miércoles, 8 de mayo de 2019

Y si Morante no hubiera existido habría que inventarlo


Fue la de ayer lunes una corrida en la que hubo uno hubo. No hubo billetes, lo que ya no es noticia ni novedad en Sevilla porque está claro que nadie en sus cabales se quiso perder una corrida de Juan Pedro Domecq para una terna compuesta por Morante de la Puebla, Diego Urdiales y José María Manzanares. Nadie en Sevilla ni en ningún rincón del mundo, com bombo o sin bombo, porque cuando una empresa como Pages hace las cosas tan bien como este año en La Maestranza el éxito de público está asegurado. Y si encima sale como está saliendo esta Feria de Abril en mayo, aún más. No hubo toros, porque los juanpedros, a excepción del sexto, bravo y al que había que poderle, y el segundo, con mucha clase, el resto del encierro resultó deslucido, soso y descastado. No hubo música, de manera totalmente incomprensible y a mi modo de ver inadmisible. El director de la banda, que es quien en La Maestranza tiene la potestad para que los músicos arranquen tocar un pasodoble durante la faena, decidió que no tocaba ni en el segundo mientras Urdiales derramaba gotas que llenaron el aire de aromas de toreo eterno, trincherillas de quitar el sentido o unos naturales citando de frente, dando el pecho, con sabor a gloria, ni en el quinto, cuando Morante abrió de par en par las puertas que dieron rienda suelta al desenfreno de los sentidos.  No hubo tampoco crispación ni nervios, ni malos modos, ni gritos o exabruptos a destiempo aunque el juego de los toros que uno tras otro saltaban al albero invitaban al tedio, la desesperación e incluso al cabreo. Pero el público sevillano, entendido y respetuoso, no es de los que va con pañuelos o sábanas verdes dispuestos a ondearlos a la mínima según que encaste, a vociferar a diestro y siniestro en nombre de un falso purismo del que unos pocos se creen garantes, que curiosamente rima con ignorantes. El público sevillano esperó, en silencio, se emocionó y vibró con cada detalle que surgía, como quien perdido en el desierto encuentra un oasis y su alegría es infinita. Admiro los olés que hacen retumbar La Maestranza  cuando surge un lance de capote que llega a lo más profundo del corazón, o con un muletazo que colme todos los sentimientos, o con un adorno que haga crujir el alma, porque para mi eso es el toreo, sentimiento, pasión y emoción que surge de manera mágica en un segundo pero que deja una huella imborrable en la memoria del aficionado. No hubieron muchas cosas ayer en Sevilla.
Pero hubo algo, muy grande, algo único hubo, algo que no tiene explicación, algo que escapa a las reglas de la lógica y que sólo se rige por la magia de la inspiración, hubo un torero, hubo un maestro, hubo Morante de la Puebla. Morante es el genio, es el duende del toreo, es ese pellizco que te atrapa en una verónica o un pase de la firma, es el paraíso con un redondo, el edén con los naturales, El Dorado con un trincherazo, es el sueño del toreo que no entiende de reglas, el que nace de las musas, el que nada tiene previsto, el que nace de dentro y te atrapa en las redes que dibuja en el aire de una tarde sevillana. Todo eso y mucho más es Morante, único e irrepetible, artista, artista, artista, torero, toreo, torero, de pies a cabeza, una maestro, el elixir de la pasión taurina. Todo eso lo sabemos, todo eso lo conocemos los aficionados que amamos y sentimos el toreo que es capaz de enloquecer hasta el delirio, pero en Morante hay mucho más como ha demostrado en estas dos tardes de feria en su Sevilla. Si el pasado jueves abría de par en par las hojas el libro secreto de la Tauromaquia para darnos una lección de poder y sometimiento al rebrincado, complicado y exigente cuarto de Garcigrande a base de recursos técnicos aderezados con su peculiar estilo y empaque, ayer lunes desató una tempestad de valor y arrojo, de compromiso y entrega, de querer y poder, emergió majestuoso un Morante valiente frente a un sobrero de Juan Pedro sin fijeza, con movilidad sin sentido, soltando la cara, que se iba por dentro, serio, complicado, exigente y con peligro, sin clase alguna, por el que nadie daba un céntimo. también tuvo que pelear contar el viento, molesto, incómodo, descubriendo al maestro a cada muletazo. Tampoco es de sorprender la valentía de Morante, la ha demostrado dentro y fuera de los ruedos, ante los toros y ante los antis, desnudando sus argumentos tan solo con ponerse cara a cara con ellos, en la calle, sin más armas que su palabra y su ejemplo, uno contra los que fueran, siempre acabaron derrotados. Y ha demostrado su valentía cuando más lo ha necesitado españa, cuando ha habido que dar la cara por la opción más políticamente incorrecta pero la única que realmente defiende lo nuestro y habla de lo único que el corazón y el alma patria entiende, su historia, su tradición, su cultura, su grandeza, su integridad y su unidad. Ayer lunes el valor y el arte se dieron la mano y se fusionaron en una muleta celestial guiada por las muñecas rotas del de La Puebla. Encajado, ceñido, embraguetado, arrebatado, pasándose cerca, muy cerca, a un toro soso, deslucido y a la defensiva como fue ese sobrero. Mentiría si dijera que no sospechaba que la faena fuera más allá de unos pases por bajo, algún que otro intento de perfilarse y poco más. Mentiría yo y seguro que mentirían los miles de aficionados que llenaron a reventar La Maestranza. Todo empezó con unos redondos profundos que hicieron que nos frotáramos los ojos, mágicos, ligados en un palmo de terreno, los olés llegaron a todos los rincones de Sevilla, en el Real seguro que las sevillanas dejaron de escucharse. Los naturales, cruzado, de frente, con hondura, pusieron en pie a los tendidos, igual de arrebatado, pasándose los pitones por la barriga, y todo ello con arte, con empaque, andando con torería, cada pase una pincelada en un lienzo que poco a poco se iba llenando de figuras que componían por sí solas carteles de toros. Y cuando el viento sopló con mayor fuerza buscó los terrenos de toriles, allí, al abrigo de las tablas, concediéndole los terrenos al juanpedro, la belleza infinita del toreo se destilaba por ambos pitones, el maestro entregado, Morante abandonado, los tendidos a sus pies, olés y más olés, duende y pellizco, valor y honor en la figura de un genio. Es imposible expresar con palabras la emoción que se generó, los pelos de punta, auténticas lanzas, 24 horas después aún tiemblo de la emoción infinita que me recorrió durante los doce minutos de una faena que difícilmente olvidaré. Y el final, ¡que final, Dios mío!. Los remates por bajo olían a Romero, pura delicia, ¡y esos ayudados por alto a dos manos!, recuerdos gallistas, sueños de toreo infinito. No es un tópico, lo digo como lo siento, nada me importa la espada, ni una oreja más o menos, el arte no es estadística, el arte es el toreo de Morante,  imaginación, inspiración y naturalidad, pellizco y duende, la técnica y el valor al servicio de la estética, la belleza máxima. Los números y los datos para los libros, la inmortal emoción que nos brinda Morante para quienes amamos esta bendita locura que es el toreo.
Morante nació en La Puebla del Río y vive en el alma de la afición, Morante es la Fiesta, Morante es el toreo que nunca muere. Si no hubiera existido habría que inventarlo.

Antonio Vallejo

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