aún más valor al adiós o el paréntesis de esta gran figura. Un madrileño y un talaverano, Uceda  Leal y Tomás Rufo cumplieron con creces ante la seria y muy bien presentada pero desrazada corrida de Puerto de San Lorenzo y La Ventana del Puerto. Uceda Leal es de esos que allá donde está y haga lo que haga le ves y dices: ¡Ahí va un torero!. Elegante, con porte, clase y calidad a raudales, toreó al primero con un temple y una belleza en cada muletazo fuera de serie. La mano baja, enroscándose al Atanasio, ligazón y profundidad, en redondo y al natural. Lástima que el toro aguantara un suspiro, tan solo dos tandas por cada pitón y se vino abajo, pero la categoría torera de Uceda quedó más que patente. El cuarto no tenía ni medio pase, manso, sin fondo alguno, absolutamente imposible. Lo mejor la brevedad con la espada. Por su parte Tomás Rufo pareció volver a ser el que rompió hace dos temporadas y abrió la Puerta Grande madrileña. No anduvo nada fino el pasado San Isidro, soy de los que piensa que la polémica que se creó con su Puerta Grande le ha pesado y le está pasando factura en Madrid y me da la impresión que  por el 7 y aledaños le tienen la matrícula tomada y no le quitan de su punto de mira. Se le exige como a una figura consagrada o casi, y lleva dos años de alternativa. Con el capote estuvo francamente bien ante el tercero toreando a la verónica con ritmo y temple y con la muleta dibujó ante el sexto unas tandas en redondo de mucha profundidad tras un inicio vibrante y de mucha emoción que no tuvieron continuidad al natural por donde me pareció que no consiguió acoplarse igual. En el epílogo levantó algo el vuelo con manoletinas y un par de muletazos por bajo previos a una muy buena estocada que le sirvió para cobrar una oreja que espero le sirva para recobra la confianza. Ya en el tercero había apuntado buenas cosas. Sin ser una faena de emoción si que tuvo mucho que apreciar por cuanto supo enganchar la embestida y encontrar la colocación el ritmo para tirar del toro y alargar los muletazos en derechazos con cierta profundidad. Pero si tengo que destacar algo de ellos es el detalle de José Ignacio Uceda Leal al brindar a Juli su primer toro, de torero a torero, ambos fundidos en un intenso abrazo, reflejando, o mejor dicho, encarnando, los valores del toreo. El primero de todos, el respeto. Quizás, por ser puntilloso, alguien desde el callejón podía haberle aconsejado a Rufo hacer lo mismo.
Maestro Julián López "Juli": ¡Gracias por tanto!


Antonio Vallejo





lunes, 12 de junio de 2023

¡El Rey!


