sábado, 11 de mayo de 2019

Pablo Aguado, ¡el sueño torero de un niño!


Pablo Aguado, sevillano, de la Hermandad del Rocío de Triana, el que un día siendo niño soñó con ser torero, el que tantas veces habrá pasado frente a La Real Maestranza y habrá compuestos en su cabeza faenas magistrales a toros bravos y nobles, el que se imaginó cortándoles las orejas y saliendo a hombros por la Puerta del Príncipe  con su Triana allá enfrente, ayer vio más que cumplido todos esos deseos, todos esos sueños toreros del que un día fue un niño y que, estoy seguro, de los que aún no habrá despertado, que aún retumbarán en su cabeza los oles sentidos y profundos de una Maestranza a sus pies. 
Me resulta imposible escribir y describir la torería, el gusto, el arte de Pablo Aguado en las dos faenas de ayer en Sevilla con las que desorejó a sus dos toros y que pasarán a la historia. Viendo la corrida de ayer se me ha venido a la cabeza un verso del Poema de Mío Cid que cantaba el destierro de D. José Díaz de Vivar y al que Jose Antonio apelaba en su discurso fundacional para describir la grandeza del pueblo español en aquel entonces frente a una España despreciada, torturada y destruida: 
¡Dios, qué buen vasallo si oviera buen señor!. 
Se me ha venido a la cabeza porque ayer, en La Maestranza, ese niño que soñó el toreo eterno seguro que lo hizo viendo tantas tardes a ese buen señor, a ese maestro que es Morante de la Puebla. Muchas veces se habrá fijado en el maestro y el duende habrá sido su guía, y ayer más aún al verle torear a al verónica como nadie lo hace, parando el tiempo, andando en la cara del toro con ese gusto y esa torería que nace del de La Puebla, al verle torear de muleta de manera exquisita, cargada de los mejores aroma y sabores del toreo de todos los tiempos, redondos y naturales mágicos, belleza infinita, con el añadido del compromiso y la verdad, no puedo entender de otro modo el inicio de faena al cuarto, de rodillas, en las tablas, fruto de la inspiración y el momento del genio, o los ayudaos por alto, o los adornos, o los molinetes. Cortó una oreja maravillosa que paseó ante una Maestranza entregada, aunque el toreo de Morante va más allá de los números, es Arte y eso ni se mide ni se cuantifica, como la réplica y contrarréplica en quites al sexto, verónicas y chicuelinas a cual más bellas, y el galleo del bú que rememoró Morante, con la complicidad en las miradas entre el maestro y el novel, admiración y respeto. También pudo ver al que será el señor del toreo en los próximos años, quien sabe si décadas, Roca Rey, otra oreja en una faena en la que todas su vertientes salieron a la luz, toreo de capote electrizante, tres largas cambiadas y dos faroles de rodillas para poner en ebullición la ya caliente Maestranza, la rivalidad en quites con el más joven, uno por chicuelinas celestiales de Aguado que fue replicado por el peruano con otro aún más ceñido y divino, toreo reposado, largo, profundo y muy templado en las primeras series de muleta, de locura, toreo de infarto en la segunda mitad de faena tras ser prendido y volteado, quedando a merced del de Jandilla en unos segundos angustiosos tras los que se pegó un arrimón de verdad a un toro que cambió radicalmente y que sabía lo que se dejaba atrás. 
Estoy convencido que esos dos señores del toreo vibraron y se emocionaron, como lo hizo Juli en el callejón, viendo torear a Pablo Aguado. y es que no podía ser de otra manera. ¡Qué gran vasallo surgió teniendo tan buenos señores!. De capa y de muleta, el toreo eterno, el toreo caro, el toreo de empaque, todo lo que se pueda decir se queda corto, toreo  infinito con una suavidad, con un ritmo, con un compás, con temple, con gusto, despacio, lento, parando los relojes, la figura erguida pero natural, nada forzado, desmayado, relajado, seguro, asentado, de alante a atrás, toreando en largo, entendiendo a la perfección la altura y la distancia, adornos por bajo, plenos de gusto, trincherillas y pases de la firma con aromas del duende, o los naturales de frente con sabor a Vázquez, toreo sevillano, toreo del bueno, del mejor, TOREO y nada más, y dos estocadas ejecutadas con la misma despaciosidad, a cámara lenta, por derecho, hundiendo el estoque arriba hasta la bola, rotundas, con una medida de las faenas perfecta, propia de matador veterano y cuajado. El sueño toreo de aquel niño, el que tantas noches seguro que le mantuvo en vilo, ayer fue una gloriosa realidad, un realidad que no sé contarles, que solo puedo decirles que vean las dos faenas que han entrado con letras de oro en la historia del toreo, que pasarán años y posiblemente no se borrarán jamás de nuestra memoria las verónicas acompasadas y sedosas, las chicuelinas armoniosas, los redondos y naturales templados que pusieron a los pies de aquel soñador niño sevillano su plaza, la de Sevilla, la Real Maestranza, grande y sabia, educada y respetuosa, seria y justa, pero que vive, se emociona y apasiona como ninguna cuando el arte surge en el momento que sea, apreciando cada detalle, cada matiz, desgustando el toreo. Una Maestranza que ayer rugió en una tarde histórica por los buenos toros de Pandilla, por las grandes ovaciones que las tres cuadrillas se llevaron tanto por la brega como por los pares de banderillas y por los tres toreros que ayer hicieron muy grande este Arte, que dejaron desnudos de argumentos a todos cuantos pretendan intentar quitarnos algo tan bello, grande e inmortal como es el toreo y que ayer, una vez más, demostró que es vida y el sentido de la existencia. 

Antonio Vallejo

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