Corría el cuarto de la tarde, un precioso animal, magníficas hechuras, cuajado, hondo, bajo de aguja, proporcionado, armónico, con mucha seriedad, tremendamente astifino, pero sin las exageraciones que habíamos visto en los dos primeros, especialmente el primero, de cabeza descomunal y dos velas estratosféricas, un exceso en las antípodas del equilibrio que me gusta en un toro. Suelto de salida, sin fijeza, se frena en los capotes, pelea fea en el caballo, cabecea, hace sonar el estribo, se duele, sale a su aire, corta el viaje, se frena, huidizo, va y viene por donde quiere, sin freno, se va al caballo que guarda puerta, sale rebotado, nadie lo para, nadie lo fija, desorden absoluto, lidia caótica, si es que a lo que estábamos viendo se le puede llamar lidia. Tan solo aporta cordura Juan Carlos Rey en dos monumentales pares de banderillas haciéndolo absolutamente todo, reclamando la atención del toro, parándolo y fijando su atención, ganándole terreno para cuadrar en la cara con exposición y reunir con una verdad y una pureza absoluta recogiendo una ovación atronadora viéndose obligado a saludar montera en mano. Si esto de los toros fuera una ciencia sería muy fácil. Cogemos todos los factores anteriores, los sumamos, restamos, multiplicamos o dividimos, hacemos una ecuación o alguna de esas cosas raras de fórmulas y, ¡oh maravillas de la ciencia!, los cálculos de probabilidades y el hipotético resultado nos daría igual a toro manso, y que casi mejor nos pidiéramos un gin tonic al bueno de Antonio que vende las bebidas en el tendido, porque no íbamos a ver nada de nada. Pero gracias a Dios esto es otra cosa, esto no sigue leyes aritméticas, ni geometría, ni estadística, esto es mucho más, esto es toreo y el toreo es arte y nace de una magia inexplicable. Y no le busquen más explicación a lo que pasó a continuación. Pudo ser la inteligencia de David Galván, pudo ser su saber, pudo ser una capacidad innata para ver más allá de la lógica, o pudo ser su valor y decisión a salir, tirar la moneda al aire y esperar que saliera cara... o cruz. Pudieron ser mil cosas, o ninguna, ni idea. Lo que fue, lo que se apareció ante nosotros así, de la nada, fue la magia del toreo, solo así entiendo lo que pasó. Con decisión tomó la muleta el gaditano, se fue a buscar al toro entre las rayas del 10 y, con una torería suprema comenzó por doblones, largos, por bajo, dos tandas de infinita belleza flexionado, de una profundidad inimaginable dos minutos antes, temple magistral, muy despacio, y el de El Torero que humilla con clase, meta la cara con calidad y repite con largura, hipnosis absoluta en los tendidos, frotándonos los ojos, incrédulos, hechizados. Trincherilla y pase de desdén, uno de pecho a la hombrera contraria de una suavidad y una sutileza para soñar toda una noche, todo fluye sin guión, es la magia del toreo. Otra más en redondo, acoplado, temple y ritmo, gusto y sabor en cada derechazo, la mano baja, relajado, empaque, ligando siempre en el mismo terreno, sin quitarle la muleta, elegancia y clase para rematar con otro de pecho eterno, desmayado, abandonado Galván, el ARTE fluyendo en sus muñecas. Los olés retumbando, la plaza en pie, emoción que aún subió enteros en una tanda de naturales portentosa. Por ese pitón le costaba más, paciencia y firmeza de Galván, centrado y sreno, dejándose llevar por el influjo de la magia, allá donde le llevara, poniéndole la muleta, mucho temple, uno a uno fue metiéndole en el canasto para componer una tanda de naturales de expresividad gigante abrochada por bajo con dos trincherillas más repletas de aromas toreros y otro de pecho de pitón a rabo sensacional. Más que hablar de epílogo mejor sería hacerlo de cerrar el círculo, porque eso es lo que hizo, terminar de idéntica manera a cómo comenzó, flexionado, doblándose, más belleza si cabe, largo y profundo, remates por bajo desbordando aún más torería si cabe, una locura en los tendidos, olés roncos, expresión máxima de los sentimientos. La estocada hasta la empuñadura, volcándose sobre el morrillo, recto, fulminante, rueda sin puntilla y la emoción desatada tiñe de blanco los tendidos. Oreja indiscutible, oreja de mucho peso que pone cara la feria, como caro, carísimo, de lujo, ha sido el toreo de Galván.
Y no le den más vueltas, no merece la pena, no le busquen más explicación, no la tiene, esto no es ciencia, no hay fórmulas ni algoritmos, tan solo déjense llevar y sientan la emoción, es la magia de este ARTE.
Antonio Vallejo
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