Enrique Ponce, leyenda del
toreo. No, no es una frase hecha, no es un elogio ni un calificativo de
admiración, es una realidad. Por supuesto que desconocía el dato concreto, no
tenía ni idea del registro que el de Chiva iba a superar en la tarde de ayer en
el coso de Cuatro Caminos. Enrique Ponce se convertía en el matador que más
toros ha estoqueado en la larga historia del toreo. Hasta ayer ese “récord”,
término tan poco taurino pero tan de moda en esta sociedad actual
cuantificadora que atiende más a números que a valores y esencias, estaba en
manos de Lagartijo, nada más y nada menos. Y creo que el maestro Ponce tampoco
estaba muy a la orden de dicho dato numérico, al menos esa impresión me dio
cuando, tras finalizar su antológica faena al cuarto de la tarde y cortarle las
dos orejas, le fue transmitida la noticia durante la entrevista que las cámaras
de Canal Plus Toros realizan en el callejón. Gesto de sorpresa y de lógica
alegría en el maestro, quien recibió la noticia con la naturalidad y elegancia que
le caracteriza, reconociendo que ni él lo sabía. Pero eso es una dato, un récord
que quedará para la historia, de enorme valor, sin duda, pero que, al menos a
mi modo de ver y entender la Fiesta, no se puede comparar a lo que Enrique
Ponce ha hecho a lo largo de su cuarto de siglo de alternativa y lo que hizo
ayer en Santander. Lagartijo, 1632 corridas lidiadas y 4687 toros estoqueados.
Enrique Ponce, ni sé las corridas lidiadas pero, desde ayer, 4688 toros
estoqueados, ¡y lo que le queda!, ¡y lo que nos queda por verle!.
Los números son
estratosféricos, posiblemente insuperables, pero Enrique Ponce es mucho más que
números, es un torero de época, que posiblemente ocupa el mismo lugar en la historia de la Tauromaquia
que el propio Lagartijo, Frascuelo, su rival de aquel entonces, Belmonte, Pepe Hillo, Joselito El Gallo, Rafael Ortega “Gallito”, Domingo Ortega, Manolete, Dominguín, Bienvenida y
otros cuantos que marcaron épocas del toreo. Una leyenda del toreo pero con la
diferencia, para una generación como la mía, la de 1967, que constituye una
leyenda viva a la que hemos visto tomar la alternativa, crecer, madurar y
llegar a la cima. No nos lo han contado, no lo hemos leído, no lo hemos visto
en películas, lo hemos visto en persona y lo hemos disfrutado durante años. Ya
lo he dicho más veces, admiro a todos cuantos se visten de luces y se ponen
delante de la cara de un toro, pero tengo mis preferencias, mis gustos, mis debilidades y una de ellas es Enrique
Ponce, torero al que me rendí hace ya
26 años cuando lo vi por vez primera a través de la televisión, en
aquellos locos años 90 en los que día sí y día también se retransmitían
innumerables corridas de toros y la primera vez que le vi torear en vivo,
en la plaza de Vista Alegre de Bilbao, en el mes de agosto de 1991, en plenas Corridas
Generales, día en el que cortó dos orejas y salió a hombros, y un año
después en la Corrida de la Prensa de Bilbao, con el mismo resultado triunfal.
Desde entonces le he visto torear en muchas plazas, le he visto en innumerables
ocasiones a través de la televisión, en España, en Francia y en América,
lugares donde es un auténtico ídolo para la afición. Durante todos estos años
he defendido y mantenido que nos encontrábamos ante un hombre que iba a marcar
una época, siempre en lo más alto, compartiendo carteles con las figuras de
cada momento, alternado con todas ellas, sin trabas ni prejuicios, matando todo
tipo de corridas, encastes y ganaderías.
Y, por fortuna, no me
equivocaba. Lo certifiqué este mismo mes de mayo en Las Ventas, plaza en la que
siempre ha tenido que enfrentarse a los toros que le correspondían y a un
sector de la afición, un tendido en concreto, el 7, que por no sé que motivos o
razones siempre ha tratado de reventarle y minusvalorar su torería. Fue el 19
de mayo ante un toro de Puerto de San Lorenzo. Aquella tarde se mostró en la
más excelsa madurez como torero, poniendo a sus pies a la plaza de Madrid,
rendida ante la evidencia, poseída por su Arte. Ni un reproche, ni un murmullo,
ni un grito disonante, tan solo los olés profundos y sentidos que Madrid sabe
dar cuando reconoce el mejor de los toreos que pueda haber visto. Un Ponce
sublime, relajado, dejándose llevar, disfrutando del toreo, entregado, mostrando
que está en el Olimpo de la Tauromaquia. Ayer le vi por televisión, ante un
grandísimo toro de la ganadería jienense de Miranda y Moreno, puro Juan Pedro
Domecq. Un torazo, las cosas como son, noble, bravo, con casta, con fijeza,
repetidor y que humillaba, una delicia de animal que gracias a Dios cayó en sus
manos y al que Ponce se entregó para componer una bellísima sinfonía al compás
de los acordes de La Misión. Magia pura sobre la arena santanderina, echando
los sentidos a volar hasta el cielo del toreo, envolviendo la plaza en una
atmósfera que embriagó a todos y cada uno de los que llenaban los tendidos y a
quienes lo estábamos viendo por televisión. Toreo extraterrenal, sutil,
despacioso, belleza, naturalidad, elegancia y otra vez más belleza, con el
capote y con la muleta. Verónicas,
delantales, con un gusto y un aroma infinito, los doblones de inicio, largos,
profundos, bajos, las poncinas, los redondos y los naturales rezumando aún más elegancia
y clase por los cuatro costados, toreando como de salón, abstraído, toreo roto,
desmayado, natural y elegante, fluyendo de sus manos el elixir del toreo,
antología poncista junto a la preciosa bahía donde tantas tardes compartió agradables
momentos con otro gran genio, Severiano Ballesteros, cuya hija Carmen,
Carmencita le llaman, estaba presente en una barrera y recibió el cariñoso
brindis de ese cuarto toro, “Bendecidito” de nombre, bendición del cielo, de
manos no del torero, sino del amigo Ponce. Una muestra de la dimensión de este
hombre, íntegro dentro y fuera de la plaza, amigo de sus amigos, así es Ponce.
Acababa de cortar dos orejas, acababa de culminar la más bella composición
torera que posiblemente le hayamos visto en estos 26 años y sus primeras
palabras ante las cámaras de Canal Plus Toros son para “su” Carmencita,
emocionado, agradeciéndole que haya venido a verle, sin importarle récords ni
reconocimientos personales, sin poses ni gestos forzados, sin falsa humildad y
modestia, de verdad, como su toreo. Ese es Enrique Ponce, el maestro y el
hombre, dentro y fuera de los ruedos, siempre respetuoso con sus compañeros,
amante de los toros a los que siempre ha cuidado y respetado con devoción,
jamás un mal gesto, siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitaba, sean de
la profesión o no, colaborador y mecenas de infinidad de causas benéficas, un
ejemplo a seguir.
Esta mañana recibía un tuit de
un gran aficionado, gran amigo y por el que tengo enorme cariño y admiración.
Dicho tuit iba dirigido al maestro Ponce, de quien es muy amigo, y decía lo
siguiente: “se torea como se es, un caballero, un señor, pura elegancia, grande
Enrique, gracias”. Creo que ese mensaje resume a la perfección la dimensión de
gran figura de uno de los más grandes de la historia de esta Fiesta que tanto
amamos, que aún nos va a deleitar con muchas más tardes para soñar con eso que
tanto amamos, los toros.
Antonio Vallejo
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