Es la primera vez que empiezo a escribir sobre una tarde de toros cuatro horas y media antes de que se dé inicio al paseíllo. A estas horas el pronóstico meteorológico que veo en el teléfono no es muy halagüeño, aunque es cierto que hay uno que espero que acierte más que el otor y aguante la lluvia. No será porque no estamos avisados si luego las condiciones para la lidia son infames. Pero siendo eso algo preocupante lo que me ha llamado la atención son los seis toros de El Pilar sorteados para esta tarde y cuyas láminas publicadas en la web de Las Ventas les traigo a portada. Dirán, ¿y eso a cuento de qué?, ¿porque son todos castaños y colorados?. La verdad es que llama la atención ese color de capa en todos y que ni uno sea negro, pero no me parece más que un detalle pinturero. Lo que realmente me ha llamado la atención es el peso de los toros. Aunque sea tedioso se lo voy a detallar uno a uno. El primero 600 Kg, 547 Kg el segundo, el tercero 515 Kg, 544 Kg el cuarto, y para el que quiera carnaza, 605 kg el quinto ¡y 630 Kg el sexto!. A priori, muy desigual en la romana y supongo que muy desigual de hechuras. Por ponerles un ejemplo que explique lo que me parece. Si se fijan en el lote de Francisco de Manuel verán que hay una diferencia de ¡515 Kg! entre sus dos toros, una auténtica burrada y un dato que no me cuadra, sinceramente. Las fotos son estas, luego veremos cómo son en realidad, pero no es que sea el mejor anuncio de cara al juego que puedan dar. Sé que es arriesgadísimo predecir nada en esto del toreo, que esto que estoy haciendo es un experimento, que la probabilidad de equivocarte y hacer un ridículo de espanto es altísima, pero a ver si esos 600 y más Kg que llevan tres de los seis aprobados no pesa, valga la redundancia, mucho, muchísimo, demasiado o todo en sus condiciones. Eso sí, a lo mejor tanta carne frena los miaus, por volumen no será, digo yo. Lo dicho, en unas horas me voy a la plaza, con la expectativa de ver buenos toros y no mojarme mucho. ¿O será al revés?. Se lo contaré.
Aquí estoy de nuevo, al menos seco, no nos hemos mojado, la temperatura perfecta y el viento en calma, algo bueno tenía que dejarnos la tarde. Sí, las peores sospechas se han cumplido y ha pasado lo que tenía que pasar, que para mover tantos kilos hace falta mucho motor, y no lo han tenido. Directamente, sin paliativos, la corrida de El Pilar ha sido mala, muy mala, horrible. Una escalera de pesos y hechuras, muy dispares, tres enormes, muy voluminosos, un tanto exagerados, auténticos trolebuses, otro largo y con falta de remate, y uno para mi gusto el más armónico y proporcionado, además de serio, el tercero, casualmente el de menos peso. Desde luego que en cuanto a presentación no me ha enamorado, me han sobrado muchos kilos y litros de volumen. Soy más del toro bien hecho, recogido, proporcionado y serio, es decir, con trapío, independiente de la romana, ese sí me enamora. Trapío y masa no son sinónimos, conviene recordárselo a algunos, aunque de bueno ha tenido que con tanto kilo al menos nos hemos librado de los miaus, tal como suponía este mediodía. Siendo todo esto opinable y cuestión de gustos, lo que ha sido una realidad que deja poco margen a la discusión es que el juego y el comportamiento ha sido muy pobre y decepcionante. Sin fondo y sin fuerzas, han llegado a la muleta sin fuelle, muy parados, sin humillar y, salvo primero y segundo que han tenido al menos nobleza y más recorrido en el capote, los demás casi ni para eso han servido. Y no digo en el caballo, poco o muy poco han cumplido en general, deslucido a más no poder, empujando más por la inercia de su masa que por poder.
Una tarde que se derrumbaba y se convertía en ruinas a cada toro que saltaba, siendo especialmente triste el espectáculo en el tercero, devuelto a los corrales por inválido, el tercero bis, también del hierro titular, devuelto a los corrales por inválido, y el tercero tris de Conde de Mayalde. Pero una tarde que se ha salvado gracias al toreo de capa en los dos primeros y a la actitud, la firmeza y el par de bemoles de Francisco de Manuel precisamente frente al tercero y mucha disposición en el sexto.
