sábado, 6 de mayo de 2017

Andrés Roca, Rey en La Maestranza


Perduraba, difícil de olvidar el aroma a Romero tras el embrujo morantista del jueves, aún resonaban los olés y los aplausos, los compases de Suspiros de España y Cielo Andaluz que acompañaron la faena del de La Puebla y los pares de banderillas que el maestro colocó al cuarto, aún quedaba fresca en la memoria el buen hacer de Alejandro Talavante al segundo de aquella tarde, un gran toro al que cortó una oreja tras una faena firme en la que sacó muletazos en redondo y al natural templados, de mucha clase, ligando en tandas cortas y medidas, al igual que la faena, para terminar en terrenos comprometidos, en las cercanías, estático, vertical, pasándose los pitones del toro a centímetros de la taleguilla y matando de sensacional estocada a un toro que pienso que tenía lago más de fondo y que era para haberse ido desorejado al desolladero, y aún persistía el buen gusto y el sabor de David Mora, otra de mis debilidades taurinas, toreando con clase y clasicismo a su lote, firme y elegante, a un tercer Cuvillo de gran condición, un magnífico toro también de dos orejas a mi modo de ver, con el que brilló el madrileño al natural con temple, bajando y corriendo la mano con clase, al quizás le faltó ajustar algo más las distancias y los tiempos para redondear la faena, pero su toreo mostró una vez más la calidad que atesora Mora. La vuelta al ruedo que dio el madrileño tras no acertar con la espada le tuvo que saber a gloria bendita.
Todo esto y mucho más aguantaba en el aire y en la memoria de los aficionados que esperaban con impaciencia el arranque del paseíllo del viernes de farolillos. Tarde con cartel rematado, de lujo, de claveles que decimos en Madrid, el conformado por Sebastián Castella, Jose Mª Manzanares y Andrés Roca Rey para estoquear toros de Victoriano del Río. Tarde de lleno en la Maestranza, otra tarde más de "no hay billetes". Sebastián Castella, francés de nacimiento pero sevillano de adopción y de formación como torero, figura contrastada que ya ha demostrado su valor y su arte en España, Francia y América, Jose Mª Manzanares, ¡que voy a decir de otra de mis debilidades taurinas!, un figurón, elegante, por su sangre fluye torería a raudales, y Andrés Roca, un peruano que cruzó el charco para convertirse en figura y que ha deslumbrado a todos con su valor y su firmeza desmedida, un torero tocado con la varita de los elegidos, un torero que parece llamado a marcar una época, un torero llamado a heredar el cetro del toreo, un torero llamado a ser el Rey.  
Corrida seria, variada de capa y de buenas hechuras en general aunque quizás algo pasada de kilos para estar en tipo a los que corresponde al hierro de Victoriano del Río, que si tuvo una característica común a los seis que se lidiaron fue el punto de mansedumbre, con todos los toros marcando la querencia, todos ellos buscando la salida hacia tablas. 
Sin duda el peor lote le tocó en suerte, o desgracia para hablar con propiedad, a Jose Mª Manzanares. Dos toros mansos, especialmente descastado el quinto, ante los que el alicantino estuvo muy por encima. Mando y firmeza en la muleta de Manzanares, tapándoles la cara para evitar la huida a tablas, concediéndole los terrenos, llevándolos templados, siempre por bajo para someterlos, todo ello con naturalidad y elegancia, cualidades innatas de Manzanares que vienen de herencia. Dispuesto y comprometido a más no poder ante animales que decían y daban muy poco, así estuvo el alicantino. Como es habitual en él mató al segundo de estocada magistral y recibió dos ovaciones respondidas con saludos que son muestra una vez más de lo buena afición que es la sevillana, sabiendo ver las condiciones y dificultad de los toros y sabiendo valorar con justicia a los toreros, una afición que no olvida las grandes tardes que los Manzanares les han dado, una afición que lo tiene por uno de "sus" toreros, al igual que Jose Mª se siente de "su" Sevilla.
Castella al menos tuvo un toro, el cuarto, porque el primero no sirvió. Un toro abanto y distraído que en los primeros tercios puso en apuros al francés con sus amagos en el recibo a porta gayola y que derribó aparatosamente al caballo que montaba José Doblado, pero que a la muleta llegó vacío de todo y ante el que nada pudo hacer el francés a excepción de una primera serie por el derecho con cierta calidad. El referido cuarto, Derramado, sí que fue un gran toro, muy serio, un auténtico tío, bravo, pronto, repetidor, con muchísima clase, un toro importante que se fue con las orejas puestas por culpa de la espada, una estocada entera que sorprendentemente no acabó con el victoriano y que precisó tres golpes con el estoque de cruceta. Una lástima porque Castella lo toreó extraordinariamente con el capote a la verónica, humilló con clase y tuvo pelea de bravo en el caballo, empujando con los riñones. También protagonizó un gran tercio de banderillas mostrando movilidad y permitiendo a José Chacón lucirse con los rehiletes y