lunes, 10 de junio de 2019

28ª de San Isidro: Oreja salvadora de otro petardo


La peor entrada de toda la feria, ni media plaza, algo insólito y muy preocupante que debe hacérselo mirar a más de uno en la empresa de la plaza madrileña. Llevamos una semanita  que empieza convertir en una heroicidad no ya que el público vaya a Las Ventas, sino que los abonados se lo planteen muy seriamente. Esta tarde la mayoría de localidades de abonados en mi tendido estaban vacías, dato muy sugestivo, y eso ocurre simple y llanamente porque a la gente no se le da lo que pide, no se le dan atractivos suficientes. Lo dije y lo mantengo, el diseño de la feria era de tipo medio-bajo, con picos de mucho interés en medio de un océano gris. Y se está viendo, llevamos unos cuantos días seguidos de vulgaridad y mansedumbre en los que el cemento ha estado demasiado presente. Y con más tardes como la de hoy, y la de mañana, no veo fácil que cambie la dinámica. Puede que salga un toro como el sexto de hoy, o el cuarto de ayer, o el quinto del viernes, que maquille la tarde con una oreja como la que ha cortado hoy Eugenio de Mora, o Curro Díaz ayer, pero son destellos en una oscuridad tenebrosa como el petardo de esta tarde, deslucida y sosa hasta la extenuación, salvada in extremis por un Eugenio de Mora que compuso una faena mezcla de la técnica y el conocimiento que dan los años de alternativa para aprovechar al máximo las buenas condiciones del toro y tapar las no tan buenas, con el temple y el toreo poderoso del toledano que ha llegado con emoción a unos tendidos que bostezaban más allá de las nueve de la noche, cuando saltaba el sexto de la corrida de El Ventorrillo, muy desigual de hechuras, alguno como el cuarto un buey con muchos kilos y otro como el segundo con unos pitones descomunales y para mi gusto completamente desproporcionado en el conjunto caja/cara que daba un aprobado raspadito para Madrid. 
Cuando saltó este sexto y último del plomizo festejo parecía que iba a seguir los mismos derroteros que sus hermanos que le precedieron. Abanto de salida, sin destacar precisamente por su fijeza y entrega en el capote, con las manos por delante y la cara suelta. En el caballo mete mejor la cara y empuja, los síntomas mejoran, y su movilidad en banderillas da alguna esperanza para la muleta. El que lo había visto claro y lo tenía cristalino en su mente fue Eugenio de Mora, que mataba este sexto que correspondía según el orden de lidia al colombiano Ritter, corneado en un gemelo al hacer un quite por chicuelinas al cuarto de la corrida. El inicio de faena con ayudados por bajo cargados de torería despiertan los olés que ya estábamos empaquetando para otro día visto lo visto en las más de dos horas previas. Entendió al toro a la perfección, supo ver sus virtudes y las aprovechó al máximo, la madurez da eso, saber y conocimiento, la técnica ganada con los años permite someter al toro y el poderío y el arte del torero descarga toda la emoción en los muletazos. El toro tenía movilidad, pues le dio distancia. El toro llegaba con la cara a media altura, pues le consintió y le dio su medida de inicio, sin obligarle, para bajar cada vez mas la mano cuando el de El Ventorrillo empezó a descolgar el cuello. Y la emoción vino por el aprovechamiento de la inercia que llevaba al toro a embestir y repetir. Compuso sensacionales tandas por el pitón derecho, con profundidad, inmenso temple, la mano baja, mucho poderío, perfectamente encajado, enroscándose al toro, redondos largos adelantando la muleta y tirando del toro cargados de gusto y clase, ritmo y ligazón ante un toro que humillaba con calidad y repetía con nobleza y bravura. A eso sumó detalles de la calidad artística que guarda el toledano, un redondo desmayado, completamente abandonado, y un pase de la firma sensacional, como fueron los de pecho con los que abrochó cada una de las tandas. Naturales con hondura, jugando las muñecas con delicadeza, temple y más temple para llevarlo en los vuelos, dos tandas exquisitas de gran toreo, tandas cortas y medidas, como toda la faena  sin un muletazo de más, perfecto sentido de la duración fruto de la experiencia. Para el final reservó lo mejor, una serie en redondo majestuosa, poderosa, como toda la faena, la mano muy baja, serie reunida y desbordante de temple que cierra con un pase de pecho fuera de serie que puso en pie a los tendidos. Y por si faltaba algo pudimos ver un final de faena alejado de las manoletinas y bernardinas habituales que parece que son obligatorias. Los ayudados por bajo con los que rubricó la obra de arte rezumaban aromas a torero bueno por los cuatro costados. Se vuelca a matar y deja una entera arriba con gran facilidad que hace rodar al de El Ventorrillo. No importó, menos mal, que tardara unos minutos en doblar, minutos que se hicieron eternos con el toro tragándose la muerte, pero al final cayó rodado. Oreja de ley para Eugenio de Mora que salvó otra tarde del naufragio. 
Porque el resto de la corrida tuvo poca historia. Sin entrega, sin humillar, sin recorrido, reponiendo y soltando la cara como norma general, baja de raza, escasa de clase y, por supuesto, muy lejos de lo que es la bravura, no confundir con la brusquedad y violencia en los derrotes. ¿Cosas para destacar? Por ejemplo, la firmeza y el tesón del colombiano Ritter con el segundo, un toro deslucido que iba siempre con la cara alta, cabeceando,  escaso de recorrido, al que fue robándole pases de uno en uno que tenían cierta enjundia pero sin el ritmo y la continuidad suficiente para transmitir. La constancia tuvo su premio en los naturales del final, templados, con hondura, citando. frente, bajando la mano, también robados de uno en uno, pera valían mucho por su despaciosidad y largura. Como destacable fue la actuación de Francisco José Espada que dibujó un bonito inicio de faena por estatuarios, redondos bajos, un par de trincherazos, uno afarolado y el enorme de pecho. Faena de técnica y temple, intentando llevar siempre metida en la muleta la embestida cambiante del toro, que a veces humillaba, a veces soltaba la cara, que nunca cabal de entregarse, deslucido y un tanto soso, escaso de recorrido, lo que restó continuidad al trasteo y, por ende, emoción. Gran actitud del fuenlabreño que consiguió orquestar algunos redondos y naturales con profundidad de mucho mérito. También hay que destacar tres series en redondo al inicio de faena al quinto, que es lo que duró el toro, tres series, no más. Pero fueron francamente buenas, templadísimas, muy por bajo, ligadas con mucha clase, con el toro humillando y entiendo con clase. Por el izquierdo protestaba y se defendía, ahí se acabó el toro. No obstante Espada aún sacó en las postrimerías de la faena un cambio de mano lentísimo que acabó en circular con el toro muy apagado y un martinete que resultaron maravillosos, así como las maletines ajustadísimas con las que cerró su actuación, la pala del pitón tocando la chaquetilla en cada pase. Digno y claramente por encima de su lote el fuenlabreño, como también lo estuvieron Eugenio de Mora y Ritter, superiores a sus enemigos de principio a fin.
Y no ha dado más de sí esta plomiza tarde, otro auténtico petardo que se veía venir, sin que me extrañe nada el deprimente aspecto de Las Ventas en la última semana de San Isidro. Y mañana más, veremos lo que pasa. Buenas noches.

Antonio Vallejo

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