La Tauromaquia, como todo arte, tiene un componente personal propio de cada artista o cada estilo, dependiente en gran proporción de la inspiración del sujeto, pero no es ajena a una serie de normas, de principios, de cánones, como ocurre en cualquier expresión artística; la pintura, la escultura, la literatura o la música no son ajenas a esas normas. En el caso de la Tauromaquia, dichas normas pueden englobarse en el concepto que conocemos como la lidia. Esta es la piedra angular del toreo. Desde el momento que el toro asoma por la puerta de chiqueros y salta a la arena, todo se basa y debe discurrir por una serie de pasos, en una escalera en la que cada peldaño conduce al siguiente y que deben ser respetados para llegar al final de la misma. Esa es la norma básica del toreo. Esos pasos, esos peldaños, son los tercios, descritos y definidos perfectamente desde los inicios de nuestra Fiesta. De todos es sabido que, a lo largo de la historia, la ejecución del toreo ha pasado por múltiples etapas en las que han ido variando los conceptos y la forma de interpretar los diferentes tercios de manera notable. Del toreo inicial, atlético, acrobático y, hasta cierto punto, circense, el toreo "con los pies", por bajo, basado en la movilidad y con predominio de los primeros tercios, hasta nuestros días, que prima la quietud y donde casi todo se basa en el último tercio, en la faena de muleta, mucha ha sido la evolución. Pero, con toda esta evolución algo se ha mantenido siempre, algo que es el denominador común, conducir al toro en las mejores condiciones posibles para llegar a la suerte suprema con posibilidad de triunfo. Y para lograr ese objetivo, cada paso, cada tercio, es fundamental, y no podemos pasar por encima de ninguno de ellos sin ejecutarlo correctamente, como mandan los cánones, puesto que de ello depende el triunfo. Podemos admitir, incluso, que los cambios en el modo de entender la lidia de cada época pueden obedecer a "modas" que influyen en la manera de entender cada tercio. Pero este hecho, aparentemente anecdótico, puede ser sumamente preocupante.
Vivimos una época del toreo en la que se aplaude con fuerza el manejo del capote. No en vano disfrutamos de extraordinarios toreros de capa que hacen de esta suerte una auténtica obra de arte. ¡Quién no recuerda a Curro Romero y su "capotito"!, ¡cuantos disfrutamos del toreo de capa de Morante, suavidad sublime, despaciosidad máxima, que detiene el tiempo, que acuna al toro en cada lance!, ¡qué recuerdos de aquella corrida de Beneficencia de 2010 con Morante y Daniel Luque replicándose con el capote ni sé cuantas veces!. Tambié, a buen seguro, guardamos en la memoria a tantos y tan magníficos maestros con la muleta. La lista sería interminable: Manolete, Ordoñez, Antoñete, Manzanares, Ponce, Perera..... y, ¡cómo no!, José Tomás. ¡Cuántas faenas de muleta recordamos!. Si apuramos un poco más, también podemos extender la memoria a grandísimos toreros de plata, aunque aquí la lista se reduce y cuesta ya más reconocer nombres. Recuerdo, por ejemplo, los años 90, el reinado de Enrique Ponce, con una cuadrilla de lujo que tantas tardes nos han deparado: Antonio Tejero, Mariano de la Viña y Jean Marie Bourret. En la actualidad se nos viene a la cabeza nombres como Angel Otero, Juan José Trujillo, David Adalid, Marco Galán, enormes subalternos, magníficos bregadores, extraordinarios banderilleros. Tampoco olvidamos nombres de ilustres matadores-banderilleros (¡cuántas tardes han colgado el cartel de "no hay billetes" en aquella década de los 90!): Morenito de Maracay, Victor Mendes, El Soro, El Fundi, Fandi.... y, por encima de todos, el gran maestro Luis Francisco Esplá. Grandes nombres que nos llevan a rememorar el toreo de capa, el tercio de banderillas, la faena de muleta, el manejo de la espada, y que han engrandecido el toreo.
