viernes, 9 de junio de 2017

29ª de San Isidro: Juan del Álamo, Puerta Grande. Trinidad, miserable


Esta tarde se han dado cita la justicia y la historia en Las Ventas. La justicia y la historia, ambas de la mano, en perfecta armonía para el salmantino Juan del Álamo. La historia cruel, ella sola, ha vuelto a repetir su cita con Manuel Jesús El Cid en una película que ya tiene demasiadas secuelas, todas iguales.
Justicia para Juan del Álamo que ha abierto la Puerta Grande de Las Ventas al cortar dos orejas, una a cada uno de sus toros, que tenían que haber sido tres  si en el palco no hubiera estado sentado un siniestro personaje, un ser miserable, despreciable, mal aficionado y mala persona, un auténtico ladrón aunque se disfrace de comisario de Policía - ¡Dios mío qué pánico que este individuo represente la ley! - que ha robado con una indecencia indescriptible la segunda oreja que el salmantino se merecía sí o sí en el tercero. Justicia que ha decidido hacerse presente hoy en Madrid, no podía soportar la canallada de Trinidad López-Pastor Expósito, que así se llama el individuo, y le ha puesto en suerte a del Álamo un toro de oreja en el sexto que ni el maligno personaje del palco, el que representa al reverso tenebroso de la Fiesta, le ha podido arrebatar. Pero la justicia no venía sola, hoy estaba acompañada por su amiga la historia, esa que venía jalonada de orejas para el salmantino  durante años, esa historia que decía que cada tarde que toreaba con Madrid cortaba una oreja, ocho veces había ocurrido, la misma que nos enseñaba cómo acariciaba, soñaba, anhelaba abrir la Puerta Grande, tan cerca pero que al final siempre se quedaba tan lejos. Esa historia ha mostrado hoy sus dos caras. Su cara amable rompiéndose a sí misma en pedazos, diciendo que ya estaba bien de dejarle con la miel en los labios al salmantino, que hoy era el día elegido para que por fin rompiera la Puerta Grande y volara a hombros de Madrid al cielo, como digo cada día que esto ocurre. Su otra cara es la cruel, la que se repite en la figura de Manuel Jesús "El Cid", esa que cuenta que cuando torea mal mata bien y a la primera, como en el primero, y que cuando torea tan encajado y templado como en el cuarto mata mal pierde una oreja de ley que tenía ganada. Crueldad, maldición, maleficio, no sé cómo llamarlo, pero una vez más ocurre, parece que hay una fuerza oculta, una espada de Damocles sobrevolando el ruedo decidida a boicotear un esperado triunfo de El Cid, una tarde redonda que el sevillano se merece en Las Ventas. Cara amable y cara cruel, injusticia y justicia, cara y cruz de una moneda que cada tarde se tira al aire cuando sale el toro y que esta tarde se han abrazado en Madrid, en el triunfo y en la mala fortuna.
Buena, muy notable corrida de Alcurrucén, encaste Nuñez, muy bien presentada para mi gusto, muy seria, que de los cinco toros que ha lidiado (el primero era un remiendo de El Cortijillo) ha tenido tres de nota: El enclasado tercero, el bravo cuarto y el encastado y exigente sexto. De los dos restantes alcurrucenes se salva algo el manejable pero sin clase ni empuje quinto, siendo el segundo un toro imposible para el lucimiento por soso y deslucido, vacío por dentro. Si ayer se hablaban maravillas de los de Rehuelga, ¿qué van a a decir hoy?. Yo lo digo, para mi mucho mejor hoy, tres toros de cinco, igual que ayer, bravos y encastados, pero además con clase y calidad. No habrán entrado 20 veces al caballo, ¿y qué?, lo que he vivido hoy me ha llenado más, el arte y la belleza me llegan dentro, la fiereza y el peligro me pueden entretener y mantener en vilo, pero en mi la emoción surge del sentimiento y la torería, lo que esta tarde he visto. Así lo he comentado, y compartimos el mismo gusto, con mi gran amigo Luis Felipe Utrera-Molina, con el que he tenido el placer de compartir otra tarde de toros. Un privilegio su amistad y un privilegio su conocimiento de este Arte, del que siempre aprendo mucho, no solo del toreo, y de su agradable conversación cargada de anécdotas y curiosidades, algo que lleva en los genes, transmitido de su padre, un gran aficionado, un gran hombre, un gran español íntegro, fiel y leal hasta su muerte. De tal padre tal hijo. 
