sábado, 1 de junio de 2019

18ª de San Isidro: Ureña, puro Ureña


Cuando el toreo se viste de pureza, cuando la verdad manda en la muleta, cuando la inspiración desborda y la entrega preside, es muy difícil rendirse ante la belleza suprema de este Arte. Sucedió ayer, en el quinto de una corrida de Alcurrucén para mi gusto excelente de presentación, toros de buenas hechuras y de enorme belleza en su estampa, proporcionados, con trapío, con una conformación de pitones que a mi me encanta,  abrochaditos, todos cabían en la muleta, pero con una seriedad tremenda, astifinos, sin exageraciones ni estridencias, pero que en cuanto a juego resultó decepcionante, con un fondo de nobleza, sí, pero descastada y sin raza, con poco recorrido y que para mi adoleció de falta de empuje, aparte de dos mansos declarados.
A uno de esos mansos, el quinto, fue al que paco Ureña le hizo una de esas faenas para no olvidar. Un toro alto, imponente por su seriedad, cornidelantero, que desde salida mostró querencia, sin fijeza, huye del capote, siempre buscando las tablas, encontrándose con el caballo que guardaba puerta, sin entrega en varas y que, al contrario de lo que  fue la nota dominante de toda la corrida, parada y reservona en banderillas, esperando, tuvo movilidad y emoción resolviendo con enorme facilidad, seguridad y torería Víctor Hugo Saugar "Pirri" y Álvaro López "Azuquita" que cuajaron un excelente tercio. Desde el arranque de faena, estatuarios con ayudados por alto que hilvanó con tres trincherazos de órdago para romper al toro por abajo y uno de la firma, se presintió que la cosa iba en serio. Tomó la muleta con la zurda y desplegó naturales de ensueño, con hondura, largos, enroscándose al toro, tapándole una salida que en su condición de manso buscaba con ansiedad. Temple y gusto en el toreo al natural, series con muletazos de enorme rotundidad en las que se alternaba cierta ligazón con otros arrancados de uno en uno puesto que al toro le costaba repetir, se quedaba a la salida y, lógicamente, Ureña  un tanto al hilo, tenía que recomponer la situación y volver al sitio, aguantaba el parón y ahí le pegaba otro natural soberano. Citando d frente, con mucha verdad y emoción, que hubiera sido aún mayor si la faena hubiera tenido más ritmo y continuidad, lo que le faltaba al toro, pero la entrega y la verdad de Ureña lo compensaba, además del favor del público y especialmente del sector más sabio y purista que ayer, por fin, se olvidó de la artitmética y de las rigideces en el toreo, que dejó que la inspiración y el arte del murciano volaran por la plaza sin gritos ni silbidos a destiempo, como debe ser, o al menos como debiera ser siempre con todos cuantos hemos visto realizar faenas tan buenas como la de Ureña o mejores, permitiéndoles realizar el toreo sin constantes reproches, aunque se llamen Ponce, Juli, Manzanares, Morante, Castella, Perera o, com también ocurrió ayer, Álvaro Lorenzo. Repito, Ureña estuvo superlativo, mayúsculo, pero también hay que contar con que tuvo a la plaza a favor por el beneplácito de cierto sector, porque ahora es su protegido, "su" torero, y se le pasan por alto ciertas cosas que a otros no, que también las hubo ayer, por cierto. Y si maravilloso fue el toreo al natural no menos lo fue en redondo, de nuevo perfectamente colocado, derechazos robados de uno en uno, tapándole la cara, llevándolo muy toreado, de enorme profundidad, encajado, vaciando la embestida por debajo del palillo y unos de pecho antológicos, de pitón a rabo, rematados en la hombrera contraria. El epílogo de faena estuvo enmarcado en  torería suprema, adornos por bajo, naturales con largura, genuflexo, aguantando la huida del rajado alcurrucén, otros citando de frente, robados de uno en uno, un pase de las flores y el último de pecho que sabía a gloria bendita puso a la plaza en pie, totalmente entregada, y con razón, al maestro Ureña. Un pinchazo y una entera ligeramente desprendida no fueron obstáculo para que los tendidos se llenaran de pañuelos blancos y la merecidísima oreja se fuera para el esportón del murciano con todo merecimiento, una oreja de ley por entrega y torería sin un ápice de discusión. Ojalá se valorara todas las tardes igual a todos los toreros sin mirar el nombre, ojalá se desterraran fobias y se aislaran filias particulares más allá del amor al toreo, daba gusto ver ayer a la plaza dejarse llevar por el calor de la pasión y no por el frío de las normas, la geometría y la métrica, daba gusto, de verdad. Aprovecha, Paco, que aún te respetan.
