Dos focos marcaban el epicentro de la vida social madrileña en esta calurosa tarde de mayo. Por un lado el Santiago Bernabéu con el fenómeno mundial del pop, Taylor Swift, reuniendo a 80.000 personas en el estadio, swifters se llaman, adolescentes, y no tan adolescentes, enloquecidas por la cantante americana. Por otro lado Las Ventas con Morante de la Puebla y la legión de morantistas, entre los que me incluyo, que soñamos con ese toreo único e intransferible del sevillano en otra tarde de "no hay billetes", 24.000 personas. Cada uno por su lado, de norte a sur de la ciudad, se respiraba un ambiente distinto, de estética claramente diferente pero con el mismo objetivo, gozar del éxito de la figura. Y en medio de este hervidero en el que hoy se ha convertido la capital ha emergido, inmenso, un nombre y un hombre, Alejandro Talavante, que ha hecho del toreo al natural un monumento al Arte que nace de la imaginación, ese que fluye sin guión y que alcanza los más recónditos rincones de los sentimientos para desbordarlos en un cataclismo de emoción. Estoy seguro que los miles de swifters enloquecidos han vibrado con las canciones de su artista favorita que ya conocían, pero nada comparable con lo que hemos vibrado en una faena nacida de la inspiración y la improvisación, algo que no era posible conocer hasta el momento que ha sido engendrado en la muleta de Talavante, eso que solo el toreo tiene y da, el único arte donde nada está preparado y en el que todo es verdad, aquí sobran los efectos especiales.
Era el quinto de una tarde de cinqueños que naufragaba en medio de kilos y kilos de carne de los toros de Juan Pedro Domecq, muy sobrecargados de peso y volumen que habían dado un juego muy pobre, desfondados, sin emoción, de embestida descompuesta, las caras altas, sin entrega, a la defensiva, soltando arreones, punteando las telas, sin entrega alguna. Morante nada tuvo en su lote y nada pudo hacer, aunque a muchos les cegara el espejismo de Curro Javier en la brega del primero, encelándolo en el capote al andarle hacia atrás y llevarlo por bajo, o el sensacional tercio de banderillas a cargo de Joao Ferreira y Alberto Zayas. Pero fue eso, un espejismo, porque en la muleta ni humillaba ni pasaba, brusco, áspero, la cara por las nubes. Lo mostró por el derecho, por el izquierdo no hizo ni falta mostrarlo y se fue a por la espada, sin engañar a nadie, ahorrándonos el tedio de muletazos absurdos sin más fin que rellenar minutos. Eso sí, una verónica en le saludo capotero, un par de redondos templados componiendo la figura, encajado, pasándoselo por la cintura con el alma desmayada y un trincherazo en los muletazos de tanteo valen su peso en oro. Más de lo mismo con el cuarto, un toro que embistió siempre en línea recta, sin entrega, le probó todas las teclas Morante, intentos en vano ante la nulidad. A matar y a espera que por fin en Madrid le salga un toro que valga aunque sea algo. Los morantistas esperaremos y volveremos. Lo mejor de Pablo Aguado ha estado en el capote, saludo capotero a su lote por le mismo palo, verónicas de un gusto y una clase descomunal, templadas, las manos bajas, con desmayo, muy lentas, eternas, casi deteniendo el tiempo, rematadas con medias de cartel. Como también brilló al replicar en el tercero al quite por verónicas armoniosa y cadenciosas del maestro José Antonio. Fueron cuatro chicuelinas llenas de aromas maestrantes que elevaron el ánimo que decaía en los tendidos. Poco pudo hacer aguado para elevar ese ánimo en la muleta. Con inmensa torería prologó la faena al tercero, trincherazos por bajo coreados con olés sentidos y un cambio de mano majestuoso. Nada más pudo sacar en claro con la muleta, dos toros a contraestilo, lo intentó, trató de ligar los muletazos pero la casi hla fijeza y entrega de su lote deshacía cualquier empeño, nula transmisión.
No iba precisamente bien la tarde, otra juanpedrada se atisbaba en el horizonte, encima los ánimos se estaban calentando con las broncas a Morante, para mi exageradas y no fáciles de justificar a la vista de lo que tuvo enfrente, kilos y kilos de carne sin bravura, que tuvieron un momento inexplicable e inadmisible cuando ejecutó el quite al tercero por verónicas, ¿por qué?, ¿acaso no tenía derecho a hacerlo? Era su turno y. le correspondía, ¿que hay de malo?. Para que luego me digan que exagero con las fobias de algunos en Madrid. Ya había anunciado Talavante en el segundo que iba a por todas, que el lánguido torero de las pasadas temporadas era historia y que renacía el mejor Talavante. Variado y lucido el saludo capotero al segundo, delantales ganado pasos para llevárselo a los medios, chicuelinas garbosas hilvanadas a una revolera y una media de remate repleta de sabor. Arranque de faena de rodillas, dercahzos largos por bajo, el juanpedro repite y mete la cara, pero ahí terminó todo. Desfondado, parecía que quería pero no le daban las fuerzas, firme y voluntarioso el extremeño pero el conjunto nunca llegó a a tomar vuelo. El quinto marcaba ¡672 kg en la báscula!, una bestialidad que no hací presagiar nada bueno. Pero el toreo es así, se escapa a todas las reglas, la lógica se hace ilógica y las sombras se pueden convertir en luces. Nada en le capote, algo más mostró el juanpedro en el caballo, empujando con fijeza y en banderillas el tranco no fue malo. Sabía Talavante que el pitón bueno era el izquierdo y por ahí se fue, decidido y seguro. ¡Vaya tandes de naturales! Colocaión perfecta, ritmo y compás, mano baja, vertical, girando sobre sí mismo, en un palmo de terreno, ligazón, encajado, pasándoselo por la bragueta, hondura y emoción en cada natural, expresión máxima del sentimiento. Olés roncos que hacían estremecer, más y más naturales, hasta cuatro series a cual más rotunda y compacta. Y detalles de torería, trincherazos cargados de sabor, cambios de mano supremos, una arrucina improvisada, hija de la inspiración para cambiar al toro y salir aioroo de un parón interminable. Por el derecho profundidad y temple en una serie ceñida y ligada en una baldosa. El final de faena por bajo, doblones de torería difícil de superar, llevándolo en largo, genuflexo, una belleza sin igual. Entera caída y petición muy mayoritaria de oreja que el presidente no ha podido negar, aunque tenía sus dudas, menos mal. De no haber sido defectuosa la estocada creo que la Puerta Grande era un hecho.
Y mañana más, de Taylor Swift y de San Isidro. Este Madrid es imparable. Hoy ha sido Talavante, mañana ojalá sean los tres matadores los que nos hagan sentir el toreo en toda su inmensidad.
Antonio Vallejo
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