Otra tarde más con La Maestranza prácticamente en un día como el de ayer sábado que bien podía haber hecho resentirse a los aficionados tras la borrachera de toreo y la embriaguez de emociones de las dos tardes anteriores. Eso y que ayer sábado todo Sevilla se preparaba para la noche del pescaíto y el alumbrado del Real, la primera noche de feria, a buen seguro una noche larga de fiesta, de cante y baile, de comida y bebida que seguro que fue larga. Vamos, que a nadie le hubiera extrañado que muchos se hubieran quedado en casa reservando energías para todo lo que está por llegar en esta semana de Feria sevillana que acaba de arrancar. Y no fue así, la afición respondió y fue a la Maestranza en masa porque, siento ser tan pesado y repetitivo pero es que es así, si sobre la mesa se le ponen argumentos atractivos para ir a los toros, pues eso, que responde.
El de ayer era un cartel quizás sin el brillo y el relumbrón de los de jueves y viernes, pero era un cartel de primera en el que todo tenía un sentido y un enorme interés. Toros de Victorino Martín, los albaserradas de la A coronada, mítico hierro en todas partes, más aún en Sevilla con el recuerdo imborrable de Cobradiezmos aquel día de abril de 2016, ¡y quien no sueña con que se vuelve a repetir!. Por otro lado un cartel de matadores a mi modo de ver muy bien rematado, una terna integrada por Antonio Ferrera, un maestro que está viviendo una madurez torera de lujo, Manuel Escribano, quien escribió con letras de oro en la historia de la plaza sevillana ese indulto a Cobradiezmos, y Emilio de Justo, un torerazo que tras pelear durante años a cara de perro en tierras francesas con encastes duros, eso que pocos quieren ver enfrente, que ha sufrido lo indecible buscando un hueco y una oportunidad que se le negaba en España, vio como esta le llegaba hace un año principio de temporada en Las Ventas donde dejó su sello de poder y torería y que culminó en septiembre con su salida a hombros de la Monumental, de Madrid al cielo, ese cielo desde el que su padre, fallecido pocos días antes de esa tarde, le vio triunfar y cumplir el sueño anhelado desde niño. Con esos argumentos es lógico que se haya registrado ese casi lleno, merecido premio para una empresa que se ha esmerado y ha hecho un gran esfuerzo por rematar cada tarde, un trabajo que ahora recoge sus frutos en números y, hasta el momento, en las altas cotas artísticas y de emoción alcanzadas.
Y la corrida ha respondido a las expectativas, no solo de cara al aficionado en sí, sino para el gran público que ayer no quiso perderse una tarde que ha tenido muchas cosas excepto aburrimiento. A cualquiera que vaya a una plaza de toros lo primero que le gusta es ver toros, disfrutar de la belleza y la fuerza de ese animal único, y eso lo tuvo ayer con los seis victorinos lidiados. Para mi gusto una corrida muy bien presentada, de buenas hechuras, proporcionados, en tipo, como debe ser, seria y astifina, que tuvo el comportamiento propio de su encaste, toros exigentes, encastados y con raza, toros con complicaciones y con riesgo, toros de los que piden el carnet de torero, que no admiten la mínima duda ni el mínimo descuido, con mucho que lidiar y torear, toros que en todo momento mantuvieron la tensión y la emoción en los tendidos no exenta de la clase y la belleza que proporcionan estos albaserradas cuando humillan y se entregan, como ha ocurrido en primero, tercero, cuarto y sexto. Una corrida de la que, antes de nada, quiero destacar algo que por desgracia cada vez se está relegando a un segundo plano, sin atender a la vital importancia que tiene en el desarrollo de la lidia y en las condiciones con las que un toro llega a la muleta. Me refiero, como ya habrán imaginado, el tercio de varas, que en esta tarde de sábado ha brillado con luz propia. Una corrida muy bien picada puyazos agarrados a la primera, arriba y delanteros, además midiendo perfectamente el castigo. Antonio Prieto en el primero, Curro Sanlucar en el segundo, José María González en el cuarto, Francisco Peña en el quinto y Fernando González Barrera han abandonado el ruedo entre las ovaciones de los aficionados sevillanos tras protagonizar grandes tercios de varas cargados además de una belleza difícilmente