Por fin alguien dijo ¡basta!, por fin alguien se plantó y plantó cara a la veintena de siempre que van a Las Ventas con el único objetivo de molestar e insultar a las figuras que tienen en su lista negra. Los revientafaenas son así, no van a ver toros, van a hacer la vida imposible en nombre de una "integridad", unas "esencias" y una "pureza" del toreo que sólo ellos conocen y guardan con celo. Pues si lo de estos de matracas pesados con su hit parade de voces y gritos extemporáneos ya tan caduco, repetitivo, manoseado y revenido  es la pureza del toreo, ¡viva la impureza!. Y si lo de Roca Rey hoy en Las Ventas es para ellos impureza, ¡viva aún más la impureza!. Son cuatro gatos, hoy otra vez se ha visto claro, se pueden contar, no son el 7 ni representan a los buenos aficionados que allí se sientan, aficionados de verdad, que deben estar hartos de escuchar tonterías como uno que le ha gritado hoy a Roca Rey, "¡estás fuera!" y "hay que ponerse". A ese indocumentado, por ser respetuoso y no llamarle lo que  realmente se merece, habría que ponerle unas gafas de mil aumentos para que viera dónde se ha puesto Roca Rey, jugándose la vida a cara de perro, los terrenos que ha pisado, lo que ha tragado y cómo ha podido a dos toros que eran unos hdlgp, cómo le han levantado tras un volteretón de aúpa en el sexto y cómo ha vuelto a la cara del toro aún con más arrestos, en definitiva, que viera lo que es tener valor, honradez, honestidad, verdad y un par de.... pero que muy gordos, algo de lo que estos veinte o treinta de cada día carecen. Así que no me extraña que el peruano estuviera hasta los mismísimos de tanta tontería y le lanzara un desplante, ¡olé!, que por fin despertó del letargo a una plaza que por una vez, ¡ya era hora!, fue un clamor de "fuera, fuera, fuera" contra esa minoría ridícula de veinte o treinta que pretende amedrentarnos a los 23.700 que hoy llenábamos los tendidos. ¿Y cuál ha sido su reacción?, pedir la dimisión la empresa, Plaza 1. ¡Qué valentía!. Ridículo, una vez más. 
Contra la fiereza, que no bravura, de su lote, contra los fóbicos reventadores habituales y contra un presidente una vez más acobardado, reculando en tablas, un manso de solemnidad, ha tenido que vérselas Roca Rey en una tarde  espléndida de sol y magnífica temperatura In Memoriam de Yiyo con toros de Victoriano del Río y Toros de Cortés, dos hierros de la misma ganadería. Ha venido a por todas, sin guardarse nada, incluso sin recuperarse de la cogida en Toledo el pasado jueves 8, día del Corpus, vistiendo un terno corinto y azabache como el que lució el recordado José Cubero "Yiyo" en su última comparecencia en Las Ventas y en cuya memoria se celebraba la corrida de esta tarde. Sin duda toda una declaración de intenciones que luego se han visto refrendadas por su entrega sin límites. De infarto los estatuarios de inicio en el tercero, en los medios, con dos cambiados por la espalda que cortaban la respiración y uno de pecho majestuoso, sensacionales y rotundas, llenas de mando y poder las tandas por el derecho en las que sometido por bajo las embestidas del tercero, un toro que en todo momento buscaba los tobillos, que no salía, reponía con violencia, una alimaña, y las que le pegó al sexto, un toro sin entrega, que medía y buscaba, al que le hizo tragar muletazos inverosímiles, todo esto entre los reproches y las faltas de respeto de  esa minoría ridículamente minoritaria, que fueron a más cuando sus dos toros fueron a menos - si es que en algún momento habían ido a algo -  y Roca Rey acortó distancias para pisar eso terrenos que ponen los pelos de punta. Los pitones en los muslos, en la cadera, en el pecho, desafiando al riesgo extremo, pasándose al toro por ambos pitones, y unas espaldinas, y un circular por la espalda, y unos de pecho, todo clavado al firme, sin inmutarse ni casi rectificar, valor supremo. Y alguno de los bobos de solemnidad pidiéndole que se cruzara y se arrimara. No me extraña nada, como les comenté antes, que estuviese hasta la coronilla de tanto insulto, que se plantara y les mandara callar, bastante educado fue para lo que merecían. ¡Ya era hora de taparles la boca!.
Oreja ganada a pulso en el tercero y otra que tenía que haberse llevado en el que cerraba plaza tras una petición claramente mayoritaria y que habrían supuesto una nueva Puerta Grande para Roca Rey, pero que un presidente cobarde negó saltándose una vez más el reglamento y así  sembrar de vergüenza la plaza de Las Ventas junto a la patética minoría de revientafaenas que tampoco perdieron su oportunidad de intentar masacrar a otro de sus enemigos favoritos en la lista negra, Julián López "El Juli", quien una tarde más mostró su mando y capacidad para poder y someter a todos los toros. Un primero al que toreó a la verónica como los ángeles, ganado pasos, para rematar con una media llena de torería y que en la muleta parecía querer pero falto de empuje, con buen embroque pero sin acabar de rematar al que Juli, perdiéndole pasos primero, acabó metiendo en su poderosa muleta. Series en redondo con profundidad, la mano baja y el trazo con cierta largura, menos ritmo al natural, sueltos, de uno en uno, más deslabazado, sin la continuidad de la ligazón pero con mérito, dándole el pecho, todo entre los reproches habituales de "crúzate", "pico", "arrímate", etc, etc. Pero Julián está de vuelta, pasa de tanta tontería y lo mismo hizo en el cuarto, un toro encastado y exigente, con más entrega,  al que Juli recetó una par de tandas en redondo majestuosas, llevando en largo la embestida, siempre por bajo, rematando con unos de pecho de tronío. Lástima que la espada emborronara su actuación. Por su parte Talavante tuvo pocas opciones con su lote, muy deslucido, que tan solo tuvo algo de emoción en los primeros muletazos al segundo, doblones largos que solo fueron un espejismo. Lo intentó el extremeño, voluntarioso, puso empeño y trató de hacer la cosas bien, pero en ningún momento pudo transmitir lo mínimo.
Contra la intransigencia y la cobardía se ha rebelado un tío que tiene lo que a otros les falta, que ha acallado la poca vergüenza de una minoría guiada por las fobias y un presidente preso del miedo, un hombre que ha puesto en pie a Las Ventas  por su verdad y su valor para honrar como merece la memoria del gran Yiyo, aclamado a gritos de "torero, torero, torero"  por una afición entregada en una vuelta al ruedo apoteósica que deja claro quien manda aquí:  Andrés Roca ¡El Rey!

