viernes, 15 de julio de 2016
Última de San Fermín: De Miura a Miura
Tras una intensa semana de toros, una semana exitosa de público, lleno tras lleno, con el mismo ambiente de desenfreno cada tarde, una semana exitosa de toreo, con puertas grandes y muchas orejas cortadas, llegaba la corrida que debía echar el cierre de estos sanfermines 2016. Como ya es tradicional la decana de las ganaderías, Miura, que cuenta con una antigüedad de 30 de abril de 1849, es la encargada de lidiar la última de San Fermín, coincidiendo en esta edición con la celebración de las 50 actuaciones de la ganadería sevillana en Pamplona. Nuevo lleno en los tendidos para ver a los míticos toros, encaste propio, de leyenda, con una historia sembrada de triunfos y de tragedias, sin duda la más famosa y cargada de simbolismo la muerte de Manolete en la plaza de Linares el 29 de agosto de 1947 al entra a matar a Islero, el mítico Miura, nombre que desde ese día asusta y se adopta para definir todo aquello que es complicado o peligroso. Complicada y peligrosa, así ha sido la corrida que han tenido que estoquear el murciano Rafael Rubio "Rafaelillo", el sevillano Eduardo Dávila Miura y el salmantino Javier Castaño, que se han topado con un encierro en el que solo dos toros, el segundo y quizás el quinto, han servido, al menos para el concepto actual del toreo. Es posible que para una lidia al estilo de 1920 hubieran sido más que válidos, pero hoy en día se pide otra cosa. Tiene mucho mérito lo que la familia Miura lleva haciendo desde 1849, mantener este encaste puro tantos años y con fidelidad a un tipo de toro anacrónico hoy en día. Es cierto que sus hechuras impactan, toros grandes, muy altos, aspecto equino en algunos casos, con cuello muy largo, muy armados, pitones abiertos, acapachados o veletos con una mazorca ancha, lámina muy peculiar, aunque no es la fisonomía de toro que a mi más me gusta, la verdad. Así ha sido la corrida de hoy, con algunos matices, alguno escurrido y aspecto anovillado, los seis cortados por el mismo patrón. Pero las hechuras y la presencia no lo son todo. Es más, no me vale de nada si no van acompañadas de buen juego y condiciones. Para ver la belleza del toro como animal es suficiente con ir a una ganadería y verlos en el campo, en la plaza se necesita algo más que estampa. Así ha sido la corrida de hoy, muy Miura, pero sin fondo, como un edificio con mucha fachada pero por dentro un solar vacío. Además con peligro, un peligro sordo que alguno, como el presidente de la corrida, ese personaje disfrazado con su chistera, no ha sabido o no ha querido ver. Solo así puedo explicarme que le haya birlado una oreja a Javier Castaño en el tercero y otra a Rafaelillo en el cuarto, que han estado hechos unos auténticos titanes frente a los arreones y tornillazos constantes de sus toros, jugándose la vida en cada muletazo, en una demostración de entrega y valor descomunal, sacando pases imposibles, siempre por encima de los toros y matando a la primera. La plaza poblada de pañuelos y este ridículo personaje con chistera se ha pasado el reglamento por el forro de los caprichos y no ha concedido la oreja. No sé si sabe que el primer trofeo lo concede el público, le guste o no al señor presidente, y el público la ha pedido de forma mayoritaria. Al menos el aspecto de los tendidos a través de la televisión no ofrecía dudas, mayoría de pañuelos. Ni conocimiento ni sensibilidad lo que ha demostrado el presidente. Más que lógico el enfado de Rafaelillo con el usía, al que le ha recriminado con gestos claros su error y que no se ha cortado un pelo al explicarlo a las cámaras de Canal Plus Toros, con toda la razón del mundo en mi opinión.
Rafaelillo se las ha visto con dos Miuras que no han servido para nada. Sin fuerzas, sin casta, sin emplearse en el caballo, echando las manos por delante, cortando el viaje, la cara arriba, sin humillar, con peligro, buscando al torero, pegando arreones, es decir, todo lo que no queremos de un toro bravo lo tenían los dos del lote de Rafaelillo. Se ha puesto el murciano, ha tratado de llevarlos por bajo, templado, pero es imposible. No se ha escondido en ningún momento, ha dado la cara y se la ha jugado de verdad, con una entrega y una disposición fuera de toda duda. Enorme el esfuerzo que ha hecho Rafaelillo durante toda la tarde. Encima mata a sus dos toros al primer encuentro, con lo difícil que era entrar entre los pitones descomunales de los Miuras, con gran habilidad. Al presidente no le ha dado la gana de conceder la oreja que el público ha pedido, pero los aficionados sí que han sabido reconocer lo que ha hecho Rafaelillo con una clamorosa vuelta al ruedo en el cuarto y una atronadora pitada al de la chistera.
Lo mismo podría decirse de Javier Castaño, el bravo torero leonés-salmantino que ha vuelto a torear tras superar un cáncer y que ha estado también muy por encima de su lote. Sin fuerzas, defendiéndose, la cara arriba, deslucido el tercero, al que castaño ha llevado templado pero sin poder obligarle lo más mínimo porque se viene abajo. Enorme disposición y entrega de Castaño, robando pases que parecían imposibles por ambos pitones, tragando los arreones y el corto viaje del toro, hecho un valiente. Se tira a matar entre los pitones, volcándose sobre la cara del toro para colocar un espadazo arriba que hace rodar al Miura sin puntilla. Mayoría de pañuelos en los tendidos y el de la chistera dice que no y le niega la oreja por su santo capricho. ¡Vaya personaje!. Otro tanto de lo mismo para describir el comportamiento del sexto, que no tenía ni un pase. Deslucido, sin fuerzas, derrotando con la cara alta, con un peligro sordo, un toro que solo valía para una lidia a la antigua, doblándose, por bajo, macheteando para dominarlo, someterlo y poderle. Eso y deshacerse de él cuanto antes. Coloca una estocada entera trasera y tendida que precisa del descabello para pasaportar a esta joyita.