superable cuando se ejecutan como mandan los cánones. Y aprovechando que hablo de los picadores, también quiero hacer otra mención a los intentos momentos de emoción que nos han proporcionado los hombres d plata de las cuadrillas de Ferrera y Emilio de Justo en banderillas. Enorme Javier Valdeoro en el primero, fuera de serie Fernando Sánchez en primero y cuarto, José Manuel Montoliú en el cuarto y Morenito de Arles junto a José Manuel Pérez Valcarce el el sexto, destacando sobre todos Fernando Sánchez que ha colocado dos pares de banderillas que seguramente acaparará todos los premios al final de la feria. Al primer toro le colocó los palos improvisando, cuando el toro se había descolocado, él en los medios y el victorino suelto, lo aguantó andándole hacia atrás y dejó los garapullos con una torería descomunal para salir andando de la suerte, igual que hizo ante el cuartoto, llegándole a la cara con parsimonia, andando despacio en la cara, las manos abajo, los palos escondidos, cuadra entre los pitones, deja el par perfectamente reunido y sale del embroque con su torería habitual. Todos ellos han recibido fuertes ovaciones de los tendidos y han tenido que responder desmonterados desde el tercio. Lo repito una vez más, creo que hay que disfrutar de esta época de oro que gozamos en el escalafón de plata, ¡toreros!.
Antonio Ferrera probablemente haya perdido la cuenta del número de corridas de este encaste que ha matado en su carrera, unas cuantas decenas, seguro, y eso se nota, aparte de la esplendorosa madurez que está viviendo, toreando como los ángeles, con el poso y el reposo de los años y del saber de esto un rato. A sus dos toros los ha entendido a la perfección, desde salida, un calco su saludo capotero en ambos turnos, lidiando, echando el capote abajo para dominar y someter sus embestidas, ganándoles pasos para sacarlos a los medios, lo que hay que hacer con los victorinos, con maestría y sabiduría, pero no exento de clase y gusto, como los delantales andando hacia atrás con los que sometió al primero, o el galleo por chicuelinas para sacar del peto también a ese primero. No es de extrañar que en ambos toros la entendida afición sevillana le haya tributado sendas ovaciones. Algo similar ha ocurrido en la muleta. Ambas faenas las ha iniciado por bajo, doblones poderosos para poder a los victorinos, someterlos y hacer que humillen, además de la estética con la que ha dibujado los pases, inmensa torería, gusto y clase. Así consiguió meter en los vuelos al primero, tandas en redondo templadas, toreando largo, con gusto, muy despacio, pero a la vez con mucho valor y mérito porque el victorino no era precisamente fácil, traía el sentido de casa, lo llevan en los genes, reponedor, se revolvía y buscaba sabiendo lo que dejaba atrás. Enorme Ferrera que lo ha entendido a la perfección y no ha cometido el mínimo error, incluso por el pitón izquierdo por donde soltaba la cara con brusquedad y gran peligro. Pero la firmeza del balear-extremeño puede con todo y ha acabado pegándole una tanda de naturales realmente mágica y otra de derechazos sin la ayuda que han puesto a La Maestranza en pie. Un pinchazo y una entera arriba al segundo intento han dejado la cosa en cerrada ovación con saludos desde el tercio. Ante el cuarto la composición de la faena ha sido similar, prólogo por bajo, doblones que reunían poder, mando y clase en un bellísimo e importante inicio. Las tandas por el pitón derecho fueron soberbias, toro pronto, se desplaza con recorrido, Ferrera lo engancha adelante, lo lleva templado, sometido, en largo, ligando los muletazos con la mano muy baja, retumban los olés, enormes los pases de pecho que abrocharon las tandas y para volvernos locos los adornos por bajo. Y los naturales, con hondura, adelantando la muleta, planchada ésta, envolviendo la embestida, una suavidad exquisita, temple, ligazón y emoción, la receta perfecta. El final de faena con buenos derechazos y un cambio de mano para firmar su obra con un grandísimo pase de pecho precede a un estoconazo volcándose sobre el morillo que pasaporta al victorino sin puntilla. Oreja de ley pedida por toda la plaza y que hace justicia a la torería desplegada por le maestro Ferrera sobre el albero sevillano.