Antonio Vallejo


lunes, 5 de junio de 2023

Victorino, Paco Ureña y Emilio de Justo, broche de oro


Lleno hasta la bandera para la que cerraba San Isidro, expectación máxima, mano a mano entre Paco Ureña y Emilio de Justo con toros de Victorino Martín, nadie se la quería perder, incluido el Rey Felipe VI que ocupó una barrera del 9. Que importante es que le guste venir a la plaza, que tenga afición, aunque haya esperado a la última, con todo lo que ha habido antes, 22 tardes más. Menos es nada, desde  luego, imagino que su sobrecargada agenda le habrá hurtado la posibilidad de venir alguna tarde más, quiero pensar que en casa no le habrán puesto pegas para que compartiera con unos cuantos miles de españoles una tradición popular y cultural de siglos que en su Reino es algo más, es una de sus señas de identidad. Y si por un casual tiene algún problema de permiso, hay una ranchera muy famosa que a lo mejor puede poner como música de fondo, esa que dice algo así como "pero sigo siendo el Rey"... se me ocurre, por si le apetece venirse a los toros cuando quiera. Se agradecería siempre su presencia, cuanto más, mejor, que varias veces al año no hace daño, se lo aseguro.
 Sobre el papel todos los ingredientes para una gran tarde de toros, pero ya se sabe, tarde de expectación....¡Que maravilla contradecir al popular dicho!, nada de decepción, ¡fuera el tópico!, ha sido una tarde que se puede definir con una palabra: EMOCIÓN. Sentimientos a flor de piel, de intensidad suprema, con el ¡ay! y el ole siempre en la garganta, perennes, de principio a fin, en cada toro, sin respiro, una tarde vertiginosa en la que nadie se podía despistar ni un segundo, los victorinos no daban tregua. Y es que cuando salen toros-toros y hay toreros con la verdad y la honestidad de Ureña y de Justo, el resultado solo puede ser ese, la emoción.
Extraordinaria la corrida que Victoriano Martín ha mandado a Madrid, enhorabuena por la impecable selección en el campo, mejor imposible. Seis toros de excelente presentación, muy seria, imponente, hechuras magníficas, láminas espectaculares, mucho trapío, que además han dado mucho juego, variado, cada uno tenía lo suyo, una alimaña hambrienta de carne y sedienta de sangre el primero, segundo y tercero con  un pitón derecho sensacional, el cuarto con mucha clase y fondo, muy peligroso el quinto, midiendo y buscando, con bravura, raza y casta el sexto. Todos con mucha emoción, todos con ese comportamiento del encaste Albaserrada, exigiendo mucho y sin conceder nada, que aunque humillaran y repitieran con clase no permitieron el mínimo fallo o despiste, todo había que hacérselo bien y estar con los cinco sentidos alerta, venían con la lección bien sabida de casa pero aún tenían capacidad para repasar y desarrolla más sentido si cabe, con mucha movilidad, apretando, volviéndose y revolviéndose en un palmo de terreno cual lagartija, buscando los tobillos, o los muslos, o lo que fuera, ni un segundo de respiro, ni siquiera en los parones antes del embroque, mirando, midiendo, advirtiendo, ojo que como no espabiles te engancho debían pensar, mientras tanto todos en el tendido con el aliento contenido y las pulsaciones a mil. ¿Se puede pedir más?.
No lo sé, pero si faltaba algo de emoción la pusieron los dos matadores que ayer se la jugaron sin dudas ni vacilaciones, con infinita honestidad, la verdad del toreo al desnudo, sin trampa ni cartón. A las amenazas de los victorinos respondieron ambos con firmeza, poder, mando, temple y un par de atributos que me río yo de los del caballo de Espartero. Hay que tenerlos muy bien puestos para hacer lo que ayer hicieron Paco Ureña y Emilio de Justo, elevando a la enésima potencia la emoción de todo cuanto desarrollaron en el ruedo, que fue mucho y de inmensa calidad. Para empezar, ¡cómo lidiaron a los dos primeros de salida! Apretaban, mucho ímpetu, movilidad extrema, iban y venían haciendo hilo con el capote, la cara metida abajo sin salirse de los vuelos, pero ahí estuvieron ambos matadores echando el capote abajo, andándoles hacia atrás, sacándolos a los medios, sometiéndoles y enseñándoles quien mandaba. Vivimos momentos de intensa emoción y así se reconoció con sendas ovaciones que retumbaron en todo Madrid. Pero eso tan solo era el aperitivo del atracón de emociones que nos esperaban. No hubo que esperar mucho, más bien nada, porque la faena de muleta de Ureña al primero traspasó los límites de lo aguantable con cierta serenidad. Una alimaña de viaje muy corto que se revolvía en una moneda, buscando, con malas ideas, buscando, miraba y medía. No se arrugó el de Lorca, le plantó batalla, tragó y aguantó lo indecible, poniéndole la muleta, perdiendo pasos para volver a colocarse, pero el animal buscaba, avisó hasta que hizo presa, por los aires, luego al suelo, encelado con locura, derrotando, Ureña hecho un ovillo, las patas pisoteándole, los pitones como puñales lanzados al aire buscando la carne, angustia y sangre helada en todos y cada uno. No sé como salió del trance, pero salió, ¡y volvió a la guerra!, tanto que compone una tanda con la diestra profunda y ligada, increíble, ¡y remata con uno de trinchera!, el deliro en los tendidos. Se tiró a matar con todo, recto, y de nuevo por los aires, esta vez enganchado milagrosamente de la chaquetilla porque si no la cornada habría sido tremenda. Se pidió la oreja, yo creo que por mayoría, aunque  no demasiado holgada. Al final el del palco dijo que no racaneando un trofeo al valor máximo y a la estocada por el miedo a los que dijeran la veintena de siempre. Oreja que cobró en el tercero al que saludó a la verónica con temple y clase rematando con una media de mucho gusto y del que aprovechó le buen pitón derecho que tenía. Primeros compases cargados de torería, doblones largos, un trincherazo y uno de la firma para rubricar con el de pecho para luego templar y bajar la mano, citando en corto, llevándolo muy metido, ligazón, profundidad, emoción, toreando encajado y metiendo los riñones, tres tandas reunidas y rotundas que no tuvieron continuidad por el izquierdo, por ahí cortaba y no pasaba, reponía y se volvía con peligro, había que perderle pasos para salvar el pellejo, mucho peligro, pero aún le