jueves, 7 de julio de 2016
2ª de San Fermín: Magisterio a caballo
Pocas veces, muy pocas, por no decir ninguna, fallan las corridas rejones. Se les puede achacar que a ellas asiste habitualmente un público menos "exigente", más festivo, más familiar, lo que quieran, pero me parece que son tópicos que se van desmontando día a día gracias a la magnífica pléyade de rejoneadores de la que disfrutamos en la actualidad. Ayer Pamplona cumplió con los pronósticos y con lo que se esperaba de la corrida de rejones. Y que nadie piense que los triunfos fueron regalados, ni mucho menos, al contrario, pudimos disfrutar del arte del rejoneo en su máxima expresión. Para empezar, los toros. Magnífica la corrida lidiada con cinco toros de El Capea y un toro de San Pelayo, encaste Murube como es lógico para estos festejos, ambos hierros propiedad de Pedro Gutiérrez Moya. Magnífica en cuanto a presentación, cuajados, hondos, serios, y magnífica en cuanto a juego, con nobleza y celo en los caballos. Si a esta cuidada elección ganadera unimos el cartel confeccionado para esta segunda de San Fermín, el éxito está asegurado. Nada menos que el maestro Pablo Hermoso de Mendoza, sobra cualquier presentación, Leonardo Hernández, seis orejas y dos puertas grandes en el pasado San Isidro le avalan, y el local Roberto Armendáriz, quien a pesar de su juventud no anduvo a la zaga de sus dos compañeros de terna y cuajó una más que notable actuación. Con estos mimbres se confeccionó un festejo triunfal con Hermoso y Leonardo a hombros, y Armendáriz no lo hizo por el fallo con el rejón de muerte, si no el pleno se hubiera cumplido. Una vez más la imagen que todos queremos de la Fiesta, la de la alegría y el triunfo. Alegría dentro de la plaza, todavía sin el barullo y el follón que a partir de hoy se organizará en los tendidos de sol. Alegría la de muchos, muchísimos niños disfrutando del Arte, los que en el futuro llenarán tendidos, porque festejos como el de ayer les habrán convertido en aficionados. Y también alegría fuera de la plaza, al ver salir a hombros a los dos rejoneadores por las calles de Pamplona, que todo el mundo vea lo que es el toreo, la realidad de la Fiesta, caras alegres, diversión y gozo, la gente, como suele decirse, toreando por la calle, justo lo opuesto a la imagen cruel que se quiere transmitir hoy en día.
Así fue y así lo disfrutaron quienes estuvieron en la plaza pamplonesa y quienes lo vimos a través de la magnífica retransmisión de Canal Plus Toros. Una lección magistral, una auténtica cátedra de toreo la que ayer impartieron Hermoso de Mendoza, Leonardo Hernández y Roberto Armendáriz. Desde el paseíllo hasta la salida por la puerta grande, Arte con mayúsculas, con unas cuadras extraordinarias, con un inconmensurable trabajo detrás para conseguir torear como torean sus caballos, animales de una belleza sin igual, un lujo para los sentidos. Impresionante cómo Hermoso de Mendoza enceló a su primer toro con Napoleón, cómo llevó cosidos a la grupa de Berlín y Disparate a sus toros, auténtico temple a caballo, como si fuera una muleta, usando sus cuerpos como telas, máxima expresión de belleza, para matar de manera espectacular con Beluga y Pirata. Lo mismo podría decir de Leonardo Hernández, con su caballo Sol, estelar, quiebros imposibles a una distancia cortísima, plenos de riesgo y emoción, templando y toreando como los ángeles con Amatista y con Despacio, un caballo capaz de pasar por terrenos que parecen imposibles, que permite poner banderillas en un palmo de terreno adornándose con una plasticidad inmensa. Y como decía al inicio de la entrada, no se quedó atrás Armendáriz, que cuenta con tres caballos extraordinarios, Ranchero, hijo del mítico Cagancho, Farruco y Capea, los tres procedentes de la cuadra del maestro Hermoso, y que a lomos de sus monturas demostró su capacidad como rejoneador, su valía y su entrega, toreando extraordinariamente, pero manejando mal los rejones de muerte, privándole de trofeos.
Rejones de castigo perfectos de ejecución, banderillas largas y cortas, quiebros, recortes, adornos, cabriolas, exhibición de doma y monta jalonaron una tarde triunfal, que no triunfalista, en la que las orejas cortadas fueron de ley y de peso, sin regalos. Así lo demuestra que Leonardo no tocara pelo en el quinto por un rejón de castigo muy mal clavado al inicio de faena, y que el navarro Armendáriz tampoco lo hiciera al fallar con el rejón de muerte en sus dos toros. Y es que hay que desterrar esa idea, ese tópico equivocado de que el público de rejones no es "entendido". Sí lo es, y mucho, lo que ocurre es que se aleja de muchos "tics", maneras y alguna crispación que impera en muchas plazas de toros en la corridas de a pie. Basta el ejemplo de ayer en el que se valoró y se premió en su justa medida, sin excesos pero sin injusticias absurdas. De verdad, mucho tendrían que aprender del rejoneo algunos que se autocalifican como aficionados en algunas plazas, concretamente Las Ventas, para qué callarme. La Fiesta se hace grande con tardes como la de ayer en Pamplona, donde los toros, los rejoneadores y el público que abarrotó los tendidos fueron triunfadores, igual que en la novillada del martes, van dos de dos, ¡viva San Fermín!.
Antonio Vallejo
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