Lleno de "no hay billetes" en Las Ventas, 24.000 espectadores es su capacidad, quinto toro de la tarde, las emociones y los sentimientos a flor de piel, Castella puede decirse que resucitaba tras una angustiosa cogida en los primeros lances de capote, dramática, parecía que el toro le había partido en dos, se repuso y no solo eso, plantó cara al feo castaño y nos dejó una faena de pundonor, de pasión, de sentimiento, de vergüenza torera, de valor, de verdad y, por qué no decirlo también, de torería. Transmisión y emoción, lo que tantas tardes en este ciclo hemos dicho que echábamos en falta, lo ha habido. Una estocada perfecta, entrando recto, matando por derecho, arriba, en todo lo alto, letal, la ha habido. Una mar de pañuelos pidiendo la primera oreja, la ha habido, como no podía ser menos. El mismo mar de pañuelos pidiendo la segunda oreja, la ha habido. Sin exagerar, 23.900 aficionados llenos de felicidad aplaudiendo a rabiar al francés en su apoteósica vuelta al ruedo, los ha habido. Y alrededor de 100 espectadores que en vez de disfrutar, de gozar con la pasión del toreo estaban amargados por ver a una gran figura del toreo salir por quinta vez por la Puerta Grande, también los ha habido. Una pena, de verdad, que pudiendo emocionarse y vivir el toreo con el corazón y con el alma vayan a la plaza con pañuelos verdes, libros de geometría, aritmética, escuadra y cartabón para medir si la espada cae un centímetro arriba o abajo y un compás para masacrar a la figura si su trayectoria y colocación varía unos grados en cuanto a la anulación y la posición perfecta. Sinceramente, ¿les gustan los toros?, ¿van a a disfrutar o a sufrir?. Es que no entiendo que montaran la bronca que han montado, de veras, fuera de lugar, con el único fin de hacerse notar, de buscar un protagonismo que no tienen y que quieren tener a base de vociferar e insultar. Comprendo que se discuta el premio, por supuesto, la Fiesta es eso en esencia, un arte que cada uno lo vive y entiende a su manera, sin que por ello se pierda ni un miligramo de pureza. Pero de eso al numerito que han montado esos cien más o menos hay un abismo. Porque si vamos a la pureza del toreo, si rebuscamos el por qué del origen de esta tradición nos encontramos con que es algo nacido para celebrar victorias, coronaciones, bodas reales, nacimientos de príncipes, etc, etc, etc, hace unos cuantos siglos, con un fin festivo, alegre, un divertimento para el pueblo. Debe ser que 23.900 hemos vivido esta tarde en una alucinación permanente y solo esos 100 han visto la realidad, que la inmensa mayoría no tenemos ni idea y queremos pervertir la Fiesta mientras ellos deben guiarnos con su sabiduría por el camino de la pureza y la verdad del toreo, debe ser. Sin duda prefiero vivir y disfrutar del toreo en esa ignorancia que hoy, una vez más, me ha llevado a unas cotas de emoción inimaginables. Porque la pureza y la verdad la han puesto Enrique Ponce y Sebastián Castella.
Era el quinto de la tarde, un castaño fuerte, algo basto, feo de hechuras, acaparado de palas pero con el pitón vuelto, muy abierto de cara, exagerado, que ha salido como toda la corrida, suelto, distraído, sin fijeza, desentendido. Directamente, sin probaturas, Sebastián Castella se pone a torear a la verónica, el toro se vence por el pitón izquierdo y arrolla al francés, lo levanta y lanza al aire como un muñeco de trapo, cae al suelo, hace por él, segundos dramáticos, angustiosos, el toreo ocho un guiñapo, a merced del toro que busca hacer presa con los pitones. La paliza es monumental, nadie sabe si le ha cogido, está desorientado, su cuadrilla lo lleva en volandas, parece herido, confusión en el ruedo, parece que no tiene cornada, ha perdido las zapatillas, quizás una herida en su pie, le vendan, parece que puede seguir mientras Enrique Ponce se hacía cargo de la lidia con una maestría suprema, sin darle un capotazo, parándolo y haciéndole humillar, esperando a que el galo se repusiera. Se recupera, ¡y vaya cómo lo hace!. Para empezar lo lleva cosido a los vuelos del capote, andándole hacia atrás, como si nada hubiera pasado unos minutos antes, con gusto y torería, para dejarle en suerte frente al caballo con una larga a una mano que rezuma sabor por todas partes. El de Garcigrande cumple sin más en el caballo, mete la cara abajo pero se deja pegar sin emplearse. En este contexto hay que destacar la magnífica brega de Rafael Viotti, como antes hizo el maestro Ponce, por bajo, sin un capotazo de más, y el buen tercio de banderillas protagonizado por José Chacón y Vicente Herrera - ¡menuda cuadrilla la de Castella! - que colocan tres pares con limpieza y mucha seguridad. El