robó un par de naturales dando el pecho majestuosos para culminar la obra en una serie volviendo a la diestra de tremenda emoción por la profundidad y el parón eterno que aguantó con el toro fijando el punto de mira en Ureña. Otra vez valiente a más no poder, sin inmutarse ni rectificar, rayando en la temeridad, como en el primero, exponiendo más allá de lo exigible. Un pinchazo y una entera volcándose sobre el morrillo y de nuevo pañuelos en los tendidos, quizás alguno más que en el anterior, tampoco tanta diferencia, pero esta vez el presi dijo sí al reglamento. Sin comentarios. El quinto, una estampa bellísima, fue sin embargo deslucido y muy peligroso, a la defensiva, sin recorrido ni celo, no quería entrar, se quedaba y reponía con violencia. No le asustó al lorquino, se plantó en corto, sin importarle que las afiladas puntas le llegaran a la chaquetilla, la barriga o los muslos, al victorino le daba igual donde cornear, volviendo a jugársela a cuerpo limpio, con el ¡ay! en cada muletazo que intentaba dibujar, faena taquicárdica y taquipneica, un monumento al valor sin límites reconocido con una muy fuerte ovación de despedida.
No tan reconocido fue Emilio de Justo ayer. Me da la impresión que el extremeño ha engrosado la lista negra de la veintena de siempre, que le han puesto la cruz y ya no les vale, que como a tantos otros le auparon y era el máximo cuando emergió en España tras llevar años y años jugándosela en las duras plazas del sur de Francia pero que ahora, ya en categoría de figura, todo lo hace mal, ni se pone ni se cruza, otro al que deben recordarle que hay que torear, otro más de usar y tirar por capricho. Es el cuento de nunca acabar con la veintena de garantes de la pureza y las esencias. Ya he comentado antes la lidia perfecta con el capote al segundo, un toro que se revolvía y se quedaba debajo con enormes riesgos, sabedor de lo que dejaba detrás, sin conceder la mínima, que medía y esperaba antes del embroque. Tragó mucho de Justo, aguantó con la muleta adelantada, planchada, bien colocado aunque algún sabio constantemente le reprochara eso, hasta conseguir una serie al natural y otra de derechazos de muchos quilates, temple y mano baja, ligadas perdiendo un paso porque el toro reponía con peligro , ¡y un trincherazo para morirse!. Tiró del toro en todo momento, le hizo pasar y todo tuvo mucha emoción en una faena a más por el buen pitón derecho, acoplado y encajado, con profundidad, que alcanzó la cúspide en una tanda final en redondo a cámara lenta, la mano muy baja, barriendo la arena y el toro hipnotizado y unos naturales dando el pecho, de uno en uno jugándosela con sinceridad máxima. Una casi entera entera arriba para pasaportar al victorino y petición clara de oreja que en el palco no quisieron dar por falta de testiculina. En el cuarto probó la amargura del olvido y el desprecio. Un toro con clase y con fondo  no  sobrado motor que desde que tomó el capote en las verónicas del extremeño mostró humillación y querer, repitiendo. Con esa condiciones Emilio le concedió la media altura, con mucho temple, en los primeros muletazos para romper en un par de tandas en redondo con profundidad, bajando la mano, de mucho mérito, toreando muy despacio, a ralentí, el toro humillado, con mucha emoción. Sí, al hilo, y no pasa nada, porque era la única manera de llevar a ese toro en recto, aguantarlo  y así torear, que de eso se trata  y que es lo que consiguió. Emoción y olés de la inmensa mayoría, reproches, el crúzate, el hay que torera y el se va sin torear de los veinte que hace 3 ó 4 años, con toros de esa misma embestida, jaleban. Ni siquiera le respetaron en los naturales robados de uno en uno, cruzándose, porque al toro por ese pitón izquierdo le costaba un mundo pasar, el caso era ir a la contra. Mató de casi entera algo trasera suficiente para hacer doblar al de Victorino y petición similar o quizás algo más numerosa que la del tercero pero que ahora no tocó considerar por el del palco. Caprichos. Con el bravo sexto estuvo hecho un tío, valiente y torero, echando la pata alante, poniendo la muleta y conduciendo las embestidas con temple y ritmo, sensacionales tandas en redondo, ligazón y emoción, todo en los medios, con mando. Faena de intensidad, de exigencia y de valor que se emborronó con la espada, si no posiblemente se habría pedido la oreja, y vayan a saber por donde le habría dado por hacer al del palco.
Pero si todo esto fue mucho se queda en nada al lado de un gesto, un momento que, para mi, define lo que es el toreo, lo que son sus valores, sacrifico, esfuerzo, capacidad de sufrimiento, entrega, compañerismo y, por encima de todos y como valor supremo, el respeto, al toro y al torero. Fue en el cuarto, Emilio de Justo llama a Álvaro de la Calle, el sobresaliente de ayer, para brindarle su toro. Sí, Álvaro de la Calle, el mismo sobresaliente que el Domingo de Ramos de 2022 tuvo que hacerse cargo de la corrida tras la grave cogida del extremeño en el primero de su encerrona con seis toros de diferentes ganaderías, el que se vistió aquel día, igual que ayer, en el hotel Ibis que está frente a la plaza, el que cruzó andando la explanada de la mano de su hija sin que nadie supiera quien era camino del patio de cuadrillas, el que con dignidad y profesionalidad hizo frente a un reto casi imposible de asumir, el que tras matar los cinco toros que le quedaron volvió al hotel andando de la mano de su hija con la cabeza muy alta, sintiéndose torero, sin necesidad de luces, flashes y demás parafernalia, ese mismo, recibió ayer el merecido reconocimiento y el cariño que esta recaudadora empresa de Madrid no ha tenido con él y jamás va a tener. Ese brindis de torero a torero que ilustra esta entrada fue, para mi, el momento de más emoción de toda la tarde. Llámenme sensiblero, sentimental, romántico, cursi, lo que quieran, pero con todo lo que ayer vivimos, sufrimos  y sentimos, que fue mucho,  nada como ese brindis que recoge la verdad del toreo y engloba todos los valores de estos hombres  capaces de dar su vida por esta bendita afición. Ese brindis es de hombres íntegros, ese brindis es el toreo. Y ante esto, todo lo demás pasa a un segundo plano. ¡Gracias por ser así!. 
 
