¡Por esto amo esta Fiesta!, ¡por esto amo el toreo!, porque tardes como la de hoy desbordan los sentimientos, te inundan de emociones, te hacen salir de la plaza toreando al aire, feliz, contento, alegre, gritando al mundo que esto es lo más grande, porque la grandeza de este Arte te lleva al cielo, ese cielo del toreo que hoy ha acariciado Juli y que ha conquistado Ginés Marín al abrir de para en par la puerta de los sueños, la Puerta Grande de Las Ventas, a hombros camino de la calle Alcalá, de Madrid al cielo, porque con un trozo de tela y delante de un toro bravo han creado belleza, ¡porque así es nuestra Fiesta!.
Es muy difícil plasmar los sentimientos y describir la emoción, que la de hoy es una tarde para soñar, para degustar, para saborear, que va más allá de cualquier análisis y descripción, en la que hablar de todo lo que se aparte de lo que me ha hecho gozar no tiene ningún sentido. Hoy no vale con hablar de tandas de muletazos, de redondos profundos, de naturales hondos, de adornos, de estocadas...no es día para eso, de nada me valen las notas que he tomado para acordarme de los quites, los pares de banderillas, los puyazos, los lances... No, hoy no puedo ni quiero hacerlo, hoy es el sentimiento el que lo acapara todo. Sólo recordando, saboreando, degustando una y mil veces los sabores de lo que hemos podido vivir y disfrutar, un gozo infinito, una sensación de plenitud insuperable, se puede contar, o al menos intentar transmitir el éxtasis taurino, el delirio torero que hemos sentido quienes hemos tenido el privilegio de estar en la plaza de toros.
Julián López "El Juli", figurón del toreo, un maestro de época que hoy ha dictado magisterio sobre la arena venteña ante los de Alcurrucén, como aquel Malagueño con el que David Mora destrozó la Puerta Grande hace un año, y que si no llega a haber sido por la espada, la maldita espada, también habría atravesado a hombros esa Puerta Grande de Madrid. Mando, poderío, dominio absoluto, temple, clase, categoría, técnica, valor, gusto, conocimiento del toro y de los terrenos, valor y entrega. A sus dos toros los ha sometido por bajo, los ha dominado y los ha podido, con la derecha y con la izquierda, por bajo, arrastrando la muleta, en series rotundas, largas, profundas, con infinita torería, adornos por bajo, recursos de enorme plasticidad, dejándose ante la cara del toro, relajado, desmayando la figura en el final de faena del cuarto, enroscándose sus toros a la cintura, redondos largos, profundos, naturales de una hondura infinita, pases de pecho que no acababan, toreo de muchos quilates, toreo con empaque, caro, el toreo eterno, el que nunca muere. Todo reunido, en el terreno que ha querido y con la cadencia que ha querido, bastaba ver los diez o doce metros cuadrados del ruedo en los que la arena estaba pista, el resto inmaculado, todo a su antojo, dominador absoluto, pero demostrando también el valor que tiene, aguantando parones y miradas, sin inmutarse, sin enmendarse, sin rectificar, exponiendo su cuerpo a los pitones, destrozando los intentos de amargarle la tarde de un ínfimo, ridículo grupo de espectadores, no aficionados, que no han parado de protestar y de reprochar aún no sé qué al maestro madrileño. Estoconazo tirándose por derecho en el primero y una oreja, pinchazo y estocada trasera defectuosa pero eficaz en su segundo que le cierran la Puerta Grande, pero la ovación que recibe es clamorosa y el recuerdo de su actuación imborrable porque va más allá de los muletazos o de la espada, ese recuerdo está ocupado por los sentimientos. Y esos nunca desaparecen de la memoria.
Ginés Marín, jerezano, torero con una clase y una calidad inmensa, con genes de artista, concepto clásico, con ese pellizco que esas maravillosas tierras del sur, Jerez y Sevilla, impregnan a sus toreros, pero que también aúna un valor y técnica contrastados ya en muchas tardes y muchas plazas y que hoy ha puesto patas arriba la plaza de Madrid con una faena de envergadura, de mucha altura, plena de emoción y verdad, de pureza, de temple, de largura, obligando por bajo, en derechazos supremos, ligados a la perfección, siempre perfectamente colocado, hilvanando las series con una naturalidad descomunal, naturales largos, encelando al magnífico sexto de Alcurrucén en los vuelos de su muleta, manejando la muñeca con dulzura, con una delicadeza y una suavidad exquisita, acariciando la cara del Alcurrucén, también por abajo, también ligados, trincherillas con gracia y sabor, los de pecho larguísimos, de pitón a rabo, desplantes, pases de desdén, todo con una torería infinita, una clase excelsa y una entrega sin límites en un final apoteósico tras una deliciosa composición, una sinfonía rotunda en la que el jerezano ha sentido cómo suenan los olés en Madrid cuando está entregado y ha conocido lo que es la gloria al ver a toda la plaza puesta en pie rompiéndose las manos a aplaudir. El estoconazo con el que ha fulminado al sexto ha sido el broche de oro para una obra maestra de toreo de empaque, de muchos quilates, una antología del toreo. Dos orejas incontestables y el cielo de Madrid, el más bello que cualquiera pueda soñar, a sus pies. A hombros camino de la calla Alcalá, el sueño de cualquiera que se vista de luces y que este joven jerezano que hoy confirmaba alternativa ha visto cumplido. De Madrid al cielo.
Antonio Vallejo
P.D: A los que no hayan estado en la plaza o no hayan visto por Canal Toros la sensacional corrida de Alcurrucén les aconsejo que lo hagan o lo busquen en los portales taurinos y disfruten dejando volar al alma, entregándosela al toreo. Así entenderán que hoy escriba solo desde la emoción y los sentimientos, que al fin y al cabo eso es el toreo, por encima de cualquier otra cosa. Y sin olvidarnos de un Álvaro Lorenzo que ha estado firme y seguro, haciendo las cosas bien y con decisión, será injusto no reconocer su meritoria labor en esta tarde.
¡Viva nuestra Fiesta!, ¡Viva el toreo!
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