francés toma la muleta y se dirige decidido a los medios, brinda al público en un gesto de dignidad y vergüenza torera que por sí levanta a la plaza. Una plaza que se pone patas arriba al ver el arranque de faena, entre las dos rayas, con ambas rodillas en tierra, concediéndole todas las ventajas al toro, le cita dándole distancia, el toro va, lo lleva en largo y por bajo, repite, humilla, con fijeza, pero repone y sabe lo que hay detrás. Le da igual a Castella, firme, sin importarle, sin inmutarse, sigue de rodillas, templando y alargando el viaje, inmenso, la gente loca. Inicia el toreo en redondo, muy templado, encajado, metiendo los riñones, bajando la mano, ligando los muletazos, excelente la colocación, para rematar la tanda con uno de pecho larguísimo, dura una eternidad, casi es un circular, olés y olés, las palmas rotas a apaludir. El toro va, repite, y es exigente, cada embestida tiene su guasa, el de Garcigrande transmite porque lleva un peligro sordo en su interior. Muy firme y entregado Castella sigue cuajando tandas ligadas en redondo basadas en un temple exquisito para dominar las brusquedades del toro, poniéndole la muleta en la cara, con mucho gusto, como un cambio de mano supremo que cose a un pase de pecho fuera de serie, toreando muy despacio, aguantando parones y miradas, pero siempre mandando, haciéndole ver al toro el camino por el que pasar, no el que él quería. Mediada la faena llega algo impensable, ¡un cambiado por la espalda ceñidísimo para dejarlo colocado y empezar a torear con la zurda!, el delirio. Naturales citando de frente, de verdad, arrancados de uno en uno con enorme fe a un toro que empieza a pararse, naturales hondos y templados, algunos lentísimos. Le puede al toro, se siente dominado, se para y busca defenderse, encierra peligro, pero poco le importa a Castella. El arrimón es de aúpa, metido entre los pitones, con verdad, tragando más miradas y algún derrote, valiente y firme, los tendidos lo perciben y responden con una atronadora ovación. Cuadra para entrar a matar volcándose a conciencia, dejando que los pitones arañen la chaquetilla y deja un estoconazo que se hunde hasta la empuñadura en lo más arriba. el resto ya lo saben, dos orejas para mi merecidísimas aunque entiendo al que le parezca excesivo, siempre que sea eso, su opinión, no la algarada que ha montado el grupúsculo de reventadores con gritos de "fuera del palco" y una bronca fuera de lugar. En mi opinión, una oreja al valor, otra por la faena. destemple, riesgo y verdad y otra por el estoconazo. Sí, ya sé que tres orejas no se conceden y que no es para rabo, pero al menos permítanme que piense que dos orejas es justo premio a tanto como ha mostrado Castella y, sobre todo, a lo que nos ha hecho sentir, más allá de lo técnico y de las medidas, una emoción imposible de describir con un toreo nacido del alma y el corazón. Y para mi eso lo es todo cuando voy a la plaza de toros.
La tarde ya venía cargada de mucha verdad, dignidad y mucha vergüenza torera, la de un figurín del toreo, un torero de leyenda, un torero de época, un torero que sin ningún rubor me atrevo a calificar como el más grande de la historia por su Arte y por su longevidad, siempre en lo más alto, un caso único y creo que difícilmente igualable, una maestro de maestros, Enrique Ponce. Tuvo que lidiar un sobrero de Valdefresno que saltó en lugar del inválido segundo, acapachado, muy en tipo Atanasio-Lisardo, estrecho de sienes, alto, que sale abasto, sin fijeza, se frena en los capotes y huye marcando querencia. Lo fija sensacionalmente Mariano de la Viña, sometiéndole con el capote, gran brega. Ya en los medios es Ponce quien le somete en un ramillete de verónicas templadas, acompasadas, coreadas con olés, pura belleza, rematando con una media cargada de gusto, una exquisitez para los sentidos. Lo lleva al caballo con una clase y una torería única, con suavidad, mimando cada arrancada, acunando la embestida mientras le anda hacia atrás, pura poesía, para dejarlo en suerte con una gracia infinita. Para soñar con toreo añejo, con toreo caro de otros tiempos el quite por delantales al sacarlo del caballo, una delicia, y la media de remate, ¡ay la media!, un cártel de toros en sí misma. Brinda al público y comienza a componer la faena por bajo, genuflexo, muy templado, adelantando la muleta, llevando la embestida en largo para culminar estos primeros muletas con un cambio de mano descomunal que pone al público en pie. Toreo templadísimo en las tandas por el pitón derecho, poniéndole la muleta en la cara, sin quitársela, bajando la manos, tandas en redondo ligadas, con profundidad. A cada una surge el desmayo, ese toreo