Juan del Álamo ha tenido dos toros idénticos en cuanto a comportamiento en los primeros tercios, reservones de salida, sin rematar, parándose frente al capote, huyendo, manseando, doliéndose en el primer puyazo, saliendo rebrincados en cuanto han sentido el acero, pero metiendo la cara abajo y empujando con clase en el segundo encuentro, humillando, con el hocico olisqueando la arena al entrar de nuevo a los capotes que se le ofrecen, para finalmente romper en la muleta en dos variantes muy distintas, una enorme de clase y nobleza el tercero, Licenciado de nombre, y otra encastada, exigente y complicada en el sexto, Bocineto, ante el que había que atarse muy bien los machos. A los dos los ha toreado de manera prodigiosa el de Ciudad Rodrigo, a los dos los ha entendido a la perfección y a los dos les ha dado la lidia que precisaban en cada caso. Las complicaciones que mostraban de salida, suelto y probón, amagando y parándose, las ha solventado aguantando, perdiendo un paso, esperándole, para poco a poco mostrarle el capote y enseñarle a embestir, sacando unas verónicas de enorme valor, templadas, con ritmo, gran mérito. Ya en el segundo encuentro con el caballo han empezado a demostrar ambos toros que podían romper porque metían la cara y peleaban en el peto, humillaban en los capotes y repetían con fijeza. Y es que desde el principio ya lo había advertido Luis Felipe, "hay que esperar y tener paciencia, que he visto muchos toros así que luego cambian radicalmente y rompen a embestir". Y así ha sido, ¿es o no un privilegio ver los toros a su lado?.
La faena de muleta al tercero puede definirse por el temple, la lentitud, el ritmo, la suavidad y la torería. Inicio bellísimo, muy toreo, doblándose por bajo, rodilla en tierra, muy templado, la muleta siempre puesta, tapándole la cara para que no se fuera suelto, rematando con un desplante a pies juntos que rebosaba gusto y clase infinita, dejándolo en el mismo centro del anillo para comenzar un recital de toreo por ambos pitones de muchísimos quilates. Las series en redondo han surgido templadas, lentas, toreando muy despacio, la muleta planchada, adelantada, ni un toque a las telas, con una limpieza exquisita y una verdad absoluta, enroscándose al toro, corriendo la mano, siempre por abajo, rematando hacia dentro para quedarse perfectamente colocado y ligar los muletazos con una suavidad adorable. Los de pecho con los que ha rematado cada serie han sido de antología, eternos, de pitón a rabo, ante un gran toro que humillaba y perseguía con codicia la muleta, sin hacer un mal gesto, con una clase descomunal. Si bien es cierto que la primera serie con la zurda ha sido algo más acelerada, las siguientes han seguido el camino trazado anteriormente, el camino del temple, la hondura y la ligazón, enormes, manejando los vuelos con una dulzura angelical, acariciando la cara de Licenciado. La belleza y la clase de la faena no ha sido la única virtud el salmantino, es que además ha sabido dosificar y medir a la perfección la duración de la rotunda sinfonía que ha compuesto, tomando la espada cuando estaba en el punto más alto de emoción y transmisión, con la plaza entregada, sin alargar en exceso, tentación muy posible que tantas veces hemos visto cómo arruina faenas.  El final ha rezumado torería por los cuatro costados, adornándose por bajo tras una serie lentísima en redondo que ha sido el culmen, dejando al toro en los medios perfectamente cuadrado para entrar a matar, sin pausa, con decisión, colocando un estoconazo que ha pasaportado a Licenciado sin puntilla. Emoción hasta en la muerte, el toro en los medios, el matador dejándole solo, imagen de torería que traigo como ilustración de esta entrada. Dobla el alcurrucén y la plaza entera, ¡todos los tendidos!, unanimidad, es un mar de pañuelos pidiendo los dos trofeos, algo que el presidente se niega a conceder ganándose una bronca monumental ¡de toda la plaza!. Repugnante actitud de un repugnante ser. Una oreja que sabe a dos y dos vueltas al ruedo apoteósicas para un Juan del Álamo que se ha roto a torear, se ha abandonado y nos ha hecho soñar.