Antonio Vallejo

sábado, 3 de junio de 2023

Uceda, Castella, clasicismo y compromiso


 Otra tarde de "no hay billetes" en las ventas, ya van no sé cuantas, que sumadas a los que llamamos llenos con alguna localidad dispersa por ahí que se ve vacía y los casi llenos hacen de esta San Isidro un éxito en cuanto a público. Esta semana leí una noticia en la que Plaza 1, la empresa de La Monumental, daba como media de aforo un 93%, una cifra, sin duda, extraordinaria que ha venido de la mano de unas combinaciones en los carteles que se intuía iban a atraer al gran público. Esta tarde ha sido el caso, con Uceda Leal, Morante de la Puebla y Castella, muy atractivo para el público general al que no le han importado nada los inciertos pronósticos meteorológicos que anunciaban, un día más, lluvia. Poco importaba, iban "a ver a Morante", ese era el reclamo, y está claro que en este San Isidro ha funcionado lo de los nombres atractivos. Pero claro, si luego van a la plaza con toda la ilusión y las ganas por ver a las figuras y se encuentran con unos toros como los de hoy, ¿cuanto va a durar el efecto?. La Fiesta se construye a partir del toro, y si no hay toro...apaga y vámonos.
Eso ha pasado con esta corrida de El Torero, cinco toros han pasado el reconocimiento,  remendada con uno de José Vázquez, que no ha gustado ni por presentación ni por juego. Basta señalar que cuatro han sido protestados con más o menos intensidad por su presencia y cuatro pitados en el arrastre. Hechuras dispares, en escalera, alguno con el trapío justito para Madrid, otro, el cuarto, que me ha parecido desproporcionado y exagerado, parecía recién traído de un rodeo de Texas por su aparatosa cornamenta, descarado a más no poder, decir que veleta y abierta es quedarse corto y que curiosamente ha sido el mejor del encierro, aunque al menos bastante pareja de pesos. Una corrida deslucida en general, sin fondo, baja de casta y empuje, alguno apuntando clase y nobleza, manejable, como el primero, un tercero que apuntaba a manso pero que fue a más en la muleta de Castella gracias a que lo entendió a la perfección, segundo, quinto y sexto horribles, para salvar de la quema al cuarto al que Uceda cortó una oreja.
¿Con qué me quedo de esta tarde? Pues, como digo en el título, con el clasicismo, el gusto, la clase, la elegancia y la torería de Uceda sumado al compromiso, la entrega, la capacidad y el inmenso valor de Castella. Me quedo también, una vez más, con los de plata. Magisterio de Gómez Escorial en el primero y Rafael Viotti en el sexto, ambos desmonterados, acompañados por José Chacón y Juan José Trujillo que colocan los palos con una clase y una efectividad única. Ojo, y también el tercio de varas del que cerraba plaza, ¡que dos puyazos de Agustín Romero!, delanteros, agarrados sin rectificar, arriba, administrando el castigo a la perfección. ¿Y de Morante? Con el ramillete de  verónicas al primero, el mentón hundido, a compás, lentas, meciendo el toro, dos de ellas eternas, sentidas, un crujir, rematadas con una media llena de aromas. En eso creo que puede resumir una tarde llamada a haber sido mucho más. Pero eso es imposible si a una figura de la magnitud de Morante de la Puebla le corresponden los toros que le ha tocado hoy y, añado, sus lotes en las dos comparecencias anteriores. Yo no sé si todo es mala suerte o qué, pero la realidad es que ni uno de los seis toros que ha tenido que lidiar Morante valían para nada. El segundo de hoy se quedó en ese saludo a la verónica, ya está, se acabó. No quiso ni ver al caballo, no entraba, había que salir a buscarle para poder picarlo, aunque algunos no lo entendieran, y en la muleta no pasó ni una vez, sin gota de fuerza, además se acostaba y venía por dentro, con peligro, buscando los muslos. Y el quinto llevaba la cara por las nubes, nula entrega, nula clase, tomaba el capote rebrincado, sin recorrido. En el caballo se le castigó duro, la verdad,  llegando a la muleta sin aliento, pasaba a duras penas, sin humillar, sin nada. Y con todo eso un derechazo encajado y profundo y un natural hondo y lento aislados destellaron en medio de una tremenda bronca. Ni sin castigo hubiera valido ese toro. Señores, que Morante no marea la perdiz, no aburre a las ovejas, que si no hay nada no engaña con pases fingidos que no llevan a ningún fin. Morante hace que lo malo, lo que no sirve, si breve, mil veces bueno. Y yo se lo agradezco.
