martes, 31 de mayo de 2016
24ª de abono: No entiendo nada
Sinceramente, no entiendo nada. Por más vueltas que le doy, no consigo entender nada de lo que ha pasado esta tarde con la corrida de Adolfo Martín. No entiendo la insensibilidad, no entiendo la crueldad de un mínimo, ínfimo, ridículo sector de esta plaza que hoy ha venido dispuesto a reventar a Sebastián Castella y que, de paso, ha hecho de menos a otros dos toreros que han estado muy por encima de sus toros, Rafaelillo y Manuel Escribano. Toros exigentes, toros con muchas complicaciones, con el comportamiento típico de este encaste, que pedían el carnet de torero en cada pase, ante los que había que estar con todos los sentidos alerta, con genio más que bravura, con mala leche en vez de casta, con brusquedad y broncos en lugar de raza. Y tampoco entiendo el letargo y la dejadez de la gran mayoría de la plaza, que ha tenido que esperar a ver cómo Castella daba una lección de temple y toreo con la izquierda al quinto de la tarde para responder a los insultos al toreo que se estaban escuchando. Veintena de espectadores tan solo ansiosos de ver galopar al toro al caballo, las veces que fueran, muy largo, si podía cruzar todo el ruedo aún mejor, sin importarles un pimiento el resto. Se llaman toristas, se llaman puristas, se consideran sabios y quieren dominar e imponer su criterio, son cuatro voceros distribuidos por el 7 y algunos aledaños, acompañados de su grupo de palmeros cuya consigna, repito, era machacar a Castella y ningunear a Rafaelillo y Escribano. Gracias a Dios no soy como ellos, ni soy purista, ni torista y me siento en sus antípodas, me repugnan. Ha sido necesario que Rafaelillo se jugara la vida a cuerpo limpio, sin trampa ni cartón, para que la gente viera lo que estaba pasando, qué era lo que había en el ruedo, una alimaña que solo buscaba donde herir y un torero que ha dado una lección de valor insuperable, que ha tragado lo indecible, que ha aguantado parones del toro, que le miraba, le medía, calibraba la distancia de la punta del pitón al cuerpo de Rafaelillo para después soltar un arreón, un tornillazo, un derrote seco, como queramos llamarlo, para hacer sangre. Después de lo que ha demostrado el murciano, incluso se ha permitido el lujo de sacar de esa alimaña algunos redondos y naturales templados llevando metido al adolfo en la muleta, se le ha negado una oreja más que merecida, tan solo porque ha pinchado y ha colocado un estoconazo a la segunda que ha fulminado al toro, rodado sin puntilla. Claro, es que la espada ha debido caer unos milímetros baja. ¡A la porra con las mediciones!. Insensibilidad absoluta por parte de todo el público, penoso el no haber visto la plaza repleta de pañuelos, y eso que tengo muchas dudas que la petición no haya sido mayoritaria, pero el palco ha valorado con estricto criterio matemático conceder o no la oreja (supongo que tendría un contador de pañuelos blancos), eso si no se ha arrugado por si le protestaban los llamados puristas, los sabios, los intransigentes, los talibanes de la tauromaquia. Con esto hoy se ha hecho un flaco favor a la Fiesta, el cáncer puede estar dentro, a lo mejor más peligroso que todo el antitaurinismo junto, sentados en un sector concreto de Las Ventas, con las armas en alto contra quien se les antoje cada día, hoy Sebastián Castella, que ha dejado muestras de ser una auténtica figura, que ha toreado con una maestría y un temple con la mano izquierda que hacía tiempo no se veía. Naturales lentos, lentísimos, hondos, profundos, todo en medio de un ambiente tremendamente hostil orquestado por los cuatro voceros perfectamente coordinados para soltar barbaridades por sus bocas que eran inmediatamente coreadas por su docena de palmeros. Es aburrido escuchar cada tarde las mismas voces soltando bilis por su boca, son siempre los mismos, ya reconocemos su voz perfectamente, y es aburrido ver siempre a los mismos palmeros en sus mismos asientos jaleando los improperios que escupen. Acabo de leer unas declaraciones de Sebastián Castella al finalizar la corrida en las que dice textualmente. "Visto el panorama he toreado para mi". Para usted y para muchos que hemos sabido apreciar su toreo, maestro, para muchos que valoramos su entrega, su disposición y su profesionalidad, para muchos que le hemos visto exponerse y templar como hacía tiempo no veíamos, para muchos a los que nos ha salido de dentro un olé roto con cada muletazo que ha dado, y que se lo agradecemos. Y tampoco entiendo la indiferencia ante la entrega y el dar la cara de Manuel Escribano, a porta gayola para recibir a su dos toros, dos animales desrazados, con peligro sordo, de corto recorrido, que medían, se revolvían y buscaban. más que digno y valiente ha estado el sevillano, dejándose llegar los pitones a los muslos y la barriga, sin hacer aspavientos, con verdad, intentando en todo momento templar la embestida bronca de sus enemigos, sacando algunos muletazos de buen trazo, todo con un tremendo derroche de tesón y dignidad torera, ante la indiferencia de la gran mayoría, atrapada por el ambiente impuesto por la inmensa minoría que hoy habrá salido contenta y satisfecha de la plaza tras haber conseguido su objetivo torista, al menos un toro ha entrado tres veces al caballo. No entiendo nada.
Antonio Vallejo
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