A Manuel Escribano es posible que se le puedan echar en cara cosas en la tarde de este sábado. La verdad es que pocas, sinceramente, porque al matador hay que juzgarle en relación al toro que tiene enfrente, y si seguimos ese criterio el de Gerena estuvo por encima de su lote, con escasas opciones, peligroso el segundo, deslucido aunque noble el quinto, pero en sus dos turnos ha derrochado compromiso, entrega y mucha valentía. A ambos toros los recibió a porta gayola, ha tragado todo y más en una eternidad, que es lo que transcurrió desde que se abría la puerta de toriles hasta que el toro hizo por arrancarse hacia Escribano, y él allí, plantado de rodillas, aguantando a ver por donde salía el victorino. Larga cambiada de rodillas a sus dos oponentes y acto seguido un ramillete de verónicas acompasadas en paralelo a las tablas que remató con medias cargadas de sabor. También ha sido el propio Escribano quien banderilleó a sus dos toros, con especial brillantez, riesgo y calidad los pares al primero, uno dificilísimo y muy comprometido al quiebro en los medios, otro de fuera a dentro reuniendo y clavando con verdad y un tercero arriesgadísimo al quiebro y al violín junto a las tablas. El quinto le ayudó realmente poco, parado, todo lo tuvo que hacer el de Gerena, dos pares de fuera a dentro realmente buenos un tercer sentado en el estribo para colocar los avivadores con más riesgo y exposisión que lucimiento. El segundo presentaba muchas complicaciones en la muleta, corto recorrido, mitad de viaje se revolvía, soltaba la cara, derrotes por doquier, sin querer humillar lo mínimo, un toro para andarse con mil ojos y dejarse de frivolidades, un toro para estar firme y poderle sometiéndole por bajo, algo que rápidamente fue captado por los entendidos aficionados maestrantes quienes siguieron la faena en un impresionante y respetuoso silencio, muestra de la seriedad de lo que estábamos viendo y de la importancia de lo que estaba haciendo Escribano. Por ambos pitones tenía peligro, quizás más aún por el izquierdo, tanto que en un natural, en cuanto el viento descubrió una décima de segundo al sevillano, le enganchó del muslo y lo lanzó por los aires afortunadamente sin consecuencias. A partir de ese momento las cualidades del toro fueron todavía más a peor y el peligro a más, a cada pase menos recorrido y con perores intenciones. Era un toro para doblarse y machetazo por bajo sin pudor, una lidia a la antigua aunque a muchos no les hubiera gustado, pero era lo más lógico. Escribano, sin embargo, se la jugó de verdad, valiente y comprometido, poniéndole la muleta e intentando hacerle cosas de toro bueno, más imposible pedirle, se fue a porta gayola, llevó la lidia, banderilleó y no volvió la cara ni un instante en la muleta, porfiando a cada pase. Y los aficionados lo entendieron y premiaron su entrega con palmas. El quinto peor si cabe. Tras el inicio por bajo el de Victorino mostraba movilidad y apuntaba buen recorrido por el pitón derecho y cierta nobleza. Fueron buenas las dos primeras series en redondo, con cierto empaque, pero al toro le faltaba humillar y completar el muletazo, además de ritmo, para romper. Por izquierdo era poco claro, materialmente imposible mejor dicho, sin humillar, sin recorrido, y ahí se acabó todo a pesar de los intentos de Manuel Escribano por arancar pases a ese quinto, siempre con pulcritud, intentando hacer bien las cosas. Gran estocada y palmas de cariño hacia su paisano. Y una ovación al toro en el arrastre que no llego a entender, ¿qué le vieron los que aplaudían?. No me esperaba esto de los aficionados sevillanos, parecía una de esas ovaciones que cierto sector de Las Ventas con las que intentan hacer daño a un torero que no es "de los suyos". No creo que Sevilla caiga en la cutrez y desconocimiento de quienes gozan con el fracaso.