Hablaba de la clase de Uceda, hoy la ha desparramado por el ruedo, en las verónicas de saludo al cuarto y en la muleta con los dos del lote. ¡Que delicia de verónicas!, templadas, cadencia  y temple, gusto y calidad. Con que mimo ha cuidado  al primero, toro noble, con cierto fondo de clase pero con muy escaso empuje. A media altura, con sublime suavidad, muletazos de seda, a media altura, temple y trazo elegante, compuesta la figura, elegancia innata, por ambos pitones, relajado, todo naturalidad. Fue en el cuarto donde la profundidad de su toreo  puso a rugir a los tendidos. Toro con buen tranco, le adelantó la muleta y las series fluyeron en un canto al toreo clásico, quietud y temple, viaje largo, tirando del toro, encajado, sin estridencias, reunido, derechazos y naturales con empaque y torería, con poder y mando, toreo pleno, y los remates por bajo, esas trincherillas que siempre nos han enamorado por su forma de interpretarlos, sutiles, elegantes, un dandy. No anduvo fino con la espada en el primero, pero en este cuarto resurgió el cañón que siempre ha sido el de Usera. Un volapié tirándose recto para dejar un estoconazo monumental que hizo rodar al toro sin puntilla. Oreja de ley que premia el clasicismo y la torería. De Uceda podrán decir muchas cosas, pero lo único que no se le puede reprochar es ser torero y estar siempre en torero, dentro y fuera de la plaza. Es de esos que cuando van por la calle quien no le conoce se para, se da la vuelta y dice, ¡ahí va un torero!. Y eso es lo más grande.
Sebastián Castella, figura del toreo aunque a algunos les pese, habrá podido pasar por distintas fases en su carrera, mejores o peores, pero jamás ha dejado de lado su identidad y lo que le ha llevado a lo más alto, el compromiso con él mismo, con los aficionados y con su profesión. Compromiso que engloba valor, entrega y verdad, todo plasmado en esta tarde ante sus dos toros. Saltó el tercero sin fijeza, distraido y desentendido, apuntando más a manso que a otra cosa, rehuyendo la pelea, ni se acercaba al peto. Primeros compases por bajo, mucha suavidad en la muleta, derechazos de mucha profundidad, además de bellos, largos, llevando al toro encelado, embebido en los vuelos. Un toro que fue a más gracias probablemente al magnífico trato que le dio el francés. Sitio y temple fueron la receta, colocación y mando, trazo largo, mano baja, profundidad ligazón cuando el de José Vázquez repetía, de uno en uno, perdiendo un paso y colocándose para ofrecerle la muleta y dibujar naturales inmensos de uno en uno de mucho peso. Todo reunido, todo con una despaciosidad mágica, sintiéndose muy a gusto, disfrutando para él y haciéndonos sentir todo ese río de emociones que despertaba cada muletazo. Se tiró a matar con todo para cobrar un estocada de las de premio dentro de un par de días. Una oreja incontestable pedida con mucha fuerza que aún no sé como algunos pocos se atrevieron a discutir. Puerta Grande el pasado 19 de mayo y una oreja hoy, de momento triunfador de la feria, y difícil que el domingo le superen. Bien podía haberse aliviado con el sexto, un marrajo que se movió mucho sin acabar de entregarse, con la cara alta y malas intenciones, pero Castella asumió lo que siempre ha llevado por bandera, el compromiso con el toreo y con la afición, aunque algunos se lo nieguen. Despistó el toro en los primeros compases, repetía y perseguía la muleta que por bajo le ofreció Castella, parecía otra cosa, pero pronto se mostró cual era, un bicho sin clase que buscaba herir. Se desentendió de todo, alzó la cara y empezó a medir y buscar, por abajo los tobillos, revolviéndose y reponiendo, por arriba lo que fuera, daba igual, quería herir. Tragó y aguantó Castella, firme, valiente, poniéndole la muleta, escapando de los arreones y tornillazos por su saber, pero al final el animal encontró presa, voltereta tremenda, estremecedora, una cornada de 20 cm, y siguió toreando como si tal cual, haciéndole tomar la muleta, más valor, más gallardía, más integridad, más entrega, más disposición, más verdad, más de todo los calificativos que puedan quedarme por añadir no se puede pedir. Lo  que se debe pedir es respeto a quien se juega la vida ante un toro, se debe pedir que los que no vieron o no quisieron ver por la venda de fobias que les tapa los ojos lo que estaba haciendo Castella y no pararon de protestarle y molestarle es que no vuelvan, que son una lacra. A esos les mandó callar otra vez, igual que el 19 de mayo les dejó en pelota picada con sus vergüenzas al aire.

