La verdad desnuda de la juventud recién estrenada. Poco más que niños los tres que esta tarde han puesto patas arriba la plaza de toros de Madrid. Alejandro Peñaranda, Ismael Martín y Jarocho, 21, 20 y 19 años, así, en orden, con esa inocencia aún no perdida, con esa mirada limpia del que viene a mostrarse tal cual es, con sus virtudes y sus defectos por pulir, pero con la ilusión intacta del que nada esconde y todo lo quiere dar, generosidad sin límites, entregados a la afición y, sobre todo, a lo que más aman, el toro y el toreo. Solo así entiendo esta tarde en la que lo que menos importa es el relato de lances, suertes o estocadas, casi todo eso puede ser perfectamente prescindible, se queda en mera anécdota frente al aluvión de sentimientos y emociones desbordadas en el que nos han envuelto estos tres jóvenes que han cumplido la ilusión por la que tanto han sacrificado y por la que han luchado frente a muchas adversidades.
Mucho se puede hablar o escribir, empezando por el resultado final, la Puerta Grande de Jarocho al desorejar al sexto y las orejas cortadas por Peñaranda y Martín. Se puede también reseñar que se han enfrentado a una muy seria novillada de Fuente Ymbro, bien presentada, variada de hechuras, en la que destacaría al primero era una auténtica preciosidad, una oda a la armonía, y las proporciones, una lámina para enmarcar, el cuarto un jabonero impactante que era un tren en cada arrancada, recto, con dos guadañas por delante que rasgaban todo lo que se ponía por delante, el quinto un tío, pero que todo un tío, alto, fuerte, desafiante, imponente, y el que cerraba plaza un toro en toda regla, bajo, cuajado, perfectas hechuras. También se puede contar que tuvieron movilidad pero que les faltó entrega, las caras altas, que adolecieron de falta de empuje y fuerzas, que iban y repetían pero les costaba salirse, se quedaban debajo y tenían su peligro al revolverse, por lo que se podría decir que fue una novillada exigente y complicada en la que destacó claramente el sexto, con fondo y entrega, que humilló y repitió, con transmisión, pero que desarrolló sentido y sabía perfectamente lo que había detrás de la muleta, miraba y calculaba buscando donde clavar sus afiladas puntas. Se puede hablar también de las ganas de los tres chavales por darlo todo, que han venido a Madrid como hay que venir, en novillero, ardor juvenil sin freno sin perdonar ni un turno de quites, para mi en ningún modo reprochable aunque personalmente piense que en varios toros no debían haberlo hecho, no dudando Martín al completar el tercio de banderillas de su lote aunque lo más sensato hubiera sido no arriesgar en el tercero, un novillo muy complicado para colocar los palos por como soltaba la cara en el que no encontró lucimiento ni comprensión por parte de algunos tan exigentes como intransigentes pero que no se arrugó y repitió en el sexto con mucha exposición y más precisión, tres buenos pares, sobre todo los dos primeros, cuadrando en la cara.
Por supuesto que se puede hablar de Alejandro Peñaranda y de la sensación de estar preparado para tomar la alternativa. Firme, seguro y decidido, con un temple extraordinario que le sirvió para corregir los arreones a media altura del primero, conducir la embestida con paciencia, poco a poco, bajando la mano a medida que avanzaba el trasteo, aguantando derrotes y enganchones, para ir de menos a más y de mitad de faena en adelante torear acoplado y encajado, la mano muy baja, ceñido, derechazos profundos y naturales con hondura, ligados con clase y torería. Y valiente y muy comprometido con el cuarto, el jabonero que iba a una velocidad de vértigo, recto, llevándose todo por delante, incluido Peñaranda al que le dio una voltereta de vértigo. La muleta adelantada, temple asombroso para frenar el ímpetu y un par para pasárselo como se lo pasó y dibujar redondos maravillosos y naturales de un empaque superlativo. Toreo caro por calidad y entrega más un volapié volcándose sobre los puñales sin importarle nada para cortar una oreja sin discusión.