Emilio de Justo es otro que lleva matadas muchas corridas de Victorino y también se le nota que los conoce como la palma de su mano. El tercero sale suelto y echando las manos por delante, lo lidia por bajo el extremeño para hacerle humillar y tratar de someterlo hacerle humillar. Se le deja prácticamente sin picar y en banderillas muestra complicaciones, espera y corta. Con esto llega a la muleta de Emilio de Justo quien inicia el trasteo por bajo, también doblones con torería, pero al victorino le cuesta humillar. Muy firme de Justo, aguanta y toga parones, le pone la muleta, baja la mano y termina por embarcado en las telas, con temple, toreando muy despacio, bajando la mano, inmenso. Mano de hierro y muleta de seda en los derechazos que liga con enorme clase entre los olés sentidos de los aficionados. Por el pitón izquierdo misma medicina, primero valentía tremenda para acabar toreando al natural con hondura y una despaciosidad máxima, poniendo a la plaza en pie con la última serie dándole el pecho, brutal. Maldita espada, que de haber enterrado a la primera le habría valido una oreja, pero en el recuerdo quedará una faena de un tío con un par bien puesto que acabó venciendo a ese tercero de la corrida. Ovación merecida que saluda desde el tercio. Al sexto lo recibe con una elegancia y una sutileza suprema, verónicas con la rodilla flexionada, ganando pasos para rematar con una buena media. El toro cumple y empuja en el peto del picador pero en banderillas se agarra al piso y espera con incertidumbre. Soso y deslucido en los primeros compases de faena, suavidad en le toque de Emilio pero el animal pasa sin decir nada, la cara a media altura, sin ritmo, sin emoción. Es la clase y la calidad que atesora el pacense lo que le lleva a base paciencia y técnica a robar naturales lentísimos y con hondura que hacen que los aficionados se froten los ojos y acompañen cada pase con un olé sentido ante la magia del toreo que ha hecho surgir de la nada unas series de naturales "a la mexicana", tan despacio que parece que se iba a parar. Impresionante de Justo, cómo sacó esos naturales de donde no había nada, y más impresionante si cabe la respuesta de La Maestranza, ¡que delicia esa manera de sentir y entender el toreo y gozar de cada detalle!. Una gran estocada arriba pasaporta al último de los victorinos y la plaza en pie dedica una sonora ovación a Emilio de Justo como despedida a una tarde de firmeza, valor, temple y arte.
Antonio Vallejo
Antonio Ferrera probablemente haya perdido la cuenta del número de corridas de este encaste que ha matado en su carrera, unas cuantas decenas, seguro, y eso se nota, aparte de la esplendorosa madurez que está viviendo, toreando como los ángeles, con el poso y el reposo de los años y del saber de esto un rato. A sus dos toros los ha entendido a la perfección, desde salida, un calco su saludo capotero en ambos turnos, lidiando, echando el capote abajo para dominar y someter sus embestidas, ganándoles pasos para sacarlos a los medios, lo que hay que hacer con los victorinos, con maestría y sabiduría, pero no exento de clase y gusto, como los delantales andando hacia atrás con los que sometió al primero, o el galleo por chicuelinas para sacar del peto también a ese primero. No es de extrañar que en ambos toros la entendida afición sevillana le haya tributado sendas ovaciones. Algo similar ha ocurrido en la muleta. Ambas faenas las ha iniciado por bajo, doblones poderosos para poder a los victorinos, someterlos y hacer que humillen, además de la estética con la que ha dibujado los pases, inmensa torería, gusto y clase. Así consiguió meter en los vuelos al primero, tandas en redondo templadas, toreando largo, con gusto, muy despacio, pero a la vez con mucho valor y mérito porque el victorino no era precisamente fácil, traía el sentido de casa, lo llevan en los genes, reponedor, se revolvía y buscaba sabiendo lo que dejaba