Antonio Vallejo


viernes, 2 de junio de 2023

Luque, imperial


 Muchas vueltas le he dado al título de esta entrada. Reconozco que ha salido de la plaza con un cabreo mayúsculo por la cobardía de un tipo sentado en el palco. Pensaba en algo como héroe y villano, honor y miseria, un gigante y un enano y así se me iban pasando una y otra idea para titular. Pero al final, una vez serenado me he dado cuenta que en el toreo hay dos personajes protagonistas, el toro y el torero, y que los demás somos accesorios por mucho que alguno quiera convertirse en protagonista, triste protagonista. Ese, en la tarde de hoy, responde al nombre de José Luis González González y no merece estar donde solo puede figurar un hombre de verdad, no un cobarde, porque solo por cobardía puedo entender que haya negado una oreja pedida por clara mayoría a Daniel Luque tras la lección magistral ante el sexto de Alcurrucén. Un toro protestado de presentación que manseó de salida, suelto, huyendo de los capotes, manso en el caballo, parado en banderillas, también manso, la cara alta, esperando y defendiéndose. Caía agua a mares cuando Luque tomó la muleta. Embestida descompuesta y sin entrega, de manso, como la corrida, consintiéndole, concediéndole todo, las alturas y la distancia, aguantando y tragando, paciente, poco a poco, poniéndole la muleta, tirando o cediendo, según veía, perdía un paso, se colocaba, y otra vez, temple. Y cada serie que inventaba tenía un poquito más, y el toro cambiaba el son, y parecía que quería, y aún le consentía más. Todo entre protestas, reproches y los gritos fuera de lugar de los cuatro de cada día, voceando su repertorio cansino. Por salir salió hasta el "uffffff ¡petardo!" que aún no habíamos escuchado en lo que va de feria, que es casi todo ya. Pero ya ven lo que le debió importar a Luque, que estaba a lo suyo, a mandar y poder a ese manso, cada muletazo llevaba ya un trazo distinto, la altura ya no era la del inicio y el ritmo era otro, hasta hacerle romper a embestir de una manera colosal en una tanda rotunda por el pitón derecho, de una profundidad máxima con el Alcurrucén entregado al mando y dominio del sevillano, un cambio de mano eterno por su lentitud y largura cosido a uno de pecho apoteósico. Y luego los naturales, oro de todos los quilates imaginables, una locura, la plaza en pie. Volapié de órdago, tirándose con todo, estoconazo sensacional, de los de premio, y petición clara a pesar de los paraguas, las ganas de resguardarse del chaparrón y de ir a casa. Cobardía y miseria encarnadas en el del palco al no conceder una oreja de ley ganada por mando, poder y valor reconocido en una vuelta al ruedo apoteósica. No merece más el tipo, que ya en el tercero había asomado la patita. Ese toro también fue protestado de salida por los habituales, como toda la corrida, y en los primeros tercios no dijo nada, echando las manos por delante, deslucido. Hasta que llegó al tercio de banderillas e Iván García mostró que tenía cosas guardadas al colocar dos pares monumentales, de poder a poder, en la misma cara, perfecto, impecable colocación, para salir del embroque con torería y responder montera en mano a la atronadora ovación. Podría decir que el toro rompió a embestir, pero no sería cierto. Fue Luque el que le hizo romper a embestir. Está el sevillano en un momento de madurez, extarordinario, centrado, seguro, firme, con una rotundidad y una capacidad para dominar cualquier embestida y someter a cualquier toro que pocos alcanzan. Genuflexo, adelantando la muleta le rompe con unos doblones poderosos, largura y profundidad, temple absoluto, y el toro va porque Luque quiere, manda él y el toro humilla y repite con una clase escondida hasta entonces y que el sevillano destapa. Enorme con la diestra, ligando en una baldosa, encajado, la muleta a ras de suelo, ¡cómo va el toro!, mejor dicho, ¡cómo le hace ir Luque!, ¡cómo le echa los vuelos!, ¡cómo tira de él!, un portento, y además clase y gusto, un molinete y uno de pecho, y en otra un cambio de mano sublime, sensacional. Remiso el toro por el izquierdo, le cuesta más tomar el engaño, pero cuando entra dibuja unos naturales inmensos, de uno en uno, perdiendo un paso y colocándose, siempre por bajo, profundidad y emoción con los tendidos seducidos por la poderosa y rotunda muleta del de Gerena. Acorta distancias en el tramo final para exprimir al máximo las condiciones del Alcurrucén, unas luquecinas de lujo, un martinete y uno de pecho para abrochar ponen a toda la plaza en pie. Bueno, a toda no, tres o cuatro están disconformes y tocan palmas de tango y no callan de reprocharle vaya usted a saber qué, incluso uno que, ustedes me van a perdonar, sólo puedo calificarle de canalla, le grita algo indescifrable cuando está perfilado para entrar a matar. Ese ni es aficionado ni es nada y habría que sacarle de las orejas fuera de la plaza. Una entera defectuosa y un descabello no son impedimento para que afloren los pañuelos, yo creo que con ligera mayoría, pero no cuajó y el del palco, por si acaso le montaban una gorda los habituales, por miedo a lo que le pudieran gritar, consideró  insuficiente. 
Diego Urdiales tuvo pésima fortuna con su lote, deslucido y soso el primero y manso de libro el cuarto, pero como siempre nos dejó en la memoria la impronta de su toreo, esa compostura, la manera de plantar la muleta plana para conducir la embestida con la panza, esa cadencia que imprime, torería no al uso, empaque, derechazos y naturales sublimes, trazos sueltos pero que dejan huella y llena de serena emoción, de la que te llena, se queda dentro y te la guardas en el rincón de las esencias. 
Para Talavante estaba reservado un quinto que en los primeros tercios apuntó muchas condiciones de manso, aunque es cierto que parecía que no metía mal la cara en las tres verónicas que tomó antes de huir a tablas, pero quería poco, muy poco o nada, suelto, desentendido. Plantado de rodillas en terrenos del 5 se puso a torear, muy largo, muletazos de enorme profundidad, ligazón, no sé cuantos pudo dar por ambos pitones, de enorme calidad y emoción, un cambiado por la espalda muy ceñido, con el toro humillando y repitiendo. ya incorporado tandas por ambos pitones bajo un manto de agua, toreando vertical, enroscándose la embestida, bajando la mano, a veces con cierto desmayo, aunque quizás algo en corto cuando creo que ese toro pedía más distancia. Pero la faena tuvo emoción y llegó a los tendidos, sobre todo con los adornos por bajo, una trincherilla de mucho sabor, pase d ela flores, otro de desdén mirando al tendido, quizás más adornos que profundidad, la que tenía el toro que todo lo buscó por abajo y que fue una pena que se fuera con las orejas puestas. En eso tuvo que ver el mal manejo de la espada, quedando todo en una escasa petición de trofeo.
Una vez en casa, tranquilo y sereno, abandonado el enfado por la injusticia de un cobarde, un manso más de esta corrida sin fondo ni fuelle, olvidemos a los personajes accesorios y quedémonos con lo que realmente importa, la grandeza del toreo, la de un Daniel Luque imperial.

Antonio Vallejo

jueves, 1 de junio de 2023

¡ESTO ES UNA CORRIDA DE TOROS!