poncista relajado, enroscándose la toro a la cintura, con suavidad exquisita, jugando las muñecas para el toque sutil, un maestro de maestros, rematando las series con unos de pecho de escándalo. Le cambia los terrenos con torería para llevarlo a donde podía lucir más, siempre suave, siempre con temple. Es técnica, es conocimiento del toro, es conocimiento de los terrenos, es gusto, es clase, es torería, es todo, es Ponce. Por el izquierdo protesta, le cuesta entrar pero al final se somete al poderío de Enrique en dos naturales con hondura, jugando las muñecas con encanto en una serie que comenzaba con una cambio d mano exquisito que dejaba al animal perfectamente colocado. El toro se apaga pero Enrique no. Epílogo de faena en redondo, tirando del toro con suavidad para alargar la ya corta embestida, detalles de aromas a otras tierras y otra épocas en remate por bajo, celestial Ponce. Y todo ello aguantando constante grito, reproches por cualquier cosa, daba igual, los sabios reventadores no le tragan pero no pueden con él, son pigmeos al lado del más grande. A tal grado llega su fobia, su odio a Enrique que cuando está ya cuadrando para entra a matar un desterrado, no se le puede llamar otra cosa, bueno, sí, pero aquí quedaría bastante feo, se pone a gritarle no sé qué, ni me importa. Alucinante, cómo es posible que ese se llame aficionado. Mata de una entera algo desprendida que hace rodar al toro sin puntilla. Fuerte ovación con saludos tras petición insuficiente supongo que por un par de centímetros en la colocación de la espada. ¡Qué más me da!, me quedo con lo sentido, no con los centímetros. Pero donde para mi ha surgido la figura del Ponce imperial ha sido en el cuarto. Un toro muy abierto de cara que no ha gustado a los sabios no sé por qué, trapío tenaz para dar y regalar con sus 539 Kg, ese debía ser el problema. El caso es que los doctos han empezado su recital de "miaus". Ahí es donde demuestran ser malos aficionados, faltando al respeto al toro y al torero. Un toro de esos que dicen de "miau" mató a Víctor Barrio, se lo recuerdo, y otro a Iván Fandiño, también habrá que recordárselo. Intenta Enrique el lucimiento con el capote, el toro tiene poco recorrido, echa las manos por delante y lleva la cara alta, pocas opciones. Sin embargo en el caballo se arranca con fuerza, mete los riñones y empuja con codicia en los dos puyazos. Ya en banderillas anunció lo que luego vino. Reservón, esperando, midiendo, complicando un tercio resuelto con oficio por Mariano de la Viña y Jaime Padilla. Inicia la faena por bajo, todo muy suave, tratando de someter la falta de humillación del toro. Por el pitón derecho no pasa, se cuela, mide, busca, corta el viaje y se revuelve con malas intenciones. Por el pitón izquierdo aún peor, repone, suelta la cara, tornillazos violentos. Enrique se pone, le echa la muleta alante y trata de templar, expone una barbaridad en cada muletazo, el de Garcigrande busca, tiene mucho peligro, traga y aguanta los arreones Enrique, firme, seguro, en una lidia a la antigua, matecheando por bajo, con enorme emoción y belleza para así acaba por poder y someter a este toro. A partir de ahí la magia. Si en su anterior toro la magia vino de la mano del temple y el gusto en este se acompañó del valor, la entrega máxima, la disposición indiscutible, la profesionalidad sin límite y una vergüenza torera que le ha llevado a exponerse como si fuera un novillero que tiene que ganarse los contratos. Hoy ha demostrado su enorme dimensión y por qué está en lo más alto del Olimpo del toreo, porque lo que ha hecho con este toro malo y peligroso está solo al alcance de él y pocos más, véase Juli. La magia han sido una serie en redondo poniéndole la muleta, tapándole la cara, templada, ligada con ese toreo desmayado tan suyo que enamora, algo impresionante e impensable ante ese toro, que pone a la plaza en pie, menos a los odiados profesionales, esos no, a esos no les ha parecido bien, a esos que ven a un desgarramantas que se llama Perico Los Palotes y se vuelven loco con él, le adoptan como "su" torero , le encumbran que parece que en la historia no ha existido nadie más que él, es su nuevo ídolo, su nuevo juguete en realidad hasta que crezca como figura, entonces ya no les valdrá y en su esnobismo buscarán a otro que ocupe ese trono de hojalata que manejan.
Por suerte hoy han sido dos figuras del toreo las que por verdad desnuda, por pundonor, por entrega, por valor, por vergüenza torera y también por arte han puesto en su sitio a unos cuantos: Enrique Ponce y Sebastián Castella, emoción, alma y sentimiento.
Antonio Vallejo
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