saludar montera en mano la calurosa ovación de La Maestranza. El toro iba y venía con una calidad extraordinaria y lo aprovechó Castella en un inicio de faena apoteósico toreando por bajo, ganado pasos para sacarlo a los medios, trincherazos y pases de desdén de auténtico cartel. A la vista de las cualidades del victoriano le dio distancia el galo, poniendo la muleta adelantada. Series profundas por el pitón derecho, toreo caro alargando el viaje con la mano baja, ligando los muletazos, perfectamente colocado, generando esa emoción y transmisión que siempre se reclama en el toreo. Bajó un pelín el nivel por el pitón izquierdo, el toreo al natural se complicó por el viento que hacía flamear la muleta de Castella y todo quedó en una serie con la izquierda que no llegó a tener la hondura de los redondos. Manoletinas finales marca de la casa para cuadrar al toro y matar de una insuficiente entera por trasera y tres descabellos que estropearon el desenlace soñado. Gran ovación y vuelta al ruedo para este toro bravo y repetidor que no se cansó de embestir así como para el francés que recorrió la elipse maestrante sabedor de lo que la espada le había hecho perder.
El tercero en discordia era el peruano Andrés Roca Rey, un auténtico huracán andino que barre todas y cada una de las plazas en las que se presenta. Si el año pasado descerrajó la Puerta Grande de Las Ventas ayer a punto estuvo de hacer lo mismo con la Puerta del Príncipe sevillana. Roca Rey ha roto moldes, ha convulsionado el escalafón y lo ha conseguido a base de disposición, compromiso, entrega, arrojo, valor y calidad, pisando unos terrenos inverosímiles, generando una emoción y una transmisión en su tauromaquia que hace pensar en que es uno de los elegidos para liderar el toreo de los próximos años. Si a sus cualidades artísticas y el par de razones bien puestas que ha demostrado tener en tantas tardes en las que aún herido ha matado sus toros o en las que ha toreado convaleciente de cornadas le añadimos su ambición, no es de extrañar que vaya de triunfo en triunfo y nadie se lo quiera perder. Lo demostró ayer mismo, no perdonó ni uno de los turnos de quites que le correspondían, por caleserinas, chiquilinas, gaoneras o lo que fuera, no deja pasar la mínima oportunidad, un auténtico canival que, poniendo un símil ciclista, recuerda al gran Eddy Mercks que no se contentaba con ganar el Tour, quería etapas, cronos, montaña, lo quería todo. Así es este peruano que viene a convertirse en el Rey del toreo. Comenzó la faena al tercero por estatuarios, hierático, firme, clavado al suelo, sin inmutarse lo más mínimo, pegándole un cambiado por la espalda con la izquierda como si nada, como si lo que pasaba a su lado fuera una mosca y no un bicho de casi 600 Kg. Como también le dio igual que el toro buscara el refugio de toriles, allí se fue buscarlo el peruano y allí le plantó batalla, a pesar que el viento molestaba lo suyo en esos terrenos. Increíble las series que sacó por bajo, mandando y sometiendo al toro, algo que parecía casi imposible, naturales soberbios, hondos, redondos supremos, profundos, todo con temple y ligazón, una arrucina para enlazar con uno de pecho de ensueño y el recital particular de circulares por la espalda con el toreo vertical y estático entre los pitones, despreciando al riesgo, pasándose los pitones por la bragueta para rematar la faena con otra arrucina y pases de desdén mayúsculos. El colofón matando de un estoconazo en la suerte de recibir fue el digno final y las dos orejas el premio merecido para Roca Rey que ya acariciaba los goznes de la Puerta del Príncipe. 
Le quedaba el sexto, un toro alto y grandote, que salió a su aire, iba y venía sin criterio ni fijeza, sin decir nada, apuntando cualidades de manso en los primeros tercios. Pero al limeño le da igual lo que salga por la puerta de chiqueros, todo le vale, si no embiste el toro ya se encargará él de hacerlo, como también le dio igual a la afición que se pusiera a llover, ¡que más da!, nadie se lo quería perder. Sin probaturas, sin dudas, tomó la muleta con la diestra y se la plantó planchada en la cara, bajando la mano, mucho, sometiendo al toro y fijándolo, no sé cómo pero lo hizo. Un toro que salió suelto y sin fijeza se había trasformado por arte de magia, o por arte de mando, en un animal que se metió en la muleta y repitió. Eso sí, todo por el pitón derecho, por el izquierdo no tragó ni uno, reservón y midiendo. Faena de mucho mérito que demuestra las ganas de Roca Rey por triunfar con lo que "haiga", faena sacada de la nada que olía a oreja y a Puerta Grande. 
Quizás le pudo el corazón, quizás se apresuró al entrar a matar, quizás, quizás, quizás, el caso es que falló con la espada y las gotas de lluvia se juntaron con las lágrimas al ver cerrada la Puerta del Príncipe, la que conduce al cielo del toreo, la que ayer estuvo a punto de atravesar a hombros el peruano Andrés Roca, coronado como Rey en Sevilla.

Antonio Vallejo

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