Señores, ¡qué corrida de toros!. El azulejo que distingue cada San Isidro a la mejor corrida ya tiene nombre: Santiago Domecq. ¡Enhorabuena, ganadero!. Una corrida completa, de principio a fin, con una presentación impecable, seis toros cada uno de diferentes capas, castaño, cárdeno claro, colorado, negro, negro mulato, con una presencia imponente, muy serios, ofensivos, magníficas hechuras, láminas para enmarcar, armónicos, proporcionados, la belleza del toro bravo en su máxima expresión. Una corrida que además ha ido más allá de la fachada, una corrida con mucho fondo, bravura, casta, raza y clase, a raudales, una corrida con enorme transmisión y  emoción que ha embriagado a toda la plaza. Del primero al sexto, toros que han embestido siempre por abajo, humillando, con fijeza, con celo y codicia, comiéndose las telas, repitiendo, y con duración, seis toros con fuerza y exigencia, con movilidad y muchas teclas que tocar, seis toros para irse al desolladero sin orejas puestas, en definitiva, la corrida soñada por cualquier aficionado, la que colma todos los deseos que tiene uno cuando va a la plaza, la que muestra en todo su esplendor la grandeza de este animal único que es el toro bravo y que ha tenido su cénit en el quinto, un torazo de 599 Kg e impresionante trapío, perfectamente proporcionado, la guinda del pastel, de nombre Contento, ese que ven en la imagen de portada, y que ha sido justamente premiado con una vuelta al ruedo apoteósica. Triunfadora la corrida y no resultará extraño que este Contento también lo sea al final del serial. 
Un nombre que en la tarde de hoy debe ir íntimamente unido a otro, Fernando Adrián, que hoy ha colmado todos sus sueños toreros abriendo de par en par y con toda justicia a mi parecer la Puerta Grande de Las Ventas, en hombros, acariciando el cielo de Madrid que hoy lucía espléndido. ¡Qué entrega la de ambos! Desde que tomó la muleta, firmeza y seguridad, sabiendo lo que quería y debía hacer, arrebatado, de rodillas, la muleta adelantada, temple y largura, todo por bajo, un cambiado a la espalda de cortar la respiración, intensidad y sinceridad. Y luego el toreo, ¡que manera de torear!, muy largo y muy profundo, excelsa colocación, trazo fino, temple y ligazón, una tras otra las tandas, en redondo o al natural, encajado, con hondura, toreo superlativo, un cambio de mano de una factura imposible de describir, los de pecho para abrochar, los adornos por bajo y un final genuflexo con doblones de infinita torería. ¡y que ritmo el de Contento!, humillando, repitiendo, celo y codicia, todo lo quería por abajo, a más en cada tanda, incansable, bravo y encastado, la encarnación de la raza en el momento de la muerte, solo, en los medios, resistiendo en pie hasta el último aliento, altivo, momentos de una intensidad emocional que tardaremos en volver a sentir, Adrián honrándole con su ovación, los pelos de punta, la plaza en pie. Nada importó que matara de un espadazo tras un metesaca, la petición fue clara, ayusista podría decirse, mayoría absoluta indiscutible y una oreja para abrir la deseada Puerta Grande. Otra había cortado al encastado y exigente segundo, jugándosela a pecho descubierto, con disposición y exposición, también muy firme, la mente despejada, un toro ante el que había que ponerse y al que había que poder. Y lo hizo, vaya si lo hizo, primero por estatuarios en ayudados por alto y un cambiado por la espalda electrizante. Siempre por bajo, viaje largo, corriendo bien la mano, tragando también porque el toro pedía mucho, emoción e intesidad en toda la faena, hasta el final en las cercanías, por ambos pitones con un cambio de mano celestial y una bernadinas más que ajustadas, deshilvanando los bordados con las afiladas puntas para tirarse a matar con todo y cobra una entera ligeramente desprendida que valió una oreja.
Arturo Saldívar salió a tumba abierta, a por todas, despreciando el riesgo, incluso diría que acelerado o embarullado por momentos, sin que se le puede negar su entrega sin límites y su valor a prueba de fuego, mejor dicho, a prueba de volteretas y revolcones. Toda la lidia del primero nos tuvo con el alma encogida, un tremendo susto cuando le arrolló en el quite con el capote a la espalda y hasta dos veces más salió por los aires al venirse por dentro en la muleta el de Santiago Domecq. Un toro con enorme movilidad y encastado que además derrochó clase en su embestida cuando el mexicano lo llevó templado y por bajo, con mando, respondió humillando y repitiendo en un par de tandas al natural de mucha entidad, entregándose también en una tanda de derechazos rotunda de inmensa profundidad. Quizás podría decir lo mismo co el cuarto, otro gran toro, que todo lo pedía por abajo en la muleta, que fue a más en la faena y que rompió a embestir con una bravura y clase descomunal cuando Saldívar le bajó la mano en tandas rotundas por ambos pitones. Valor y entrega no se le puede negar a Saldívar, pero quizás mas sosiego hubiera hecho que esos toros perdieran algunas de sus orejas antes de ser arrastrados. 
Álvaro Lorenzo ha dado una vez más muestra de su integridad al matar al sexto con una cornada de 15 cm tras un volteretón estremecedor. Bien toreó de capa a sus dos toros, a la verónica, templado, ganado pasos, con mucho gusto, a compás y con ambos se mostró firme y asentado en la muleta, buscando la colocación, bajando la mano y  llevándolos muy metidos en los vuelos, con profundidad y emoción, todo con un temple y una despaciosidad extrema, a veces de uno en uno, otras con ligazón, pero la carga de sentimiento siempre igual. Y también clase, como la de la última tanda de naturales al sexto, de una lentitud y una hondura máxima, un pase de desdén de gusto exquisito y un final por bajo genuflexo con la muleta arrastras para abrochar con una trincherilla llena de torería. Una entera arriba y petición de oreja que creo era mayoritaria pero que el palco no consideró igual. La vuelta al ruedo se la ganó a pulso y tuvo que saberle a gloria.
Señores, ¡esto es una corrida de toros!

Antonio Vallejo