No pasó lo mismo con Álvaro Lorenzo ante, por ejemplo, el sexto, el otro manso de solemnidad de la corrida. Un toro huidizo desde que saltó,  soltando la cara al cielo, sin querer ver el peto, esperando en banderillas, sin entrega y con peligro escondido en la muleta. Para mi estuvo realmente bien el toledano, le consintió y le dio el trato que precisaba, poniéndole la muleta, con temple, llevándolo muy tapado por el pitón derecho, el único por el que respondía con cierta repetición y fijeza, cerrándole la salida, siempre por bajo, gran técnica y capacidad, mucho mérito y, además, clase. Por el izquierdo mostraba una tendencia descarada a irse, le robó los naturales de uno en uno, buscando la colocación, no había otra manera, era lo que había que hacer, pero aquí sí que afloraron las protestas, los silbidos y los grititos censurándole que estaba fuera. Pues claro, pero déjale que se vuelva a colocar, ¿se les había agotado la paciencia con el quinto?, ¿o era el nombre?. No digo que la faena de Lorenzo fuera la quintaesencia del toreo, pero sí digo que a cada uno hay que medirle por el toro que tiene enfrente, y el toledano entendió y manejó perfectamente a ese manso sexto, robándole muletazos con profundidad que pasaron desapercibidos entre la indiferencia y comprensión general, además de lo molestos que son algunos cuando les da, que es  casi a diario.  Con el tercero tampoco se le valoró ni reconoció su entrega y valor ante un toro desentendido, sin recorrido alguno, con la cara alta, sin fondo alguno. Siempre trató de llevarlo toreado, con temple, adelantando la muleta, pero la nula entrega del alcurrucén deslucía cualquier intento del toledano por bien que lo hiciera. Voluntad máxima sin recompensa alguna. 
David Mora era el tercer integrante de la terna, aunque por orden de antigüedad era el director de lidia. El madrileño, como otros muchos como Juan José Padilla, Fortes o el mismo Ureña, es un hombre al que pongo de ejemplo  de superación, capacidad de sufrimiento, profesionalidad y respeto innegable al toreo. Su historia es de sobra conocida y no es cuestión de volver a contarla, pero sí repetirla una y otra vez, cuanto sea necesario para que algunos no la olviden. Torero al que admiro tanto por su valía y entereza en lo humano como por su gusto y clase en el toreo. Ayer creció al que abría plaza con unas verónicas bellísimas, templadas, elegantes, acunando las embestidas con suavidad, meciendo el capote con dulzura, acompañando el viaje para rematar con una revolera sensacional. Vibrante fue la rivalidad en quites, Ureña y Mora, ambos pro gaoneras, a pies juntos y ceñidas las del murciano, apretadas y cargando la suerte las del madrileño, una maravilla. Un toro que tuvo un inicio esperanzador en la muleta, al que le ganó terrenos con unos trincherazos celestiales repletos de torería y uno de desdén para no parar de soñar, ¡qué elegancia, Dios mío!. Mostró recorrido y humillación el alcurrucén por el pitón derecho en dos tandas en redondo portentosas, temple y mando, la mano muy baja, enganchándole alante, tirando del toro, ligazón y emoción, pero por el pitón izquierdo no tuvo nada que ver, menos recorrido, a la defensiva, la cara alta, sin entrega, ya partir de ahí el toro se apagó, no volvió a humillar pese a que Mora trató en todo momento de conducirlo por bajo, su recorrido se fue haciendo cada vez más corto y se esfumaron las ilusiones. Se tiró a matar volcándose sobre el morrillo y fue prendido y volteado afortunadamente sin consecuencias, en unos segundos angustiosos con los pitones en la barriga y a merced del toro. Poco reconocimiento a su entrega y torería que tan solo encontró tibias palmas de algunos que estábamos en sombra. En fin, así es esto, frialdad y falta de memoria selectiva. Pocas opciones le dio el noble cuarto, un toro muy manejable, tanto como soso y deslucido, muy justo de fuerzas, que siempre fue a media altura sin emplearse porque en cuanto le obligaba Mora perdía las manos. Antes de la muleta nos dejó Iván García dos pares de banderillas para enmarcar, sensacionales, mayor pureza y ortodoxia imposible, saliendo del embroque con una torería insultante, dos pares para valorar a final de temporada y que le obligaron a desmonterarse para responder la fortísima ovación de una Monumental puesta en pie. Lo que decía, en la muleta no dijo nada pese al temple y el exquisito trato del madrileño, pero la falta de emoción en la embestida impidió que llegara a los tendidos la pulcra labor de David Mora, muy digno y, como siempre, elegante y torero.

Antonio Vallejo




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