Pero.... ¿si preguntamos por nombres de picadores?. ¿Cuántos podemos recordar?. Si, por ejemplo, hablamos de Oscar Bernal o Fernando Sánchez, ¿cuantos saben que fueron, según los diferentes jurados, quienes recibieron los premios al mejor puyazo de la feria durante el pasado San Isidro?. ¿Por qué esta desmemoria?, ¿Cuál es la razón de este olvido?. Particularmente, tengo la sensación de que es debido a una tendencia, peligrosa tendencia, o a una "moda", de la moderna tauromaquia. Cada día más tengo la impresión que el tercio de varas se ha convertido en algo "molesto", un trámite que hay que pasar como sea porque lo exige el reglamento. Desgraciadamente, tarde tras tarde, asistimos a auténticos desastres durante el desarrollo de este tercio. Desde la colocación del toro y el picador, que a veces da la impresión no importar, que con tal que le toro choque con el caballo ya es suficiente, hasta la colocación del puyazo, trasero, en un costado, donde caiga, rectificando o no, ¡qué más da!. Lo único que importa es cubrir el expediente, que el toro entre una o dos veces al peto del caballo y que el presidente cambie de tercio Y ya está, así se ha pasado el mal trago que parece significar este tercio. Por suerte aún quedan plazas en las que la suerte de varas se exige y se mide con rigor. Madrid y Bilbao posiblemente sean su mayor exponente, donde más estricto se es con la correcta ejecución de los puyazos.
Si realmente esta impresión que tengo es así, repito, tenemos un problema. El tercio de varas es fundamental, nos enseña muchas de las cualidades del toro, sus virtudes, también sus defectos, y es básiconpara hacer que el animal humille y llegue adecuadamente preparado a la muleta. El tercio de varas no está ahí por capricho. Que el toro arranque largo, con prontitud y rectitud hacia el caballo indica mucho. Que, como suele decirse, "meta los riñones", significa mucho. Por el contrario, que no se emplee en el peto, que pegue cabezazos o arreones que hagan sonar el estribo también dicen mucho, en sentido negativo, de las cualidades del toro. Que salga alegre del encuentro, que repita o, por el contrario, que salga doblando las manos o huyendo del caballo dando coces dicen mucho de la bravura, mansedumbre o fuerzas del toro.
Capítulo aparte merece la pericia o actitud de muchos varilargueros. Es cierto que desempeñan el papel más ingrato, son los "malos" de la Fiesta, los que habitualmente se llevan las mayores broncas, pero hay que analizar varios aspectos. Primero, el manejo del caballo. Pocas veces vemos a un picador moviendo al caballo, toreando realmente con el equino, en los terrenos que debe, manteniendo las distancias adecuadas, llamando al toro, sin invadir los terrenos de la segunda raya. Segundo, la colocación del puyazo. Cada día se pica más trasero, mal endémico, haciendo ineficaz una de las finalidades de este tercio; debilitar la musculatura del cuello del toro para que así humille con más facilidad y meta la cara por bajo en la muleta. Y tercero, la duración del puyazo. O nos pasamos, con castigos eternos (muchas veces ordenados por el propio matador) que lo que parecen buscar es debilitar al máximo al toro para que no ponga en apuros al diestro (¡cuantas veces se repite la expresión "mató al toro en el caballo"), o no llegamos, simulacros de puyazo, que prácticamente se limitan a solo señalar, levantando la vara al instante para sacar al toro lo más rápido posible. Con estas actitudes perdemos, por un lado, la misión final de este tercio y, por otro, se nos hurta la oportunidad de disfrutar de una de las más preciosas y espectaculares suertes que podemos ver en una corrida de toros. Ver como un toro se arranca de lejos, galopa hacia el caballo, mete los riñones, empuja con celo y codicia y sale del encuentro con buen tranco, es algo espectacular. Si,a demás, el picador coloca la puya a la primera y en el sitio correcto, delanterito ,resulta de una belleza y una emoción indescriptible, algo que solo aquel que haya visto picar bien al menos una vez en su vida, puede sentir. Y es una lástima que perdamos algo tan importante y bello para el toreo y el devenir de la faena. Suficientes razones para que el tercio de varas no vaya por los derroteros de la rutina, de la monotonía, en definitiva, camino de olvido.
Antonio Vallejo
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