jueves, 25 de mayo de 2023

De valor e injusticia


 De eso ha ido la tarde, de valor inmenso y miserable injusticia, con nombre y apellidos. El valor lleva el de Román y Francisco José Espada, la injusticia responde al de José María Fernández Egea. Cuando dos toreros se entregan sin dejarse nada, con toda verdad, cuando se exponen y como en el caso de Espada acaba pagando con sangre su arrojo, cuando el valor seco, la firmeza y la decisión son los cimientos de obra, cuando además se torea bien, con temple y ajustado a las condiciones de los astados y cuando una mayoría muy clara solicita la oreja para uno de ellos es muy difícil de entender que una sola persona se salte el reglamento, se lo pase por el forro y niegue una oreja que nos podrá parecer más o menos meritoria, barata o cara,  cada uno tendrá su opinión respetable, pero que estaba obligado a conceder. Y eso lo ha hecho D. José María Fernández Egea. No sé el motivo, por desconocimiento no debiera ser, por arbitrariedad sería muy grave. Quiero pensar que por el que dirán y el miedo a que unos veinte o treinta, los de siempre, los que no paran de protestar todo, le monten el lío y griten como posesos "fuera del palco". Injusticia y cobardía, vamos, lo peor de lo peor.
Una oreja pedida con fuerza y mayoría más que clara tras una faena al tercero que arrancó por estatuarios y un cambiado por la espalda muy ajustado, de los de quitar el hipo. Toro pronto, con fijeza y movilidad, repetidor y enclasado, con buen fondo, pero que adoleció de la falta de fuerzas que fue tónica general de la tarde. Ritmo y temple en las tandas por el pitón derecho pero sin poder obligarle en demasía porque no le aguantaba, pero supo ajustarse a las condiciones del de Luis Algarra y trazó ligadas series en redondo a media altura en las que los pases de pecho para abrocharlas fueron antológicos, a la hombrera contraria. Lástima no poder bajar la mano para dar más profundidad y rotundidad a las series, iba con lo justo el astado. Por el izquierdo  mostró peores condiciones, menos recorrido, viniéndose por dentro, pese a lo cual algún natural tuvo su aquel, como el farol cosido a otro de pecho también a la hombrera contraria que hizo sonar un olé rotundo. La última tanda en redondo, acoplado y encajado fue de lo mejor, con la mano más baja, y las bernadinas muy ceñidas cambiando la trayectoria en el último segundo fueron la muestra palpable de un valor sin límite que dejaba todo en mano del acero. Con esa misma valentía se tiró a matar, recto, sin miedo a nada, triunfar o morir, para hundir la espada hasta la yema, en todo lo alto. Petición mayoritaria sin discusión que desoye el del palco. No merece la pena dedicarle más y sí a Espada que ante el sexto mantuvo intactas sus ganas, su firmeza y su entrega. De rodillas arranca la faena al sexto, llevándolo en largo con derechazos bajos de mucha emoción hilvanados a un cambio de mano de antología y uno de pecho eterno que puso a la plaza en pie. Ya incorporado aplicó temple para conducir las buenas embestidas del noble toro de Algarra. Series reunidas por ambos pitones, adelantando la muleta, poniéndosela en la cara, muletazos de trazo limpio, ni un toque, ligadas por bajo, profundidad, rematando con sensacionales de pecho, todo entre olés de unos tendidos tan entregados como el fuenlabreño. Pero el animal duró lo que duró y se vino a menos, comenzó a cortar y defenderse, soltando derrotes, con Espada en las cercanías, muy cruzado, robando muletazos de unos en uno, enorme valor, entre protestas de unos pocos que no llego a entender. Menos lo entiendo cuando por tanta verdad es empitonado y lanzado por los aires con el resultado de una cornada de doble trayectoria en el muslo izquierdo, pagando con sangre su entrega y evidenciando la mezquindad de unos pocos que confunden exigencia con intransigencia. Tenía otra oreja en la mano, pero esta vez fue el mal manejo de los aceros el que le privó de obtener el triunfo. Sin duda prefiero la mala suerte a la injusticia.
Román sí que cortó un ansiado trofeo ante un quinto de Montalvo que no se empleó en los primeros tercios, rebrincado y descompuesto, la cara alta, llegando a la muleta con aspereza y brusquedad en sus embestidas. Un toro con movilidad pero sin clase alguna, que iba y venía a lo loco soltando tornillazos secos gracias a la fuerza descomunal de su potente cuello, un toro que pedía mando y poder, que no concedía nada pero cuya emoción residió precisamente en esa lucha cara de perro entre el hombre y la bestia. Impresionante el valenciano, decidido y firme, plantando las zapatillas sin lugar a las dudas, colocándose a la perfección, echando la muleta alante y tragando lo indecible, todo con una verdad suprema y entrega absoluta. ¡Vaya raza y que par de cojones! Perdónenme la expresión pero es la única manera de plasmar lo que hemos vivido en una faena de muleta de intensísima emoción, toreando además muy bien, todo por abajo, ligando, muletazos profundos de un mérito superlativo, derechazos y naturales de locura por calidad y por exposición frente a un un toro que buscaba y buscaba para hacer presa. Enorme Román que epilogó la lucha titánica con unas manoletinas ceñidas que helaban la sangre. Marcando los tiempos a la hora de entrar dejó hundida la Tizona hasta la empuñadura en el mismísimo hoyo de las agujas. Flamear de pañuelos y esta vez sí que el del palco no tuvo más remedio que conceder una oreja de ley y mucho peso. Antes tuvo un segundo noble y enclasado pero con escasas opciones por sus muy pocas fuerzas al que toreó con temple y suavidad, cuidando la altura, sin poder obligarle porque a la mínima perdía las manos. Tomaba bien la muleta, metía la cara y quería, pero no le daba, pese a lo cual pudo componer el valenciano tandas en redondo con cierto empaque cuando le pudo bajar algo más la mano y dar profundidad a su toreo. Como en el quinto, el espadazo fue antológico, volcándose sobre el morrillo para enterrar el estoque en todo lo alto. 
Y hablando de pocas opciones las de Octavio García "El Payo", ahora simplemente Payo. Un lote sin fondo y sin fuerzas ante el que tan solo pudo mostrar buenas maneras y un toreo aseado, intentando hacer bien las cosas, tratando de poner la muleta y sacar algo, pero las nulas condiciones de los dos de Luis Algarra que le tocaron en suerte impidieron el mínimo de emoción. Inédito el mexicano aunque lo intentó con empeño, creo que incluso demasiado,  alargando en exceso unos trasteos que no llevaban a ningún fin con lo que solo consiguió enfadar a parte del público que le pedía brevedad ante la evidencia de lo imposible.



Antonio Vallejo

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