atrás. Enorme Ferrera que lo ha entendido a la perfección y no ha cometido el mínimo error, incluso por el pitón izquierdo por donde soltaba la cara con brusquedad y gran peligro. Pero la firmeza del balear-extremeño puede con todo y ha acabado pegándole una tanda de naturales realmente mágica y otra de derechazos sin la ayuda que han puesto a La Maestranza en pie. Un pinchazo y una entera arriba al segundo intento han dejado la cosa en cerrada ovación con saludos desde el tercio. Ante el cuarto la composición de la faena ha sido similar, prólogo por bajo, doblones que reunían poder, mando y clase en un bellísimo e importante inicio. Las tandas por el pitón derecho fueron soberbias, toro pronto, se desplaza con recorrido, Ferrera lo engancha adelante, lo lleva templado, sometido, en largo, ligando los muletazos con la mano muy baja, retumban los olés, enormes los pases de pecho que abrocharon las tandas y para volvernos locos los adornos por bajo. Y los naturales, con hondura, adelantando la muleta, planchada ésta, envolviendo la embestida, una suavidad exquisita, temple, ligazón y emoción, la receta perfecta. El final de faena con buenos derechazos y un cambio de mano para firmar su obra con un grandísimo pase de pecho precede a un estoconazo volcándose sobre el morillo que pasaporta al victorino sin puntilla. Oreja de ley pedida por toda la plaza y que hace justicia a la torería desplegada por le maestro Ferrera sobre el albero sevillano.
A Manuel Escribano es posible que se le puedan echar en cara cosas en la tarde de este sábado. La verdad es que pocas, sinceramente, porque al matador hay que juzgarle en relación al toro que tiene enfrente, y si seguimos ese criterio el de Gerena estuvo por encima de su lote, con escasas opciones, peligroso el segundo, deslucido aunque noble el quinto, pero en sus dos turnos ha derrochado compromiso, entrega y mucha valentía. A ambos toros los recibió a porta gayola, ha tragado todo y más en una eternidad, que es lo que transcurrió desde que se abría la puerta de toriles hasta que el toro hizo por arrancarse hacia Escribano, y él allí, plantado de rodillas, aguantando a ver por donde salía el victorino. Larga cambiada de rodillas a sus dos oponentes y acto seguido un ramillete de verónicas acompasadas en paralelo a las tablas que remató con medias cargadas de sabor. También ha sido el propio Escribano quien banderilleó a sus dos toros, con especial brillantez, riesgo y calidad los pares al primero, uno dificilísimo y muy comprometido al quiebro en los medios, otro de fuera a dentro reuniendo y clavando con verdad y un tercero arriesgadísimo al quiebro y al violín junto a las tablas. El quinto le ayudó realmente poco, parado, todo lo tuvo que hacer el de Gerena, dos pares de fuera a dentro realmente buenos un tercer sentado en el estribo para colocar los avivadores con más riesgo y exposisión que lucimiento. El segundo presentaba muchas complicaciones en la muleta, corto recorrido, mitad de viaje se revolvía, soltaba la cara, derrotes por doquier, sin querer humillar lo mínimo, un toro para andarse con mil ojos y dejarse de frivolidades, un toro para estar firme y poderle sometiéndole por bajo, algo que rápidamente fue captado por los entendidos aficionados maestrantes quienes siguieron la faena en un impresionante y respetuoso silencio, muestra de la seriedad de lo que estábamos viendo y de la importancia de lo que estaba haciendo Escribano. Por ambos pitones tenía peligro, quizás más aún por el izquierdo, tanto que en un natural, en cuanto el viento descubrió una décima de segundo al sevillano, le enganchó del muslo y lo lanzó por los aires afortunadamente sin consecuencias. A partir de ese momento las cualidades del toro fueron todavía más a peor y el peligro a más, a cada pase menos recorrido y con perores intenciones. Era un toro para doblarse y machetazo por bajo sin pudor, una lidia a la antigua