El mejor lote se la ha llevado el Miura que toreaba, el sevillano Eduardo Dávila Miura, ya retirado pero que hoy se ha vestido de luces como homenaje a los 50 festejos de la ganadería de Zaheriche en Pamplona, en un bonito y arriesgado gesto. El segundo toro ha tenido nobleza y bondad, aunque iba con lo justo de fuerzas. Lo ha entendido a las mil maravillas, dándole la distancia, el ritmo y las pausas que pedáis el toro. Como los ángeles ha toreado el sevillano, con un temple exquisito, muletazos largos, con la mano baja, conduciendo con gran suavidad y despaciosidad la embestida con la cara baja del animal. Relajado, disfrutando del toreo, con el poso de la madurez que goza Dávila y sin la presión del que torea cada día o debe ganarse los contratos, sin que diera la impresión de ser un matador que no están activo, parecía que venía de cortar las orejas a cualquier otro toro en cualquier otra plaza el día anterior. Mata de un espadazo fulminante en todo lo alto. Oreja de ley que pasea con una alegría inmensa, no es para menos. El quinto, segundo de su lote también ha sido noble y embestía con bondad, obedeciendo a los engaños, pero carente de fuerzas desde su salida. Lo cuida Eduardo, lo lleva suave, doblones por bajo, redondos templados, el toro mete la cara bien pero le falta chispa y gracia, todo resulta muy soso y deslucido, poniéndolo todo el matador. Otro toro que precisamente por su falta de fuerzas presenta peligro sordo al defenderse y echar la cara arriba. Es en uno de esos arreones cuando le pasa el pitón por el muslo a Dávila Miura, no le hiere pero la punta del pitón llega al pecho del sevillano y le engancha del chalequillo, desagarrándolo, sin herirle, un auténtico milagro. No se echa atrás Dávila Miura, toma la muleta con la mano izquierda y le saca naturales sueltos de buena factura, alguno profundo, de gran mérito. Mata mal y escucha dos avisos. Menos mal que finalmente acertó con el descabello, hubiera sido una injusticia que se fuera el toro al corral, no se lo merecía el sevillano después de su buena actuación en esta tarde y después del valiente gesto de anunciarse en sanfermines con los Miuras, todo un reto.
Como ya he hecho en otras ocasiones voy a aprovechar un aparte para los toreros de plata. Esta tarde hemos disfrutado de momentos de gran calidad y enorme torería con el capote de brega y los garapullos (¿lo echabas de menos, Raúl?, va por ti, maestro). Es lo mínimo que podía hacer en esta entrada, sobre todo tras enterarme que el maestro Molés ha atendido las peticiones de algún buen aficionado quien se quejaba con razón del insufrible ruido que se colaba por los micrófonos de ambiente durante las retransmisiones de las corridas y ha disminuido ese ruido ambiental, algo que no sabes cómo he agradecido. Por cierto, ¿no sabrás quien ha sido el que le ha transmitido la queja?, es un auténtico crack.
Lo dicho, toreros como Javier Ambel, sensacional en la lidia del segundo y solvente y seguro en banderillas del cuarto, Joselito Rus y Alberto Zayas cumpliendo un magnífico tercio de banderillas en el segundo, Fernando Sánchez pareando con su clase y efectividad habitual al tercero y al sexto, saliendo andando del encuentro, derramando torería y aromas de otras épocas, desmonterado para responder a la cerrada ovación recibida. Toreros de plata que hoy también han sufrido los arreones de los toros de Miura y que han dado la cara haciendo las cosa muy bien. Es de justicia reconocerles su magnífica labor, tan importante y necesaria para que la lidia se desarrolle correctamente y el toro llegue en las mejores condiciones posibles a al faena de muleta. ¡Olé por los buenos toreros!.
Y con la miurada se cierran unos nuevos sanfermines, que creo han estado a un gran nivel, con triunfos sonados, con la soberbia respuesta de la afición llenando la plaza cada día, dando color y sonido, mucho sonido, demasiado sonido, a esta Feria del Toro, con nombres que han marcado esta semana; un Juli en figura, grande el madrileño; asentado, maduro y completo Talavante; seguro, firme y decido López Simón; poderoso y rotundo Perera; sin palabras al pundonor y el arte de Curro Díaz en los días más duros y amargos de su carrera y que nos dio un ejemplo de profesionalidad y valía humana. Pero que sobre todo, estos sanfermines han estado marcados por dos nombres. Uno es el del triunfo, se llama Andrés Roca Rey, dos puertas grandes y cinco orejas, casi nada, triunfador indiscutible. El otro es el de la tragedia, Víctor Barrio, fallecido a 350 Km, en la plaza de Teruel el pasado sábado 9 de julio, presente cada día en la plaza pamplonesa, hoy ha sido igual, brindis al cielo de todos los alternantes, sobrecogidos, sumidos en la pena, en el dolor y en la rabia tras los insultos y las infamias vomitadas por auténticos criminales en las redes sociales. La muerte del joven torero segoviano nos ha marcado a todos y ha conseguido lo que nadie había hecho hasta ahora, unir a todo el mundo del toro y despertarnos del letargo para alzar la voz y actuar de una vez por todas en defensa de la Fiesta. Desde el cielo se sentirá orgulloso de que su muerte no haya sido en vano y marque el inicio de una etapa en la que nada ni nadie va a acabar con la Fiesta. ¡Gloria siempre a Víctor Barrio!
Antonio Vallejo
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