Y se puede hablar del compromiso de Ismael Martín que con el segundo, muy complicado y brusco, tiró de raza y tragó lo indecible. Se venía por dentro el novillo, se quedaba, no salía de las telas, pero le perdía pasos y siempre buscaba colocarse y colocarle la muleta plana, en la cara, para tratar de ligar los muletazos por bajo. Inmensos los naturales que robó y la profundidad de una serie de derechazos, enorme mérito, soberbia capacidad. Y más grande aún el corazón, el alma torera de este joven frente al quinto, que llevaba la cara por las nubes y soltaba gañafones a diestro y siniestro. cada muletazo un drama, se ponía, sin tapujos, dispuesto a todo, incluso a entregarle la vida, magia lo que le robó al novillo y la respiración cortada, los latidos a mil por hora, en las bernadinas finales, más que ajustadas, más que ceñidas, descosiendo los bordados, antes de agarrar una entera fulminante tras otro volapié tirándose a matar o morir. Otra oreja sin discusión alguna.
Como se puede hablar y hay que hablar de Jarocho en el que cerraba plaza, que por edad era novillo, pero en realidad un toro en la gran mayoría de plazas de España. Recital capotero del burgalés, saludo variado y vistoso amén de emocionante con dos largas de rodillas, ramillete de verónicas ganando pasos, chicuelinas a mano baja y una larga cordobesa de remate para volverse loco. Novillo con fondo, mucha clase, la cara abajo, haciendo el avión, movilidad y repetición, fijeza y celo. Se empleó en varas, arrancándose en largo, galope trepidante, empujando con los riñones, los pitones hundidos en el peto, magnífico tranco en banderillas donde Roberto Martín "Jarocho", cuajó una extraordinaria actuación, dos pares de poder a poder perfectamente reunidos para desmonterarse en respuesta a la fuerte ovación. Seguía la muleta con codicia, humillando, con recorrido enorme clase, en los primeros muletazos. En un derechazo se queda descubierto, rectifica el novillo y hace por él, nota la carne y ya sabe lo que deja detrás. Muy exigente, peligro sordo, no permitía nada, Jarocho no se encoge y con la zurda se abandona a un toreo al natural celestial. De uno en uno, dándole el pecho, adelantando la muleta, echando los vuelos para trazar ni sé cuantos naturales de un temple y una hondura máxima, lentos, eternos, rematados por debajo de la pala, sinfonía de toreo que hace rugir a Madrid y destroza las las palmas. Novillo y novillero entregados, la plaza rendida y otro volapié que puso a Madrid por una vez de acuerdo y las dos orejas se pidieron sin discusión de absolutamente nadie. Ya había dejado patente con el sobrero de Villanueva que hizo tercero bis que esos naturales no eran casualidad y que ese empaque lo lleva dentro, nos los había enseñado, ese mismo toreo al natural, de frente, templadísimo, pero parece que a muchos les costó verlos, porque se le pidió la oreja, no sé sin con mayoría suficiente, yo creo que sí, pero no fue atendida la petición...y algunos aplaudieron al palco, tela.
De todo esto se puede hablar hoy, y seguramente se podrían llenar muchas más líneas, pero creo que a todos los niños y jóvenes que saltaron al ruedo tras arrastrarse al que cerró plaza poco les importa poco todo eso, igual que a mi. Todo lo escrito y contado no vale de nada hoy, no significa nada, tan solo son escalones para llegar a la cima, a la verdadera dimensión de esta Fiesta y esta afición, que, como siempre repito, es el sentimiento y la emoción que ha desbordado su ilusión. Todos esos alumnos de las escuelas taurinas se han llevado a hombros a Jarocho, le han sacado a hombros por la Puerta más Grande y han visto el cielo más bonito del toreo, el de Madrid, pero lo que realmente llevaban eran sus ilusiones y sus sueños, los de todos ellos y también los míos. Sueños que hacen soñar, el toreo que nunca morirá.
Antonio Vallejo
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