aunque a muchos no les hubiera gustado, pero era lo más lógico. Escribano, sin embargo, se la jugó de verdad, valiente y comprometido, poniéndole la muleta e intentando hacerle cosas de toro bueno, más imposible pedirle, se fue a porta gayola, llevó la lidia, banderilleó y no volvió la cara ni un instante en la muleta, porfiando a cada pase. Y los aficionados lo entendieron y premiaron su entrega con palmas. El quinto peor si cabe. Tras el inicio por bajo el de Victorino mostraba movilidad y apuntaba buen recorrido por el pitón derecho y cierta nobleza. Fueron buenas las dos primeras series en redondo, con cierto empaque, pero al toro le faltaba humillar y completar el muletazo, además de ritmo, para romper. Por izquierdo era poco claro, materialmente imposible mejor dicho, sin humillar, sin recorrido, y ahí se acabó todo a pesar de los intentos de Manuel Escribano por arancar pases a ese quinto, siempre con pulcritud, intentando hacer bien las cosas. Gran estocada y palmas de cariño hacia su paisano. Y una ovación al toro en el arrastre que no llego a entender, ¿qué le vieron los que aplaudían?. No me esperaba esto de los aficionados sevillanos, parecía una de esas ovaciones que cierto sector de Las Ventas con las que intentan hacer daño a un torero que no es "de los suyos". No creo que Sevilla caiga en la cutrez y desconocimiento de quienes gozan con el fracaso.
Emilio de Justo es otro que lleva matadas muchas corridas de Victorino y también se le nota que los conoce como la palma de su mano. El tercero sale suelto y echando las manos por delante, lo lidia por bajo el extremeño para hacerle humillar y tratar de someterlo hacerle humillar. Se le deja prácticamente sin picar y en banderillas muestra complicaciones, espera y corta. Con esto llega a la muleta de Emilio de Justo quien inicia el trasteo por bajo, también doblones con torería, pero al victorino le cuesta humillar. Muy firme de Justo, aguanta y toga parones, le pone la muleta, baja la mano y termina por embarcado en las telas, con temple, toreando muy despacio, bajando la mano, inmenso. Mano de hierro y muleta de seda en los derechazos que liga con enorme clase entre los olés sentidos de los aficionados. Por el pitón izquierdo misma medicina, primero valentía tremenda para acabar toreando al natural con hondura y una despaciosidad máxima, poniendo a la plaza en pie con la última serie dándole el pecho, brutal. Maldita espada, que de haber enterrado a la primera le habría valido una oreja, pero en el recuerdo quedará una faena de un tío con un par bien puesto que acabó venciendo a ese tercero de la corrida. Ovación merecida que saluda desde el tercio. Al sexto lo recibe con una elegancia y una sutileza suprema, verónicas con la rodilla flexionada, ganando pasos para rematar con una buena media. El toro cumple y empuja en el peto del picador pero en banderillas se agarra al piso y espera con incertidumbre. Soso y deslucido en los primeros compases de faena, suavidad en le toque de Emilio pero el animal pasa sin decir nada, la cara a media altura, sin ritmo, sin emoción. Es la clase y la calidad que atesora el pacense lo que le lleva a base paciencia y técnica a robar naturales lentísimos y con hondura que hacen que los aficionados se froten los ojos y acompañen cada pase con un olé sentido ante la magia del toreo que ha hecho surgir de la nada unas series de naturales "a la mexicana", tan despacio que parece que se iba a parar. Impresionante de Justo, cómo sacó esos naturales de donde no había nada, y más impresionante si cabe la respuesta de La Maestranza, ¡que delicia esa manera de sentir y entender el toreo y gozar de cada detalle!. Una gran estocada arriba pasaporta al último de los victorinos y la plaza en pie dedica una sonora ovación a Emilio de Justo como despedida a una tarde de firmeza, valor, temple y arte.
Antonio Vallejo
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