Le quedaba el sexto, con media Puerta Grande abierta. La injusticia de la que hablaba al principio había hecho acto de presencia. Pero nadie contaba con que la justicia estaba invitada a la corrida de hoy y que la historia no quería perder protagonismo y quedarse atrás. Bocineto ha hecho exactamente lo mismo en los primero tercios, se ha comportado igual y el salmantino  lo ha metido en su capote a base de esperar y tragar, luciendo en unas verónicas monumentales en terrenos del 5 a las que el alcurrucén ha respondido con el hocico a ras de suelo. En el caballo ha manseado y el tercio de varas ha resultado desordenado y casi caótico, pero finalmente y con buen criterio ha mandado al picador de turno, Óscar Bernal, hacia terrenos de chiqueros para picarlo allí, en mi opinión muy acertadamente. Se duele en la primera vara y toma una segunda con codicia, empujando abajo. Se repite la historia del anterior. En banderillas espera y corta, pero tiene movilidad y pone en apuros a Roberto Martín "Jarocho" y Javier Gómez Pascual que clavan con riesgo y mérito demostrando oficio. Este no es como Licenciado, este es exigente, muy encastado, humilla y repite con fijeza, pero a medio muletazo echa la cara arriba y lanza derrotes y tornillazos con violencia. Juan del Álamo ha sacado a pasear las tres reglas de oro del toreo: parar, templar y mandar, ¡y vaya cómo lo ha hecho!. Ha parado al toro en terrenos del 5 y el 6, ha templado las embestidas y, a base de bajar la mano, ha mandado y sometido a Bocineto en su muleta, que va largo, con galope alegre y brío, con muy buen tranco, que repite, pero que también tiene riesgo, corta y sabe lo que hay, muy exigente, como ya he comentado. Aquí hemos visto a un torero poderoso y valiente, firme y decidido, tragando y aguantando a un toro que en los pases de pecho echaba la cara muy arriba, por encima de la cabeza del torero, que ha toreado con temple por ambos pitones, con profundidad, bajando la mano, alargando todo lo posible el viaje de un toro que reponía en seguida y buscaba. Emociones a mil por hora, valentía aunada a la clase, gran mérito de un torero entregado que ha cuajado series magníficas cargadas de sabor. Todo dependía de la espada, la historia y la justicia tenían que pronunciarse, y lo han hecho. Otro estoconazo  volcándose sobre el morrillo para cortar una oreja que hace justicia y así romper la historia que le hacía acariciar la Puerta Grande pero que nunca había abierto. Hoy lo ha hecho, a lo grande, a pesar de Trinidad, que se pudra en su miseria. 
La pena es que la historia haya gastado todas su balas para cambiarse a sí misma con el salmantino. Una pena que no haya querido darse  otro giro de 180º con Manuel Jesús El Cid, que ha tenido en el cuarto, Antequerano, un toro bravo y noble al que ha toreado con mucha clase en la muleta. Un toro al que ha recibido a la verónica con gusto y suavidad y que se ha empleado en una muy buena segunda vara a cargo de Jesús Ruíz Román, muy aplaudido. Inicia la faena sin probaturas, por el pitón derecho, redondos muy templados, con la mano muy baja, alargando el viaje, sobre todo uno lentísimo, larguísimo, gloria bendita. Bravo, noble y repetidor el alcurrucén, con fijeza, al que lo ha toreado con la diestra con una profundidad inmensa, en series templadas y ligadas por abajo cargadas de belleza. La mano izquierda de El Cid es famosa, es su punto fuerte, y lo ha demostrado. Por ese pitón iba peor, pero ha acabado rendido al poderío del sevillano en una serie de naturales hondos rematada con uno de pecho tremendo. El toro se va apagando pero aprovecha con maestría una última tanda lentísima, con una cadencia pasmosa, durmiendo al alcurrucén en la muleta, una auténtica delicia. ¿Por qué se ha tenido que repetir la historia?, no me lo creo, es una maldición que le persigue. La maldita espada, un pinchazo tira todo por tierra, de nada vale la posterior estocada hasta la yema, se evapora la oreja. Saluda una grandiosa ovación y me hubiera gustado que hubiera dado una vuelta al ruedo, la merecía, pero parece que en estos tiempos está prohibido algo que siempre había sido motivo de reseña destacada en todas las crónicas, la vuelta al ruedo en Madrid a veces valía más que una oreja. En fin, modas o manías.
De Joselito Adame poco se puede decir en la tarde de hoy. Ha pasado desapercibido ante un segundo imposible al que no había nada que hacer, y ha tenido un quinto manejable pero sin raza, soso y deslucido, que iba a media altura, sin empuje, ante el que tampoco me ha parecido ver al mexicano especialmente entonado. Fuera de sitio a mi modo de ver, al hilo del pitón, demostrando que tiene técnica pero sin llegar a transmitir en una faena con poca historia, sin ritmo ni continuidad, deslucida, en la que tan solo el inicio ha tenido gusto y torería, sacando al toro a los medios con despaciosidad y elegancia, con muletazos por bajo y un trincherazo precioso. Pero poco más, no se ha acoplado y su toreo con el compás muy abierto y fuera de cacho no ha calado ni ha gustado. Para colmo ha matado mal, saliéndose de la suerte, dejando una entera baja que ha hecho guardia y precisando dos pinchazos más antes de colocar con habilidad una entera que ha hecho doblar al de Alcurrucén.
No puedo negar que hoy he salido de la plaza con una sonrisa y contento con lo que he visto, una Puerta Grande para un torero de pies a cabeza, salmantino, de Ciudad Rodrigo, Juan de Álamo,  que hoy ha cumplido un sueño que se le resistía y que la justicia y la historia han hecho posible. Y con otra sonrisa solo pensando lo que le tiene que haber jorobado al tal Trinidad no haberle quedado más remedio que conceder la oreja del sexto ante la clamorosa petición. ¡Ojalá no vuelva a pisar el palco!

Antonio Vallejo


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