Diego Urdiales y Pablo Aguado nos han hecho soñar el toreo en el primero, momentos mágicos en el tercio de quites, temple y gusto, empaque y compás. Fueron las verónicas de Diego Urdiales a la salida del primer puyazo una auténtica maravilla, muy templadas, asentado, enganchadas muy alante para llevar la embestida muy larga y reunida, rematadas con una media repleta de gusto. Por el mismo palo en su turno de quites Pablo Aguado, verónicas sedosas, muy despaciosas, acompañadas con el cuerpo pero un poco por fuera, también rematada con una buena media. Pero donde el cielo se abrió y el sol iluminó el ruedo para que nadie se lo perdiera fue en la réplica de Urdiales. Un delantal para crujir el alma, unas verónicas reunidas y recogidas de máximo sentimiento, ritmo y compás, meciendo al toro, sabores de toreo eterno, empaque y torería de infinita expresión con la media belmontina para rubricar una auténtica obra de arte. Sólo por eso ha merecido pagar una entrada, palabra de honor. Una pena que ahí se haya vaciado el toro y en la muleta el riojano tan solo haya podido dejar detalles de ese sabor añejo con el que impregnan su toreo, imágenes en sepia de toreo caro, un viaje en el tiempo a otras épocas doradas de este Arte, ante un toro que no pasaba y cabeceaba condicionado por su falta de fuelle.
Lo mismo lo vivimos en el segundo con Pablo Aguado interpretando el toreo de capa con más expresión que en el anterior, a mi modo de ver. Fue en la réplica a un templado y buen quite de Francisco de Manuel a la verónica. Aquí paró el tiempo, las agujas dijeron alto y los lances duraron una eternidad, verónicas de ensueño, acompañadas con la cintura y más cerradas que en el primero, una de ellas de auténtica locura, por momentos parecía que toro y torero iban a pararse y convertirse en estatuas de lo lento que la ejecutó, para rematar con una media a pies juntos para morirse, de una gracia y una belleza suprema que puso a la plaza en pie. Y, al igual que en el turno anterior, el toro se vació en los capotes y poco hubo de más. Eso que los primeros compases invitaban a soñar, por bajo, andándole con torería para llevárselo a los medios, trincherilla y pase de la firma de aromas sevillanos. Trato delicado en la muleta, a media altura para cuidarle y que no se viniera abajo, pulcro y aseado, templado, sí, pero sin emoción pero el de El Pilar no daba para más, sin entrega aunque mantenía su nobleza. También es cierto que Aguado necesita un toro concreto con unas condiciones muy especiales para que su manera de interpretar el arte tome vuelo. Cuando sale ese toro que se acopla a su toreo es una delicia, pero ese toro no sale todos los días, es lo malo, que bastantes son las ocasiones que su toreo es el que no se acopla al toro. Aunque esta tarde era muy difícil acoplarse a nada porque había muy poco o nada a lo que hacerlo.
Y por último la actitud de Francisco de Manuel toda la tarde, máxima entrega y exposición, con mucha sinceridad, todo de verdad, sin guardarse nada. No es fácil ver como te devuelven por inválidos dos toros y tienes que esperar a que salga un segundo sobrero. Eso ocurrió en el tercero tris de Conde de Mayalde al que recibió arrebatado con una larga cambiada de rodillas para una vez erguido torear a la verónica con emoción y rematar con una revolera. Más disposición y ganas imposible, como en le arranque de faena, de rodillas, citando en largo, se lo pasa un par de veces pero el toro se va por dentro y al tercer muletazo lo lanza por los aires sin llegar a herir al madrileño, un auténtico milagro. Desarrolló mucho sentido, recortaba y reponía por ambos pitones, sabía lo que se dejaba atrás, había notado la carne y la buscaba con ahínco. Con firmeza y una valor infinito le plantó batalla, una pelea a cara de perro, poniéndole la muleta en la cara y la mano baja, tragando y aguantando parones y miradas, hasta conseguir embarcarle en algunas tandas de enorme mérito, ligazón y emoción jugándosela sin trampa ni cartón, con toda la verdad puesta en la muleta. Una entera pasaportó al de Mayalde para cobrar una vuelta al ruedo de enorme peso tras petición insuficiente según el criterio del palco (sinceramente no sabría decir si había o no mayoría de pañuelos, creo que estaba justita la petición) que algunos reprocahar en base a no sé que argumentos. Bueno, lo imagino, sobre todo porque ante la entrega del de Colmenar frente a un toro sin clase y con peligro sordo soltó el ya clásico "hay que torear". También con el que cerraba plaza mostró la misma entrega. Un toro imposible, un bicho enorme con 630Kg en sus carnes que salió con bríos y galopando con bríos. Ahí se lo dejó todo, no pudo más para mover semejante masa. Precioso el galleo por chicuelinas para llevarlo al caballo y sumarse así al buen toreo de capa que ha salvado la tarde de una ruina total. En la muleta nulas opciones, sin recorrido, no pasaba, la cara alta, soltando tornillazos. Se puso y lo intentó, de nuevo expuso para nada, como nada se le puede reprochar, buscando hacer bien las cosas, pero no había donde rascar con un toro a la defensiva que para lo único que sirvió fue para que los matarifes sacaran de él kilos y kilos de carne.
Antonio Vallejo
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